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—¡Algún día mataré a ese kender! —gritó furioso el enano—. ¿De dónde sale ahora, después de haber desaparecido?

Pero nadie supo qué responderle.

A cierta distancia comenzaron a sonar silbidos, por lo que, sin pensarlo un segundo más, los compañeros siguieron a los caballeros por sinuosas callejuelas repletas de ratas. Tras comentar que tenía asuntos que solucionar, Tas volvió a desaparecer antes de que Tanis pudiera sujetarlo. El semielfo advirtió que a los caballeros aquello no parecía sorprenderles demasiado y ni siquiera intentaban detenerlo. No obstante, seguían negándose a dar explicaciones o a responder preguntas, y continuaron dando prisa al grupo hasta que llegaron a las ruinas de la antigua ciudad de Tarsis, la Bella.

Al llegar allí los caballeros se detuvieron. Habían llevado a los compañeros a una parte de la ciudad que ahora nadie frecuentaba. El empedrado de las vías estaba destrozado y las calles vacías, lo cual hizo pensar a Tanis en la antigua ciudad de Xak Tsaroth. Los caballeros tomaron a Sturm del brazo, lo llevaron a cierta distancia de sus amigos y comenzaron a conferenciar en el idioma solámnico.

Tanis, apoyándose contra un muro, miró a su alrededor con curiosidad. Las ruinas de los edificios de aquella calle eran impresionantes, mucho más bellas que las construcciones de la actual ciudad. El semielfo comprendió que Tarsis, la Bella, mereciera tal nombre antes del Cataclismo. Ahora tan sólo quedaban inmensos bloques de granito esparcidos por doquier, y extensos patios repletos de crecida vegetación teñida de marrón por los helados vientos.

Tanis caminó hacia Gilthanas, quien se hallaba sentado en un banco charlando con Alhana. El elfo noble los presentó.

—Alhana Starbreeze, Tanis Semielfo —dijo Gilthanas—. Tanis vivió entre los elfos de Qualinesti durante muchos años. Es hijo de la mujer de mi tío.

Alhana apartó el velo que cubría su rostro y contempló a Tanis con frialdad. «Hijo de la mujer de mi tío» era una manera delicada de decir que Tanis era ilegítimo, ya que si no Gilthanas le hubiera presentado como el «hijo de mi tío». El semielfo enrojeció al sentir removerse la vieja herida, que ahora le causaba tanto dolor como cincuenta años atrás. Se preguntó si, algún día, conseguiría liberarse de ese estigma.

Tanis se mesó la barba y habló con dureza.

—Mi madre fue violada por un guerrero humano durante los oscuros años que siguieron al Cataclismo. Cuando ella murió, el Orador me adoptó y me crió como a un hijo.

Los ojos oscuros de Alhana, oscurecieron todavía más, hasta convertirse en negros estanques. Arqueó las cejas.

—¿Sientes la necesidad de pedir disculpas por tus orígenes? —le preguntó con voz aguda.

—N—no... —balbuceó Tanis a quien le ardía el rostro—. Yo...

—Entonces no lo hagas —dijo, e inmediatamente se volvió hacia Gilthanas—. ¿Me preguntabas por qué había venido a Tarsis? Vine a conseguir ayuda. Debo regresar a Silvanesti a buscar a mi padre.

—¿Regresar a Silvanesti? Nosotros... mi gente... no sabíamos que los elfos de Silvanesti hubieran abandonado su antigua región. Ahora entiendo que no consiguiéramos comunicarnos...

—Sí. Las fuerzas malignas que os obligaron a vosotros, nuestros primos, a dejar Qualinesti, también nos invadieron a nosotros. Luchamos contra ellas durante mucho tiempo, pero al final nos vimos obligados a huir para no perecer irremisiblemente. Mi padre envió a nuestro pueblo, bajo mi mando, a Ergoth del Sur. El se quedó en Silvanesti para enfrentarse a ese mal. Yo me opuse a su decisión, pero él dijo tener suficiente poder para conseguir evitar que asuelen nuestras tierras. Con el corazón destrozado guié a mi gente a un lugar seguro donde refugiarse, y yo regresé en busca de mi padre, ya que hace tiempo que no sabemos nada de él.

—Pero, señora ¿no disponíais de guerreros que pudieran acompañarte en misión tan peligrosa? —preguntó Tanis.

Alhana, volviéndose, miró a Tanis aparentemente extrañada de que hubiese osado entrometerse en la conversación. Al principio no parecía dispuesta a responderle, pero luego, tras contemplar su rostro durante unos segundos, cambió de opinión.

