Tanis le dio un codazo a Gilthanas, quien se sobresaltó y salió del trance.
—Realmente, como dijo Sturm, el señor proviene de un linaje noble y honorable —le susurró Tanis.
—No sé de qué te alegras, semielfo —gruñó Flint al oírle—. Primero el kender consigue que nos apresen acusados de iniciar un tumulto y él desaparece. Ahora Sturm hace que nos encarcelen. La próxima vez recuérdame que me quede junto al mago. ¡Por lo menos sé que está loco!
Cuando los soldados se disponían a empujar a los prisioneros para sacarlos de la sala, Alhana comenzó a buscar algo entre los pliegues de su larga falda.
—Te ruego me hagas un favor, caballero —le dijo a Sturm—. Creo que se me ha caído algo. Es una fruslería pero para mí tiene mucho valor. ¿Podrías mirar a ver si lo encuentras...?
Sturm se arrodilló con presteza e, inmediatamente, vio un objeto que relucía bajo los pliegues del vestido de la dama. Era una aguja con forma de estrella cuyos diamantes centelleaban. Contuvo la respiración. ¡Una menudencia! Su valor debía ser incalculable. No era extraño que no quisiera que fuese hallada por esos despreciables soldados. La recogió rápidamente y fingió mirar a su alrededor. Finalmente, aún arrodillado, elevó la mirada hacia la mujer.
Sturm contuvo la respiración cuando la dama se sacó la capucha de la capa y apartó los velos que cubrían su rostro. Por primera vez unos ojos humanos vieron el rostro de Alhana Starbreeze.
Muralasa la llamaban los elfos, princesa de la Noche. Su cabello, negro y suave como el viento nocturno, estaba sujeto por una red tan fina como una tela de araña, y cuajado de pequeñas joyas que titilaban como estrellas. Su piel era del tono pálido de Solinari; sus ojos del profundo púrpura del cielo nocturno, y sus labios del mismo color que las sombras de Lunitari.
El primer pensamiento de Sturm fue dar gracias a Paladine por hallarse ya arrodillado. El segundo fue que la muerte sería un precio muy bajo a pagar para poder servirla, y su tercer pensamiento fue que debía decir algo, pero parecía haber olvidado las palabras de cualquier idioma conocido.
—Gracias por encontrarlo, noble caballero —dijo Alhana suavemente mirándole fijamente a los ojos—. Como te dije, es una fruslería. Por favor, levántate. Estoy fatigada y, ya que parece que nos llevan al mismo lugar, me harías un gran favor si me ayudaras a caminar.,
—Puedes ordenarme lo que gustes –dijo Sturm con devoción poniéndose en pie, ocultando rápidamente la joya en su cinturón. Alargó el brazo y Alhana puso su esbelta y blanca mano sobre su antebrazo. El caballero tembló.
Cuando ella volvió a cubrirse el rostro con el velo, Sturm le pareció como si una nube hubiese cubierto la luz de las estrellas. Vio a Tanis situarse tras ellos, pero estabatan extasiado ante la imagen del bello rostro que aún ardía en su memoria, que miró fijamente al semielfo sin reconocerlo.
Tanis había visto el rostro de Alhana y también se sintió perturbado ante su belleza. Pero había visto, asimismo, la expresión de Sturm al contemplarla. Había notado que la belleza de la elfa penetraba en el corazón del caballero, haciéndole más daño que una de las flechas envenenadas de los goblins. El suponía que ese amor iba a trocarse en veneno, pues los elfos de Silvanesti era una raza altiva y orgullosa. Temían mezclarse y perder sus costumbres, por lo que repudiaban el más mínimo contacto con los humanos. Ese era el motivo por el que habían comenzado las guerras de Kinslayer.
«No, la misma Solinari no era más inalcanzable para Sturm», pensó Tanis apesadumbrado. El semielfo suspiró. Sólo les faltaba esto.
6
Caballeros de Solamnia. Los anteojos de visión verdadera de Tasslehoff.
