—Allí queda Ergoth del Sur —le dijo el capitán a Elistan señalando a estribor—. Nosotros pasaremos cerca del extremo más meridional. Esta noche, veremos la isla de Cristyne. Luego, si el viento nos acompaña, llegaremos a Sancrist. Es extraño lo que ocurre en Ergoth del Sur —añadió el capitán mirando a Laurana—, dicen que está lleno de elfos, aunque como no he estado allí, no sé si es cierto.
—¡Elfos! —exclamó Laurana entusiasmada, acercándose al capitán.
—Oí que tuvieron que abandonar su hogar perseguidos por los ejércitos de los dragones —afirmó éste.
—¡Puede que se trate de nuestra gente! —dijo Laurana aferrándose a Gilthanas, que estaba a su lado. La elfa se asomó por la proa del barco, mirando fijamente el horizonte como si quisiera hacer aparecer la tierra.
—Seguramente debe tratarse de los Silvanesti —dijo Gilthanas—. De hecho, creo que la princesa Alhana mencionó algo sobre Ergoth. ¿Lo recuerdas, Sturm?
—No —respondió bruscamente el caballero.
Volviéndose rápidamente, caminó hacia babor y se inclinó sobre la barandilla, contemplando el mar teñido de rosa. Laurana vio que se sacaba algo del cinturón y lo sostenía entre sus manos amorosamente. Hubo un brillante destello cuando los rayos del sol loiluminaron, luego el caballero volvió a meter el objeto en su cinturón. Cuando Laurana se disponía a ir hacia él, percibió algo raro y se detuvo bruscamente.
—¿Qué es aquella extraña nube en el sur?
El capitán se volvió inmediatamente y sacando un catalejo de su chaqueta de piel, se lo llevó a los ojos.
—Envía un hombre a lo alto de la arboladura —le dijo a su primer oficial.
Un momento después, un marinero trepaba por las jarcias. Desde las vertiginosas alturas del mástil, se colgó de las cuerdas con una mano y con la otra sostuvo el catalejo, mirando hacia el sur.
—¿Puedes ver de qué se trata? —le gritó el capitán.
—No, capitán —respondió el hombre—. Si es una nube, no se parece a ninguna de las que he visto hasta ahora.
—¡Le echaré un vistazo! —se ofreció Tas voluntarioso.
El kender comenzó a trepar por las sogas tan diestramente como el marinero. Al llegar arriba, se colgó del mástil y miró hacia el sur.
Desde luego era como una nube. Era blanca e inmensa y parecía flotar sobre el agua. Pero se movía a mucha más velocidad que cualquier otra nube del cielo y...
Tasslehoff dio un respingo.
—Déjame esto un momento —dijo, alargando la mano para que le tendieran el catalejo. El hombre se lo dio de mala gana. Tas se lo llevó a los ojos y profirió un suave gruñido—.Vaya, vaya... —murmuró.
Bajando el catalejo, lo cerró de golpe y lo deslizó en su túnica distraídamente. Cuando se disponía a descender, el marinero lo agarró por el cuello.
—¿Qué ocurre...? —preguntó Tas sorprendido—. ¡Oh! ¿Esto es tuyo? Disculpa —tomando el catalejo de nuevo, se lo tendió al marinero. Tas se deslizó habilidosamente por las sogas, aterrizó en la cubierta y corrió hacia Sturm.
—Es un dragón —informó jadeante.
2
El dragón blanco. ¡Capturados!
El nombre del dragón era Sleet. Era un ejemplar hembra blanco de una especie más pequeña que el resto de las que habitaban Krynn. Nacidos y crecidos en las regiones árticas, los dragones blancos eran capaces de soportar un frío extremo, por lo que controlaban las regiones heladas del sur del continente de Ansalon.
Debido a su menor tamaño, pertenecían a la raza de vuelo más veloz. Los Señores de los Dragones los utilizaban a menudo para las misiones de espionaje. Por esa razón Sleet había estado ausente de su cubil del Muro de Hielo cuando los compañeros habían entrado en él para buscar el Orbe. La Reina de la Oscuridad había recibido noticias de que Silvanesti había sido invadido por un grupo de aventureros. Éstos habían conseguido —no se sabía cómo vencer a Cyan Bloodbane y, según los informes, se hallaban en posesión del Orbe de los Dragones.
