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Caramon tiró de ella amablemente pero con firmeza. Alhana se lo quedó mirando con su bello rostro alterado por la rabia y el temor, por un instante pareció dispuesta a golpearlo, pero Tanis avanzó hacia ella y le tomó la mano.

—Princesa Alhana —dijo serenamente—, despertarlo no servirá de nada. Nos ha dicho todo lo que sabe. Por lo que se refiere a la otra voz, es evidente que no recuerda nada de lo que ha dicho.

—Esto le ha sucedido a Raistlin en otras ocasiones —comentó Caramon en voz baja—, como si se convirtiera en otra persona. Pero siempre le deja exhausto y nunca recuerda nada.

Alhana retiró la mano que Tanis le había asido, y su rostro volvió a recuperar la fría y pura inmovilidad del mármol. Volviéndose, caminó hasta la entrada de la caverna. Agarrando la manta que Riverwind había colocado para ocultar la luz del fuego, casi la arrancó de cuajo al apartarla a un lado para salir de la gruta.

—Yo haré la primera guardia —le dijo Tanis a Caramon—. Será mejor que duermas un poco.

—Me quedaré un rato con Raistlin —respondió el guerrero extendiendo su jergón junto a su frágil gemelo. Tanis siguió a Alhana al exterior.

Los grifos dormían ruidosamente, con las cabezas ocultas bajo las suaves plumas de sus cuellos y con las garrudas patas anteriores asidas firmemente al borde del peñasco. El semielfo durante unos segundos no consiguió localizar a Alhana en la oscuridad, luego la vio inclinada sobre una inmensa roca, con el rostro oculto entre las manos, sollozando amargamente.

La orgullosa mujer de Silvanesti nunca perdonaría verse sorprendida en un instante tan débil y vulnerable, por lo que Tanis volvió a correr la manta y permaneció en la caverna.

—¡Yo haré la guardia! —volvió a gritar antes de salir afuera de nuevo. Al alzar la manta vio a Alhana incorporarse y limpiarse el rostro rápidamente con la mano. La elfa se giró de espaldas y Tanis avanzó lentamente hacia ella, dándole tiempo a recomponerse.

—El ambiente de la cueva era sofocante —murmuró Alhana—. No podía soportarlo, tuve que salir afuera a respirar aire puro.

—Voy a hacer la primera guardia. Pareces temerosa de que tu padre haya intentado utilizar el Orbe de los Dragones. Seguramente debía conocer su historia. Si recuerdo lo que sabía de los tuyos, tu padre practicaba la magia.

—Sabía de dónde provenía el Orbe —respondió Alhana con voz temblorosa antes de recuperar la serenidad—. El joven mago tenía razón cuando habló de las Batallas Perdidas y de la destrucción de las torres. Pero se equivocó cuando dijo que los otros tres Orbes se perdieron. Uno fue llevado a Silvanesti por mi padre.

—¿Qué fueron las Batallas Perdidas? —preguntó Tanis apoyándose en unas rocas cerca de Alhana.

—¿Es que en Qualinost no se os enseña la tradición popular? —profirió la elfa mirando a Tanis con desprecio —. ¡En qué bárbaros os habéis convertido desde que os mezcláis con los humanos!

—Digamos que el error es mío, que no le presté demasiada atención al maestro que nos lo enseñaba.

Alhana lo miró fijamente, captando sarcasmo en su respuesta. Al ver su expresión seria y como no deseaba que la dejaran sola, decidió responder a su pregunta.

«Durante la Era del Poder, al acumular Istar cada vez más glorias, el Sumo Sacerdote y sus clérigos se volvieron cada vez más celosos del poder de los hechiceros. Los clérigos opinaban que el mundo ya no necesitaba de la magia, sin lugar a dudas la temían, pues era algo que no podían controlar. A los propios magos, a pesar de ser respetados, nunca se les tenía plena confianza, ni siquiera a los que vestían la túnica blanca. Para los clérigos resultó muy sencillo volver a la muchedumbre contra ellos. Cuando los tiempos se tomaron cada vez más malignos, los clérigos culparon de ello a los hechiceros. Las torres de la Alta Hechicería, donde los magos deben pasar sus últimas y agotadoras pruebas, eran los lugares donde reposaba el poder de los magos. Pronto se convirtieron enlas dianas más codiciadas. La muchedumbre las atacó, y fue como dijo tu joven amigo: sólo por segunda vez en su historia, los magos de las diversas órdenes se unieron para defender los últimos baluartes de su fuerza.»

