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Tanis cayó al suelo, sabiendo que su muerte estaba fijada. Sosteniendo firmemente en su mano el pequeño anillo de oro, aguardó la muerte.

Entonces oyó que el mago formulaba unas extrañas y poderosas palabras, y oyó también al dragón rugir de rabia. Ambos estaban luchando, pero a Tanis no le importaba. Con los ojos bien cerrados, borró los sonidos que surgían a su alrededor, borró la vida. Tan sólo una cosa seguía siendo real. El anillo de oro que sostenía con fuerza en sus manos.

De pronto Tanis fue vivamente consciente del roce del anillo contra la palma de su mano: el metal era frío, y los bordes rugosos. Podía sentir en su carne el pinchazo de las afiladas hojas de enredadera.

Tanis cerró la mano, estrujando el anillo. El oro le pinchaba la carne, le pinchaba cada vez más. Sentía dolor... era realmente doloroso...

¡Estoy soñando!

Tanis abrió los ojos. La plateada luz de Solinari inundaba la torre, mezclándose con los rayos rojos de Lunitari. Yacía sobre un frío suelo de mármol. Su mano estaba cerrada con fuerza, con tanta fuerza que el dolor lo había despertado. ¡El dolor! El anillo... ¡El sueño! Al recordarlo, Tanis se incorporó aterrorizado y miró a su alrededor. Pero sólo había una persona en la sala. Raistlin se recostó contra la pared, tosiendo

El semielfo se puso en pie y caminó tembloroso hacia Raistlin. Al acercarse vio un hilo de sangre en los labios del mago. La sangre relucía roja bajo la luz de Lunitari tan roja como la túnica que cubría el cuerpo trémulo Y frágil de Raistlin.

El sueño.

Tanis abrió la mano. Estaba vacía.

11

Fin del sueño. Principio de la pesadilla.

El semielfo miró a su alrededor. La sala estaba tan vacía como su mano. Los cadáveres de sus amigos no estaban. El dragón tampoco. El viento soplaba a través de una pared destruida, arremolinando la roja túnica de Raistlin, esparciendo por el suelo hojas secas de álamo. El semielfo caminó hacia Raistlin, alcanzando a sostener al joven mago en sus brazos antes de que éste se desmayara.

—¿Dónde están los demás? —preguntó Tanis sacudiendo a Raistlin —. ¿Dónde están Laurana y Sturm? ¿Y los otros, y tu hermano? ¿Están muertos? ¿Y el dragón?

—El dragón se ha ido. El Orbe envió al dragón lejos de aquí al darse cuenta de que no podía vencerme —deshaciéndose de Tanis, Raistlin se separó de él, acurrucándose contra la pared de mármol—. No pudo vencerme tal como era... Ahora hasta un niño podría conmigo. Y por lo que se refiere a los demás... no lo sé. Tú, semielfo, has sobrevivido por la fuerza de tu amor. Yo he sobrevivido por mi ambición. Nos aferramos a la realidad en medio de una pesadilla. ¿Quién sabe lo que puede haberles ocurrido a los demás?

—Entonces Caramon debe estar vivo debido a su amor. Con su último aliento me rogó que respetara tu vida. ¿Dime mago, es éste el futuro que sabías irreversible?

—¿Por qué preguntar? ¿Me matarías, Tanis? ¿Ahora? —No lo sé —murmuró Tanis despacio, pensando en las últimas palabras de Caramon—. Tal vez.

Raistlin sonrió con amargura.

—Guarda tus energías. Mientras nosotros estamos aquí el futuro está cambiando, somos los juguetes de los dioses, no sus herederos como se nos prometió. Pero... —el mago seapartó de la pared—, aún falta mucho para que esto acabe. Debemos encontrar a Lorac, y el Orbe de los Dragones.

Raistlin se arrastró por la sala, apoyándose pesadamente en su Bastón de Mago que iluminaba la estancia ahora que la luz glauca se había evaporado.

La luz glauca. Tanis se quedó en pie en medio del corredor, perdido en un mar de confusiones, intentando despertar, intentado discernir lo soñado de la realidad, ya que el sueño parecía mucho más real que lo que ahora observaba. Contempló la pared destruida. ¿Realmente había habido un dragón? ¿Y una cegadora luz verdosa al final del corredor? Pero ahora éste estaba oscuro. Había caído la noche. Cuando todo aquello había empezado era de día. Las lunas no habían ascendido en el cielo y, sin embargo, ahora estaban llenas. ¿Cuántas noches habían pasado? ¿Cuántos días?

