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– Mi lógica me dice que no, pero cuando habla quiero creerle.

– Es un político. Se supone que hay que creerle.

– También me ha dado esto.

David le tendió los documentos bancarios. No demostraban nada, pero tenía la obligación de entregar a las autoridades las pruebas que pudieran ayudar a su cliente.

Hu-lan vio que los nombres de los bancos coincidían con los del dangan y que eran documentos oficiales fechados el día anterior, pero no dijo nada. Cogió la tarjeta con el nombre de Sun correspondiente a la columna SOBORNOS ACEPTADOS Y CHINA, la rompió y tiró los trozos a la papelera.

– Necesito dormir -dijo.

Salió de la habitación y dejó a David preguntándose si ella creía de verdad que Sun era inocente.

20

El lunes amaneció pesado y caluroso. Hu-lan se vistió con un amplio y ligero traje verde pálido. Como se disponía a ir al ministerio, se llevó el arma debajo de la chaqueta. Aún se encontraba cansada y realizó las actividades matinales con calma. A las siete y media salió de casa, subió al Mercedes negro que conducía Lo y durmió durante el trayecto hasta el cuartel general. Mientras caminaba por el vestíbulo y subía hasta el despacho, la temperatura era insoportable. Las paredes sucias y la falta de luz hacían el calor aún más sofocante.

Fue directamente al despacho de Zai. El viceministro ya estaba en su mesa y Hu-lan pensó que tal vez había pasado allí todo el fin de semana. Las chicas con el té aún no habían entrado, así que Zai se lo sirvió él mismo de un termo. Hu-lan tomó un sobro, el calor recorrió su cuerpo y le provocó un tenue sudor en el rostro. Era una de las propiedades del té. El sudor era la forma natural de refrescar el cuerpo. Pero hoy, en vez de aliviar, el té añadía malestar.

– Tío ¿recuerda el expediente del que hablamos ayer? -dijo Hu-lan.

Zai asintió.

– Quisiera verlo de nuevo.

Estaban donde cualquiera podía oírlos. Aunque sus palabras eran ambiguas sobre el expediente al que se refería, había roto el protocolo con el que ella y su mentor solían comunicarse. Zai no cuestionó sus motivos ni sugirió salir. Sin o le importaba el lapsus, significaba que necesitaba con urgencia el dangan de Sun. El hombre salió y volvió al cabo de unos minutos. Igual que el día anterior, dejó el expediente delante de ella, pero en vez de apartarse observó cómo Hu-lan lo abría y leía.

De vez en cuando cogía un trozo de papel y lo estudiaba a la luz brumosa de la ventana, o comparaba dos documentos. No hizo ningún comentario y Zai no preguntó nada. Al cabo de un rato Zai volvió a su trabajo y ambos se dedicaron a lo suyo en silencio.

A las nueve en punto llegó el equipo de apoyo de Zai. Entró una muchacha bonita con té recién hecho y después de una reverencia volvió a salir. Al cabo de pocos minutos otra chica le llevó el periódico. Zai notó el cambio de actitud de la joven en cuanto vio a Hu-lan. Era verdad que Hu-lan nunca había sido considerada una empleada más. Era distinta por educación, posición económica y política, y el hecho de que la tuvieran por una intrusa, pensó Zai, la hacía ser tan buena en su trabajo. Pero esa mañana el comportamiento de la muchacha era distinto. Cuando la chica salió y Zai cogió el Diario del Pueblo, lo entendió todo.

– Inspectora Liu -dijo con formalidad, sabiendo que dadas las circunstancias alguien estaría escuchando-. ¿Ha visto el periódico?

– No. Intento no leer nuestros períodos. Sé por propia experiencia que no siempre dicen la verdad.

Zai contempló a su protegida. Hablaba con él, pero sus palabras iban dirigidas a los demás… por si estaban escuchando. Se dio cuenta de que había ido allí por dos motivos. Primero, porque tenía una razón legítima para consultar el expediente de Sun. Segundo, porque sospechaba que algo iba a ocurrir y quería dejar su posición clara para quienes escucharan su conversación.

Él le tendió el periódico y la observó mientras ella miraba las cuatro fotografías que ocupaban la primera página. La primera había sido tomada la noche anterior y mostraba al gobernador Sun, a Henry Knight y Randall Craig. La segunda era de la fábrica Knight. En la tercera aparecía una mujer de rasgos chinos, aunque por su atuendo, peinado y aspecto sofisticado parecía forastera. Zai había leído en el artículo que Pearl Jenner trabajaba para un periódico norteamericano y era considerada una verdadera amiga de China, que había vuelto a la madre patria para ayudar a sus compatriotas a liberarse de la corrupción. La última era la misma foto de Hu-lan y David bailando en la discoteca Rumours que todos los periódicos del país habían publicado, cuando la oleada propagandística se había vuelto contra ella. Rumours estaba en el hotel Palace y tenía fama de ser propiedad de generales del Ejército Popular.

