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– Tengo derecho a estar aquí. Y como se trata de un asunto familiar, pienso que realmente no es asunto tuyo. Lo que no entiendo es qué estabas haciendo tú merodeando por la cabaña. ¿Es que tu novio te ha mandado en una misión especial?

– ¿Novio?

– ¿O te has vendido al mejor postor?

Ella se apartó levemente de Grey cuando él empezó a acariciarle los hombros y el cuello.

– ¿Qué se puede comprar con treinta piezas de plata hoy en día?

Ella se lo podía decir. Una cocina nueva, un baño, cortinas, alfombras, y pintura para las paredes.

– No los aceptaría -dijo ella.

– ¿Y quieres que me lo crea?

– Es verdad.

– Tú no eres capaz de reconocer la verdad. Mientes todo el tiempo, con la boca y con el cuerpo.

– No -protestó ella.

– Estas mintiendo ahora. Intentas hacerme creer que no quieres que te toque. Pero no es cierto, Abbie -le acarició un pecho. Su pezón se irguió inmediatamente-. Eres como un drogadicto que necesita su dosis. Tú estás esperando que te toque, deseas que te toque…

– ¡No!

– Di la verdad. ¿Cuánto hace? ¿Horas? ¿Días?

«¡Oh, mucho tiempo!», pensó ella. Y sentir su cuerpo tibio allí, le hacía tanto mal. ¡Tenía tantas ganas de abrazarlo!

– Tócame, Abbie -le pidió-. Si me tocas no seré capaz de rechazarte.

La voz de Grey se quebró. Era cierto que la deseaba. No sabía bien por qué, pero él la deseaba.

Entonces él le besó el cuello. El vello de su pecho le rozó los senos, que respondieron primitivamente. Ella empezó a sentir calor. Y entonces lo tocó.

Fue como si hubiera tocado un volcán en lugar de a Grey. Todos los deseos que ella había mantenido ocultos debajo una fachada fría en apariencia, se desataron con desesperación. Ella se abrió para él. Su cuerpo congelado se derritió por fin en el calor de la pasión. La sangre galopaba en sus venas dando rienda suelta a su necesidad de él.

El encuentro fue directo, feroz, sin preámbulos. Fue demasiado intenso como para poder durar.

Se sumergieron en la pasión y luego, exhaustos, se durmieron.

Abbie se despertó deliciosamente cómoda y tibia, con una bolsa de agua caliente en la espalda. Se dio la vuelta y se hundió más en las mantas. Se sentía feliz.

Era una sensación casi olvidada para ella.

Miró la habitación. De pronto recordó lo que había ocurrido, y se dio cuenta de que el estado de felicidad era transitorio.

Por lo menos estaba sola en la cama. No se había despertado con la figura de Grey a su lado.

Pero había otros asuntos de los cuales debía ocuparse, aparte de la vergüenza por lo que había pasado con Grey.

Jon y Polly debían estar en algún sitio ahí fuera.

Podían haberse perdido. Podían estar asustados. O peor aún, pensó al recordar lo que le había pasado a ella el día anterior.

Se sentó en la cama, y luego de envolverse con la colcha, se puso de pie y espió hacia el salón.

Grey, vestido completamente y envuelto en una manta, estaba dormido en una silla, frente al fuego.

Al verlo así, se dio cuenta de que él no se había levantado simplemente a quitar la nieve de los alrededores de la casa. El fuego estaba casi apagado. Llevaba allí muchas horas, al parecer. Él había preferido dormir allí en lugar de dormir a su lado.

Se quitó la colcha y fue al cuarto de baño. El agua estaba caliente. Se quitaría el aroma de la piel de Grey.

Y se recordó que ella no tenía nada de qué avergonzarse. Había sido él el que la había engañado.

Su marido había llevado a Emma a la cabaña, seguramente. Había dormido con ella… ¿No le alcanzaba con una sola mujer?

Abrió el armario pensando encontrar la ropa que había dejado la última vez que había estado allí, pero no estaba. Vio que las había quitado para que quedase sitio para las cosas de los nuevos ocupantes de la cabaña. Lugar para pañales y todas las demás cosas que el nacimiento de un bebé hacían necesarias.