—¿Pero cómo pudieron ser derrotados? —preguntó Tanis incrédulo.

—¿Cómo puedes hacer esta pregunta sabiendo lo que sabes de tu joven amigo? Es poderoso, pero debe descansar. Incluso los más fuertes deben disponer de tiempo para renovar sus encantamientos, para memorizarlos de nuevo. Incluso los más ancianos hechiceros cuyo poder no ha vuelto a ser visto en Krynn debían dormir y emplear horas en leer y releer los libros de encantamientos. Y también entonces, como ahora, había pocos magos. Pocos osan presentarse a las pruebas de las torres de la Alta Hechicería sabiendo que fallar en ellas significa la muerte.

—¿Fallar significa la muerte?

—Sí. Tu amigo fue muy valiente al pasar la Prueba tan joven. Muy valiente, o muy ambicioso. ¿Nunca te lo dijo?

—No. Nunca habla de ello. Pero continúa...

«Cuando fue obvio que era imposible ganar la batalla, los propios hechiceros destruyeron dos de las torres. Las explosiones asolaron las tierras a varias millas a la redonda. Sólo quedaron en pie tres: la de Istar, la de Palanthas y la de Wayreth. Pero la terrible destrucción de las otras dos asustó tanto al Sumo Sacerdote, que éste aseguró a los magos de las torres de Istar y Palanthas que saldrían ilesos de las dos ciudades si abandonaban pacíficamente las torres, ya que el Sumo Sacerdote sabía que los hechiceros tenían poder suficiente para destruir ambas urbes.»

Tanis escuchaba atentamente el apasionante relato de Alhana.

«Y así los magos viajaron a la única torre que nunca había sido amenazada, la torre de Wayreth en las montañas Kharolis. Llegaron a Wayreth para curar sus heridas y para nutrir la pequeña chispa de magia que quedaba en el mundo. Los libros de encantamientos que no pudieron llevar con ellos —ya que su número era vasto y a muchos les fue realizado un encantamiento de protección —fueron entregados a la gran biblioteca de Palanthas y, de acuerdo con el saber de mi pueblo, aún están allí.»

Solinari ascendía en el cielo, y sus rayos iluminaban a su hija con una belleza que a Tanis le cortaba la respiración, a pesar de que su frialdad le atravesaba el corazón.

—¿Qué sabes a cerca de una tercera luna? —le preguntó contemplando el cielo nocturno estremecido—. La luna negra...

—Poco. Los hechiceros obtienen su poder de las lunas: los Túnicas Blancas de Solinari, los Túnicas Rojas de Lunitari. De acuerdo con la tradición, existe una luna que otorga a los Túnicas Negras su poder, pero sólo ellos conocen su nombre o cómo encontrarla en el cielo.

«Raistlin conocía el nombre, o por lo menos esa otra voz lo sabía. Pero prefirió no decirlo en voz alta», pensó Tanis.

—¿Cómo consiguió tu padre el Orbe de los Dragones?

—Mi padre, Lorac, era un aprendiz de mago. Viajó a la torre de la Alta Hechicería de Istar para la Prueba, que pasó, y a la cual sobrevivió. Fue allí donde vio por vez primera el Orbe de los Dragones —Alhana guardó silencio durante un instante—. Voy a explicarte algo que nunca he dicho a nadie, y que él sólo me lo contó a mí. Te lo digo porque tienes derecho a saber qué puede suceder.

«Durante la Prueba, el Orbe... —la elfa tuvo un segundo de duda, pareciendo buscar las palabras correctas le habló, habló a su mente. Temía que estuviera aproximándose una terrible calamidad. "No debes dejarme aquí en Istar. Si así lo hicieras, yo perecería y el mundo estaría perdido", le dijo. Mi padre... supongo que podría decirse que robó el Orbe, a pesar de que él sintió que lo estaba rescatando.

«La torre de Istar fue abandonada. El Sumo Sacerdote se instaló allí y la utilizó para sus propios fines. Finalmente los magos también dejaron la torre de Palanthas —Alhana se estremeció—. La historia de esa torre es terrorífica. El regente de Palanthas, un discípulo del Sumo Sacerdote, llegó a la Torre para sellar sus puertas, por lo menos eso es lo que dijo. Pero todos pudieron ver su mirada centelleante y ambiciosa al contemplar la bella torre. Además, la leyenda de las maravillas que ésta contenía —tanto buenas como malas—, se había extendido por todo el lugar.