Выбрать главу

—Sturm se ha perdido. Flint y Tas están al otro lado de la calle. El kender está atrapado bajo una viga. Gilthanas está a dos edificios de distancia. Está herido, no es grave, pero no pudo seguir avanzando.

—Bienvenido, Tanis —susurró Raistlin entre toses—. Has llegado a tiempo para morir con nosotros.

Tanis miró la jarra, vio la bolsa negra junto a ella y observó a Raistlin con sorpresa.

—No —dijo con firmeza el mago—. No vamos a morir. Al menos no como el... —Raistlin se interrumpió bruscamente—. Reunámonos todos.

Caramon fue a buscar a los demás, llamándolos a gritos. Riverwind llegó de la sala principal donde había estado disparando al enemigo las mismas flechas que éste les lanzaba, ya que las suyas se habían acabado un rato antes. Los demás lo seguían, sonriendo esperanzados al ver a Tanis.

Al ver la fe que tenían en él, el semielfo se enfureció. Algún día, pensó, voy a decepcionarles. Tal vez lo haya hecho ya.

—¡Escuchad! —gritó intentando que lo oyeran a pesar del ruido que estaban haciendo los draconianos—. ¡Podemos intentar escapar por la puerta de atrás! Los que están atacando la posada son sólo unos pocos. La mayor parte de ejército aún no ha entrado en la ciudad.

—Alguien nos está acechando —murmuró Raistlin.

—Eso parece —asintió Tanis —. No tenemos mucho tiempo. Si consiguiéramos llegar a las colinas...

De pronto guardó silencio, alzando la cabeza. Todos callaron y escucharon, reconociendo el agudo chillido, el batir de gigantescas alas coriáceas que sonaba cada vez más cercano.

—¡Poneos a cubierto! —gritó Riverwind. Pero era demasiado tarde.

Se escuchó un gemido quejumbroso y un estallido. La posada, de tres pisos de altura construidos en madera y piedra, tembló como si estuviese hecha de palos y arena. Hubo una explosión de polvo y escombros. El exterior del edificio comenzó a arder. Podían escuchar sobre sus cabezas el sonido de la madera resquebrajándose y partiéndose, el golpeteo de leños cayendo. El edificio comenzó a derrumbarse sobre sí mismo.

Los compañeros lo contemplaron con atónita fascinación, paralizados ante la imagen del gigantesco techo temblando bajo la inmensa presión que soportaban los pisos superiores al venirse abajo el tejado.

—¡Salgamos de aquí! —gritó Tanis —. Todo el edificio se está...

La viga que estaba justamente sobre la cabeza del semielfo crujió intensamente, se rajó y se partió. Agarrando a Laurana por la cintura, Tanis la empujó lejos de él y pudo ver cómo Elistan, que se hallaba cerca de la parte delantera de la posada, la sujetaba en sus brazos.

Cuando la inmensa viga acabó de ceder con un potente estallido, el semielfo oyó al mago farfullar unas extrañas palabras. Un segundo después se hallaba cayendo, cayendo en la negrura... con la sensación de que el mundo se desplomaba sobre él.

Al dar la vuelta a una esquina Sturm vio como la posada caía derruida envuelta en una nube de fuego y humo, mientras un dragón remontaba el vuelo. El corazón del caballero comenzó a latir furiosamente.

Se escondió en el marco de una puerta, ocultándose entre las sombras al ver venir unos draconianos riendo y charlando en su frío idioma gutural. Aparentemente habían acabado su trabajo e iban en busca de otra diversión. De pronto advirtió a otros tres ataviados con uniformes azules en vez de rojos—, parecían extremadamente preocupados por la destrucción de la posada, y agitaban los puños en dirección al dragón rojo que volaba a poca altura.

Sturm se sintió invadido por una ola de desesperación. Se apoyó contra la puerta, contemplando a los draconianos con hastío, preguntándose qué hacer ahora. ¿Estarían todavía los demás en la posada? Tal vez habrían escapado. De pronto el corazón le latió con fuerza al divisar una mancha blanca.

—¡Elistan! —gritó al ver emerger al clérigo entre los escombros, arrastrando a alguien tras él. Los draconianos, con las espadas desenvainadas, corrieron hacia el clérigo, gritándole en común que se rindiera. Sturm vociferó el reto de los caballeros solámnicos al enemigo y salió corriendo hacia ellos. Las criaturas se volvieron rápidamente, desconcertados ante su aparición.

