Hizo una pausa, avanzó despacio y miró los rostros fijos en ella.
– El fuego, el agua, el aire, la madera, la tierra son los cinco elementos fundamentales para la vida y las creencias chinas. Vemos el sol y sabemos que es fuego. Estamos en la tierra, respiramos el aire, utilizamos madera en nuestros hogares, pero… ¿y el agua? Hace veintisiete años, cuando llegué a Taiyan por primera vez, el río Fen tenía un gigantesco caudal de agua. ¿recordáis cuando el gobierno construyó el puente para unir as dos orillas? ¿Habríais imaginado que hoy sería un arroyo? ¿Y que se utilizaría el lecho del río para ir de excursión y remontar cometas? ¿O que los famosos Tres Manantiales Eternos serían una fuente en peligro de extinguirse? Lo vi y lo pensé, ya que en toda China, a pesar de las inundaciones anuales, cada vez hay menos agua. Los ríos, los lagos, los manantiales, los pozos, todo se está secando.
Vio que Tang Dan se había incorporado con las ropas sucias de tierra. En su cara el polvo y el sudor se mezclaban formando churretes.
– Desde la reforma agraria muchos de vosotros habéis abandonado la agricultura. Os dedicáis a la fabricación de ladrillos o trabajáis en una fábrica local.
“No lo digo como un reproche, sólo constato un hecho. Y cuando vosotros, vuestros hijos o vuestros vecinos dejaron las tierras, las arrendasteis o las devolvisteis al gobierno para que las redistribuyera. Muchas de esas tierras han ido a parar a manos de Tang Dan… ¿Y alguien puede decir que no ha hecho un buen trabajo con ellas?
Hu-lan miró a los vecinos, pero ninguno la contradijo.
– Cuando murió la hija de Ling Su-chee, ella me pidió que viniera a investigar qué había ocurrido. Sabía que para descubrir al asesino tenía que conocer a la víctima. Llegué a conocer a Miao-shan y supe por qué era tan valiosa para su asesino: tenía acceso a la única cosa que a él le faltaba.
– Agua -contestó la multitud, mirando con odio a Tang Dan.
– Agua -repitió Hu-lan-. Vivís en Da Shui, que significa “mucho agua” y no os disteis cuenta de su creciente escasez. Pero este hombre sí, y empezó a buscar tierras que tenían acceso al agua. Ya sabéis os pozos que le importaban.
Por primera vez Hu-lan buscó con la mirada a su amiga.
– Ling Su-chee tenía uno de esos pozos. Es viuda y no podía trabajar la tierra como una familia completa de marido, mujer e hijo, por eso su granja nunca ha prosperado. Pero bajo ese suelo se esconde algo tan valioso que Tang Dan estaba dispuesto a mentir, engañar y, si era preciso, matar por ello.
Hu-lan esperaba ver a su amiga destrozada por el dolor, pero Su-chee era una madre que todavía tenía que proteger la memoria de su hija. La miró con un ruego en la mirada y Hu-lan le hizo una indicación apenas perceptible. No había necesidad de que los vecinos se enteraran de los detalles sórdidos que harían parecer a madre e hijas como un par de insensatas.
– Cuando Tang Dan supo que no podía conseguir el agua de Ling Su-chee, mató a su hija. Creía que al quedarse sola, ella dejaría la granja y se trasladaría al pueblo. Como no fue así, pasó al plan siguiente, ya que el pozo de los Tsai también le interesaba.
Hu-lan agachó la cabeza. Le temblaban los hombros. David se dispuso a acudir a su lado, pero el inspector Lo lo retuvo.
– Me considero responsable de lo que ocurrió después. No vi lo que tenía delante de mis ojos. Conocía a la hija de Tang Dan. Todos sabéis que estaba enamorada de este muchacho muerto, aunque estuviera prometido a Miao-shan. Cuando ella murió, el camino quedaba despejado para Tsai Bing y Tang Siang. Eran jóvenes y Siang tiene mucho carácter, pero creo que hubieran sido felices.
Los aldeanos desviaron la mirada de Tang Dan al cadáver de Tsai Bing y a sus atormentados padres. No podían creer que todo aquello ocurriera delante de sus narices y no lo hubieran visto.
– Lo que me horroriza -dijo Hu-lan apenada-, es que Tang Dan habría conseguido el agua sólo con permitir que su hija se casara con Tsai Bing. Pero otra vez el pasado mostró su parte fea. Tang Dan ni podía ni quería tolerar que su hija se casara con un campesino, ya que procedía de familia de terratenientes y se había vuelto millonario por derecho propio. Tenía otros planes para Siang y no incluían a Tsai Bing.