La Reina de la Oscuridad pensó que el grupo tal vez pudiera estar atravesando las praderas de Arena, por el camino de los Reyes, que era la ruta más directa por tierra hacia Sancrist, donde le habían informado que los Caballeros de Solamnia intentaban reagruparse. Así pues, ordenó a Sleet y a su escuadrilla de dragones blancos que volaran hacia el norte, hacia las praderas de Arena, que ahora estaban cubiertas de una pesada y espesa capa de nieve, para recuperar el Orbe.
Al ver la nieve relucir debajo suyo, Sleet dudó que los humanos fueran tan temerarios como para intentar cruzar aquellas devastadas tierras. Pero cumplía órdenes y se atuvo a ellas. Sleet exploró cada pulgada de terreno, desde los límites de Silvanesti en el este hasta las montañas Kharolis en el oeste. Algunos de sus dragones volaron incluso en dirección norte, hasta la Nueva Costa, que estaba controlada por los dragones azules.
Sus enviados se reunieron para informar que no habían visto huellas de ningún ser viviente en las praderas, y entonces Sleet recibió un mensaje notificándole que, mientras ella se hallaba explorando esa zona, había habido problemas en el Muro de Hielo.
Sleet regresó furiosa, pero llegó demasiado tarde. Feal-thas estaba muerto, y el Orbe había desaparecido. No obstante, sus aliados, los Thanoi u hombres-morsa, fueron capaces de describirle al grupo que había cometido tamaña atrocidad. Incluso pudieron indicarle la dirección que había tomado su barco, a pesar de que desde el Muro de Hielo sólo se podía navegar en una dirección, rumbo al norte.
Sleet informó de la pérdida del Orbe a la Reina de la Oscuridad, quien se sintió sumamente enojada y asustada. ¡Ahora los Orbes desaparecidos ya eran dos! A pesar de saber que su poder maligno era el más fuerte de todo Krynn, la Reina Oscura sabía también con enojosa seguridad que las fuerzas del bien aún rondaban aquellas tierras, y que podía haber alguien lo suficientemente sabio y poderoso para descubrir el secreto de la mágica esfera.
Por tanto a Sleet se le ordenó encontrar el Orbe para llevarlo, no al Muro de Hielo, sino a la propia reina. El dragón no debía, bajo ninguna circunstancia, perderlo o dejar que se perdiera. Los Orbes eran inteligentes y estaban imbuidos de un fuerte sentido de supervivencia. Por eso llevaban tanto tiempo con vida, cuando hasta aquellos que los habían creado estaban ya muertos.
Sleet sobrevoló velozmente el mar de Sirrion y sus poderosas alas blancas no tardaron en acercarla al barco. No obstante, a Sleet se le presentaba ahora un interesante problema intelectual que no estaba preparada para afrontar.
Los dragones blancos eran los menos inteligentes de todas las razas de dragones, lo cual tal vez se debía a la pureza.. de raza necesaria para engendrar un reptil que pudiera tolerar climas tan fríos. Sleet nunca había necesitado pensar por sí misma. Feal-thas siempre le decía lo que tenía que hacer. Por tanto, mientras volaba en círculos sobre el barco, Sleet se sintió bastante confusa ante el problema que se le planteaba: ¿Cómo podría conseguir el Orbe?
Al principio planeó congelar el barco con su gélido aliento. Luego comprendió que así sólo conseguiría encerrar el Orbe en un helado bloque de madera, dificultando enormemente su rescate. Además, había muchas probabilidades de que el barco se hundiera antes de que ella pudiera destruirlo y si realmente se las arreglaba para destrozarlo, era posible que el Orbe se hundiera con la nave. El barco era demasiado pesado para poder alzarlo con sus garras y volar a tierra firme. Sleet continuaba describiendo círculos sobre el barco, reflexionando, mientras contemplaba a los desgraciados humanos corriendo arriba y abajo como ratones asustados por la cubierta.
El dragón hembra consideró la posibilidad de enviar otro mensaje telepático a su reina, pidiéndole ayuda. Pero Sleet desechó la idea de recordarle tanto su existencia como su ignorancia. El dragón siguió al barco todo el día, revoloteando sobre él, cavilando. Dejándose mecer cómodamente por los vientos marinos, permitió que el temor que inspiraba a los humanos llevara a éstos a un estado de verdadero terror. De pronto, justo cuando se ponía el sol, Sleet tuvo una idea. Sin pararse a pensar, decidió ponerla en práctica inmediatamente.