—Muchos guerreros se ofrecieron a escoltarme —dijo con orgullo—, pero cuando dije que guié a mi gente a un lugar seguro, tal vez hablé impropiamente. En este mundo ya no existe la seguridad. Mis guerreros se quedaron para proteger a la gente. Yo regresé a Tarsis esperando encontrar soldados que accediesen a viajar conmigo a Silvanesti. Tal como dicta el protocolo, me presenté ante el señor y el Consejo y...

Tanis sacudió la cabeza frunciendo el ceño.

—Eso fue una estupidez —dijo llanamente—Deberías saber lo que sienten hacia los elfos... ¡desde mucho antes que apareciesen los draconianos! Fuiste muy afortunada de que tan sólo te expulsaran de la ciudad.

El pálido rostro de Alhana, palideció aún más si cabe. Sus oscuros ojos centellearon.

—Hice lo que dicta el protocolo —respondió, demasiado bien educada para permitir que su enojo asomara en el suave tono de voz que utilizó al hablar—. No hacerlo hubiera implicado comportarme como una salvaje. Cuando el señor se negó a prestarme ayuda, le dije que mi intención era buscarla por mi cuenta. Silenciarlo no hubiera resultado honorable.

Flint, que había entendido alguna palabra de la conversación en idioma elfo, le dio un codazo a Tanis.

—Ella y el caballero se llevarán perfectamente. A menos que antes los maten por alguna cuestión de honor —a Tanis no le dio tiempo a responder, Sturm se unió al grupo.

—Tanis —dijo Sturm acalorado—. ¡Los caballeros han encontrado la antigua biblioteca! Por eso están aquí. Encontraron unos documentos en Palanthas que decían que, hace cientos de años, todo lo que se sabía sobre los dragones estaba contenido en los libros de la biblioteca de Tarsis. El Consejo de los Caballeros los envió a averiguar si la biblioteca aún existía.

Sturm les hizo una señal a los caballeros para que se acercaran.

—Éste es Brian Donner, Caballero de la Espada. Aran Tallbow, Caballero de la Corona, y Derek Crownguard, Caballero de la Rosa —los caballeros se inclinaron para saludar.

—Y éste es Tanis Semielfo, nuestro jefe —dijo Sturm. El semielfo vio que Alhana se sobresaltaba y le dirigía una mirada dubitativa, mirando después a Sturm para comprobar si había oído correctamente.

Sturm presentó a Gilthanas y a Flint y finalmente se dirigió a Alhana.

—Princesa Alhana... —comenzó a decir, pero guardó silencio, avergonzado, al darse cuenta de que lo único que sabía de ella era su nombre.

—Alhana Starbreeze —completó Gilthanas—. Hija del Orador de las Estrellas. Princesa de los elfos de Silvanesti.

Los caballeros se inclinaron de nuevo.

—Aceptad mi más sincera gratitud por vuestro rescate —dijo Alhana serenamente. Recorrió el grupo con la mirada, deteniéndose un segundo más en Sturm que en los demás. Después se dirigió a Derek, a quien suponía ostentando el mando por pertenecer a la Orden de la Rosa—. ¿Habéis encontrado los libros que os envió a buscar el Consejo?

Mientras hablaba la elfa, Tanis examinó con interés a los caballeros, que ya no llevaban puestas sus capuchas. También él sabía lo suficiente de sus costumbres para deducir que el Consejo de los Caballeros —cuerpo gobernante de los Caballeros Solámnicos—, habría enviado a los mejores hombres. Observó especialmente a Derek, el mayor en edad y en rango. Pocos caballeros pertenecían a la Orden de la Rosa. Las pruebas eran difíciles y peligrosas, y sólo podían pertenecer a ella los de más puro linaje.

—Hemos hallado un libro, señora —respondió Derek— escrito en una lengua antigua que no comprendemos. No obstante hay dibujos de dragones, por lo que planeábamos copiarlo y regresar a Sancrist, donde confiábamos que fuese traducido por los eruditos. Pero aquí hemos encontrado a alguien que puede leerlo. El kender ...

—¡Tasslehoff! —exclamó Flint.

Tanis se quedó boquiabierto. —¿Tasslehoff? —repitió incrédulo—. Pero si casi no sabe leer el común. No conoce ninguna de las lenguas antiguas. El único entre nosotros que tal vez podría traducirlo es Raistlin.