En ese lapso de tiempo habían ocurrido muchas cosas. Henry Knight, que escapó del incendio de la fábrica, encabezó una expedición a la montaña de Tianglon para encontrar al gobernador Sun, mientras Siang se enteraba de que su padre había asesinado a Tsai Bing. David, que no se apartó de la cabecera de Hu-lan, se pasó horas pegado a un teléfono móvil, hablando con sus socios de Phillips, MacKenzie amp; Stout, con Anne Baxter Hooper, con Nixon Chen (que estaba al servicio de Henry), y con Rob Butler de la oficina del fiscal.
Rob y David tenían que hablar largo y tendido, pero por el momento Rob negociaría el derecho de enviar un equipo de expertos desde Los Ángeles al complejo de Knight para recuperar los datos financieros que Doug había intentado eliminar del ordenador. Durante todo el proceso, David contó con la ayuda y el apoyo del viceministro Zai, cuya preocupación por la recuperación de Hu-lan a veces parecía superar la suya.
Un día los médicos se reunieron en la habitación de Hu-lan y anunciaron que las pruebas del bebé habían resultado satisfactorias. La noticia le dio nuevos ánimos y empezó a recuperar su fortaleza. Aunque Zai y los médicos preferían ahorrarle los detalles, Hu-lan quiso saberlo todo. Leyó la prensa, vio las fotografías del edifico quemado, repasó la lista de víctimas y lloró por ellas. Cuando los médicos consideraron que estaba en condiciones de regresar a Pekín, la trasladaron a la capital en el avión de Knight y la instalaron en casa con turnos de enfermeras durante las veinticuatro horas. La madre de Hu-lan y su cuidadora regresaron de la costa. Contrataron cocineras y asistentas para ayudar. La residencia de la familia bullía de actividad. Por fin llegó el día en que Hu-lan le dijo a David que él tenía asuntos por resolver y que ella estaría perfectamente atendida. Él, muy a su pesar, comprendió que tenía razón.
Había aún muchas preguntas sin respuestas, pero quienes habrían podido responder debidamente -Miles, Doug y Sandy- estaban muertos. Quedaban Aarón, Jimmy y Amy. Aarón Rodgers, que había tenido la suerte de estar en Taiyuan el día del incendio, admitió poseer una libido saludable, propia de los veinticinco años, alentada por la agradable circunstancia de ser uno de los pocos hombres entre mil mujeres. Ling Miao-shan fue la primera de muchas conquistas. La edad, el aislamiento en el edificio de montaje y su estupidez (que se hizo patente para todos los involucrados en la investigación) contribuyeron a mantenerle al margen de las triquiñuelas financieras. En cuanto a las condiciones laborales, Aarón utilizó la predecible y gastada excusa de que creía que eran las habituales en China. Como afirmaron sus padres, que volaron a Taiyuan, el muchacho no daba más de sí. No se le acusó de ningún delito. Atestiguó contra Jimmy y Amy, y sus padres se lo llevaron a casa. Nunca volvería a China.
David dedicó su atención a Jimmy y a Amy. No era el único que quería respuestas, así que Henry abandonó las ruinas de la fábrica, donde había estado trabajando prácticamente sin dormir desde el incendio, para acompañarlo a la prisión provincial de Taiyuan. A su llegada, se les facilitó el expediente de un tal James W. Smith, enviado por fax por la policía australiana. Tal como supuso Hu-lan la primera vez que vio a Jimmy, tenía un largo historial delictivo, que incluía atraco a mano armada y arrestos por lesiones. Desde los dieciocho años había estado entrando y saliendo de la cárcel. Hacía dos años que estaba bajo orden de búsqueda y captura, pero consiguió huir e ir a parar a Hong Kong. Se suponía que allí había conocido a Doug, que lo contrató y trasladó al complejo antes de que la fábrica abriera.
Tal como se sospechaba, los informes de Knight que afirmaban que las mujeres que habían sufrido algún tipo de lesión optaron por “volver a casa” resultaron falsos. Con estos informes investigadores chinos confirmaron que esas mujeres nunca volvieron a su hogar. No era de extrañar, pues, que Xiao Yan hubiera pedido socorro cuando Aarón se la llevó de la fábrica. Ni tampoco que la encontraran muerta poco después.
