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– Todo el mundo afirma que Sun es un buen hombre. Su poder se basa en su honestidad.

– Poder es la palabra clave. El poder corrompe, y mi gobierno es intrínsecamente corrupto -admitió Hu-lan.

Lo has dicho tú, no yo. Pero sí, China tiene de vez en cuando pequeños problemas de corrupción.

– ¿Es lo que le ocurrió a Miles?

– Para él, poder y dinero son sinónimos.

– ¿Y Henry Knight y Randall Craig?

– Mi país fue construido por bandidos corporativos e industriales. Admiramos a quienes se han hecho a sí mismos.

Hu-lan guardó silencio.

– ¿Qué vas a hacer ahora? -preguntó al cabo.

– Ir a correr un rato, ducharme, ponerme un traje y asistir al banquete.

– ¿Y qué hay de Miles?

– ¿De Miles? Me dijo que podía irme, pero no o haré. -David vaciló y se repitió a sí mismo, con mayor convicción-: Iremos al banquete, sonreiremos, nos comportaremos con elegancia y confiaremos en que uno de los jugadores se delante. Cuando suceda, quiero verlo.

– Pues será mejor que repase mi vestuario. -Hu-lan se puso en pie y sonrió. Desde que habían revisado juntos los papeles de Miao-shan no se sentía tan cerca de él, ya que por fin se dirigía a ella como mujer amada y no como inspectora. Se pasó la mano por el vientre y dijo-: Espero encontrar algo que me entre.

Era un comentario privado, y cuando David le tomó la mano, la atrajo hacia él y la miró a los ojos, pensó que le contestaría de la misma forma. Pero él tenía otras cosas en la cabeza.

– ¿Me lo has dicho todo?

El muro profesional volvía a interponerse entre ellos.

– ¿Lo has hecho tú? -replicó con una mirada desafiante.

– Sí.

David omitió que Miles había dado a entender, más claramente de lo que Hu-lan suponía, que tenía algo que ver con la muerte de Keith. Pero él mismo se negaba a creerlo. Conocía a Miles, jugaban al tenis, eran socios. Que fuera un asesino le resultaba inconcebible. Pero si era así, tendría que llevarlo a su manera. No podía permitir que Miles se convirtiera en una víctima del sistema legal chino.

– Yo también te lo he contado todo.

Hu-lan se había guardado los nombres de los bancos de Sun en china y en el extranjero. La información no le servía de nada a David. En Estados Unidos era necesaria una orden judicial para tener acceso a ellas. Pero estaban en China y, además, David nunca utilizaría una orden judicial contra su propio cliente. Para Hu-lan, Sun no era más que un sospechoso. Si tenía que hacerlo, utilizaría cualquier medio para llevarlo ante la justicia, aunque supusiera traicionar la confianza de David, porque… porque era parte de su personalidad anteponer el deber a los asuntos del corazón, ya fuera en la granja Tierra Roja o en Pekín. No podía permitirse volver a olvidarlo.

El silencio volvió a caer sobre ellos hasta que David lo interrumpió.

– Estupendo, nada de secretos entre nosotros.

– Será mejor que vaya a cambiarme de ropa -dijo Hu-lan soltándose.

El hotel Beijing era el más antiguo de los grandes hoteles de la ciudad. Estaba situado al final de la calle Wangfujing en el cruce con Chang An, el paseo imperial de la Paz Eterna. El Beijing era como una venerable matrona que lo había visto todo. En la actualidad estaba formado por tres alas, cada una de ellas reflejo de una época. La más antigua se remontaba a los tiempos en que era el Hotel de Pekín, un establecimiento de propiedad francesa destinado a una clientela cosmopolita y decadente. El ala oeste se construyó durante los años cincuenta para las necesidades más austeras de los visitantes soviéticos. El ala más reciente, el Edificio de Invitados Distinguidos, intentaba cumplir los requisitos de los turistas más exigentes, tanto nacionales como extranjeros. Aunque no era tan solicitado por los estadounidenses como algunos de los hoteles modernos, su ubicación a poca distancia de la plaza de Tiananmen, de los grandiosos edificios gubernamentales y de la Ciudad Prohibida, lo convertían en el lugar ideal para reuniones de negocios y banquetes de funcionarios y dignatarios.

