– Eso no pasará -dijo él aparentando seguridad.
– Pero si pasara, ¿qué harías?
La apartó para contemplar su rostro. En la penumbra de la habitación percibía que estaba tensa y angustiada. La acarició y besó.
– Nuestro hijo nunca hará nada que pueda perjudicarnos. Nos dará preocupaciones y nos volverá locos cuando sea adolescente, pero tendrá unos padres que lo quieren y eso nunca cambiará.
– Pero si está en al sangre…
– Incluso si por alguna extraña razón se convierte en un violador y asesino,, seguiré queriéndolos a él y a su madre.
Hu-lan apoyó la cabeza en su pecho y añadió.
– ¿Y quién dice que será niño?
El timbre de la entrada los despertó varias horas más tarde. Hu-lan se levantó y se puso la bata. David se enfundó los vaqueros y unas zapatillas de deporte. Juntos atravesaron los diversos patios, iluminados sólo por la linterna de Hu-lan, que levantó el pestillo de la puerta, abrió una rendija y vio al gobernador Sun de pie en el escalón. Hu-lan miró a ambos lados. El callejón estaba desierto, pero dentro de una hora sus vecinos empezarían a despertar con la luz del alba.
– Pase.
Sun cruzó el antiguo umbral imperial, vio a David con el pecho desnudo y dijo:
Lamento venir a estas horas, espero que me disculpen.
David estrechó la mano del gobernador y ambos siguieron a Hu-lan por los patios hasta el salón principal. Ella le indicó a Sun que tomara asiento y puso agua para el té. Sun observó a Hu-lan y después se inclinó hacia David y murmuró:
– Sería mejor que habláramos a solas. No estoy aquí como invitado, sino como cliente.
Ambos salieron a sentarse en dos taburetes de porcelana, lo bastante cerca de la casa para que les llegara luz por la ventana.
– ¿Ha leído lo que le envié? -preguntó Sun.
– Si -contestó David cauto, preparado para la confesión que no quería escuchar.
– Aparecen depósitos en las cuentas bancarias de varias empresas.
– Lo sé.
– Los documentos fueron enviados a mi despacho de Pekín con una nota recomendando que comprobara mis cuentas personales. Los números coinciden con mis cuentas personales. Creo que alguien intenta hacer creer que acepté dinero de Knight.
– ¿Me está diciendo que no lo hizo?
Sun suspiró.
– No son mis cuentas ni mis documentos. Y desde luego no es mi dinero.
– Es un poco tarde para una negativa tan tajante…
– ¡Tiene que creerme!
David lo miró. Cualquier pretexto por parecer un político honesto había desaparecido, pero podría haber sido una buena actuación.
– Si no son suyas, ¿de quién son?
– Lo que quiero decir es que los números coinciden, pero los extractos no son míos. Ése es el problema. Fui a mi banco local y me puse en contacto con mis bancos americanos. Mis cuentas muestras las cantidades correctas -desplegó varios papeles-. ¿Lo ve? Éstas son mis cuentas y los balances actualizados. Puede utilizarlos para demostrar mi inocencia.
Pero en vez de revisar los papeles, David consultó el reloj. Eran las tres y diez de la madrugada.
– Creí que teníamos una reunión a las diez. ¿No podría haber aplazado esta farsa hasta entonces?
– ¿Farsa? ¿A qué se refiere?
– ¿No me envió los informes para que cuando descubriera que había aceptado sobornos, y no sólo un poco de dinero, sino cientos de miles de dólares, no podría utilizarlo en su contra porque era cliente mío?
– ¿Eso cree?
– ¿No es la verdad?
– No. Eche un vistazo a esto. -Sun le tendió los papeles.
David los cogió de mala gana. A la luz de la ventana vio que los saldos de Sun eran modestos.
– Esto no me demuestra nada. Ha podido trasladar el dinero a…
– Soy un hombre honrado.
– ¿Nunca aceptó dinero de Knight International?
– Nunca.
– ¿Y cómo explica los documentos con membrete de Knight y una lista de empresas con sus números de cuenta? ¿Y cómo explica la existencia de otro juego de documentos con otros depósitos y su nombre codificado?
– Si fuera culpable, ¿acudiría a usted?
David no respondió.
– Cuando llegué aquí y abrí mi bufete -dijo-, me sorprendió al cantidad de impuestos que tuve que pagar como extranjero. ¿Me está diciendo que usted nunca recibió dinero de Henry desde que abrió la fábrica?
Sun le observó atónito.
