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Margaret Weis y Tracy Hickman

La tumba de Huma

Continente de Ansalon

Canción de los Nueve Héroes

Soplaban los vientos del invierno, pero en el interior de las cavernas de los Enanos de las Montañas, más allá de las montañas Kharolis, no se sentía la furia de la tormenta. Mientras el Gobernador pedía silencio a los enanos y humanos reunidos, un enano bardo avanzó unos pasos para rendir homenaje a los compañeros.

Canción de los Nueve Héroes

Del norte venía el peligro, tal como ya sabíamos. En los albores del invierno, la danza de un dragón asolaba las tierras, hasta que de los bosques, de las praderas, surgiendo de la materna tierra, el cielo se abrió ante ellos.
Eran nueve, nueve bajo las tres lunas, bajo la luz de un atardecer de otoño. Mientras el mundo caía, ellos se alzaban hacia el corazón de la historia.
Uno surgió de un jardín de roca, de los paraninfos de los enanos, del tiempo y la sabiduría, donde el corazón y la mente se unen en la azulada vena de la mano. En sus paternales brazos, se concentraba el espíritu.
Eran nueve, nueve bajo las tres lunas, bajo la luz de un atardecer de otoño. Mientras el mundo caía, ellos se alzaban hacia el corazón de la historia.
Uno de un cielo de chorreantes brisas, ligero como el viento, de los ondeantes prados, del país de los kenders, donde el grano surge de la pequeñez para crecer verde y dorado, y verde otra vez.
Eran nueve, nueve bajo las tres lunas, bajo la luz de un atardecer de otoño. Mientras el mundo caía, ellos se alzaban hacia el corazón de la historia.
Una provenía de las praderas, la armonía de las extensas tierras, nutridas en la distancia de horizontes vacíos. Llegó portando una vara, y los rayos de luz y de misericordia iluminaron su mano. Sobrellevando las heridas del mundo, llegó ella.
Eran nueve, nueve bajo las tres lunas, bajo la luz de un atardecer de otoño. Mientras el mundo caía, ellos se alzaban hacia el corazón de la historia.
Uno más de las praderas, a la luz de las lunas, con sus hábitos, sus rituales, siguiendo a la luna en sus fases, su cera y su mengua, que controlaban la marea de su sangre, y su mano de guerrero ascendió hacia las jerarquías del espacio hasta la luz.
Eran nueve, nueve bajo las tres lunas, bajo la luz del atardecer de otoño. Mientras el mundo caía, ellos se alzaban hacia el corazón de la historia.
Una en el interior de las ausencias, conocidas por las partidas, la oscura espadachina en el corazón del fuego. Su gloria el espacio entre las palabras, la canción de cuna recordada con la edad, recordaba al límite del despertar y del pensamiento.
Eran nueve, nueve bajo las tres lunas, bajo la luz del atardecer de otoño. Mientras el mundo caía, ellos se alzaban hacia el corazón de la historia.
Uno en el corazón del honor, formado por la espada, por los siglos de vuelo del martín pescador sobre las tierras, por Solamnia arruinada y ascendente, surgiendo de nuevo cuando el corazón se alza hacia el deber. Mientras danza, la espada es una herencia eterna.
Eran nueve, nueve bajo las tres lunas, bajo la luz del atardecer de otoño. Mientras el mundo caía, ellos se alzaban hacia el corazón de la historia.
Otro en una simple luz que su hermano oscurecía, dejando que la mano de la espada intentara todas las sutilezas, hasta las intrincadas tramas del corazón. Sus pensamientos, estanques rotos por el cambiante viento... El no puede ver su fondo.
Eran nueve, nueve bajo las tres lunas, bajo la luz del atardecer de otoño. Mientras el mundo caía, ellos se alzaban hacia el corazón de la historia.
El siguiente era el jefe, semielfo, traicionado mientras las sangres gemelas dividen la tierra, los bosques, el mundo de elfos y hombres. Llamado para la valentía, pero temeroso en el amor, y temiendo que, llamado a ambos, no llegue a realizar ninguno.
Eran nueve, nueve bajo las tres lunas, bajo la luz del atardecer de otoño. Mientras el mundo caía, ellos se alzaban hacia el corazón de la historia.
El último, de la oscuridad, respirando la noche donde las abstractas estrellas esconden nidos de palabras, donde el cuerpo soporta la herida de las cifras, rodeado por el conocimiento, hasta que, incapaz de bendecir, sus bendiciones caen sobre los ignorantes.
Eran nueve, nueve bajo las tres lunas, bajo la luz del atardecer de otoño. Mientras el mundo caía, ellos se alzaban hacia el corazón de la historia.
También se unieron a ellos una desgraciada muchacha, agraciada más allá de la virtud. Una princesa de semillas y arbolillos, llamada a un bosque. Un anciano tejedor de accidentes. Pero no podemos predecir a quién reunirá la historia.
Eran nueve, nueve bajo las tres lunas, bajo la luz del atardecer de otoño. Mientras el mundo caía, ellos se alzaban hacia el corazón de la historia.
Del norte venía el peligro, tal como ya sabíamos. El campamento de invierno, el sueño del dragón ha poblado las tierras, pero de los bosques, de las praderas, surgen de la maternal tierra que define el cielo ante ellos.
Eran nueve, nueve bajo las tres lunas bajo la luz del atardecer de otoño. Mientras el mundo caía, ellos se alzaban hacia el corazón de la historia.

El Mazo

—¡El Mazo de Kharas!

La triunfal exclamación resonó en el gran salón de audiencias del rey de los Enanos de la Montaña. Le siguió un bullicioso alboroto —las profundas y resonantes voces de los enanos entremezcladas con los gritos algo más agudos de los humanos—, a la vez que las inmensas puertas del salón se abrían de par en par para dar paso a Elistan, clérigo de Paladine.

A pesar de que el salón en forma de cuenco era grande, se hallaba completamente abarrotado. La mayor parte de los ochocientos refugiados de Pax Tharkas se alineaban en las paredes, mientras los enanos se apiñaban sobre los bancos de piedra labrada.

Elistan apareció al pie de un largo pasillo central, sosteniendo respetuosamente en las manos el gigantesco mazo de guerra. Al ver al clérigo de Paladine, vestido con su túnica blanca, el griterío aumentó, retronando contra la inmensa cúpula del techo y reverberando por la sala hasta que pareció que el suelo temblaba debido a las vibraciones.

Tanis se encogió, pues el ruido retumbaba en su cabeza. Se sentía sofocado en medio de tanta gente. Además, no le gustaba estar bajo tierra y, aunque el techo era tan alto que se alzaba sobre la llameante luz de las antorchas desapareciendo en la penumbra, el semielfo se sentía encerrado, atrapado.

—Estaré bien cuando esto acabe —le susurró a Sturm que estaba a su lado.

Sturm, siempre melancólico, parecía más preocupado y cavilante que de costumbre.

—No me gusta nada todo esto, Tanis —murmuró cruzando los brazos sobre el reluciente metal de su antigua cota de mallas.

—Lo sé —le respondió Tanis nervioso—. Ya lo has dicho, no una vez, sino varias. Ahora ya es demasiado tarde. Lo único que podemos hacer es intentar que esta situación se resuelva lo más satisfactoriamente posible.