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Laurana alzó la mirada hacia él, el rostro de la elfa estaba negro de hollín y suciedad, salpicado de lágrimas y sangre. Oyó el sonido de los cuernos, oyó a Gilthanas llamarla, oyó a Flint gritando que Tasslehoff estaba agonizando, oyó las palabras de Elistan... y entonces comenzó a caer lluvia del cielo, pues el ardor de las llamaradas de los dragones había fundido la nieve, trocándola en agua. Ésta resbaló por su rostro, refrescando su piel incandescente.

—Ayúdame, Sturm —murmuró torpemente, pues sus labios estaban demasiado entumecidos para formular palabras. El la rodeó con el brazo y consiguió levantarla aturdida y mareada por la impresión.

—¡Laurana! —la llamó su hermano.

Elistan tenía razón. Los vivos la necesitaban. Debía acudir junto a él. A pesar de que prefería tenderse sobre esa montaña de rocas y morir, debía seguir adelante. Eso es lo que haría Tanis. La necesitaban. Debía seguir adelante.

—Adiós, Tanthalas —susurró.

La lluvia arreció, cayendo firmemente, como si los mismísimos dioses lloraran por Tarsis, la Bella.

El agua goteaba sobre su cabeza. Era irritante, estaba fría. Raistlin intentó rodar a un lado, para zafarse de ella, pero no consiguió moverse. Se hallaba tendido en el suelo bajo un inmenso peso que lo aprisionaba. Presa de pánico, intentó desesperadamente escapar. A medida que el miedo se diseminaba por su cuerpo, fue llegando a un estado de consciencia absoluto. Con el conocimiento, su miedo se evaporó. Una vez más, Raistlin controlaba la situación y, tal como le habían enseñado, se obligó a relajarse y a analizar los hechos.

No podía ver nada. Estaba muy oscuro, lo que le obligaba a tener que confiar en sus otros sentidos. Antes de nada debía intentar sacarse ese peso de encima. Estaba siendo machacado y aplastado. Movió cuidadosamente los brazos. No le dolían y no parecía tener ningún hueso roto. Alargó el brazo hacia arriba y tocó un cuerpo. Era Caramon, por la cota de mallas... y por el olor. Lanzó un suspiro. Podía haberlo imaginado. Utilizando todas sus fuerzas, Raistlin empujó un poco a su hermano hacia un lado y consiguió salir de debajo de él aunque con grandes dificultades.

El mago respiró con mayor facilidad. Palpó a tientas el cuerpo de su hermano, buscando el cuello para comprobar el pulso. Era firme, el cuerpo de Caramon estaba templado y su respiración era regular. Raistlin volvió a tenderse en el suelo aliviado. Por lo menos, donde quiera que estuviese, no estaba solo.

¿Dónde se encontraba? Raistlin reconstruyó los últimos y terroríficos momentos. Recordaba que la viga se había partido y que Tanis había conseguido apartar a Laurana, evitando que el inmenso madero le cayera encima. Recordaba haber formulado un encantamiento con las pocas fuerzas que le quedaban. La magia recorrió su cuerpo, creando alrededor suyo —y de aquellos que se hallaban cerca de él—, una fuerza capaz de protegerlos de los objetos físicos. Recordó que Caramon se había acurrucado sobre él, y que el edificio había comenzado a derrumbarse a su alrededor, y una sensación de caída...

Caer...

Raistlin comprendió. Debemos haber atravesado el suelo y caído en la bodega de la posada. El mago se dio cuenta de que estaba empapado. Poniéndose en pie, comenzó a caminar a tientas hasta que finalmente encontró lo que buscaba —su bastón de mago—. El cristal no se había roto; lo único que podía dañar al bastón, que le había entregado Par-Salían en las torres de la Alta Hechicería, eran las llamas lanzadas por los dragones.

—Shirak —susurró Raistlin y el bastón se iluminó. Incorporándose, miró a su alrededor. Sí, estaba en lo cierto. Estaban en la bodega de la posada. El suelo estaba cubierto de vino y de botellas rotas. Los barriles de cerveza estaban partidos en pedazos.

