—¡Apresúrate, Tas! —gritó la muchacha desesperada.
Era una cerradura fácil de abrir; estaba protegida con una trampilla tan simple que a Tas le sorprendió que los elfos se hubiesen molestado en instalarla.
—La abriré en cuestión de segundos —anunció. No obstante, cuando comenzaba a manipularla, algo lo golpeó desde atrás, haciéndole tambalearse.
—¡Hey! —le gritó a Tika irritado, volviéndose—. Sé un poco más cuidadosa...
Se interrumpió horrorizado. Tika yacía a sus pies completamente cubierta de sangre.
—¡No, no, Tika! —susurró Tas. ¡Tal vez estuviera sólo herida! Tal vez si conseguía entrarla en la torre, alguien podría ayudarla. Las lágrimas entorpecieron la visión del kender y sus manos comenzaron a temblar.
«Debo apresurarme. ¿Por qué no se abrirá esto? ¡Es tan simple!», pensó Tas desesperado.
Furioso, intentó romper la cerradura. Cuando finalmente ésta saltó, sintió una pequeña punzada en el dedo. La puerta de la torre comenzó a abrirse. Pero Tasslehoff sólo podía contemplar su dedo, en el que relucía una pequeña gota de sangre. Volvió a mirar la cerradura y descubrió una pequeña aguja dorada. Una trampa sencilla, que él mismohabía activado. Mientras los primeros efectos del veneno se esparcían por su cuerpo, bajó la mirada y vio que ya era demasiado tarde. Tika había muerto.
Raistlin y su hermano se abrieron camino por el bosque sin problemas. Caramon contempló cada vez más impresionado cómo Raistlin mantenía alejadas a las demoníacas criaturas que los acechaban; en algunos momentos con increíbles proezas de magia, en otros sólo con la pura fuerza de su voluntad.
La actitud de Raistlin era amable y solícita. A medida que el día languidecía, Caramon se veía obligado a detenerse cada vez con mayor frecuencia. Al llegar el atardecer, todo lo que Caramon podía hacer era arrastrar los pies, apoyándose en su hermano para sostenerse. Y mientras Caramon se sentía cada vez más débil, Raistlin era cada vez más fuerte.
Finalmente, cuando las sombras de la noche tuvieron la clemencia de acabar con aquel día torturante, los gemelos llegaron a la torre. Una vez allí se detuvieron, pues Caramon se sentía exhausto y febril.
—Tengo que descansar, Raistlin. Ayúdame.
—Por supuesto, hermano mío —dijo Raistlin con amabilidad ayudando a Caramon a recostarse contra la perlina pared de la Torre y contemplándolo luego con ojos fríos y relucientes.
—Adiós, Caramon.
Caramon lo miró sin poder dar crédito a sus oídos. El guerrero pudo ver entre las sombras de los árboles a los espíritus elfos —que hasta el momento los habían seguido a una distancia prudencial—, aguardando a que el mago se fuera.
—Raistlin —dijo Caramon lentamente—, ¡no puedes dejarme aquí! No puedo luchar contra ellos. ¡No tengo fuerzas! ¡Te necesito!
—Tal vez, pero sabes, hermano mío, ya no te necesito más. Me he apoderado de tu fuerza. Ahora, por fin soy el que debería haber sido de no ser por un cruel truco de la naturaleza... una sola persona.
Mientras Caramon lo miraba sin comprender, Raistlin se volvió para marcharse.
—¡Raistlin!
El grito agonizante de Caramon lo detuvo. Raistlin se volvió y miró a su gemelo.
—¿Cómo te sientes siendo débil y temeroso, hermano mío? —le preguntó suavemente. Volviéndose de nuevo, Raistlin caminó hacia la entrada de la torre, donde Tika y Tas yacían muertos. El mago pasó sobre ellos y desapareció en la oscuridad.
Cuando Sturm, Tanis y Kitiara llegaron a la torre vieron un cuerpo tendido en el suelo. Las fantasmagóricas siluetas de los espíritus elfos comenzaban a rodearlo, aullando, chillando y pinchándolo con sus frías espadas.
—¡Caramon! —gritó Tanis desconsolado.
—¿Dónde está su hermano? —preguntó Sturm mirando intencionadamente a Kitiara—.Sin duda le ha dejado morir.