– Nunca acepté dinero de Henry, excepto… -Una mirada angustiada cruzó su rostro y gimió angustiado-. Pero no era un soborno. Acepté dinero, sí, pero era una cantidad pagada directamente al contratista a través mío. Yo quería que Henry tuviera lo mejor, sin retrasos, y nada de material defectuoso. ¿Cómo iba Henry a encontrar una buena compañía constructora? Así que me entrevisté con gente y conseguí recomendaciones. Visité diversas obras, algunas en construcción, otras ya acabadas. Cuando encontré la adecuada, negocié el contrato y el dinero de Henry fue para el primer pago. Lo hice como amigo. No recibí nada, ni un solo de sus peniques americanos.
– ¿Puede demostrarlo?
– Construcciones Brillante está en Taiyuan, puede llamarlos cuando abran. Tienen los comprobantes. -Al ver el escepticismo de David, añadió-: Le estoy diciendo la verdad. ¿Por qué iba a mentirle?
– Para ocultar los otros pagos.
– ¡No es dinero mío!
Oyeron unos golpecitos en la ventana. Era Hu-lan con una bandeja y tazas, que salió, dispuso el servicio y se marchó.
– Quieren tenderme una trampa -dijo Sun.
– ¿Quién?
– Henry. Pero ¿por qué?
La conversación se había convertido en un círculo vicioso.
– Aceptemos por un momento que usted dice la verdad -sugirió David, cambiando de táctica-. ¿Qué sacarían de ello?
– No lo sé, pero Henry…
– Olvídese de Henry. Apunte más alto y más lejos. ¿Quién le haría esto y para qué?
– Para destruirme.
David meneó la cabeza.
– Eso no significa nada. Demasiado impreciso. ¿Para qué?
– No o sé.
Cuanto más negaba Sun las acusaciones, más convencido estaba David de su culpabilidad.
– Quiero que entienda que puede buscar otro abogado y…
– Quiero que sea usted.
No domino la legislación china. Esto es un problema interno y usted está en apuros serios.
– Soy consciente de ello. -Por primera vez una débil sonrisa asomó a sus labios-. Señor Stark, no me ha preguntado por qué he venido en medio de la noche. Estoy aquí para evitar que me detengan.
David lo miró perplejo.
– Alguien ha hablado con la prensa y mañana se publicará un artículo acerca de mí. Y de usted y Liu Hu-lan. No conozco los detalles, pero mis amigos dicen que es muy malicioso. -David se disponía a hablar, pero Sun lo cortó-. No quiero que me detengan en Pekín, ni en ninguna parte de China. Como debe de saber, aquí la justicia se mueve con rapidez.
David lo sabía. Un juicio con pocos testigos de la defensa, sentencia y castigo en una semana. Si Sun era declarado culpable de corrupción, sería ejecutado y su familia caería en desgracia.
– Si tienen que detenerme, preferiría…
– ¡No me lo diga! si me lo dice estaré obligado a comunicarlo a las autoridades, ya que ignoro si mis privilegios como ciudadano estadounidense serían respetados aquí.
– ¿Qué me dice de Liu Hu-lan? -preguntó Sun-. Ella trabaja para el Ministerio de Seguridad Pública.
– Usted es mi cliente. Lo que hemos hablado queda entre nosotros.
Sun contempló la oscuridad.
– Siempre he trabajado para prosperar y mejorar la vida de los ciudadanos chinos. Ahora me siento perdido. Tengo amigos en el gobierno que me protegen, pero a veces ni siquiera ellos tienen poder ante fuerzas exteriores. Les estoy muy agradecido.
“Pero hay otra clase de amigo, alguien muy querido, que te comprende, y por quien darías la vida. Creía que Henry era esa clase de amigo. Sé que usted es una persona hornada, conozco su reputación y lo que hizo por China. Lo que aparece en esos documentos son falsedades. No sé cómo puedo probarlo, pero confío en que acepte mi palabra. -Sun tomó un último sorbo de té y se levantó-. Tengo que marcharme antes de que amanezca.
David lo acompañó hasta la entrada, donde el gobernador montó en una bicicleta y empezó a pedalear. Cuando desapareció por la esquina del callejón, David cerró la puerta y volvió al último patio. Hu-lan estaba sentada en la mesilla redonda. La mano vendada reposaba con la palma hacia arriba. Nunca la había visto tan cansada. Por lo que sabía, las embarazadas necesitaban dormir mucho.
– Es inocente, ¿verdad? -preguntó ella.