De pronto Tanis oyó retronar una voz en el otro extremo del corredor, cerca de la puerta.

—¡Raistlin!

El mago se detuvo, dejando caer los hombros. Luego se volvió lentamente.

—Mi hermano —susurró.

Caramon —vivo y aparentemente ileso estaba junto a la puerta, su silueta se recortaba contra la estrellada noche.

Tanis oyó a Raistlin suspirar suavemente.

—Estoy cansado, Caramon —el mago tosió y respiró jadeante—. Y aún hay mucho que hacer antes de que esta pesadilla acabe, antes de que las tres lunas se pongan —Raistlin extendió su huesudo brazo—. Necesito tu ayuda, hermano.

Tanis vio que Caramon se estremecía. El gran hombre entró en la habitación, acompañado del sonido de la espada repiqueteando contra sus caderas. Al llegar junto a su hermano, lo rodeó con el brazo.

Raistlin se sostuvo en él. Los gemelos caminaron juntos por el frío corredor, atravesando la destruida pared y dirigiéndose hacia la estancia donde Tanis había visto la luz verdosa y el dragón. Con el corazón lleno de presagios, Tanis avanzó tras ellos.

Los tres entraron en la sala de audiencias de la torre de las Estrellas. Tanis la miró con curiosidad, toda su vida había oído hablar de la belleza de aquel lugar. La torre del Sol de Qualinost había sido construida en memoria de esta torre, la torre de las Estrellas. Se parecían mucho la una a la otra, y sin embargo no eran iguales. Una era luminosa, la otra estaba llena de oscuridad. Tanis observó a su alrededor. La torre se elevaba sobre él formando espirales de mármol que brillaban con el fulgor de las perlas. Había sido construida para almacenar la luz de las lunas, tal como la torre del Sol almacenaba la luz del sol. Las ventanas talladas en la torre estaban labradas con gemas que absorbían y magnificaban la luz de Solinari y Lunitari, haciendo danzar rayos rojos y plateados por la habitación. Pero las gemas se habían roto, y ahora los rayos de luna que se filtraban estaban distorsionados; los plateados eran pálidos como cadáveres y los rojos, bermejos como la sangre.

Tanis, temblando, alzó la mirada. En Qualinost había pinturas en el techo, retratos del sol, de las constelaciones y de las dos lunas. Pero aquí sólo se apreciaba un agujero tallado en el extremo más elevado de la torre. A través de él únicamente podía verse una vacía negrura. Las estrellas no relucían. Era como si una esfera negra y perfectamente redonda hubiese aparecido en la estrellada oscuridad. Antes de poder reflexionar sobre qué podía significar aquello, oyó a Raistlin hablar en voz baja y se volvió.

Allí, entre las sombras, en el otro extremo de la sala de audiencias, estaba el padre de Alhana, Lorac, el rey elfo. Su encogido y cadavérico cuerpo casi desaparecía en un inmenso trono de piedra caprichosamente labrado con aves y otros animales. Seguramente debía haber sido muy bello, pero ahora las cabezas de todos los animales eran calaveras.

Lorac estaba inmóvil, con la cabeza echada hacia atrás, con la boca abierta en un silencioso grito. Su mano reposaba sobre una esfera de cristal.

—¿Está vivo? preguntó Tanis horrorizado.

—Sí —respondió Raistlin—, a su pesar, indudablemente.

—¿Qué le ocurre?

—Está viviendo en una pesadilla —respondió Raistlin señalando la mano de Lorac—. Ahí está el Orbe de los Dragones. Por lo que se ve, ha intentado manipularlo. El Orbe llamó a Cyan Bloodbane para que guardara Silvanesti, y el dragón decidió destruirlo, murmurando pesadillas al oído de Lorac. Lorac llegó a creer tanto en el sueño, pues el amor a su tierra era muy grande, que la pesadilla se convirtió en realidad, Así, el sueño que vivimos al entrar era el suyo. Su sueño... y el nuestro. Al entrar en Silvanesti, también nosotros caímos bajo el poder del dragón.

—¿Tú sabias que íbamos a enfrentarnos a esto!— exclamó Tanis agarrando a Raistlin por los hombros y obligándolo a girarse—. ¡Sabias hacia dónde nos encaminábamos cuando dejamos la orilla del río...!