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– Perdona, Grey.

Le pareció que él no iba a moverse, luego lo vio encogerse de hombros y decirle:

– Abbie, ¿vas a dejar de andar con esa cara y vas a dejarme que te explique? -le pidió él, cuando ella fue a meter la ropa.

– ¿Explicarme? Tú querías hacer una llamada privada. ¿Qué tienes que explicarme acerca de ello?

Aunque sentía que había mucho que explicar. Puso el programa en la lavadora y quiso marcharse, pero él se interpuso en su camino.

– Sé que estás enfadada porque no quiero que tengamos un bebé ahora…

– ¡Qué listo! -lo interrumpió.

Pero en realidad lo que le molestaba era que no quisiera escucharla, algo que no era común en él.

Cuando ella pasó por su lado, él la sujetó por el brazo.

– Lo siento si ha parecido que no me preocupa el tema. Lo pensaré. Lo que ocurre es que estas dos semanas han sido muy duras.

– ¿Unas semanas difíciles? ¿Qué ocurrió? -preguntó ella preocupada-. ¿Se trata de Robert? -Abbie recordó la llamada de Robert.

– ¿Robert? -repitió él, sorprendido.

– Lo has llamado antes. Y me preguntaba. -Abbie dudó, luego continuó-: Pensé que tal vez Susan había vuelto a causar problemas.

– No. No se trata de Susan. -Grey se encogió de hombros-. Ahora no puedo explicártelo.

– ¿No? -ella se puso tensa-. Entonces no puedo comprenderlo. Y si ahora me perdonas… -dijo ella formalmente-. Ha sido un día muy duro, y si no me acuesto enseguida me caeré de cansancio.

Él la miró como si no pudiera creer lo que estaba escuchando. A ella le pasaba lo mismo. Por lo visto, aquel día no se entendían.

Grey se apartó para dejarla pasar. Tenía las facciones tensas.

– Entonces no te molestaré cuando me acueste. Buenas noches, Abbie.

Abbie pudo llegar a la habitación antes de que se le escapara el llanto.

¿Qué les estaba pasando? Llevaban casados tres años. Tres años muy felices. Por supuesto que habían tenido alguna discusión, pero discusiones que habían durado segundos, tras las que seguían gloriosas reconciliaciones. Pero no una discusión como aquélla.

Algo andaba mal. Ella lo había presentido desde el mismo momento de su llegada al aeropuerto cuando no lo había encontrado allí. Lo normal habría sido que él hubiera llamado desde el hotel para ver si había algún mensaje en el contestador del teléfono de su casa. Había tenido tiempo de sobra para recibirlo. Pero no lo había hecho. Algo había pasado durante su ausencia. Pero, ¿qué? Quería saberlo. Pero reprimió el instinto de ir a preguntarle.

A pesar de las largas horas de viaje, Abbie no podía dormirse. Pero horas más tarde, cuando Grey fue a acostarse, se hizo la dormida. Y, se hubiera dado cuenta o no, él no intentó saber si ella fingía. No encendió la luz. Se desvistió sigilosamente y se acostó a su lado e, inmediatamente, se dio la vuelta.

Ella entonces abrió los ojos en la oscuridad y permaneció así durante horas, oyendo la respiración de Grey y pensando acerca de los planes que había hecho durante el viaje de vuelta.

¿Sería demasiado tarde para rechazar los trabajos en el extranjero?

Al despertarse la habitación seguía a oscuras. Pero el sol se filtraba por el pasillo. Enseguida se dio cuenta de que era tarde. Se quedó echada un momento en silencio. Sabía que estaba sola y le daba rabia.

Ella había pensado que tal vez aquella mañana tuviera lugar una reconciliación. Ninguno de los dos había estado muy brillante. Habían estado muy cansados y ella estaba dispuesta a admitir que, de haber escogido un momento mejor, Grey podría haber estado más receptivo.

Pero él se había marchado dejándola dormida, sin decirle adiós siquiera. Ella había pensado ocuparse de los quehaceres hogareños aquel día. Hacer la compra, preparar una buena cena, ocuparse de arreglar la casa después de dos semanas de ausencia. Pero sintió la necesidad de afianzarse como persona. Y no había mejor modo de hacerlo que trabajando.

