Una flecha pasó silbando junto a la cabeza. Otra atravesó la frágil membrana de una de sus alas. Chillando de dolor, Sleet alzó el vuelo. ¡Debía haber elfos allí abajo! comprendió furiosa. Las flechas seguían silbando a su alrededor ¡Malditos elfos de visión nocturna! Para ellos debía ser una fabulosa diana, especialmente estando herida de una ala.
Sintiendo flaquear sus fuerzas, el dragón hembra resolvió regresar al Muro de Hielo. Estaba cansada de volar todo el día, y la herida del ala le dolía terriblemente. Debería informar de su nuevo fracaso a la Reina Oscura, aunque, al volver a pensar en ello se dio cuenta de que, después de todo, no era un fracaso. Había evitado que el Orbe llegara a Sancrist, y había destrozado el barco. Además, conocía la situación exacta del Orbe. La reina, con su vasta red de espionaje en Ergoth, podría recuperarlo fácilmente.
Apaciguado, el dragón blanco voló lentamente en dirección al sur. Por la mañana había alcanzado ya su vasto territorio de glaciares y, tras comunicar su informe, que fue bastante bien recibido, Sleet pudo deslizarse en su caverna de hielo y curar la herida de su ala hasta restablecerse.
—¡Se ha ido! —exclamó Gilthanas asombrado.
—Por supuesto —dijo Derek cansinamente mientras ayudaba a recuperar todas las provisiones que podía del barco naufragado—. Su visión no puede compararse a la tuya de elfo. Además, una de tus flechas le ha dado.
—Ha sido un disparo de Laurana, no mío —dijo Gilthanas, sonriéndole a su hermana, quien se encontraba en la orilla con el arco en las manos.
Derek esbozó una mueca de duda. Dejando cuidadosamente en el suelo la caja que llevaba, el caballero volvió a meterse en el agua. Pero de la oscuridad surgió una figura que lo detuvo.
—Es inútil, Derek. El barco se ha hundido —dijo Sturm. Sturm llevaba a Flint sobre la espada. Al ver que el caballero se tambaleaba de cansancio, Laurana corrió hacia el aguapara ayudarle. Entre ambos llevaron al enano a la orilla y lo tendieron sobre la arena. En el mar, los crujidos de la madera ya habían cesado, y esos sonidos se veían ahora reemplazados por los del interminable romper de las olas.
De pronto se oyó un chapoteo. Tasslehoff alcanzó la orilla tiritando pero con la misma sonrisa de siempre. Le seguía el capitán ayudado por Elistan.
—¿Dónde están los cadáveres de mis hombres? —preguntó Derek con sólo ver al capitán—.¿Dónde están?
—Había cosas más importantes que llevar —respondió ceñudo Elistan—. Cosas que necesitan los vivos, como armas y comida.
—Muchos hombres buenos han encontrado su morada final bajo las aguas. Me temo que vuestros hombres no serán los primeros... ni los últimos —añadió el capitán.
Derek pareció disponerse a responder, pero el capitán. con expresión triste y fatigada dijo:
—He dejado allí a seis de mis hombres esta noche, señor. A diferencia de los vuestros, estaban vivos cuando iniciamos el viaje. Por no mencionar el hecho de que mi barco, mi forma de ganarme la vida, también ha quedado allí. No creo que pueda añadir nada más, si comprendéis lo que quiero decir.
—Siento vuestra pérdida, capitán —respondió Derek con torpeza—. Y os admiro a vos y a vuestra tripulación por todo lo que intentasteis hacer.
El capitán murmuró algo y se quedó en pie, mirando vagamente la playa, como si se sintiera perdido.
—Enviamos a vuestros hombres por la orilla, en dirección norte —le dijo Laurana señalando—. Allí, entre aquellos árboles, podremos refugiarnos.
Súbitamente, como verificando sus palabras, apareció una luz brillante: las llamas de una inmensa hoguera.
—¡Están locos! ¡El dragón volverá a lanzarse sobre nosotros! —exclamó Derek furioso.
—Una de dos, o sucede eso, o moriremos de frío. Haga su elección, señor caballero. A mí poco me importa —dijo el capitán desapareciendo en la oscuridad.
