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—Tanis —dijo Caramon amenazadoramente, forzándolo a soltar a su hermano—. Déjalo en paz.

Antes de poder responder, Tanis escuchó un sollozo. Sonaba como si procediera de la base del trono. Lanzándole a Raistlin una furibunda mirada, Tanis se separó de él y miró hacia las sombras, avanzando hacia ellas con la espada desenvainada.

—¡Alhana! —la doncella elfa estaba acurrucada a los pies de su padre, con la cabeza sobre su regazo, llorando. No pareció oír a Tanis, que se acercó más a ella—. Alhana...

La elfa elevó la mirada sin reconocerlo.

—Alhana.

La muchacha parpadeó y se estremeció, asiendo la mano que Tanis le tendía, como aferrándose a la realidad.

—¡Semielfo! —susurró.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Qué ha sucedido?

—Oí decir al mago que todo era un sueño y... y me negué a creer en ello. Desperté, ¡Pero sólo para descubrir que la pesadilla era real! ¡Mi bella tierra llena de horrores! —Alhana escondió el rostro entre las manos y Tanis se arrodilló junto a ella.

—Me abrí camino hasta aquí. Me llevó... días. Días de pesadilla. Cuando entré en la torre el dragón me capturó. Me trajo aquí, junto a mi padre, con el propósito de hacer que Lorac me asesinara. Pero mi padre no fue capaz de dañar a su propia hija, ni siquiera en sueños. Por tanto Cyan lo torturó con visiones de lo que podría hacer conmigo.

—¿Y tú? ¿Tú también tenías esas visiones? —susurró Tanis acariciando el cabello largo y oscuro de la elfa.

—No fue tan espantoso. Sabía que eran un sueño. Pero para mi pobre padre era real...—dijo comenzando a sollozar de nuevo.

El semielfo le hizo una señal a Caramon.

—Lleva a Alhana a una habitación donde pueda tenderse a descansar. Haremos lo que podamos por su padre.

—Estaré bien, hermano mío —dijo Raistlin como respuesta a la mirada de preocupación de Caramon—. Haz lo que Tanis dice.

—Ven, Alhana —la apremió Tanis, ayudándola a ponerse en pie. La muchacha se tambaleó, exhausta—. ¿Hay algún lugar donde puedas descansar? Vas a necesitar todas tus fuerzas.

Al principio pareció dispuesta a discutir, pero luego se dio cuenta de lo débil que estaba.

—Llevadme a la habitación de mi padre, os enseñaré el camino —Caramon la rodeó con el brazo y salieron lentamente de la sala.

Tanis se volvió hacia Lorac. Raistlin estaba en pie ante el elfo. Tanis oyó que el mago murmuraba unas palabras para sí.

—¿Qué ocurre? —preguntó en voz muy baja el semielfo—. ¿Está muerto?

—¿Quién? ¿Lorac? No, no lo creo. Aún no.

Tanis comprendió que el mago había estado contemplando el Orbe de los Dragones.

El Orbe era una inmensa bola de cristal, de por lo menos veinticuatro pulgadas de anchura. Estaba situada sobre una base de oro en la que se habían labrado espantosos y grotescos dibujos, reflejo de la deformada y tormentosa vida de Silvanesti. A pesar de que el Orbe debía haber sido el origen de aquella brillante luz glauca, ahora sólo despedía un irisado y vibrante resplandor proveniente del centro.

Las manos de Raistlin se movían sobre él, pero Tanis se dio cuenta de que el mago procuraba no tocarlo mientras pronunciaba unas extrañas palabras mágicas. Una débil aura roja envolvió la esfera. Tanis dio un paso atrás.

—No temas —susurró Raistlin observando como el aura se diluía —. Es el encantamiento que he pronunciado. El Orbe está aún hechizado... Su magia no ha muerto con la desaparición del dragón, como pensé que pudiera ocurrir. Sigue teniendo el control.

—¿El control de Lorac?

—Control de si mismo. Ha liberado a Lorac.

—¿Tú has logrado esto? ¿Tú lo venciste?

—¡El Orbe no ha sido vencido! —exclamó Raistlin secamente—. Fui capaz de vencer al dragón porque me ayudaron. Al darse cuenta de que Cyan Bloodbane estaba perdiendo, el Orbe lo envió lejos de aquí. Liberó a Lorac porque ya no podía utilizarlo, pero la esfera es aún muy poderosa.

