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– Phillips, MacKenzie amp; Stout tenían un programa innovador -le explicó David a Randall-. Cuando Nixon, me refiero al presidente Nixon, abrió las puertas a China, el bufete empezó a contratar uno o dos estudiantes de derecho chinos en verano, como empleados o incluso como asociados. Como ves, el programa consiguió buenos resultados a largo plazo. Personas como este otro Nixon volvieron a China y han alcanzado posiciones importantes.

– Ya no -dijo Nixon con fingida indignación-. Ahora que has llegado tú, dejarás a los picapleitos chinos sin trabajo.

– Lo dudo.

– ¿De verdad? Mira lo que ha ocurrido con mi trabajo con Tartan. Usted no lo sabe, Craig, pero he trabajado mucho para su empresa. Hasta ahora Miles siempre me enviaba sus asuntos en China, pero se ha terminado. Ahora tiene una primera figura como Stark.

– No creas todo lo que dice -advirtió David a Randall-. Chen es uno de los abogados más cotizados de China. Tengo entendido que sus minutos igualan a las de los abogados neoyorquinos.

Nixon se palmeó su abultado vientre.

– Pekín es la tercera ciudad más cara del mundo. Tengo que ocuparme de mí y de cien empleados. ¡Queremos vivir a lo grande! Teniendo en cuenta eso, debería cobrar incluso más.

Randall Craig perdió interés en la charla y volvió a su sillón, directamente enfrente de Sun. La pared sur era el dominio del personal de Tarta,. Como Doug Knight se quedaría con Tartan después de la venta, también estaba en esa pared, sentado a la izquierda de Randall, que tenía a su derecha a Miles Stout. David captó su mirada. El socio indicó los dos sillones contiguos. Hu-lan y David atravesaron la sala y se sentaron. Se les había situado en una pared de la misma importancia que Sun y en el campo de Tartan.

Iba a ser una velada muy larga.

A las seis y media la fiesta se trasladó al otro salón. El gobernador Sun se acercó a David aminorando el paso para que se les adelantaran lo demás.

– ¿Ha tenido ocasión de ver los documentos que le envié? -le preguntó en voz baja.

– Sí -contestó David. Por mucho que intentara creer en la inocencia de su cliente, cada vez estaba más convencido de que era culpable.

– Tenemos que hablar.

– Ayer intenté verlo. Me dijeron que estaba ocupado.

Sun frunció el ceño, pero al instante se suavizó.

– Lamento la molestia. Mañana iré a su despacho a las diez. ¿Le parece bien? -Sun no esperaba contestación, así que levantó la voz y dijo-: David, esta noche disfrutará. La comida del restaurante del hotel es exquisita. -Y le cedió el paso mientras entraban en el comedor.

En el salón se habían dispuesto tres mesas, cada una con diez cubiertos. Las tarjetas indicaban el sitio de cada invitado con el fin de mantener el protocolo. David y Hu-lan fueron situados en la mesa de presidencia, junto al gobernador Sun, Randall Craig, Miles Stout, Doug y Henry Knight, uno de los subordinados de Randall y un viceministro de la COSCO, la principal empresa de transportes china. Nixon Chen también había conseguido sentarse allí.

Al contrario que en los restaurantes chinos de otras partes del mundo, donde la comida se dejaba en el centro de la mesa, los banquetes en China se servían bandeja tras bandeja en platos individuales. El primer plato ofrecía tres variedades frías: medusa troceada, pollo asado y lomo de cerdo agridulce. Como bebida se servía mao tai, un licor fuerte que muy pronto despertó la locuacidad en el salón.

Al cabo de pocos minutos David comprendió el motivo por el que habían sentado a Nixon Chen en la mesa. Era jovial e irreverente. Hacía los brindis. Bromeaba sobre su bufete (el mejor y más rentable de China), sobre el regreso de David (“¡Crees que bromeo cuando digo que me arruinarás el negocio! Todo el mundo quiere al nuevo abogado americano”, sobre el amor entre David y Hu-lan (“¡Un amor que ha superado dos continentes, dos décadas y un océano!”). entretenía a los comensales con sus recientes hazañas gastronómicas. Seguía frecuentando el Tierra Negra, donde otros antiguos asociados de Phillips, MacKenzie amp; Stout se reunían una vez a la semana para comer y hacer contactos comerciales, pero había encontrado un nuevo local que le gustaba mucho.

– Igual que el Tierra negra, el restaurante de comida occidental Jade Otoñal es de ambiente nostálgico. No estoy hablando de esos antros de Shanghai, con gángsters y hermosas fulanas. Éste es digno de la generación de mis padres, un homenaje a los años cincuenta y a las relaciones con los soviéticos. Nunca había probado platos como los que sirven allí. Si quieres algo sencillo, es ideal. Me entiendes, ¿no?