Sturm se estiraba y gruñía, intentando relajar sus helados y ateridos músculos. Flint yacía sobre la arena, dolorido y tembloroso. Cuando Laurana se arrodilló para cubrirle con su capa, se dio cuenta del frío que ella misma sentía.
Con la agitación de intentar escapar del barco y la lucha contra el dragón, se había olvidado del frío. Casi no podía recordar los detalles de la huida, salvo que cuando alcanzaban la orilla había visto al dragón lanzarse sobre ellos, y que, entonces, había buscado su arco con dedos temblorosos y ateridos. Aún se preguntaba cómo alguno había tenido la suficiente presencia de ánimo como para intentar salvar algo.
—¡El Orbe de los Dragones! —exclamó temerosa.
—Aquí, en el arcón —respondió Derek—. Con el pedazo, de lanza y esa espada elfa a la que llamáis Wyrmslayer y, ahora, supongo que deberíamos aprovechar esa hoguera.
—Yo creo que no —una extraña voz resonó en la oscuridad, y al mismo tiempo numerosas antorchas llameantes rodearon al grupo.
Los compañeros se sobresaltaron e inmediatamente desenvainaron sus armas, agrupándose alrededor del indefenso enano. Pero tras un breve instante de paralización, Laurana reparó en los rostros iluminados por las antorchas.
—¡Esperad! —gritó—. ¡Son de los nuestros! ¡Son elfos!
—¡Sois de Silvanesti! —exclamó Gilthanas vehementemente. Dejando caer su arco al suelo, caminó hacia el elfo que había tomado la palabra—. Hemos viajado durante mucho tiempo en la oscuridad —dijo en idioma elfo, alargando una mano—. Bien hallado, herman...
Nunca pudo acabar de formular el antiguo saludo, pues el que dirigía el grupo de elfos dio un paso hacia delante, golpeó a Gilthanas en el rostro con el extremo de su vara y le hizo caer en tierra inconsciente.
Sturm y Derek alzaron inmediatamente sus espadas. El acero relampagueó a la luz de las antorchas.
—¡Deteneos ! —gritó Laurana en el idioma de los elfos. Arrodillándose junto a su hermano, echó hacia atrás la capucha de su capa para que la luz iluminara su rostro—.Somos vuestros primos. ¡Somos de Qualinesti y estos humanos son Caballeros de Solamnia!
—¡Sabemos perfectamente quienes sois! —el jefe elfo escupió las palabras—. ¡Espías de Qualinesti! y no nos parece nada extraño que viajéis en compañía de humanos. Hace mucho que vuestra sangre ha sido contaminada. Lleváoslos —dijo haciendo una señal a sus hombres—. Si no os acompañan pacíficamente, ya sabéis lo que tenéis que hacer. y averiguad qué han querido decir al mencionar el Orbe de los Dragones...
Los elfos dieron un paso hacia adelante.
—¡No! —gritó Derek dando un salto y situándose junto al arcón—. ¡Sturm, no deben arrebatamos el Orbe!
Pero Sturm ya había pronunciado el saludo de los Caballeros ante el enemigo y avanzaba empuñando la espada.
—Parece que va a haber pelea. Que así sea —dijo el cabecilla de los elfos alzando su arma.
—¡Os digo que esto es una locura! —chilló Laurana furiosa, situándose entre las relucientes espadas.
Los elfos se detuvieron indecisos. Sturm la agarró para hacerla retroceder, pero la muchacha consiguió soltarse.
—Los goblins y los draconianos, malignos y repugnantes, no caen en la bajeza de luchar entre ellos —la voz le temblaba de rabia—, mientras que nosotros, los elfos, antigua encarnación del bien, ¡pretendemos matarnos los unos a los otros! ¡Mirad! —la muchacha levantó la tapa del arcón y lo abrió—. ¡Aquí tenemos la esperanza de la salvación del mundo! Es uno de los Orbes de los Dragones. Lo sacamos del Muro de Hielo corriendo un grave riesgo. Nuestro barco ha quedado destrozado en las aguas. Conseguimos hacer huir al dragón que intentaba arrebatárnoslo. Y, después de todo esto... ¡resulta que lo más peligroso es nuestra propia gente! Si esto es verdad, si hemos caído tan bajo, entonces matadnos ahora y os juro que ninguna persona de este grupo intentará deteneros.
Sturm, que no comprendía el idioma elfo, vio que los elfos bajaban las armas.