La cena estaba prevista para las seis. Aunque Tartan y Knight eran empresas norteamericanas prevalecía la costumbre china, ya que asistirían el gobernador Sun y otros cargos menores del ministerio. Eso suponía que empezaría a las seis y acabaría a las ocho en punto. Sin embargo, no era el único acontecimiento que tendría lugar esa tarden el Beijing, tal como descubrieron Hu-lan y David cuando el inspector Lo intentaba dejarlos en la puerta. Varias limusinas y coches de alquiler bloqueaban la entrada, de ellos descendían grupos de jóvenes, hombres trajeados y familias al completo. Mientras Lo avanzaba despacio en la fila, comentó que debían de ser invitados a banquetes de bodas. Su suposición se verificó cuando al llegar a la entrada vieron a un par de hombres con cámaras de vídeo grabando la llegada de los novios.

David y Hu-lan se abrieron paso entre los equipos que rodaban a cualquiera que entrara en el edificio. Ya en el interior, circularon por el animado vestíbulo hasta encontrar a la señorita Quo, que había sido invitada como parte del equipo permanente de la oficina en Pekín de Phillips, MacKenzie amp; Stout.

Quo había cambiado su estilo convencional, típico de empleada de un despacho, por un elegante vestido de noche negro comprado de contrabando. Pero fue ella quien alabó el atuendo de Hu-lan: un vestido veraniego de seda color ciruela. Encima llevaba una chaqueta de manga corta, hecha a mano con sutil hilo de arroz. Estas ropas, como tantas del vestuario de Hu-lan, habían salido del baúl de su madre y se remontaban a varias décadas atrás, a unos tiempos en que la riqueza en China significaba tiempo y lujo, refinamiento y elegancia, al margen de la temperatura.

David y las dos mujeres subieron la escalera que conducía a los salones del banquetes del primer piso. Knight había seguido la tradición china de reservar dos salones contiguos, uno para esperar y el otro para comer. Junto a la puerta, Henry discutía acaloradamente con su hijo. Cuando David y Hu-lan se acercaron, oyeron la respuesta de Doug.

– Papá, te lo he repetido cien veces -dijo con impaciencia-. Si quieres anular la venta, adelante. Haremos lo que haga falta y… -Al advertir su presencia cambió de tema-. David, me alegro de verlo. ¿Ha tenido buen viaje?

Henri observaba a su hijo y a David alternativamente. En el momento en que se disponía a hablar, Miles asomó la cabeza por la puerta.

– No sabía dónde os habíais metido -dijo-. Vaya, aquí tenemos a David y a Hu-lan. -Abrazó y besó a Hu-lan-. Hace mucho tiempo que no te veía y estás más hermosa que nunca. No me extraña que David pusiera el mundo del revés para reunirse contigo.

Entretanto, David vio que Doug tomaba a su padre por el brazo y le hacía entrar en el salón. Henry miró por encima del hombro a David con una extraña expresión. David volvió a dedicar su atención a Miles, que le estrechaba la mano, le sonreía afectuosamente y le decía en voz baja:

– Sabía que vendrías.

Entraron en la antesala, donde había treinta sillones tapizados en gruesa lana gris con fundas de encaje que rezumaban un suave olor a naftalina. De las paredes colgaban pinturas de paisajes, cada una mostrando una estación del año.

Si en Estado Unidos una celebración de este tipo estaba pensada para pasearse libremente, en China tenía normas estrictas. Los peces gordos se situaban en las paredes norte y sur, e intercambiaban fórmulas de cortesía establecidas de un extremo a otro de la sala. El resto de la gente estaba sentada por orden de rango e importancia.

Como si no hubiera pasado nada, Randall Craig se levantó de su asiento, saludó a David cordialmente, estrechó las manos de Hu-lan y Quo y empezó a presentarlos a las personas sentadas. El gobernador Sun, como funcionario de mayor rango, estaba en el sillón central contra la pared norte. A su izquierda estaba Henry Knight y a su derecha Amy Gao, su secretaria personal. A ambos lados se alineaban funcionarios de diversos organismos gubernamentales. Cuando terminaron las presentaciones, la señorita Gao ocupó un sillón alejado del centro y en una pared lateral, demostrando así su rango inferior.

En el centro de la pared oeste, Randall Craig se disponía a hacer las presentaciones entre David y Hu-lan y Nixon Chen, representante de una de las agencias estatales.

– Señor Craig, las presentaciones sobran -exclamó Nixon mientras se levantaba ágilmente y estrechaba la mano de David-. Somos viejos amigos. Conozco a Liu Hu-lan desde siempre y a David desde mi época norteamericana. -Se adelantó a la pregunta implícita de Randall y dijo-: Estudié en Estados Unidos, igual que Liu Hu-lan. Ella se quedó allí más tiempo que yo, pero coincidimos algunos años.