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—Lo que quería decir es si puedes ver el futuro. Tanis me dijo que tu madre era...¿cómo lo llaman... adivina? Sé que Tanis acude a ti en busca de consejo...

Raistlin contempló a Laurana cavilosamente.

—Tanis viene a mí en busca de consejo, no porque pueda predecir el futuro. No puedo hacerlo, no soy un visionario. Viene a mí porque soy capaz de razonar, algo que la mayoría de esos necios parece incapaz de hacer.

—Pero... lo que dijiste. Puede que algunos de nosotros no volvamos a vernos nunca. ¡Debes haber presentido algo! ¿Qué? ¡Debo saberlo! ¿De qué se trata... acaso de Tanis?

Raistlin reflexionó y, al responder, lo hizo más para sí mismo que para Laurana.

—No lo sé. Ni siquiera sé por qué lo dije. Fue solamente que... durante un instante...supe... —hizo un esfuerzo por recordar, pero finalmente se encogió de hombros.

—¿Supiste, qué?

—Nada. Mi retorcida imaginación, como diría el Caballero si estuviese aquí. O sea que Tanis te habló de mi madre —dijo cambiando bruscamente de tema.

Laurana, decepcionada, pero esperando averiguar algo más si continuaba hablando con él, asintió con la cabeza.

—Me dijo que tenía el don de predecir. Que era capaz de mirar al futuro y ver lo que iba a suceder.

—Es verdad. Pero no le sirvió de mucho. El primer hombre con el que se casó era un apuesto guerrero de las tierras del norte. La pasión duró pocos meses y, cuando acabó, se hicieron la vida imposible el uno al otro. Mi madre tenía una salud muy frágil y era dada a caer en extraños trances de los que podía no despertar en horas. Eran pobres, pues vivían de lo que su esposo pudiera ganar con la espada. Él jamás hablaba de su familia, a pesar de que era patente que provenía de sangre noble. No creo que nunca llegara a decirle su verdadero nombre.

Los ojos de Raistlin se estrecharon.

—No obstante se lo dijo a Kitiara. Estoy seguro de ello. Ese es el motivo por el que ella se fue al norte, para encontrar a su familia.

—Kitiara... —pronunció Laurana con dificultad, deseosa de saber más de esa mujer a la que Tanis amaba—. Entonces, ese hombre —el noble guerrero ¿era el padre de Kitiara?

—Sí. Es mi hermanastra mayor. Unos ocho años mayor que Caramon y yo. Supongo que es muy parecida a su padre, tan bella como apuesto era él, decidida e impetuosa, belicosa, fuerte e intrépida. Su padre le enseñó lo único que sabía, el arte de combatir, para después marchar a viajes cada vez más largos, hasta que un día desapareció por completo. Mi madre convenció a los Buscadores para que lo declararan legalmente muerto. Entonces se casó con el que sería nuestro padre, un hombre sencillo, un leñador. Una vez más, su posibilidad de prever no le sirvió de nada.

—¿Por qué? —le preguntó Laurana amablemente, sorprendida al ver tan hablador al taciturno mago, sin comprender que, por el simple hecho de contemplar el expresivo rostro de la elfa, él estaba ganando más en humanidad de lo que estaba dando a cambio.

—El nacimiento de mi hermano y mío —dijo Raistlin. Comenzó a toser ruidosamente y, dejando de hablar, le hizo una señal a su hermano—. ¡Caramon! Es la hora de mi pócima. ¿O te has olvidado de mí al disfrutar del placer de otra compañía?

—No, Raistlin —respondió Caramon sintiéndose culpable y apresurándose a colgar una olla de agua sobre el fuego de la chimenea de la habitación. Tika, avergonzada, bajó la cabeza, intentando evitar la mirada del mago.

Tras contemplarla durante un instante, Raistlin se volvió de nuevo hacia Laurana, quien había escuchado las palabras entre los hermanos con una sensación de frío en la boca del estómago. El mago comenzó a hablar de nuevo como si no hubiese habido interrupción alguna.

—Mi madre nunca llegó a recuperarse del todo del parto. La comadrona me dio por muerto, y, de hecho, no hubiese vivido de no ser por Kitiara, quien acostumbraba a decirque fui su trofeo en su primera batalla contra la muerte. Ella fue la que nos crió. Mi madre era incapaz de ocuparse de nosotros, y mi padre tenía que trabajar día y noche para alimentamos. Murió en un accidente cuando éramos adolescentes. Ese mismo día mi madre cayó en uno de sus trances... y nunca salió de él. Murió de inanición.

