Hu-lan se dio la vuelta y lo miró. Estaba pálida.
– Volvamos a Pekín.-dijo.
Se apartó de la pared y entró en al casa de los Tsai para despedirse. Volvió a salir, cruzó el patio de tierra apisonada y se internó en el maizal. David, Lo y Henry la siguieron. Al llegar a la granja de Su-chee, Hu-lan echó un último vistazo y subió al asiento delantero del coche.
Con David y Henry en el asiento trasero, Lo puso el motor en marcha y salieron de la aldea.
Cada uno iba enfrascado en sus pensamientos mientras el vehículo traqueteaba por los baches del camino de tierra que llevaba a la carretera. Hu-lan tenía la cabeza apoyada contra la ventanilla y se sentía acalorada, mareada y agotada. A su lado, Lo conducía con su seguridad habitual, aunque su mente estuviera en el informe que presentaría a sus superiores de Pekín. ¿Cómo explicaría el comportamiento de Hu-lan en la granja de los Tsai? Henry miraba malhumorado por la ventanilla. David lo observaba.
Al llegar al cruce, Lo le preguntó a Hu-lan a dónde quería ir.
– A Pekín -contestó en mandarín.
Lo seguía mirándola sin entender.
– Por la autopista. No podemos ir en el avión de Knight. Este hombre es un delincuente de la peor calaña. Una vez en el aire, estaríamos en manos de su gente. No podemos permitirlo. Así que siga conduciendo y pronto estaremos en casa.
Lo giró a la derecha y aceleró.
David se inclinó hacia delante y preguntó:
– ¿Cómo sabías lo de Tang Dan?
Hu-lan suspiró agotada.
– Siempre me intrigó que el asesino no se llevara los papeles de Miao-shan,. Se llevó los de Guy y sólo eran copias, lo cual ratificaba que no habían asesinado a la chica por los documentos. La habían matado por otro motivo.
David volvió a reclinarse en su asiento. ¿Cómo habría conseguido Miao-shan los papeles? Guy dijo que un estadounidense se los había dado. No fue Keith, no, ella se los había dado a él.
¿Seguía siendo Aarón Rodgers una posibilidad? ¿O Sandy Newheart? Estaban llegando al desvío de Knight International. El complejo quedaba escondido detrás de una cuesta, pero David miró en esa dirección y vio que Henry se ponía en guardia. Sus sueños y sus fracasos quedaban detrás de la cuesta, y tan pronto la dejaron atrás Henry volvió a sumirse en la tristeza.
– Lo, dé la vuelta -dijo David.
– ¿Cómo dice, señor Stark?
– Pare y dé la vuelta.
Lo disminuyó la marcha.
– No; continúe, nos vamos a casa -dijo Hu-lan.
El coche aceleró.
– ¡No! ¡Tenemos que dar la vuelta! ¡Por favor! -David puso una mano en el hombro de Lo.
Lo frenó y Hu-lan giró la cabeza para mirar a David. Tenía la tez macilenta y perlada por una fina capa de sudor.
– Ya hemos hecho lo que teníamos que hacer -dijo Hu-lan, al límite de sus fuerzas-. He resuelto el asesinato de Miao-shan, tú has descubierto al culpable de los sobornos, y sospecho que con un interrogatorio en al celda número cinco del Penal Municipal de Pekín, el señor Knight confesará haber matado o pagado a alguien para que matara a tu amigo.
– esto no ha acabado, ¿verdad, Henry? -preguntó David.
– La inspectora tiene razón -contestó el anciano-. Deberíamos volver a Pekín.
David sonrió. Hu-lan no supo descifrar si era una sonrisa de tristeza o de triunfo.
– Volvamos a la fábrica -ordenó David.
– No hay ningún motivo para hacerlo, inspectora Liu -dijo Henry. Ella lo miró. Era un hombre derrotado, pero no sentía lástima por él. Como si le leyera el pensamiento, él añadió-: He cometido grandes errores en mi vida, y uno de los peores fue subestimarla a usted y al señor Stark. Como acaba de decir, estamos cansados y lo mejor es volver a Pekín. Una vez allí, lo confesaré todo. Habrá resuelto el caso y supongo que se convertirá en un héroe… mejor dicho, en una heroína.
Hu-lan se pasó la mano por los ojos. Le dolían y se moría por un poco de hielo en los párpados, una bebida fresca para la garganta seca, sábanas frescas para calmar la piel ardiente y algo, cualquier cosa, que le aliviase el dolor del brazo.
– Tenemos que comprobar los archivos de los ordenadores -presionó David-. Tal vez ya los hayan borrado, pero pienso que deberíamos saber si siguen allí.
Hu-lan se dio por vencida y dijo a Lo que diera la vuelta.
