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David miró a Rob.

– Tiene razón -dijo.

David reflexionó.

– Miles Stout me ha ofrecido montar un bufete en Pekín -anunció al final.

– ¿Cuándo? ¿Pronto? -preguntó Madeleine.

– Me marcharía en un par de días.

– Avisar con una o dos semanas de antelación no hubiera estado mal, pero no sería la primera vez que un ayudante se larga de improviso -dijo Madeleine. Y, curiosamente, haciéndose eco de Phil Collingsworth, añadió-: Cuando ha llegado el momento, no hay nada que hacer.

– David rió y sacudió la cabeza.

– ¿Qué es esto? Aquí tienes el sombrero, lárgate.

– Para nada, David -replicó Madeleine-. Pero es una jugada práctica para ti. Más aún, diría que muy sensata. Has terminado con los juicios del Ave Fénix, de modo que si tienes que irte de repente, éste es el momento de hacerlo. Para la oficina, digo -se corrigió-. Es evidente que lamentaremos mucho que te vayas, pero también hay que tener en cuenta otras cosas. Quieren matarte. Lo más probable es que se trate del os últimos restos del Ave Fénix. ¿Podemos demostrarlo? Todavía no. ¿Hay alguna prueba que los incrimine directamente como para conseguir una orden para pincharles el teléfono y hacer que salte alguna gente? No. Así que lo que te espera es la inseguridad y esos federales siguiéndote a todas partes. No me vas a decir que te gusta.

– No, pero ¿debo escaparme a China?

– Tú no te estás escapando -respondió Madeleine-. Te estás apartando para que no te hagan daño y así el FBI puede hacer su trabajo y pillar a esos cabrones.

– ¿Pero a China? El Ave Fénix es una banda china -señaló David.

– Sí, pero con base en Los Ángeles -añadió Madeleine como si David no lo supiera-. Puede que todavía haya algunos exaltados dando vueltas por la ciudad, pero en Pekín no queda ninguno.

David sabía que era verdad. En China habían cogido a todos los miembros de la banda. A los que confesaron los trataron con indulgencia y los mandaron a campos de trabajos forzados en el interior del país.

Los demás habían sido sentenciados y ejecutados.

– Aunque no estuvieran todos muertos -añadió Rob-, los chinos podrán protegerte de una manera que nosotros no podemos.

David dudaba. Había una pregunta más, pero no era fácil hacérsela a viejos amigos.

– Esto no es un montaje, ¿verdad? ¿No estaréis tratando de meterme en algo que todavía no sé? Ya lo hemos hecho antes y…

– David -interrumpió Madeleine-, vete de aquí. Ponte a salvo…

las ventanillas del taxi estaban abiertas y un soplo de aire caliente golpeó la cara de Hu-lan. Miró los campos mientras pensaba en la visita que había hecho a la fiscalía, a Madeleine Prentice y Rob Butler, ese mismo año, y en la vida que David abandonaría para instalarse en China.

– A ti te encanta ser fiscal -le dijo por teléfono.

– Sí, pero ya no veo el trabajo como antes.

Se refería al caso que había vuelto a reunirlos. Los gobiernos de ambos los habían engañado. Hu-lan se lo esperaba; él no. Hu-lan lo había aceptado; él se sentía traicionado.

– ¿Has vuelto a hablar con Miles?

Su memoria invocó la cara guapa de Miles. Siempre había sido muy amable con ella -lo era con todo el mundo-, pero siempre se sentía incómoda en su compañía, probablemente porque nunca había podido adivinar qué había debajo de ese suave exterior nórdico.

– A mí tampoco me cae demasiado bien -respondió David, que había captado el tono- y, francamente, también siento cierta ambivalencia de su parte en cuanto a este acuerdo. Pero el bufete está compuesto por mucha gente. Phil y los demás se han portado de maravilla, pero has adivinado bien. Las negociaciones fueron con Miles. Después de la reunión con Madeleine y Rob, me encontré con Miles para almorzar y discutimos los detalles. Me dijo que me daría carta blanca. “Híncale el diente al asunto. Métete en ello. Los Knight son buena gente…”

– ¿Los Knight?

– ¿recuerdas las fábrica por la que me preguntaste? El bufete quiere que lleve la venta de Knight a Tartan, y después ocuparme de…

– David, no sabes nada de esa gente ni de su negocio. He visto cosas…

– Mira, no tienen por qué ser mis amigos. Ellos venden, nosotros compramos. Vamos, que en doce días Knight ya no existirá más que como una división de Tartan. ¿No lo ves, Hu-lan? Iré a China por diferentes negocios. No sólo seré el representante de Tartan, sino que el bufete ya tiene en vista otros negocios. Marcia, la secretaria de Miles, ya ha organizado varias reuniones para el lunes próximo. No me preguntes dónde porque todavía no tengo ofician.