—¡Qué horror! —exclamó Laurana temblorosa.

Raistlin guardó silencio durante unos largos segundos, mirando fijamente hacia el frío y gris cielo invernal. Luego su boca se torció en una extraña mueca.

—Me enseñó una valiosa lección: hay que aprender a controlar el poder. ¡No dejar nunca que éste te controle a ti!

Laurana no pareció haberlo oído. Se retorcía las manos nerviosa. Aquélla era la oportunidad idónea para hacer las preguntas que ansiaba hacer, aunque eso significara revelar una parte de su intimidad a ese mago al que temía y en el cual no confiaba. No se dio cuenta de que estaba cayendo en una trampa hábilmente preparada, ya que a Raistlin le entusiasmaba conocer los recodos de las almas ajenas, pues sabía que en cualquier momento podrían serle útiles.

—¿ Qué hicisteis entonces? —preguntó la elfa—. ¿Fue Kit...Kitiara...? —quiso pronunciar aquel nombre con naturalidad pero, al embarullarse, enrojeció avergonzada.

Raistlin se dio cuenta de la agitación interna de Laurana.

—Kitiara ya se había ido—respondió —. Se fue de casa a los quince años, se ganaba la vida con la espada. Según Caramon es una verdadera experta, por lo que no tuvo muchas dificultades en encontrar trabajo de mercenario. De tanto en tanto volvía para comprobar que estuviéramos bien. Cuando crecimos nos llevó con ella. Así es como Caramon y yo aprendimos a luchar juntos —yo utilizando la magia, mi hermano la espada—. Más adelante Kitiara conoció a Tanis —los ojos de Raistlin relampaguearon al observar el desconcierto de Laurana—, y ella a veces viajaba con nosotros.

—¿Nosotros... con quién? ¿Adónde ibais?

—Nuestro grupo estaba formado por Sturm Brightblade, quien ya entonces soñaba con la caballería, el kender, Tanis, Caramon y yo. Viajábamos con Flint, antes de que dejara de ser herrero, para ver mundo y para conocernos a nosotros mismos, pero las rutas se tomaron tan peligrosas que Flint dejó de viajar y, para entonces, ya habíamos aprendido todo lo que podíamos los unos de los otros. Nos hallábamos inquietos y Tanis dijo que había llegado el momento de separarnos.

—¿E hicisteis lo que él dijo? ¿También entonces era vuestro líder? —Laurana comenzó a recordarle tal y como lo había conocido antes de abandonar Qualinesti, imberbe y sin las líneas de desasosiego y preocupación que ahora marcaban su rostro. A pesar de que ya en esas fechas era introvertido y caviloso, atormentado por el sentimiento de pertenecer a dos razas y a ninguna. En aquellos tiempos ella no había sabido comprenderlo. Sólo ahora, tras vivir en un mundo de humanos, comenzaba a hacerlo.

—Posee las características que se cree que son esenciales para dirigir un grupo. Es rápido de pensamiento, inteligente, creativo. Pero la mayoría de nosotros posee estas cualidades en mayor o menor grado. ¿Por qué siguen a Tanis los demás? Sturm es de sangrenoble, miembro de una orden cuyas raíces se remontan a tiempos inmemorables, ¿por qué obedece a un bastardo semielfo? ¿Y Riverwind? Desconfía de cualquiera que no sea humano y de la mayoría de éstos. Aún y así, él y Goldmoon seguirían a Tanis hasta los Abismos. ¿Por qué?

—Me lo había preguntado —comenzó a decir Laurana—, y creo...

Pero Raistlin, ignorándola, pasó a responder a su propia pregunta.

—Tanis escucha sus sentimientos. No los contiene, como hace el caballero, ni los oculta, como hace el bárbaro. Tanis sabe que un jefe de grupo, a veces, debe pensar con el corazón y no con la cabeza. —Raistlin la miró fijamente—. Recuerda esto.

Laurana parpadeó, confundida durante un instante, pero al percibir aquel tono de superioridad en las palabras del mago, habló altivamente, irritada.