El dinero se quedaba en esas cuentas a veces un día, a veces hasta dos meses, pero volvía a moverse y circular por otra serie de cuentas de Estados Unidos, Suiza y las islas Caimán, hasta que al fin volvían a China, a cuentas del Banco de China, el Banco Industrial de China y el Banco de Agricultura de China en Taiyuan. Cuando el dinero llegaba a estas instituciones, ya había sido perfectamente blanqueado y aparecía en forma de prístinos dólares depositados directamente en las cuentas de Henry Knight en China. La prueba era irrefutable.
Hu-lan y David miraron a Henry con cierto embarazo y el hombre les clavó una mirada angustiada. No intentó negar lo que acababan de descubrir ni trató de defenderse, lo cual hizo que el momento fuera aún más incómodo. Les había mentido, les había embaucado y ellos habían caído en la trampa. Pero antes de que alguien hablara, se oyó un alarido a lo lejos. Y siguieron otros. Cada uno sonaba más cerca. Hu-lan miró alrededor y vio a Su-chee tapándose los oídos, intentando rechazar el sonido como si lo tuviera dentro de la cabeza. Pero no era así, y Su-chee cambió de expresión al comprender que aquel gemido horrible y salvaje procedía del exterior.
23
Salieron corriendo de la casa y Lo inspeccionó los alrededores empuñando la pistola. Su-chee se dirigió al sitio de donde procedía el ruido y los demás la siguieron. David empujó a Henry para que avanzara delante de él y no muy lejos. Hu-lan sentía un dolor intenso en todo el brazo, pero continuó adelante siguiendo a Su-chee que avanzaba a campo través. Hu-lan comprendió de pronto que se dirigían a la casa de la familia Tsai. De pronto apareció una mujer desaliñada y con los ojos desorbitados.
– ¡Tsai Bing! ¡Tsai Bing! -señaló a sus espaldas y volvió sobre sus pasos.
El lugar era casi idéntico al hogar de Su-chee. Una casa de adobe, un par de cobertizos, algunas gallinas, un cerdo. Junto al pozo estaba tendido el cuerpo empapado de Tsai Bing, el prometido de Miao-shan, el amante de Tang Siang, el único hijo de la familia Tsai. El padre del muchacho intentaba reanimarle. Hu-lan se arrodilló a su lado y lo apartó. Buscó alguna pulsación en el cuello, pero los ojos en blanco le dijeron que ya llevaba tiempo muerto. Se los cerró. La madre del muchacho se echó a llorar desconsoladamente.
– Lo, vaya a Da Shui -dijo Hu-lan-. En el centro del pueblo encontrará la comisaría y al capitán Woo. Dígale que venga aquí.
Mientras esperaban el regreso de Lo, Hu-lan inspeccionó el cadáver, observó las uñas, los ojos, y la boca, y le palpó los miembros. Al ardiendo sol, las ropas de Tsai Bing se secaran con rapidez y, de alguna forma, el cadáver pareció menos patético. Después permitió que los padres del muchacho se acercan. Éstos se arrodillaron a ambos lados deshechos en llanto.
La madre se llevó la mano de su hijo al pecho mientras le imploraba que le hablara.
Hu-lan se retiró a la única sombra que pudo encontrar, un pasadizo estrecho en la pared contigua al hogar de los Tsai. Se sentó en cuclillas, como haría cualquier campesina, apretando el brazo dolorido entre el pecho y las rodillas. Miró alrededor. David vigilaba a Henry, que se había apartado del cadáver y contemplaba los campos. Su-chee rodeaba con un brazo los hombros de la madre de Tsai Bing. Las dos mujeres, una pálida por la conmoción de la tragedia y la otra destrozada por la pérdida y la amarga aceptación, estaban unidas por el peor dolor que podía experimentar una madre.
Los gritos habían alertado a los otros vecinos, que caminaban entre los sembrados y por los senderos de tierra apisonada, algunos con las herramientas de trabajo, otros con las manos vacías, pero todos con la misma mirada de pavor. Hu-lan sólo reconoció a uno de ellos. Tang Dan había sido uno de los primeros en llegar y se mantenía a una distancia respetuosa del cadáver y los padres. En cierto momento se acercó al pozo puso una mano afectuosa en el hombro de Su-chee y la dejó allí, como si a través de ella le transmitiera su apoyo a la sollozante señora Tsai.