Por sus mejillas se deslizaron unas lágrimas. Se puso una camisa de trabajo que le había comprado a Grey la última vez que habían estado allí. Tenía el aroma de su piel. Recordó su figura con la camisa, cortando leña, la anchura de sus hombros. Eran pensamientos peligrosos. La lascivia no era un sustituto del amor.

Se puso un par de vaqueros de Grey con un cinturón, y unos calcetines de lana blancos que él solía usar con botas de goma. Así estaría bien. Se pondría botas de goma ella también.

Al bajar se dio cuenta de que Grey seguía dormido. Buscó alguna ropa para salir. Se puso un chubasquero acolchado y una bufanda, y finalmente unas botas de goma. Luego volvió al salón.

Grey se había movido un poco. Su cabeza estaba apoyada en una mano. Siempre había podido dormir en cualquier sitio. Pero su postura relajada le molestó, cuando había tanto que hacer.

Enfadada, ella le quitó la mano que le sostenía la cabeza. Y ésta se dio contra el brazo de la silla de madera.

– ¿Qué diablos…?

– Es el despertador, señor -le dijo Abbie con dulzura, aunque mirándolo despiadadamente.

Grey la miró con acritud.

– ¿No te ha dicho nadie que puedes hacerlo con una técnica mas depurada?

– Mi técnica, señor Lockwood, no es asunto suyo. Estamos divorciados. Pero ya que has sacado el tema. Tengo una o dos quejas yo también. ¡Cuándo te metas en la cama de alguien sin permiso, lo menos que puedes hacer es quedarte cerca hasta que el otro se despierte para poderte disculpar!

Capítulo 6

– ¿Pedirte disculpas? ¿Por qué? ¿Por salvarte la vida?

Ella se puso colorada pero permaneció desafiante.

– Ciertamente me salvaste la vida cuando me rescataste de la nieve. Pero lo demás… no era necesario.

– ¿Eso es lo que crees? ¿Has oído hablar de hipotermia alguna vez?

– Por supuesto. Se supone que debe envolverse a las víctimas con papel de aluminio y mantas, darles bebidas calientes…

– ¿Ah, sí? Bueno, ya que no tenía ni papel de aluminio ni ninguna otra cosa, hice todo lo que estaba a mi alcance. No se me ocurrió que debía quedarme cerca por si querías una segunda aplicación del tratamiento.

Ella se puso roja.

¿Era eso lo que había pasado la noche anterior?

¿Primeros auxilios?

Luego recordó horrorizada que él le había dicho:

– Si me tocas, no seré capaz de rechazarte…

– Puedo asegurarte, Grey, que no quiero ponerte en semejante aprieto.

– Entonces, te aconsejo, ya que estas tan atractiva con esa ropa, que te la quites, y que vayas pensando en preparar el desayuno.

Ella lo miró:

– Hazte tú tu maldito desayuno. Yo tengo cosas más importantes que hacer -ella fue hacia la puerta, pero él le cortó el paso.

– ¿Como qué? ¿Ir a buscar tu bolso?

Ella no quiso contestarle a semejante tontería. Pero lo miró con rabia. Él le acarició la mejilla. Ella se estremeció. Había soñado tanto con esa sensación.

– Supongo que podrías estar más guapa con lápiz de labios, pero como acabas de menospreciar mi tratamiento para la hipotermia, tendrás que postergar tu salida.

– Yo… Voy al pueblo a buscar algún transporte, quiero ver el modo de irme de aquí. A ti puede ser que no te importe qué ha pasado con Polly y Jon -le dijo Abbie. Realmente le sorprendía la falta de interés de su parte-. Bueno, Jon es un muchacho, y supongo que a los chicos se los trata de diferente modo, pero Polly es responsabilidad mía, y no puedo olvidarme de ello por una caída en la nieve.

– ¿Quién es Polly? -pregunto él, con un brillo inquisidor en los ojos.

– Es la novia de Jon. Ése es el motivo por el que he venido…

– ¡Ah! Por eso has venido aquí -dijo él, enfadado-. ¿Los periodistas no os perdéis nada, no? Parece que a Morley también le interesa seguir el rastro del joven Jon. ¿Y quién mejor que tú para ello? Porque tú conoces a toda la familia, y todos sus secretos. Bueno, Escritora del Año, Señora Reportaje del Año, como ves, los pájaros han volado. No hay reportaje. No hay dinero por ella.