“El resto es como el capitán Woo ha explicado. Tang Dan atrajo al muchacho a la granja, puso la maquinaria en marcha, lo encerró y lo dejó morir. Para borrar las huellas, arrojó el cadáver al pozo. ¿Por qué? -Señaló al matrimonio Tsai-,. ¿Podrían sus padres beber del pozo donde había muerto su hijo? ¡Jamás! Además, eran los últimos de la familia y no tendrían más remedio que abandonar la tierra. Todos habéis visto el rostro agradable de Tang Dan. Acudiría con promesas y pronto la tierra y el pozo habrían sido suyos.
Hu-lan miró fijamente a Tang Dan. Su expresión no mostraba remordimiento, pero sí miedo, sabedor de que en pocos minutos podía estar muerto. A Hu-lan le parecía un final demasiado bueno para él. Merecía sufrir, un pequeño precio por el dolor que había causado.
– Capitán Woo, lleve al prisionero al calabozo -dijo, volviendo a adoptar tono oficial.
Tang Dan empezó a temblar cuando comprendió lo que escondían sus palabras.
– El tribunal decidirá su castigo -continuó ella-, pero entretanto esperamos que sea tratado como la miserable alimaña que es.
Woo hizo una señal a sus hombres, que incorporaron bruscamente a Tang Dan. Camino del coche de policía recibió sin rechistar algunos golpes en la cabeza y un par de puñetazos en los riñones. Dentro de una semana estaría muerto, pero sería una semana muy dura.
El coche de policía se marchó y David corrió a reunirse con Hu-lan, que no se había movido del centro del patio. Cuando llegó a su lado, se abrazó a él, que notó los latidos de su corazón contra su pecho. Luego ella se separó, caminó tambaleándose hasta la pared de la casa, se inclinó y vomitó.
David estaba muy preocupado. A Hu-lan no le convenía soportar ese sol implacable. Y tampoco le convenían los viajes de ida y vuelta a Pekín, el seguimiento de criminales y contener a las masas. Pero no pudo evitar admirarla por lo que había hecho. Hacia tiempo que la conocía, primero como una bogada joven y tímida en Phillips, MacKenzie amp; Stout después como amante silenciosa y melancólica, por último como mujer reservada que guardaba sus secretos, pero nunca la había visto como ahora.
Qué guapa estaba, iluminada por el sol mientras hablaba a la multitud. Tenía tanta fuerza con el brazo derecho en alto, como una revolucionaria arengando a las masas a la rebelión. Siempre había visto su autoridad como un atributo profesional, una cualidad cultivada a lo largo de muchos años en un oficio que exigía y recibía respeto. Pero en su familia también había habido actores imperiales. La actriz, la justiciera, llevaba ambas características en la sangre. Se dio cuenta de que así debía de ser años atrás en la granja Tierra Roja, proclamando, incitando, denunciando. Siempre había tenido autoridad, algunas veces por su bien y otras no tanto. Esa mujer a la que amaba estaba siempre dispuesta a pagar el precio físico y emocional de su temperamento.
Hu-lan se incorporó poco a poco y apoyó la cabeza en el antebrazo contra la pared. David se acercó y murmuró:
– ¿Estás bien? ¿Puedo hacer algo?
Ella negó con la cabeza. Un momento después, con voz débil preguntó:
– ¿Dónde está Henry?
David miró alrededor. Lo no se arriesgaba; sujetaba a Henry por la nuca.
– Lo se ocupa de él -contestó.
Hu-lan mantuvo la cabeza agachada. David esperó a su lado y vio que los vecinos se dispersaban. Los padres de Tsai volvieron a arrodillarse junto a su hijo, acompañados por Su-chee. Cuando David reparó en que tenían que retirar el cadáver del sol, el trío se incorporó. El padre cogió a su hijo por las axilas y las mujeres por las piernas. Se encaminaron hacia la casa y David apartó la mirada, incómodo. Hasta hacía un año, jamás había visto un cadáver. Desde enero había visto nueve. Lo que le resultaba impresionante, aparte de la imagen cruel del o que había sido un ser humano, era la manera práctica con que los campesinos trataban a sus muertos. En Estados Unidos había visto policías, agentes del FBI, jueces de primera instancia, forenses, ambulancias y empleados de funerarias.
La parte física de la muerte se mantenía alejada de los seres queridos. Allí, en pleno campo chino, el cadáver se entregaba a la familia para lo que lavara, lo vistiera y lo incinerara o enterrara. Pensó que si se tratara de Hu-lan o de su hijo, tal vez no tuviera el valor de tomar el cuerpo inanimado entre sus brazos y tocarlos de forma tan íntima, ni siquiera como un acto de amor.