Nunca lo olvidaré, Casals me llevó hasta Secretaría a telefonearle al primo y yo quería escuchar lo que decía y justo me viene la empleada con la noticia de que el director se queda y no me dejó oír una palabra de lo que decía Casals por teléfono. Qué bueno es.
El domingo…, el domingo, Esther, es tu primera cita con la vida, al mismo tiempo que Laurita a la una del mediodía come apurada su almuerzo de domingo en su vasto chalet de rojas tejas, ¿y Graciela? me la imagino muy bien, consentida en todo por sus padres, se desata los rulos en la mesa, mientras picotea un delicado postre de cocina, en el suntuoso comedor de su departamento frente a la aterciopelada Plaza Francia; pero tanto una como la otra como la otra (¡esa tercera soy yo!), sólo obramos en pos de un sueño, un sueño romántico.
Cita a las tres en el majestuoso jol del cine más lujoso de Buenos Aires, un palacio de las mil y una noches, donde se proyecta la película que eligió Casals. Y como si no bastara con el sueño que llevo en mi alma -y que henchida me empuja como un huracán de popa- otro sueño se proyecta en la pantalla, otro sueño de otra u otro que como yo… se apresta a amar, ama, o recuerda haber amado. Lágrimas, sonrisas para la heroína, o para mí misma en ella retratada, y sobre la palabra fin las luces de la sala vuelven a iluminarse. Casals está junto a mí ¿te gustó la película, Casals? lo que esperaste toda!a semana mientras pasabas hoja a hoja las lecciones a estudiar, y ahora a salir de este mundo de gente, una oleada de público se vuelca a las calles del centro de la gran urbe, cuyas luces (azules y rojas son más que nada las luces de mi ciudad) se van dibujando cada vez más claras sobre un cielo azul cada vez más oscuro, sobre una taffeta azul tornasolada (el cielo de Buenos Aires) lucen joyas (sus incandescentes letreros), que son pedrería prendida a la taffeta que prendida a mi carne no me deja olvidar que es día de fiesta.
Y llegó la hora de los panqueques en la Cabaña Canadiense, «todo llega en la vida» dice mi madre, y llega un mozo con casaca ribeteada de amarillo y blanco con dos panqueques a la americana y dos tazas humeantes de café con leche. Y mientras se va acercando la hora, porque Casals calcula que a las seis y cuarto ya podrá llegar ¿quién? ¡Héctor! ¿quién otro va a ser? porque ni bien terminó el partido de su equipo favorito se largó a las calles, tomó el colectivo como una exhalación y ya está en la pensión bañándose y todavía el pelo corto (¿y un poco de carpincho?) no se le ha terminado de secar que aparece en el cálido recinto de la Cabaña Canadiense. A las seis y algo es de noche cerrada ¿y dónde está el sol? pero Ios-rayos tibios de la corta tarde que perdimos escondidos en la penumbra de un cine… si yo estiro la mano y acaricio la mejilla de Héctor estoy todavía a tiempo de tocarlos, oh tibios rayos, ya que el astro rey dejó su encendido color en toda la muchachada encaramada en las tribunas.
