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– ¿Y la prensa?

– Lo mismo, ¿quién vigila?

– Pearl Jenner del Times. Está aquí.

– Lo sé, pero ya ha terminado su trabajo. Ha escrito su último artículo. Ahora que Keith ha muerto, la investigación ha terminado.

Había mucha información y desinformación en la última frase.

Nunca había habido una investigación oficial, pero Miles no lo sabía, y Pearl estaba lejos de haber concluido su trabajo. David tuvo un rayo de esperanza. Tal vez Pearl, por muy desagradable y poco de fiar que fuera, descubriera sola la verdad. Si la publicaba, él quedaría absuelto de mala práctica profesional con respecto a Sun. En cuanto a la compra de Knight por Tartan, siempre podría decir que era un recién llegado en el asunto y todavía no había encontrado ninguna irregularidad. O, en el peor de los casos, recurrir al invento de Miles: estaba estresado personal y profesionalmente. Esto, unido al choque cultural y al jet lag, había provocado el desliz. Había aceptado todas las declaraciones, los informes financieros, los documentos oficiales, incluso la visita adulterada a la fábrica, dando por supuesto que Keith y el bufete habían realizado su trabajo correctamente. Estaba tan asombrado como todo el mundo.

Esos pensamientos pasaron por su mente como un rayo. Con las cartas bien guardadas, intentó sonsacar a Miles más información.

– Conocías todo este asunto de Knight desde el principio, ¿verdad? -preguntó David.

– Eres como Keith, pierdes los estribos ante esa sarta de disparates -lo reprendió-. Supongo que la tensión de volver a China ha añadido leña al fuego. Por supuesto, es el motivo de que nadie pueda culparte si te marchas, aunque dudo que lo hagas. Pero la tensión ha sido enorme, más de la que sería capaz de soportar cualquier persona.

David comprendió que su socio seguía su propio juego. Ni había previsto su pregunta ni se había apartado del guión originaclass="underline" David-asumirá-la-derrota-y-se-le-considerará-resposable-o-no-debido-a-estrés-postraumático-o-alguna-otra-estupidez-similar. David dejó que aumentara el optimismo de su socio.

Una camarera depositó la cuenta en la mesa y Miles firmó.

David no confiaba en obtener una respuesta directa, pero aun así hizo la pregunta.

– ¿Es cuestión de dinero?

Miles rió.

– Todo es cuestión de dinero, David -respondió.

– ¿Debo considerarlo una confesión?

– Llámalo como quieras y piensa lo que te dé la gana -se inclinó confidencialmente-, pero no tienes ni la menor prueba de nada. Mejor dicho, nadie te creería, ni la empresa, ni la oficina del fiscal ni la prensa. -Miles apartó la silla y se levantó-. Debo subir a decirle a Randall Craig que esté tranquilo. -Se alejó unos pasos y volvió la cabeza-. Ah, nos vemos en el banquete.

A la misma hora en que David estaba con Miles, Hu-lan se dirigía al Ministerio de Seguridad Pública pedaleando en su Flying Pidgeon. Hacía muchas semanas que no se permitía el lujo de estar a solas. A su alrededor veía muchachas con minifalda y jerseys que mostraban el ombligo. Los hombres llevaban pantalón corto y camisetas sin mangas. Los vendedores callejeros ofrecían helados, refrescos y tajadas de sandía. El aire era bochornoso, húmedo y contaminado. Al pasar por la plaza de Tiananmen vio el vapor sobre la explanada de cemento y un tropel de turistas con aspecto desilusionado.

Como era domingo, el aparcamiento de bicicletas del Ministerio de Seguridad Pública estaba casi vacío y no había nadie jugando al baloncesto en el recinto contiguo. Sus pasos resonaban en el suelo de piedra del vestíbulo y no se encontró con nadie mientras subía la escalera trasera y enfilaba el pasillo hacia la sala de ordenadores. Uno tras otro tecleó los nombres de varios ciudadanos estadounidenses: Henry Knight, Douglas Knight, Sandy Newheart, Aarón Rodgers y Keith Baxter. Por su acaso, añadió los nombres de Pearl Jenner, Randall Craig y Miles Stout. Ojalá pudiera añadir también a Jimmy, el vigilante australiano, pero desconocía su apellido. Esperó mientras el ordenador procesaba la información y aparecían en la pantalla números de tarjetas Visa y pasaportes. A partir de ese momento no tuvo ninguna dificultad para acceder a entradas y salidas de China. Imprimió la información en hojas separadas y repitió el proceso, esta vez con los nombres de Sun, Guy In, Amy Gao y Quo Xue-sheng, la secretaria de David.