—Dime, Raistlin....

—No tengo nada más que decir, Tanis. Debo conservar mis energías.

¿Quién había ayudado a Raistlin? ¿Qué más sabía el mago sobre el Orbe? Tanis abrió la boca para hablar de ello, pero al ver relampaguear los dorados ojos del mago, guardó, silencio.

—Ahora ya podemos encargamos de Lorac —añadió Raistlin.

Avanzando hacia el rey elfo, el mago retiró con cuidado la mano de Lorac del Orbe de los Dragones. Luego, puso sus esbeltos dedos en el cuello del elfo.

—Está vivo, al menos por el momento. El pulso es débil. Puedes acercarte, Tanis.

Pero el semielfo, sin apartar la mirada del Orbe, dio un paso atrás. Raistlin contempló a Tanis divertido y le hizo una seña.

Tanis se acercó a él de mala gana.

—Dime sólo una cosa más... ¿puede aún sernos de utilidad el Orbe?

Raistlin guardó silencio un largo instante. Luego respondió con voz casi inaudible:

—Sí, si osamos intentarlo.

Lorac se estremeció tembloroso y, un segundo después, comenzó a gritar —un agudo y lastimero chillido que dañaba el oído—. Se retorcía angustiosamente las manos, que eran poco más que una especie de garras esqueléticas. Tenía los ojos firmemente cerrados. Tanis intentó calmarle en vano. Lorac chilló hasta quedar exhausto, y después siguió gritando en silencio.

—¡Padre! —exclamó, de pronto, Alhana. La muchacha, tras empujar a Caramon a un lado, reapareció en la puerta de la sala de audiencias. Corriendo hacia su padre, le tomó las manos. Lloró mientras se las besaba, rogándole que se callara.

—Descansa, padre —repetía una y otra vez—. La pesadilla ha terminado. El dragón se ha ido. Puedes descansar.¡Padre!

Pero el elfo continuaba gritando.

—¡En nombre de los dioses! —exclamó Caramon al llegar junto a ellos—. No podré soportarlo mucho más tiempo.

—¡Padre! —rogaba Alhana, llamándolo sin descanso. Lentamente la voz de su amada hija fue penetrando enlos retorcidos sueños que continuaban bullendo en su torturada mente. Poco a poco el grito de Lorac fue muriendo, hasta convertirse en temerosos sollozos. El rey elfo abrió los ojos muy despacio, como si tuviera miedo de lo que pudiera ver.

—¡Alhana, hija mía! ¡Estás viva! —levantó una mano temblorosa para tocar las mejillas de la muchacha—. ¡No puede ser! ¡Te vi morir, Alhana! Te vi morir cientos de veces, y cada vez era más terrorífica que la anterior. Él te mataba, Alhana y quería que yo te matara. Pero no podía. Aunque no sé por qué, ya que he quitado la vida a tantos...

Entonces vio a Tanis. Sus ojos se abrieron de par en par, destellando odio.

—¡Tú! —exclamó Lorac, levantándose de su asiento y agarrándose con sus nudosas manos a los brazos del trono—. ¡Tú, semielfo! Te maté... o al menos lo intenté, —su mirada pasó a Raistlin y el odio se convirtió en temor. Temblando, volvió a hundirse en el trono—. ¡A ti, a ti no pude matarte!

Lorac se sentía confuso.

—No —gritó—. ¡Tú no eres él! ¡Tu túnica no es negra! y ¿Quién eres? —sus ojos volvieron a Tanis — ¿Y tú? ¿Tú no eres una amenaza? ¿Qué he hecho?.

—Descansa, padre —rogó Alhana reconfortándolo y acariciando su rostro febril—. Ahora debes reposar. La pesadilla ha terminado, Silvanesti está a salvo.

Caramon alzó a Lorac en brazos y lo llevó a sus habitaciones. Alhana caminó junto a él, sosteniendo firmemente la mano de su padre entre las suyas.

«A salvo», pensó Tanis mirando por las ventanas los torturados árboles. A pesar de que los espíritus de los guerreros elfos ya no rondaban el bosque, las angustiosas sombras que Lorac había creado en su pesadilla aún vivían. Los álamos, contorsionándose en agonía, todavía rezumaban sangre. «¿Quién vivirá aquí ahora?», se preguntaba Tanis apenado. «Los elfos no regresarán. Lo maligno penetrará en este lugar y la pesadilla de Lorac se hará realidad.»