Sturm tuvo la ligera sensación de que alguien más corría junto a él. Mirando a su lado, vio un relampagueo de llamas reflejado sobre un casco metálico y escuchó los gruñidos del enano. Además, oyó recitar unas palabras mágicas a corta distancia.

Gilthanas, casi incapaz de mantenerse en pie sin ayuda, trepaba por los escombros y señalaba a los draconianos mientras formulaba un encantamiento. De sus manos salieron dardos en llamas. Una de las criaturas cayó, llevándose las manos al pecho. Flint se abalanzó sobre otra, golpeándola en la cabeza con una roca, mientras Sturm caía sobre el tercer draconiano y lo golpeaba repetidamente con los puños. El caballero sostuvo a Elistan cuando éste se tambaleó hacia adelante. El clérigo arrastraba tras él a una mujer.

—¡Laurana! —exclamó Gilthanas refugiado aún bajo el umbral.

Aturdida y mareada por el humo, la elfa elevó una mirada vidriosa. —¿Gilthanas?—murmuró. Pero enseguida vio que se trataba del caballero.

—Sturm —dijo confusa, señalando vagamente tras ella—. Tu espada, está ahí. La vi...

Sturm vislumbró entre los cascotes un destello de plata. Era su espada, y junto a ella estaba la espada de Tanis, el acero elfo de Kith-Kanan. Removiendo entre montones de piedra, Sturm levantó con reverencia las espadas, que parecían antiguas reliquias halladas en una horrenda y gigantesca tumba. El caballero aguzó el oído esperando percibir algún movimiento, un grito, un gemido. Pero reinaba un silencio terrorífico.

—Hemos de salir de aquí —dijo lentamente, sin moverse. Después miró a Elistan quien,con palidez mortecina, contemplaba la posada en ruinas —. ¿Y los demás?

—Estábamos todos allí —dijo Elistan con voz temblorosa.

—¿Y el semielfo?

—¿Tanis?

—Sí. Llegó por la puerta trasera un momento antes de que los dragones arrasaran la posada. Estábamos todos juntos en la sala. Yo me hallaba cerca de una puerta. Tanis vio que la viga se rompía. Empujó a Laurana y yo la sostuve. Luego el techo se derrumbó sobre ellos. Creo que es imposible que consiguiesen...

—¡No puedo creerlo! —exclamó Flint, trepando sobre los escombros. Sturm lo sujetó y lo hizo retroceder.

—¿Dónde está Tas? —le preguntó al enano.

La expresión de Flint cambió.

—Inmovilizado bajo una viga. He de volver junto a él. Pero no puedo dejarlos... Caramon... —el enano comenzó a llorar, salpicándose la barba con las lágrimas—. ¡Ese inmenso y patoso buey! Le necesito. ¡No puede hacerme esto! ¡Y Tanis también! ¡Maldita sea, les necesito!

Sturm posó su mano sobre el hombro del enano.

—Vuelve con Tas. Él sí que te necesita ahora. Sigue habiendo draconianos por las calles. Estaremos en...

Laurana, apenas recuperada de su aturdimiento, gritó, produciendo un sonido terrorífico y lastimero que atravesó a Sturm como el acero. Volviéndose instantáneamente, consiguió sujetarla antes de que la elfa se precipitase hacia los escombros.

—¡Laurana! ¡Mira esto! ¡Míralo! —angustiado, la sacudió con firmeza—. ¡Nadie puede salir vivo de ahí!

—¡Eso es imposible saberlo! ¡Tanis! —gritó la elfa furiosa, separándose de él. Cayendo de rodillas, intentó alzar una de las chamuscadas piedras, pero el pedrusco era tan pesado que sólo pudo moverlo unos pocos centímetros.

Sturm la contemplaba desconsolado, sin saber qué hacer. Sin embargo, un segundo después tuvo la respuesta. ¡El sonido de los cuernos! Cada vez más cerca. Cientos, miles de cuernos sonando. Habían llegado los ejércitos. Miró a Elistan, quien asintió apenado, comprendiendo la situación. Ambos hombres se precipitaron hacia Laurana.

—Querida mía —comenzó a decir Elistan dulcemente—, ya no puedes hacer nada por ellos. Los vivos te necesitan. Tu hermano está herido, y también el kender. Los draconianos están invadiendo la ciudad. Debemos escapar ahora para seguir luchando contra esos horribles monstruos, o echar a perder nuestras vidas sumidos en un infructuoso pesar. Tanis ha dado su vida por ti, Laurana. No hagas que su sacrificio resulte inútil.