– ¡No! -exclamó Henry-. No hay ningún motivo.
Pero toda la compasión de Hu-lan se había agotado durante la última hora, y siguió mirando al frente sin decir palabra.
El coche tomó la carretera secundaria que conducía a la fábrica. Al pasar por los alegres carteles que representaban a Sam y sus amigos, Henry volvió a su cantinela, a sus confesiones, a los ruegos de volver a Pekín.
– Soy el culpable de todo. Permitía que los empleados vivieran y trabajaran en malas condiciones. ¡Por eso vine a China! Nadie vigilaba y sabía que podía hacerlo. ¿Y esa mujer? David, ¿se acuerda de la mujer que se cayó desde el tejado? Usted tenía razón. La tiraron y lo hice yo. ¿Y el reportero y la sindicalista? Recibieron lo que se merecían.
– ¿Cómo iba a tirar a Xiao Yan si estaba reunido conmigo? ¿Y por qué intentó acusar a su viejo amigo Sun? -preguntó David, mientras Lo se detenía en al entrada del complejo.
El guardia salió y Lo indicó los asientos posteriores. El hombre miró el interior, vio a su jefe y corrió a pulsar el botón para abrir la verja. Lo se dirigió al edificio de administración y aparcó entre un Lexus y un Mercedes, ambos sin chofer a la vista.
Lo y Hu-lan bajaron. Henry parecía desesperado, pero no tenía escapatoria. David vio actividad en las cercanías del almacén. Una grúa cargaba cajas de muñecos en la parte trasera de un camión. Aparte de eso, la explanada árida estaba desierta como siempre, mientras al otro lado de las paredes sin ventanas cientos de mujeres trabajaban en las cadenas de montaje.
– Lo lamento, Henry -dijo David en voz baja.
El anciano abrió los ojos asombrado y una cortina de extrema resignación descendió sobre su rostro.
– Por favor -rogó.
David sopesó la palabra. En ella se resumía toda la vida de Henry. Era una súplica de compasión, perdón y una aceptación de cómo eran las cosas.
– Asumo toda la responsabilidad -añadió Henry-. Deje que cargue con al culpa de todo lo sucedido.
La respuesta de David consistió en abrir la puerta y bajar del coche.
24
David abrió la puerta de cristal del edifico de administración y entraron los cuatro. Al fondo del pasillo estaba el alma de la empresa: el lugar donde casi cien mujeres vestidas con traje chaqueta estaban sentadas en cubículos, delante de pantallas de ordenador o hablando por teléfono. David empujó a Henry al interior de un cubículo. La mujer levantó la vista sorprendida y, al ver a Henry, se puso en pie respetuosamente.
– Abra los archivos, Henry -ordenó David.
– No sé hacerlo.
– Pues dígale a ella que lo haga -dijo, señalando a la mujer.
Henry quiso hablar pero sólo le salió un gruñido.
– Señorita, haga el favor de abrir mis documentos financieros personales -dijo tras aclararse la garganta.
La joven o miró perpleja y se percató de la presencia de Lo y Hu-lan. La mujer tenía mal aspecto; el hombre, corpulento y de expresión adusta, debía de ser algún agente del gobierno. La empleada volvió a dirigirse al propietario de la empresa.
– No tengo acceso a esos documentos, señor, sólo proceso los pedidos de Estados Unidos -dijo en inglés.
– Le dije que esto no serviría de nada -dijo Henry a David.
Éste le dijo a la joven que se levantara y a Henry que se sentara delante de la pantalla.
– Escriba -ordenó.
– No sé utilizar el maldito chisme -contestó Henry furioso.
– ¿Me quiere hacer creer que un inventor, hombre de negocios y estafador, no sabe utilizar un ordenador? Vamos, abra los archivos -dijo con tono perentorio.
Henry pulsó el teclado, cerró el programa que estaba utilizando la joven, pasó el menú principal, escribió su contraseña, después el nombre, y salió una lista de archivos: biografía, historia de la empresa, acceso telefónico, viajes, correspondencia, pero nada de transacciones financieras.
– Intente con Sun Gao -dijo David.
Henry obedeció, pero fue inútil. David quería confirmación de la inocencia de Sun después de haber dudado de él y durante los diez minutos siguientes obligó a Henry a que probara con diversas contraseñas: gastos, pagos, finanzas, cuentas bancarias, Banco de China, Bando Industrial de China y Bando de Agricultura de China. Algunas indicaban operaciones legales; otras nada, aparte de un curso parpadeante o las lacónicas palabras NO ENCONTRADO. No había nada que se aproximara a los condenatorios archivos financieros en poder de David. Pero eso no indicaba que no estuvieran en el ordenador. Un experto sería capaz de recuperar datos borrados, ocultos o en clave.