Hu-lan tenía muchas preguntas pero David siguió hablando…

Era asombroso lo fácil que salía de una vida y entraba en otra. Después del almuerzo había vuelto al bufete con Miles. Tal como le había dicho Keith la noche de su muerte, las oficinas de Phillips, MacKenzie amp; Stout seguían iguales. Las zonas comunes eran oscuras, lujosas y conservadoras. Cada socio recibía una asignación para decorar su propio despacho, lo que significaba que había un poco de todo: desde Luis XV hasta colonial, desde caoba hasta arce, desde pósters baratos hasta Hockneys originales. Como socio de las altas esferas, David tenía derecho a un despacho de esquina en alguna de las cinco plantas del bufete, la última de las cuales albergaba el centro del poder. Pero como David se iba a China, le asignaron un despacho amplio entre el de Miles y el de Phil Collingsworth, que tenían uno en cada esquina.

En circunstancias ordinarias, los socios habrían tenido que reunirse para votar si aceptaban a uno nuevo, pero, como Phil había señalado el día del funeral, allí todo el mundo conocía a David. Un par de llamadas al comité ejecutivo había dejado claro que era una decisión unánime. Cinco minutos más tarde, Miles le pidió a David que le llevara el pasaporte y éste lo sacó del bolsillo de la chaqueta ahí mismo. Miles sonrió.

– Tendría que haber negociado más duramente tu comisión -le dijo.

Los dos rieron, porque era evidente que David quería volver a China desde el primer momento en que Miles se lo había mencionado. El socio principal le dio el pasaporte a su secretaria y le dijo que lo llevara deprisa al consulado chino para el visado. Después, Miles y David se reunieron con Phil y otros socios para un improvisado brindis con champán. Como en los viejos tiempos…

– ¿Preguntaste por Keith? -lo interrumpió Hu-lan.

– ¿A qué te refieres?

– Al soborno.

La voz de David se perdió entre los ruidos de la línea, y le pidió que repitiera la respuesta.

– Le pregunté a Miles y después también hablé de ello con Madeleine y Rob. Todos dijeron que no podía creer todo lo que decían los periódicos. Debo reconocer que es algo de lo que tú y yo sabemos bastante. Ya no me acuerdo la última vez que no tergiversaron mis declaraciones.

– No me gusta.

A pesar de la distancia, Hu-lan lo oyó suspirar.

– ¿Qué parte no te gusta? -preguntó David. El dolor en su voz era palpable-. ¿No quieres que vaya a China?

– Pero qué dices -se apresuró a responder ella-. Te quiero y deseo que vengas, pero no me gusta lo que he visto en la fábrica Knight y… no sé… sucede todo tan deprisa. Miles nunca hace nada sin deliberación.

– Es lo que trataba de decirte. Miles no es la única voz aquí. Todo el mundo en Phillips, MacKenzie amp; Stout hace mucho tiempo que se lo estaba pensando. -Se le quebró la voz, y Hu-lan comprendió que lo había herido muy profundamente-. Es muy precipitado, pero es una oportunidad. Es nuestra oportunidad. -Se perdió su voz en otra oleada de interferencias-. Se acabaron las malas comunicaciones, a partir de ahora estaremos juntos.

– ¿Cuándo llega tu vuelo?

– A las siete y cuarto del diez -dijo, y aclaró-. El jueves, para ti.

– Puede que llegues a Pekín antes que yo -le explicó. Aún tenía que hablarle a David de las peculiares circunstancias de la muerte de Miao-shan, lo extraño que era el recinto de la fábrica Knight y de su ahora postergado plan de entrar allí, pero lo haría cuando se vieran en Pekín-. No sé cuánto tardaré en volver a Pekín, pero trataré de llegar a tiempo para ir a esperarte. Si no estoy, te mandaré a mi nuevo chofer. No te preocupes, te encontrará.

Hablaron unos minutos más.

– Pronto tendremos todo el tiempo del mundo para hablar -dijo David-, pero ahora será mejor colgar. Debo estar en el bufete muy temprano y mañana tengo mucho que hacer para cerrar esta etapa de mi vida. Estaremos juntos, Hu-lan, y seremos felices.

– Eso espero, David, de veras -la vieja cautela reapareció en la voz de Hu-lan.

Colgaron sabiendo que había quedado mucho por preguntar y responder.