Y todo llega en la vida, llega también el momento de preguntarle todo lo que se me ocurre, de qué equipo es, qué jugador le gusta más, si piensa seguir estudiando, y sus ideas políticas para ver si en su corazón hay un lugar para los pobres, tpdo se lo puedo preguntar, tenía razón mamá que la vida es mía, y mi hermana que dice «no te cases joven, no te cases joven» porque la juventud manda y ya llegarán las obligaciones y las responsabilidades, pero ahora es la hora de divertirse, de vivir y dar alas a los sueños que anidan en nuestro corazón, es tu hora Esther, porque después de una animada charla iremos a caminar por las veredas del centro (una vía láctea desmembrada en prolijo cuadriculado: el centro de mi ciudad) e imantados por un polo poco tardaremos en subir las escaleras por donde ya se empieza a escuchar la síncopa electrizada de una orquesta de jazz, y bajo las ultramodernas lámparas difusas de Adlon, recortándose en el aire satinado, luciendo sus mejores galas está la juventud triunfadora del Colegio Incorporado «George Washington» y Casals hace su maniobra y al sentarnos a mí me pone al lado de Héctor, y la orquesta ataca un cadencioso fox y a lo mejor Héctor se quiere cambiar de asiento y sentarse al lado de otra ¿cómo puede una pobre niña inexperta saber lo que una dama habría de hacer en esas circunstancias? ¿pero es posible Dios mío lo que estoy sintiendo?… ¿basta tan sólo esto para barrer con mis dudas -telarañas del alma- tan fácilmente?… sí, ya todo es verdad, ya nada es feo, falso, triste o malo en el mundo, porque… bueno, es tan simple… es que Héctor me ha tomado la mano debajo de la mesa, y me la estrecha, y nuestros corazones laten al compás de un fox, y Esther ¿qué más puedes pedir? ya nada más hay que pedir, porque en este mundo a la vuelta de cada esquina florecen un rosal y una pareja, y no hay nada más que pedir, sólo una cosa, sí, por favor, una cosa… que los relojes se detengan y el tiempo muera por siempre, cuando sea domingo.
Jueves – La felicidad… eres mujer, y por lo tanto esquiva ¿y también mentirosa? ¿prometes y no cumples? Empecemos porque mamá no me quiere dejar, y sigamos porque mi hermana de una vez por todas reveló lo que es: una pobre orillera, la detesto. Con el tapado mostaza, que ella se cree que es lo más fino que hay y vienen ganas de darle limosna, y semejante grandota con un hijo de ocho años se quiere venir a sentar entre nosotros en Adlon. Es ella la que nunca oyó decir que una chica de catorce años puede salir sola con sus compañeros, ella solamente porque es una pobre diabla que nunca salió de este barrio de mala muerte. Y cuando se saca el tapado se cree que va a quedar muy linda con ese traje de saco que ya se le está destiñendo el teñido que era lo único que lo salvaba de esas rayas amarillas y rojas, pero se ve que está teñido, la anilina se nota porque la tela está como quemada.
Tal cual una nena de cinco años ahí con mi hermana para que no me pierda. Antes de ir con ella me mato. Y mi cuñado qué envidioso, eso es lo que es, me dice que por qué no le llevo «la barrita pituca» al comité, así les canta cuatro frescas… Un domingo quiere él que la juventud se vaya a encerrar a un comité, y se lo dije, y me contesta: «A las pendejas esas llévalas al comité, vas a ver cómo las hacemos divertir los muchachos». Mientras viva no olvidaré su grosería.
Y Casals hoy viene y me dice si yo me iba a dejar acompañar hasta casa por Héctor, y miraba para otro lado como para aguantar la risa. Además agregó: «¿Tu cuadra es muy oscura? pero no vas a tener miedo, porque él te tiene abrazada y te defiende ¿no?», ¿qué querés decir? «nada, mi primo ya te va a decir lo demás, vas a aprender mucho con él». Yo no pude aguantarme y le di un terrible pellizcón en el brazo, y Casals me agarró de una trenza y me dice dándome tirones como jugando pero medio me dolían: «no seas tonta ¿no se puede bromear con vos? mi primo y yo te vamos a acompañar, así que delante mío no puede pasar nada, ¡a no ser que me hagan esperar en la esquina!», y se reía. Yo le dije: «eso es lo que querrías hacer vos con Laurita», y el mocoso pretencioso me contestó: «si yo fuera Adhemar tendría que elegir entre la de Kraler y Laurita».
En casa yo tendría que haber dicho que era una fiesta del colegio, cualquier macana pero que se hacía en el centro en vez de en el colegio. Una fiesta para celebrar la confirmación de nuestro director en su puesto, que bien merecería una fiestecita mi buen director. Pero preferí decir la verdad, yo creo que antes de entrar a Adlon con mi hermana prefiero la muerte, que me pise un auto al cruzar las diagonales del centro, aunque los autos tendrían que pisarla a ella, sí, que pise una cascara de banana de esas que a lo mejor se lleva en la cartera para comer en el subterráneo, es capaz de eso con tal de llenarse el buche a toda hora. Yo me sé aguantar el hambre si me viene, si no tengo dinero para entrar a un bar paciencia, pero no voy a poner en la cartera un pedazo de queso como ella el día de las sábanas.