Cuando los soldados conducían a los prisioneros a las celdas, pasaron ante dos personajes ocultos entre las sombras. Ambos iban tan absolutamente cubiertos de ropajes, que resultaba difícil adivinar a qué raza pertenecían. Iban encapuchados, y llevaban el rostro envuelto en telas. Largas túnicas cubrían sus cuerpos. Incluso sus manos estaban envueltas en tiras de tela blanca, como si fuesen vendajes. Hablaban entre ellos en voz baja.
—¡Ves! —exclamó uno con gran excitación—. Ahí están. Coinciden con la descripción que tenemos de ellos.
—No todos ellos —dijo el otro, dudoso.
—¡Pero si son el semielfo, el enano, el caballero...! ¡Estoy seguro, son ellos! y sé dónde se oculta el resto del grupo —añadió el personaje con presunción—. Se lo he sonsacado a uno de los guardias.
El otro, mientras cavilaba, contempló desfilar al grupo por la calle.
—Tienes razón. Deberíamos informar inmediatamente al Señor del Dragón.—El amortajado personaje se dispuso a partir, pero al ver que el otro vacilaba, se detuvo—. ¿A qué esperas?
—¿No sería mejor que uno de nosotros los siguiera? Mira a esos endebles guardias.Seguro que los prisioneros intentaran escapar.
El otro rió malvadamente.
—Claro que escaparán. Y ya sabemos adónde se dirigirán... a reunirse con sus amigos. Además, unas horas no supondrán ninguna diferencia...
Cuando los compañeros abandonaron el Salón de Justicia nevaba. Esta vez el condestable decidió no conducir a los detenidos por las calles principales de la ciudad, sino que los guió por un oscuro y tétrico callejón.
En el preciso instante en que Tanis y Sturm comenzaban a intercambiar miradas y Gilthanas y Flint se disponían a atacar, el semielfo vio moverse unas sombras en el callejón. Tres figuras encapuchadas, ataviadas con túnicas y que empuñaban espadas de acero, saltaron frente a los guardias.
El condestable se llevó el silbato a los labios, pero no llegó a utilizarlo. Una de las figuras lo golpeó con la empuñadura de la espada dejándole inconsciente, mientras los otros dos se precipitaban sobre los guardias, que pusieron pies en polvorosa.
—¿Quiénes sois? —preguntó Tanis, desconcertado ante su repentina libertad. Los encapuchados personajes le recordaron a los draconianos contra los que habían luchado en las afueras de Solace. Sturm se situó ante Alhana para protegerla.
—¿Hemos escapado de un peligro para enfrentarnos a otro mayor? —preguntó Tanis —. ¡Mostrad vuestros rostros!
Entonces uno de ellos se dirigió hacia Sturm con los brazos alzados y le dijo: —Oth Tsarthon e Paran.
Sturm dio un respingo.
—Est Tsarthai en Paranaith —le respondió antes de volverse hacia Tanis —. Son Caballeros de Solamnia —dijo señalando a los tres hombres.
—¿Caballeros? —preguntó Tanis asombrado—. ¿Y por qué...?
—No disponemos de tiempo para daros explicaciones, Sturm Brightblade —dijo uno de ellos pronunciando con dureza el idioma común—. Los soldados regresarán pronto.Venid con nosotros.
—¡No tan rápido! —gruñó Flint sin moverse un milímetro de donde estaba—. ¡O encontráis tiempo para darnos explicaciones o yo no voy con vosotros! ¿Cómo sabíais el nombre del caballero y que íbamos a pasar por aquí...?
—¡Será mejor que lo atraveséis con la espada! —cantó una aguda vocecilla proveniente de las sombras—. Utilizad su cuerpo para alimentar a la muchedumbre. Aunque no creo que a muchos les apetezca, poca gente en este mundo es capaz de digerir a un enano...
—¿Satisfecho? —le dijo Tanis a Flint, cuyo rostro estaba teñido por la rabia.