Primero se dedicó a los norteamericanos. El registro oficial de Henry empezaba en febrero de 1990, aunque ella sabía que su primera visita había sido durante la guerra. No era extraño, dado que muchos archivos se habían perdido durante la creación de la República Popular y, además, Henry había sido miembro del ejército de estados Unidos. A finales del verano de 1990 había establecido una norma: un viaje al mes con una estancia de una semana. Hu-lan supuso que era la época en que negociaba el terreno y creaba la empresa. Después había una larga ausencia, que debía de ser el período de convalecencia.

Desde la inauguración de la fábrica, sus visitas se habían limitado a dos o tres al año. Durante el último año sólo viajó dos veces y realizó una visita a Taiyuan. Conforme disminuían las visitas de Henry, aumentaban las de Doug Knight. Los viajes de Sandy Newheart se reducían a las vacaciones de Navidad, cuando volvía a casa durante un mes. Miles y Keith habían incrementado la frecuencia de las visitas con la inminente venta a Tartan. Randall Craig había estado en China en numerosas ocasiones, a partir de 1979, pero Tartan tenía diversas fábricas en Shenzhen, así que también era lógico. La verdadera sorpresa fue Pearl Jenner. La periodista había mentido al decir que era su primera visita a China. En el archivo constaba que durante los últimos quince años había estado allí en diez ocasiones.

Rebuscó en los papeles hasta encontrar la información de sus compatriotas. La señora Quo, la joven Princesa Roja, había visto más mundo que la mayoría de los chinos. Durante el cuatrienio 1988-1992 sólo había vuelto a China dos veces, ambas en diciembre. Recordó que la muchacha había estudiado en Barnard y, al igual que Sandy Newheart, volvía a casa durante las vacaciones de Navidad. Después de su vuelta a China en 1992, había viajado con asiduidad a Suiza, Singapur, Francia e incluso Brasil. Pero no era extraño, ya que como Princesa Roja formaba parte de la jet set.

Hu-lan llegó a Sun Gao, que había viajado a Estados Unidos con frecuencia, y pasado largas temporadas allí. Su asistente personal, Amy Gao, solía acompañarlo en algunos de estos viajes. Lo que asombró a Hu-lan no fue la frecuencia de los viajes -había visitado Los Ángeles, San Francisco, Detroit, Nueva York y Trenton para promocionar negocios en su provincia- sino su duración. Los empleados del gobierno siempre deseaban viajar al extranjero. Les encantaba Disneylandia y los lugares exóticos. Pero también debían tener cuidado en cómo se veían los viajes en China. Aquí el poder y la ideología eran variables. Lo que un día era considerado beneficioso para el país, al siguiente era tachado de maléfico. Durante los últimos cincuenta años, en muchas ocasiones las personas -principalmente los peces gordos del Partido- se habían pasado bastante, habían comprado demasiados trajes en Hong Kong, regresado de estados Unidos con demasiadas chándals de la UCLA, o asistido a demasiadas fiestas con estrellas del rock occidentales. Muchos habían acabado ridiculizados, denunciados, encarcelados o eliminados.

Como consecuencia, la mayoría de los funcionarios limitaban sus visitas y viajaban acompañados. Nadie del gobierno escapaba a la vigilancia y hasta ella misma había tenido un guardián durante su último viaje a Estados Unidos. Hu-lan, a su vez, tenía la responsabilidad implícita de vigilar a su vigilante. El gobierno quería asegurarse de que nadie desertara, que no se revelaran secretos y que cualquier comportamiento impropio quedara reflejado en los archivos secretos para su posible utilización en el futuro.

Hu-lan recogió os papeles, sabiendo que tendría que repasarlos cuidadosamente, y salió de la sala de ordenadores. Subió un piso hasta el despacho del viceministro Zai, confiando en que aunque fuera domingo estuviera allí, y así era. Zai levantó la vista de unos documentos y le dedicó una ancha sonrisa. Era como si le dijera: “Te dije que volvieras y has obedecido”. Pero a continuación, al ver la expresión de Hu-lan, entornó los ojos y la invitó a sentarse.

– Me temo que aún no has terminado tu investigación -dijo.

– Exacto, viceministro.

El hombre esperó a que ella continuara, pero como no lo hacía, tamborileó los dedos sobre la mesa, pensando.

– Hace un calor espantoso aquí dentro -dijo mientras se levantaba-. Inspectora Liu, salgamos a tomar el aire.

Abandonaron el edificio y giraron en la esquina de la plaza de Tiananmen. Pese a que la plaza era un lugar importante para el gobierno, su aspecto era bastante desolador. La explanada estaba flanqueada por la Ciudad Prohibida, el mausoleo de Mao, el Gran Salón del Pueblo y el Museo de la Revolución. La enorme extensión de cemento ardía bajo el sol abrasador.