El mago iluminó el suelo con la luz. Ahí estaban Tanis, Riverwind, Goldmoon y Tika, todos ellos acurrucados cerca de Caramon.

«Parece que están bien» pensó, echándoles un rápido vistazo.

Estaban rodeados de piedras y escombros. La viga había caído oblicuamente y tan sólo uno de los extremos reposaba sobre el suelo. Raistlin sonrió. Un buen trabajo, ese encantamiento. Una vez más le debían la vida.

«Si no perecemos a causa del frío», se recordó a sí mismo amargamente.

El cuerpo le temblaba tanto que apenas podía sostener su Bastón de Mago. Comenzó a toser. Aquello sería su muerte. Tenían que salir de allí.

—Tanis —llamó, acercándose al semielfo para despertarlo.

Tanis estaba tendido en el mismísimo centro del círculo protector de la magia de Raistlin. Farfulló algo y se movió. Raistlin le tocó de nuevo. El semielfo profirió un grito, cubriéndose instintivamente la cabeza con los brazos.

—Tanis, estás a salvo —susurró Raistlin entre toses —. Despierta.

—¿Qué? —Tanis se incorporó de golpe, quedándose sentado y mirando a su alrededor—. ¿Dónde...? —entonces recordó—. ¿Laurana?

—Se ha ido —Raistlin se encogió de hombros—. La libraste a tiempo del peligro...

—Sí... —murmuró Tanis, tendiéndose en el suelo de nuevo y te oí pronunciar unas palabras mágicas...

—Por eso no hemos muerto aplastados —Raistlin se recogió los faldones de la empapada túnica temblando, y se acercó más a Tanis, que miraba a su alrededor como si se hallase en otro planeta.

—¿En nombre de los Abismos, dónde...?

—Estamos en la bodega de la posada. El suelo cedió y caímos aquí.

Tanis alzó la mirada.

—¡Por todos los dioses! —murmuró horrorizado.

—Sí —dijo Raistlin siguiendo la mirada de Tanis —. Estamos enterrados en vida.

Poco a poco todos los compañeros fueron volviendo en sí, dándose cuenta de su situación. Esta no parecía muy esperanzadora. Goldmoon curó sus heridas, que no eran graves gracias al hechizo de Raistlin. Pero no tenían ni idea de cuánto tiempo habían estado inconscientes o de lo que estaría sucediendo en el exterior. Peor aún, no sabían cómo conseguirían salir de allí.

Caramon intentó cautelosamente mover algunas de las rocas que taponaban el techo, pero la estructura comenzó a crujir y a chirriar. Raistlin le recordó secamente a su hermano que no disponía de más energía para formular hechizos, y Tanis le dijo cansinamente al guerrero que lo olvidara. Se quedaron sentados mientras el nivel de agua del suelo continuaba subiendo.

Tal como Riverwind dijo, parecía ser cuestión de ver qué acababa con ellos primero: la falta de aire, la congelación hasta la muerte, que las ruinas cayeran sobre ellos, aplastándolos, o que el agua llegara a ahogarlos.

—Podríamos gritar pidiendo ayuda —sugirió Tika intentando hablar con firmeza.

—¿Y que nos rescaten los draconianos? —respondió bruscamente Raistlin.

Tika enrojeció y se frotó rápidamente los ojos con la mano. Caramon le lanzó una mirada de reproche a su hermano y rodeó a la muchacha con el brazo atrayéndola hacia sí. Raistlin los miró a ambos con desprecio.

—No se oye ningún ruido ahí arriba —dijo Tanis asombrado—. Creéis que los dragones y los ejércitos... —se detuvo, encontrándose con la mirada de Caramon; ambos asintieron lentamente al comprender.

—¿Qué? —preguntó Goldmoon mirándolos.

—Estamos tras las líneas enemigas —explicó Caramon—. Los ejércitos de draconianos ocupan la ciudad. Y probablemente todas las tierras en millas y millas a la redonda. No hay forma de escapar, y ningún sitio al que dirigirnos si conseguimos salir de aquí.

Los compañeros comenzaron a escuchar unos sonidos que parecían querer enfatizar las palabras del guerrero. Al aguzar el oído escucharon la forma gutural de hablar de los draconianos que habían llegado a conocer tan bien.