Pero ¿se trataba de un asesinato demasiado precipitado, un asunto práctico en un día ajetreado? ¿O formaba parte del plan destinado a desviar la atención de Henry? ¿Había tirado Jimmy a Xiao Yan desde el tejado? ¿Había atropellado a Keith? En la ficha policial constaba que ese día había estado en Los Ángeles. ¿era el asesino de Pearl y Guy? Las respuestas a esas incógnitas ayudarían a despejar otra cuestión: ¿qué clase de monstruo era Douglas Knight? Pero Jimmy Smith no pensaba hablar. David amenazó y Henry suplicó. Era obvio que la policía local había intentado otro tipo de persuasión, pero sin resultados. Lo que supiera Jimmy, moriría con él.
David y Henry estaban tratando con una administración muy burocrática y la para la próxima visita les pidieron que pasaran a otra sala. La sombría habitación destinada a las visitas era mugrienta y calurosa. Amy Gao, diez días atrás tan elegante en el banquete del hotel Beijing, vestía ahora un sucio uniforme carcelario. Desde su detención no la habían dejado ducharse, lavarse el pelo o cepillarse los dientes.
Igual que Jimmy, al principio se quedó callada. Cuando David la acribilló a preguntas, su mente empezó a maquinar. David, un abogado, conocía aquella mirada. Si les daba información ¿qué obtendría a cambio?
– ¿Qué quiere? -preguntó David cuando Amy reveló sus pensamientos.
– ¿Qué cree que están dispuestos a dar?
– En China, igual que en Estados Unidos, depende de lo que nos diga.
Era una débil esperanza, pero la desesperación con que Amy se aferró a ella le hizo comprender lo joven e inexperta que era. Casi la compadeció hasta que empezó a hablar. Sin promesas por escrito ni ninguna garantía, explicó la historia.
Jimmy no conducía el SUV que atropelló a Keith. Doug estaba al volante y Amy efectuó los disparos de advertencia. El hecho de que David estuviera con Keith esa noche había sido una desafortunada coincidencia. Las mujeres que desaparecían de la fábrica era cosa de Jimmy, Amy ignoraba lo que había hecho con ellas. ¿Pearl y Guy? La muchacha sonrió al oír los nombres.
– Una muestra de talento de su hijo, señor Knight -contestó.
No pidieron más detalles. ¿Estaba Sandy Newheart en la conspiración? No.
– Siempre trabajábamos a sus espaldas él tenía su papeleo. Nosotros, el nuestro.
¿por qué lo habían matado?
Amy suspiró.
El último día las cosas se les habían escapado un poco de las manos, admitió. Sandy Newheart tuvo la desgracia de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.
– ¿Quién apretó el gatillo? -preguntó Henry Knight.
– Digamos que alguien no lo pensó bien -contestó Amy. Su jactancioso comentario culpaba directamente a Doug.
– ¿Consiguió usted lo que quería? -preguntó David.
– Es evidente que no -sonrió melancólica-. Pero en realidad me está preguntando si el fin justifica los medios.
– Si prefiere decirlo así.
– Los occidentales desearían que fuésemos como ellos. Creen que deberíamos adoptar su forma de democracia. Piensan que tendríamos que ganar dinero y gastarlo en productos de consumo, sus productos de consumo. Durante siglos Occidente ha querido un trozo nuestro, y a veces lo han obtenido. Para mí se resume en explotación. En el siglo pasado, los ingleses nos intoxicaron con opio, nos obligaron a abrir los puertos y estuvieron a punto de destruirnos.
“Ahora ustedes quieren entrar aquí, en el mismo corazón de China, y hacer su voluntad. Se les permiten las mayores barbaridades y los responsables miran hacia otro lado.
– Creo que tiene la lección bien aprendida. Lo que usted ha estado haciendo son delitos de…
– No; es el estilo norteamericano.
David la miró perplejo. O la habían engañado o estaba loca.
– ¿Puede citarme una sola cosa que hiciéramos nosotros que no hubieran hecho antes los norteamericanos? Piense en su historia. Consiguieron prosperar a costa de los esclavos. Culminaron la colonización del Oeste porque mis compatriotas construyeron el ferrocarril. Y no se limitaron a la gente que ustedes llaman eufemísticamente de color. También enviaron mujeres y niños a las fábricas y a las minas.
– Eso fue hace mucho tiempo.
– Pero hoy en día, mirando atrás desde una situación de dominio del mundo y enorme prosperidad, ¿no diría que el fin justifica los medios?
– ¿Y qué pensaba conseguir?
Amy lo miró con desprecio.
– ¿Todavía no lo entiende? Con Henry y Sun fuera, podíamos hacer cualquier cosa. Yo ayudaba a Doug y él a mí. Doug quería la empresa. Yo el puesto del gobernador.