El mayor interés de Nixon era el gobernador Sun. Resultó que ya se conocían y bromearon sobre amigos mutuos y conocidos del mundo de los negocios. Pero el tema preferido de Nixon era él mismo.

– Todos los días, cuando voy al despacho, pienso en cómo puedo haber llegado tan alto. Recuerdo a diario la Revolución Cultural y mis años en la granja Tierra Roja con Liu Hu-lan. ¿Conoce el lugar, gobernador Sun? Está en su provincia natal, en Shanxi, no muy lejos de Taiyuan.

– Abogado Chen, muchas personas recuerdan la granja. Era un lugar modélico y llevé allí a muchos visitantes.

Nixon hizo una mueca y dijo:

– Nunca lo vimos, ¿verdad Hu-lan?

– Yo tampoco recuerdo haberlos visto, abogado Chen -contestó Sun.

– Es lógico. Usted era uno y nosotros mil. Además, estábamos demasiado ocupados trabajando la tierra bajo ese sol del demonio.

– Ese sol del demonio, como usted dice, es el mismo para todos -respondió Sun con amabilidad-. Y, por mucho que me guste Pekín, hace el mismo calor aquí que en el campo. Aunque aquí no se ve el azul del cielo, sólo humo, polvo de carbón y polvo de Mongolia. -Desvió la atención hacia Hu-lan y dijo-: ahora comprendo quién es usted, señorita Liu, ¿o debo llamarla inspectora Liu? Señores, nuestra bella compañera de mesa es la hija de un famoso ciudadano chino y ella misma una persona notable.

Doug hizo la pregunta que intrigaba a los estadounidenses.

– ¿qué es usted exactamente? ¿Agente de policía?

Nixon Chen estalló en una carcajada.

– ¿Agente de policía? Pertenece al Ministerio de Seguridad Pública. ¿Sabe lo qué es? -Doug no respondió a la pregunta y Nixon continuó-: ¡Mejor que lo sepa! Es como el FBI o el KGB. Liu Hu-lan es una de las mejores inspectoras. Pez pequeño o pez gordo, a ella le da lo mismo. Los pesca, los abre en canal y los pone en la olla. ¿Con Liu Hu-lan estás cocido!

Mientras Nixon hablaba, David observó las reacciones de los demás. Sun parecía indiferente, igual que Randall Craig. Henry miró a su hijo, que esquivaba su mirada. Le dio la impresión de que Doug intentaba llamar la atención de alguien de la mesa contigua, pero no pudo ver quién era. Miles estaba rojo, como siempre, pero su expresión era la misma que utilizaba en los tribunales: tranquila y despreocupada. Hu-lan parecía divertida.

– Les diré dónde lo aprendió -comentó Nixon, mientras servían un segundo plato de calamares salteados-. En la granja Tierra Roja. Allí había que ser implacable.

– Fue una época negra para todos -comentó Sun.

Hu-lan, que había leído el dangan de Sun, sabía que para él no había sido así.

– Usted sólo era un visitante, nosotros teníamos que vivir y trabajar allí y en lugares parecidos -dijo.

– O incluso peores, como los campos de trabajos forzados -añadió Sun.

– Cualquiera que lea un periódico o vea la televisión sabe que mi padre pasó una temporada en el campo de Reeducación Pitao, en la provincia de Sicuani. Para algunas personas, como mi padre y yo, las historias de buenas y malas acciones, de sacrificios y castigos, son del dominio público. Para otros… -Hu-lan dejó la frase en el aire, esperando que Sun aceptara el reto.

Sin embargo, Sun era un político. En su carrera, el éxito iba unido a la habilidad para esquivar cuestiones espinosas.

– Los medios de comunicación son un juego ineludible, inspectora. Creo que muchos de sus problemas se deben a la inexperiencia. Los deja que digan lo que quieran. Nunca se defiende. No responde con una sonrisa. No trabaja entre bastidores para ganarse amigos. Y en lugar de controlar lo que dicen, reacciona contra ellos.

– Ése es el enfoque occidental. ¡Usted ha visto muchas películas americanas! -contestó Hu-lan.

– Tiene razón. ¿Sabe cuándo vi esas películas? Al final del a guerra con Japón. Las tenían para los soldados americanos que nos ayudaron. ¿Lo recuerda, Henry?

Henry se limitó a asentir con la cabeza.

– Después vi otras, y recuerdo la forma en que los personajes se mantenían firmes en sus convicciones. Un rasgo muy americano, ¿no le parece? No tener miedo a decir lo que uno piensa, creen en el derecho a madurar, a cambiar y a ser libre.