Pocas personas sabían que el último gran caso de Hu-lan consistía en descubrir una trama de contrabando de componentes nucleares. Los contrabandistas eran algunos de los generales propietarios de Rumours, hombres que, con excepción de un par de cabezas de turco, se habían librado de ser procesados. Pero habían perdido mucho dinero y no olvidaban fácilmente.

Hu-lan cogió el periódico. Al contrario de quienes sólo escuchaban, Zai también veía la reacción de Hu-lan mientras leía el artículo. La vio fruncir el ceño al leer las acusaciones; Knight International perjudicaba los intereses de los ciudadanos chinos. Otra firma norteamericana, Tartan, estaba dispuesta a comprar Knight para continuar sus actividades. La operación estaba encabezada por el gobernador Sun Gao, de quien se sabía que había aceptado sobornos. ¿Las pruebas? El periódico publicaba una copia de una de las páginas de cifras que Guy In había intentado mostrarles en el bar del Shanxi Grand Hotel. Era una página de los documentos que Miao-shan y el periodista, Bi Peng, había descifrado el código: SUN GAO. Se daba por hecho que pronto sería detenido. El representante de Sun era el abogado norteamericano David Stark, lo cual indicaba la corrupción del gobernador.

Hu-lan hizo una mueca de dolor, y Zai supo que había llegado al apartado donde Pearl Jenner decía que “la inspectora Liu Hu-lan y cierta Quo Xue-sheng son quienes presentaron el señor Stark al gobernador Sun. Es evidente que las dos damas, ambas Princesas Rojas, habrán sacado algún provecho de su asociación con Sun y Stark. Tampoco es de extrañar que la inspectora Liu intentara ocultar las pruebas de las fechorías de Sun y del encubrimiento de Stark”.

Hu-lan dejo el periódico sobre la mesa. El gobierno controlaba el periódico y se artículo jamás se habría publicado si ella no tuviera enemigos poderosos, pero también era verdad que Bi Peng iba por ella. Esta vez el periodista se había superado a sí mismo. Por la noche, la noticia aparecería en televisión. Y mañana lo sabría todo el país. Tardaría dos o tres días en llegar al interior, pero esas mentiras poco a poco serían de dominio público.

Por otra parte, tenía también amigos poderosos. Y fue a esas personas ocultas a quienes se dirigió en ese momento.

– El señor Stark es inocente de estas acusaciones y yo también. La señorita Quo es miembro de una de las Cien Familias. Insinuar que haría algo así por dinero es absurdo, cuando ella sola podría comprar Knight International. -Zai no dijo nada-.

En cierta forma me preocupan más las mentiras sobre el gobernador Sun. Como usted sabe, viceministro, he sido muy minuciosa con él. Investigo los hechos y mi misión es descubrir actividades delictivas. Creo haber hecho un buen trabajo todos estos años. Al ver su expediente y después de hablar con él, no he encontrado nada que indique que recibiera sobornos. Tengo la impresión de que nos están manipulando para que le creamos culpable.

– Aún así, si ha huido tenemos que detenerle.

– Por supuesto. ¿Ya ha firmado la autorización, tal como dice el periódico?

– Lo haré ahora mismo.

– Bien. Cuando lo encontremos, estoy segura de que podrá aclararlo todo.

Por primera vez desde que había entrado en el despacho, Zai percibió debilidad en su voz. Pero ¿lo notarían los demás que no la conocían tan bien como él?

Hu-lan se puso en pie.

– Gracias por haberme dedicado su tiempo. Le mantendré informado de mis actividades.

Zai la acompañó, pasaron por delante de corrillos de funcionarios, bajaron la escalera y llegaron al aparcamiento. Se quedaron en el centro del patio, con la esperanza de que nadie pudiera oírlos.

– ¿Estás segura de lo que has dicho, Hu-lan?

– Estoy segura de que David, Quo y yo somos inocentes. Creo que al gobernador Sun le han tendido una trampa. Quién y por qué, lo ignoro.

– Tal vez sea un asunto político. Quizá quieren degradarlo porque es demasiado popular, como han hecho contigo.