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Al cabo de pocos minutos sólo quedaba un coche. El copiloto puso el equipaje en el maletero, acomodó a David y Hu-lan en el espacioso asiento posterior y se despidió. Hu-lan dio la dirección de su Hutong y salieron a la autopista. Como no conocían ni se fiaban del chofer, no hablaron. Pero aunque hubieran podido ¿qué se habrían dicho? Henry se había mostrado firme en su desmentido.

A la mañana siguiente, cuando David salió de la casa de Hu-lan, encontró a Lo apoyado en el capó del Mercedes. Parecía cansado, pero era evidente que había tenido tiempo de pasar por el apartamento para ducharse y cambiarse de ropa. Como ya estaba en la ciudad y bajo la mirada vigilante de sus superiores, se había despojado de la camisa de manga corta de algodón y los pantalones anchos, y llevaba el habitual traje oscuro. Avanzaron en dirección este por la carretera de circunvalación Tres, paralela a las ruinas del antiguo foso de la ciudad, en dirección al hotel Kempinski.

Mientras David entraba por la puerta giratoria, le pareció imposible que sólo diez días atrás hubiera conocido allí a la señorita Quo para buscar oficina. Atravesó el lujoso vestíbulo y entró en el comedor. El bufé del desayuno estaba muy concurrido por hombres de negocios y numerosos turistas. Las mesas ofrecían un escaparate de delicias internacionales: sopa de miso y sushi para los japoneses; bollos rellenos de carne y fideos para los chinos; frutas y cereales para los amantes de la alimentación sana; y huevos, tocino, salchichas y carne frías para los norteamericanos, australianos, británicos y alemanes.

David divisó a Miles Stout en una mesa, al lado de la ventana, leyendo el International Herald Tribune. Al verle se puso en pie y le estrechó la mano.

– Vamos, me muero de hambre -dijo.

Mientras Miles esperaba en la cola a que le hicieran una tortilla, David se llevó un zumo de naranja y un bollo dulce a la mesa. En la mesa contigua, cinco alemanes se apiñaban entre papeles y comida. En otra, dos hombres de negocios, un francés y un escocés, intentaban formar una sociedad conjunta con un grupo chino obviamente poco colaborador. Al otro lado del salón vio a dos generales del Ejército Popular que volvían del bufé con los platos llenos de kiwis.

Los cortaron por la mitad y devoraron la sabrosa pulpa a cucharadas. Al otro lado de la ventana se veía un estanque artificial con un puente para peatones y senderos bien cuidados. Más allá se erguía el Paulaner Brauhaus, donde en las calurosas noches veraniegas los visitantes alemanes agasajaban a sus invitados nativos con jarras de cerveza espumosa y los platos típicos de arenque marinado, codillo asado y salchichas de Nuremberg.

Cuando Miles volvió a la mesa, intercambiaron los comentarios habituales sobre lo pesados que eran los vuelos transoceánicos. A continuación, antes de que David hablara de la venta de Knight o sus sospechas sobre Sun, Miles dijo:

– Anoche, cuando llegué, tenía varios mensajes de Randall.-

– Me imagino que está preocupado por…

– David, cierra el pico y escúchame… -dijo con brusquedad-. No me gusta que uno de mis abogados vaya fastidiando a mi mejor cliente.

David apretó los labios.

– Mi trabajo es asesorar a Tartan. He encontrado algunas irregularidades en esta operación que a la larga podrían resultar perjudiciales.

– Eres nuevo en este asunto y…

– Es cierto. Sólo hace unos días que trabajo y…

– Y no sabes nada…

Lo que iba a decir es que en estos pocos días he descubierto cosas que a los asesores de Tartan, a Keith, e incluso a ti se os han escapado.

– ¿Por ejemplo?

David tenía la lista preparada: sobornos, accidentes laborales, escasas medidas de seguridad, trabajo infantil. Miles lo hizo callar.

– Aparte del soborno, lo demás lo supe anoche por Randall. Las acusaciones son absolutamente ridículas.

– Supongamos que Sun es inocente. Eso significa que alguien en Knight está haciendo juego malabares con las finanzas.

– Te estoy diciendo que las finanzas, las declaraciones, todo está en regla, y no voy a permitir que me hundas el negocio.

– ¡No quiero hundirte el negocio! ¡Trato de proteger a Tartan!