Al cabo de veinte minutos llegaron dos coches en medio de una polvareda. Lo acompañó al capitán Woo hasta el cadáver, mientras otros tres oficiales en camisa verde de manga corta hacían retroceder a los campesinos. Woo apenas echó un vistazo a Tsai Bing y ordenó a los padres que se apartaran. Entonces empezó a tomar notas, sin mirar al cadáver. Tampoco hizo ninguna pregunta a los padres del difunto. En cambio, caminó hacia el pozo y se asomó al brocal. Hizo unas anotaciones, cerró el bloc y volvió al coche, indicando a sus hombres que lo siguieran.
Hu-lan se incorporó y sintió un ligero mareo, pero aun así consiguió exclamar:
– ¡No puede ser que haya acabado!
El capitán Woo la miró de arriba abajo.
– Esto no es asunto suyo -dijo-. Déjelo para la policía.
– ¿Qué cree que pasó? -preguntó ella.
Él la miró fijamente a los ojos, poco acostumbrado a que se le preguntara nada.
– Se está buscando problemas, Tai-tai.
Hu-lan no se movió de su sitio, y los campesinos que la rodeaban la contemplaron atónitos por su insolencia.
Su-chee, al darse cuenta de que su amiga se estaba arriesgando demasiado, dio unos pasos al frente.
– Hu-lan…
El capitán la interrumpió:
– Ya la recuerdo -le dijo a Hu-lan-. Usted estuvo en mi despacho. En esta región no nos gustan los alborotadores. Bien, le repito que es un asunto oficial, pero si quiera inmiscuirse no tendré otro remedio que ordenar a mis hombres que la lleven a nuestras dependencias. Le aseguro que la experiencia no será muy agradable.
Hablaban en mandarín, por lo que David no entendía nada. Pero los demás sí, y como no querían que los asociaran con ningún problema, se dispusieron a regresar a los campos circundantes.
– ¡Esperad! Por favor, volved -ordenó Hu-lan. Al ver que los campesinos vacilaban, abrió el bolso, sacó la placa del Ministerio de Seguridad Pública y la levantó para que todos la vieran. Causó efecto de inmediato. Los vecinos se quedaron donde estaban.
Al capitán Woo no era fácil intimidarle.
– Aquí no tiene jurisdicción -dijo.
Hu-lan sintió otro mareo y se tambaleó mientras esperaba que su vista se aclarase. No se sentía con fuerzas para continuar. En ese momento se acercó Lo, que con una mano enseñó la credencial mientras con la otra sujetaba el arma. Un par de vecinos dieron un grito sofocado.
Le conviene escuchar lo que la inspectora Liu quiere decir -dijo Lo con tono amenazador.
Hu-lan vio por el rabillo el ojo que David se acercaba; había percibido la gravedad de la situación. Henry lo cogió por la manga para retenerle. Quizá el capitán Woo no había visto a los extranjeros y la presencia de éstos no haría más que complicar las cosas. Hu-lan decidió hablar con serenidad para suavizar la situación.
– Con el mayor respeto, desearía repetir la pregunta. ¿Qué piensa que ocurrió?
– está muy claro -respondió Woo-. El chico debió de caerse al pozo. O se suicidó. -A continuación se dirigió a os vecinos-. Aquí todos sabemos que estaba comprometido con Ling Miao-shan y no habrá podido superar su muerte.
– Si ni siquiera ha mirado el cadáver -dijo Hu-lan-. ¿Cómo lo sabe?
– El chico se ahogó, de eso estoy seguro.
– Eso es cierto. Tú misma viste que estaba mojado y que le habían sacado del pozo -dijo Su-chee.
– Exacto -dijo Woo-. Usted conocía al muchacho y la situación. Explíquele a su curiosa amiga.
Hu-lan miró con tristeza a Su-chee. Claro, a pesar de lo que sabía sobre su hija, se empeñaba en presentar la imagen de amor verdadero entre Miao-shan y Tsai Bing.
– Capitán Woo, haga el favor de acompañarme -dijo Hu-lan.
Se acercó al cadáver y se arrodilló a su lado. Woo se acercó a regañadientes y se quedó de pie. Hu-lan le dijo a Lo que mantuviera a los demás alejados, pero que no se marcharan. A continuación bajó la voz para que sólo Woo pudiera oírla.
– Sé que no está acostumbrado a los cadáveres. Siento hacerle pasar por esto, pero le ruego que lo examine conmigo.
El capitán se puso en cuclillas y ella percibió su sudor frío. Miró de reojo y vio que estaba pálido, pero confiaba en que no vomitase. Otra pérdida de autoridad lo empeoraría todo. Pensó que tenía que hacer la pregunta, aunque ya sabía la respuesta.
– ¿Examinó el cadáver de Ling Miao-shan?
Woo negó con la cabeza. Hu-lan suspiró. ¿Qué habrían encontrado en el cuerpo de la chica, si ese policía hubiera sido valiente o experto?