Se levantó de la cama. Cuando fue a ponerse la bata descubrió que había desaparecido un cuadro de la pared. Un Degas auténtico. ¿Les habrían robado durante su ausencia y él no habría querido asustarla? ¿Por eso consideraba él aquellas dos semanas como «duras»?

Abbie corrió al joyero. Estaba todo intacto. Levantó el auricular del teléfono y llamo a la oficina de Grey. Debía existir una explicación para aquello. Grey algunas veces prestaba sus cuadros para exposiciones en galerías y podría haberse olvidado de comentárselo. No podía decirse que hubieran conversado amistosamente la pasada noche como para darle oportunidad de comentárselo.

Abbie dejo el teléfono en su sitio. Tal vez fuera eso. Podía esperar a que Grey volviera del trabajo.

Con paso tembloroso, fue a la cocina a hacer té. En medio de la mesa había un florero con una rosa roja. También había una nota para ella que ponía:

«Pensé que necesitabas dormir. Te veré esta noche. Grey.»

Nada más. Ninguna disculpa. Pero se había tomado la molestia de ir a buscar una rosa antes de ir a la oficina.

No obstante… ¿Por qué tenía la impresión de que eso le habría resultado más fácil que despertarla y pedirle disculpas y decirle que lo sentía?

Capítulo 2

Dos horas más tarde, Abbie, vestida con un pantalón de seda amplio color chocolate, su color preferido, y un top color crema que destacaba su piel bronceada y su pelo rubio, estaba hablando con el director del periódico sobre las fotografías más adecuadas para el suplemento semanal en color. Abbie había enviado las fotografías por adelantado con un mensajero.

– Has hecho un trabajo estupendo, Abbie. Esta fotografía de la madre metiéndose en ese avión diminuto rumbo a las colinas para seguir buscando a su hija por todas partes…

– Si hubiera podido ir con ella…

– No. Ese es el lugar justo donde tenías que terminar el reportaje. Un toque de esperanza, una firme decisión y un montón de coraje. Una madre sola, buscando a su hija desaparecida. Mereces un premio por esta foto.

– No me merezco nada, Steve -dijo ella, disgustada de pronto consigo misma por estar tan satisfecha del resultado final-. Solo espero que la mujer esté bien. Podría pasarle cualquier cosa allí y nadie se enteraría.

Steve Morley la miro inmisericorde.

– Me parece que estas demasiado implicada emocionalmente en este trabajo, Abbie. Tú estabas allí para recoger el testimonio de los hechos, no eras responsable del resultado. La mujer fue quien tomó una decisión. Es su hija. Y tu reportaje servirá para su caso y muchos como el suyo.

– ¿Sí? ¡Ojalá!

– Confía en mí -dijo Steve firmemente-. Venga, te invito a almorzar.

Confiar. Una gran palabra, muy emotiva.

Una palabra muy emotiva. Sin confianza no había nada. ¿El tiempo que pasaban separados estaría erosionando la confianza entre Grey y ella? Necesitaba confiar en él con toda su alma. Sin embargo. Habrá muchos espacios en blanco, muchos espacios vacios que los separaban peligrosamente. Hubiera o no un bebé en el futuro, no volvería a aceptar un trabajo en el extranjero. Estaba decidido.

Mientras bajaban en el ascensor, Steve la distrajo de sus pensamientos preguntándole adonde quería ir a almorzar.

– Hay un restaurante indio muy bueno. Pero me imagino que después de dos semanas por allí, no tendrás mucho interés en comer comida india…

– Supones bien, señor Morley -lo interrumpió ella muy convencida. Luego le sonrió con picardía y le dijo-: ¿Qué tal si vamos a aquél otro…?

– ¿A L’Escargot?

– L’Escargot, ése.

El almuerzo transcurrió amenamente con Steve, charlando sobre lo que había ocurrido en la oficina durante su ausencia y ofreciéndole varios reportajes para el futuro.

– ¿Qué te parece si nos vamos un mes a los Estados Unidos? -y, al ver que ella iba a rechazar la idea, agregó-: Se trata de un reportaje de interés humano en el profundo sur, en Atlanta. Es un tema ideal para ti. Aunque supongo que, como tu encantador marido ha conseguido un buen precio por el Degas en la subasta, no te hace falta dinero precisamente -agregó Steve.