– Hay setecientos millones de dólares en juego. Puede parecer mucho dinero, y lo es, pero la verdadera ganancia llegará con la compra de la tecnología de Knight…

– Si quieres hablar en términos estrictamente financieros, adelante. Los riesgos, pasados, presentes y futuros, se trasladarán de Knight a Tartan con la venta. ¿De verdad quieres poner en peligro al mejor cliente del bufete? -Miles lo miró furioso, pero David intentó ser razonable-. Volvamos a Henry. Pídele una indemnización avalada con una carta de crédito comprometiéndose a asumir la responsabilidad por cualquier irregularidad anterior. O podríamos hacer que Tartan comprara lo bienes pero no la empresa. En ambos casos, cuando se haya formalizado el trato, Randall daría una conferencia de prensa presentando un plan para corregir los fallos anteriores y prevenir los futuros.

– Es demasiado tarde. Está previsto que los contratos se firmen esta noche.

– Entonces tendré que retirarme.

– Retírate si quieres. Incluso puedes dejar el bufete, pero te aconsejo que te quedes. No te está permitido comentar nada de esto con nadie.

– ¿Qué hay de la Comisión Federal de Comercio y la de Valores y Cambio? Estoy obligado a revelar los fraudes económicos que puedan poner en peligro a los accionistas de una sociedad pública.

Miles hizo una ademán abarcando el salón.

– ¿Ves a algún funcionario de esos organismos curioseando por aquí? David, seamos serios. ¿Quién vigila? ¿A quién le importa? Es un negocio como cualquier otro de los que se están realizando aquí en estos momentos. Henry y Randall son dos hombres dispuestos a sacar beneficios sin hacer daño a nadie ni nada sucio… siempre y cuando nadie vigile. Y nadie lo hace.

– Tienes razón, tal vez nadie vigile, y lo que hagan Henry y Randall de puertas adentro no es asunto mío. Pero Tartan es una compañía que cotiza en bolsa. Es un conglomerado formado por muchos accionistas. También quisiera puntualizar que, como abogado, sé que la información proporcionada referente a la venta de una a otra empresa es falsa, y que la empresa y yo podemos terminar ante los tribunales con demandas civiles y penales.

– ¿Me estás diciendo que estás dispuesto a hundir al bufete, a cientos de abogados, secretarias y administrativos, y a sus familiares, por esas absurdas acusaciones?

– Te lo acabo de decir. No es necesario llegar a tanto. Sigamos con Henry…

– ¡No!

Miles dio un puñetazo sobre la mesa y en el restaurante se produjo un súbito silencio. A continuación toda la concurrencia volvió a sus asuntos. Miles se recompuso y empleó un tono suave.

– Aunque lo denunciaras, nadie te creería. Piensa en ti y en tu historia. Hace tres meses que llegaste y encuentras muertos por todas partes. Incluso cuando vuelves a Los Ángeles la muerte te persigue. Perdiste a un amigo, un agente del FBI nada menos. Es terrible y se sabe. Pero da la impresión de que lo superas. Y un buen día sales a cenar con un amigo y el pobre tío muerte asesinado delante de tus narices. Muere en tus brazos. Una tragedia. Y también se sabe. Dadas las circunstancias, a nadie le extrañaría que tuvieras algún desequilibrio. Se llama estrés postraumático.

David miraba incrédulo a su socio. Era el mismo lenguaje utilizado por Randall Craig la noche anterior, tal vez peor.

– Como es lógico -continuó Miles-, en el bufete estábamos muy preocupados. Así que cuando dejaste el gobierno (¿o te pidieron la dimisión?) tus amigos de Phillips, MacKenzie amp; Stout creímos que como mínimo podríamos devolverte al redil.

– No sucedió así.

– Es tu palabra contra la nuestra.

– Madeleine Prentice y Rob Butler no respaldarán tu historia.

– Es cierto, pero son empleados federales ¿quién cree lo que dice el gobierno? ¿Tú? La inmensa mayoría pensará que el gobierno fue muy listo al librarse de ti antes de que lo denunciaras.

Miles siempre había sido un blando y era evidente que se había preparado para esa conversación. De pronto, David recordó algo dicho por Hu-lan la noche anterior en la habitación del hotel.

– Me pediste que volviera al bufete sabiendo que si descubría algo, si llegaba el momento, podrías desviar cualquier inconveniencia utilizando una versión tergiversada de los hechos.

– Puede que sea tergiversada, pero has de reconocer que funciona.