Bueno, he llegado al final de este cuaderno, y, por falta de más renglones, el final de este barato cuaderno de almacén (con alguna que otra gota de grasa), coincidirá con el final de un día que no le va en zaga, quiero decir que también mi día está manchado.
Viernes – El que no llora no mama, bien dicen, hay que luchar por todo en este mundo. Un destello de inteligencia resplandeció en las tinieblas de mi mente y se me ocurrió el argumento que convenció a mi padre: si para ir al colegio me dejan tomar dos colectivos y el tren todos los días a la hora de entrada al trabajo que está todo lleno y me tengo que apretujar contra esos cuerpos pestilentes de suciedad y lujuria ¿por qué no me iban a dejar tomar el tren al centro para ir el domingo que los trenes están vacíos y a más tardar a las nueve ya volvería a casa? Todo con la condición de que me acompañaran a casa, pero Héctor me acompañará, un ángel llamado Casals disco el número (lo sé, lo sé… Belgrano 6479), y después de charlar un rato con la condición de que yo no lo escuchara (vaya a saber las chiquilladas que de mí cuenta Casals a Héctor) otro sí se sumó a los anteriores, y por ellos me voy trepando hacia lo alto, esos sí que son los andamios de un ensueño.
El viernes según dicen no es día de suerte, día en que empiezo este nuevo diario, se acabaron las libretas sucias de almacén, total con diez centavos tengo cuaderno para un mes… Ni quiero pensar lo que habré de escribir en él en los días a venir, que serán días a volver… en lo que respecta al recuerdo. Y Casals, el mocoso, me pregunta si me besó alguna vez algún muchacho, y no me quería creer hasta que le juré por mi madre que el único fue el chico que baja en la estación de Ramos Mejía cuando el tren estaba lleno que nos agarrábamos la mano sin que nos vieran entre la gente apretada de la lata de sardinas.
«Tengo que decirte una cosa, tengo que decirte una cosa» -¿de qué? ¡decímela de una vez!- «Tenes que tener cuidado de una cosa? -¿de qué cosa?- «¿Es muy oscura la cuadra de tu casa?» – bastante ¿por qué? – «¿y tu casa cómo es? ¿tiene zaguán o es de esas que tiene el jardín delante con un portón?» – mi casa tiene un pasillo largo y ahí están las puertas de los departamentos, pero no hay zaguán, hay como un jardín delante, y un portoncito, claro- «tenes que tener cuidado, Esther» -¿de Héctor? ¿por qué decís eso? ¿no es un caballero acaso?- «no es eso ¡y no le vayas a decir nada!» -¿qué es entonces?- «vos no sabés lo que te puede pasar con un muchacho en el oscuro» -¡vuelta a lo mismo!- no sólo lo tratas de sinvergüenza a él sino que también de… milonguita a mí! ¿estás loco o qué te pasa? Y en eso quedamos.
Ya se ocupó el banco de Umansky, por suerte es una chica, parece simpática, es hija de rusos, pero no judía, el padre era cosaco del zar y se escaparon con la madre cuando la revolución. ¿Qué le habrá hecho la madre a Cobito Umansky? Ahora estará ya en Paraná, el asqueroso, voy a poder estar tranquila si se me subió la pollera o no, que no está ese repugnante mirando. Yo creo que no hay vergüenza más grande que ser expulsado de un colegio, pero escupirle la ropa al celador y ponerle heces en los zapatos sólo se le podía ocurrir a Umansky. Hasta mañana, cuadernito de hojas flamantes, blancas, pudorosas (guay de que te lean, sé que no te gustaría, lo sé, lo sé, y por eso te escondo entre un gordo texto de Zoología y una carpeta de Castellano), hasta mañana… mi cuaderno, hasta mañana… amigo.
Sábado – Todo se acabó. No pudo ser.