Los tres echaron a correr en dirección a Caramon para ayudarle. Blandiendo sus espadas, Sturm y Kitiara mantuvieron a los elfos alejados mientras Tanis se arrodillaba junto al agonizante guerrero.
Caramon elevó su vidriosa mirada y se encontró con la de Tanis, resultándole difícil reconocerle debido a la sangrienta neblina que ofuscaba su visión. Hizo un esfuerzo desesperado por hablar.
—Protege a Raistlin, Tanis... —Caramon se atragantó con su propia sangre —, ya que yo no estaré aquí para ayudarle. Vela por él.
—¿Velar por Raistlin? —repitió Tanis furioso—. ¡Te dejó aquí, te dejó morir!
Caramon cerró los ojos exhausto.
—No, estás equivocado, Tanis. Yo le dije que se fuera.., —la cabeza del guerrero cayó hacia adelante.
Las sombras de la noche se cernieron sobre ellos. Los elfos habían desaparecido. Sturm y Kitiara se acercaron al guerrero muerto.
—¿Qué te había dicho? —preguntó Sturm agriamente.
—Pobre Caramon —susurró Kitiara, arrodillándose junto a él—. Siempre creí que acabaría así.
Guardó silencio durante un instante y luego murmuró casi para sí:
—O sea que mi pequeño Raistlin se ha hecho realmente poderoso.
—¡A costa de la vida de su otro hermano!
Kitiara miró a Tanis perpleja por lo que acababa de oír. Luego, encogiéndose de hombros, bajo la mirada hacia Caramon, quien yacía sobre un charco formado por su sangre.
—Pobre muchacho —dijo en voz baja.
Sturm cubrió el cuerpo de Caramon con su capa y los tres marcharon en busca de la entrada de la Torre.
—Tanis... —dijo Sturm señalando hacia adelante.
El cuerpo del kender yacía junto a la puerta. Sus pequeños brazos y piernas se hallaban retorcidos debido a las convulsiones que le había provocado el veneno. A corta distancia estaba el cuerpo de Tika, con los rizos rojizos salpicados de sangre. Tanis se arrodilló junto a ambos cadáveres. Una de las bolsitas del kender estaba abierta y todo lo que contenía se había esparcido por el suelo. Tanis vio relucir algo. Al fijar la atención descubrió el anillo de hechura elfa, labrado en forma de hojas de enredadera. La visión se le nubló, los ojos se le llenaron de lágrimas y tuvo que cubrirse el rostro con las manos.
—No podemos hacer nada, Tanis —Sturm posó la mano sobre el hombro de su amigo—. Hemos de seguir adelante y acabar con todo esto. Aunque sea lo último que haga, viviré para matar a Raistlin.
«La muerte está en nuestras mentes. Esto es un sueño», se repetía Tanis. Pero las palabras que decía eran las de Raistlin, y ya había visto en lo que se había convertido el mago.
«Llegará un momento en el que despertaré», pensó, poniendo toda su voluntad para creer que se trataba de un sueño. Mas, cuando abrió los ojos, el cuerpecillo del kender seguía tendido en el suelo.
Sujetando con firmeza el anillo que tenía en la mano, Tanis siguió a Kitiara y Sturm hacia el interior del húmedo vestíbulo de mármol que ahora estaba completamente cubierto de légamo. De las marmóreas paredes colgaban pinturas enmarcadas en oro. Unos altos ventanales con cristaleras de colores dejaban entrar una luz cárdena y fantasmal. El vestíbulo debía haber sido muy bello en tiempos pasados, pero ahora hasta las pinturas de la pared aparecían desfiguradas, mostrando terroríficas imágenes de la muerte. Poco a poco, a medida que los tres iban avanzando, comenzaron a percibir una brillante luz verdosa que emanaba de una habitación que había al fondo del corredor.
Los tres sintieron que de aquella luz glauca emanaba una malevolencia que golpeaba sus rostros con el calor de un sol desnaturalizado.
—El centro del mal —dijo Tanis.
Su corazón estaba lleno de cólera; cólera, pena y un ardiente deseo de venganza. Echó a correr en dirección a la habitación, pero aquel aire tiznado de verde parecía ejercer sobre él una firme presión, frenándolo cada vez con mayor intensidad, hasta que dar un sólo paso supuso un inmenso esfuerzo.