Mi barrio está quedo en la noche, estas humildes cortinas de cretona me dejan ver la calle a través de sus flores tan extravagantes como descoloridas. Papá dice que en la fábrica no se puede pasar cerca de las máquinas donde imprimen la cretona por el olor de esas tintas ordinarias, sin agregar que todos los desperdicios los usan para cretona. Todo es cuestión de destino en la vida, a una tela tan ordinaria yo no me explico para qué le hacen dibujos tan locos de flores que si existen deben ser de especies tropicales muy raras, pero los colores salen, todos borroneados y una tela tan finita que se transparenta lo que hay del otro lado: la calle y las casas de enfrente. De acá veo un portón, dos ventanas, la pared medianera, después otra casa, un zaguán con una ventana al lado, dos o tres más, otra casa, esta última con verja, pero todas casitas bajas de un solo piso, y si el techo fuera corredizo como en el cine de enfrente a la plaza al irnos a dormir toda la cuadra estaría mirando el mismo jirón de firmamento, y mis vecinos cerrarían los ojos cada noche confiados, sin saber que tan imposible como tocar esas estrellas remotas sería cumplir aquello que más anhelan… Mirando a una estrella, mirándolo a él, en mí nació mi anhelo el día que lo vi por vez primera, y ese anhelo loco quiso volar a lo alto, un barrilete loco, se me escapó el piolín de la mano y se fue el barrilete alto, vano, pretencioso, quiso tocar las estrellas. Hoy sábado te vi barrilete… y estás hundido en el barro… Barro la vida, barro la ilusión, barro el parque de mi colegio después de cada lluvia. Debe haber sido por los chaparrones que faltó la de Castellano. Cada vez que falta un profesor Casals siempre aprovecha a escribir una carta a la casa o preparar las lecciones de mañana, mas hoy, durante la larga interminable hora de 10 a 11 me pidió sentarse junto a mí.
Vislumbré enseguida una sombra, pero inerte en ese banco sólo atiné a escucharlo. Empezó a contarme la película Cuéntame tu vida, casi toda, para él es la mejor película del año pasado, y de éste ¡y a mí qué me importa! ¡Ay, Casals, te creí incapaz de matar a una mosca y me mataste a mí! empezaste hablando de cine pero de repente cambiaste de tema: «Tenemos que volvernos temprano el domingo, sin ir a Adlon» dijo -«¿por qué?» respondí- «Es que el tiempo no alcanza, yo te tengo que acompañar con Héctor hasta tu casa y llegar a tiempo al colegio antes de las nueve y media» dijo – entonces no vayamos al cine, vamos a Adlon más temprano repliqué – «no, al cine vamos de todos modos, y Adlon además está vacío antes de las seis» añadió – «Pero no hay necesidad de que me vengas a acompañar vos también: vos volvés al colegio y Héctor me acompaña» añadí yo – «¿estás bromeando?» – «no, qué tiene de malo…, es mejor para todos, y vos la ves a tu Lau-rita» – «no, si yo no te acompaño a tu oasa no vamos ni al cine ni a ninguna parte» agregó rotundamente – «Es por capricho tuyo ¿para qué tenés que venir? yo me sé cuidar, seguro que Héctor prefiere salir con una chica sin llevarte a la rastra» – «¿qué decís?» – «Sí, vos sos muy chico para estar siempre entre los más grandes» – y ahí se me acercó y me dijo despacio «sos una porquería, no tendrías que estar en este colegio ¡chusma!… ¡anda con los chusmas de tu barrio a Adlon!» – y yo se lo dije «me alegro de pelearme con vos, porque me tenías cansada con tus disparates… de pretender chicas grandes y compararte con Adhemar, y tenés coraje de criticar a tu primo que es tan bueno con vos», y no me quería dejar hablar pero yo seguí: «te crees gran cosa y sos un mocosito maricón todo el día metido entre las chicas ¿ya qué tanto hablar de Adhemar? ¿estás enamorado de él acaso? anda sabiendo que nunca vas a ser como Adhemar, porque no sos más que un ma-riconcito charlatán» Se me fue la lengua, después me arrepentí y me dio miedo de que fuera a quejarse al regente del internado, que es el que lo protege. Pero se quedó mudo, al rato se levantó del banco y pidió permiso para ir al baño.