—Ya está bien, Tas —suspiró Tanis —. Nadie te echa las culpas. No es culpa de nadie. Sencillamente teníamos demasiadas esperanzas.
El kender, algo más calmado, retiró el mapa, lo enrolló y lo deslizó en una caja con el resto de sus valiosos mapas de Krynn. Luego apoyó la barbilla entre las manos y permaneció sentado, contemplando a sus abatidos compañeros de mesa. Estos comenzaron a discutir qué podían hacer ahora, hablando sin demasiado entusiasmo.
Tas se aburría cada vez más. Quería explorar la ciudad. Estaba llena de todo tipo de extraños sonidos e imágenes —desde que llegaron a Tarsis, Flint, prácticamente se había visto obligado a arrastrarlo—. Había un fabuloso mercado completamente abarrotado de cosas maravillosas que aguardaban ser contempladas. Además, había visto a más de un kender, y quería hablar con ellos. Su hogar le preocupaba. De pronto Flint le dio una patada por debajo de la mesa, y Tas, suspirando, volvió a prestar atención a Tanis.
—Pasaremos la noche aquí para descansar, averiguaremos lo que podamos y enviaremos un mensaje a la Puerta Sur —estaba diciendo Tanis . Tal vez exista otra ciudad portuaria más al sur. Algunos de nosotros podríamos investigarlo. ¿Qué te parece, Elistan?
El clérigo retiró a un lado un plato lleno de comida.
—Supongo que es nuestra única elección, pero yo regresaré a la Puerta Sur. No puedo estar mucho tiempo lejos de la gente. Tú deberías venir conmigo, querida —dijo posando su mano sobre la de Laurana—.No puedo prescindir de tu ayuda.
Laurana sonrió a Elistan. Un segundo después, al posar la mirada en Tanis y ver su ceño fruncido, su sonrisa se evaporó.
—Riverwind y yo hemos estado comentando la situación, vamos a regresar con Elistan —dijo Goldmoon. Sus cabellos de oro y plata destellaban con la luz de los rayos de sol que se filtraban por la ventana—. La gente necesita de mis artes curativas.
—Además de eso, la pareja de recién casados echa de menos la intimidad de su tienda—dijo Caramon en voz baja pero audible, haciendo enrojecer a Goldmoon a la vez que su marido esbozaba una sonrisa.
Tras contemplar a Caramon con repugnancia, Sturm se volvió hacia Tanis y afirmó:
—Amigo mío, yo iré contigo.
—Nosotros, por supuesto, también —dijo Caramon rápidamente. Sturm frunció el ceño y miró a Raistlin, quien estaba sentado cerca del fuego envuelto en su túnica roja, bebiendo la extraña poción de hierbas que aliviaba su tos.
—No creo que a tu hermano le convenga mucho viajar... —comenzó a decir Sturm.
—Te noto repentinamente preocupado por mi estado de salud, Caballero —susurró Raistlin con sarcasmo —. Pero, no es mi salud lo que te inquieta, ¿verdad, Sturm Brightblade? Es mi creciente poder. Me tienes miedo...
—¡Ya es suficiente! —exclamó Tanis al ver ensombrecerse el rostro de Sturm.
—O vuelve el mago, o vuelvo yo —declaró fríamente el Caballero.
—Sturm... —comenzó a decir Tanis.
Tasslehoff aprovechó esa oportunidad para escabullirse rápidamente de la mesa. Todos estaban absortos en la discusión entre el Caballero, el semielfo y el mago. Tas se deslizó por la puerta principal de «El Dragón Rojo», nombre que le parecía especialmente divertido, pero a Tanis no le hubiera hecho gracia.
Mientras cavilaba sobre esto empezó a caminar, a la vez que contemplaba entusiasmado la ciudad desconocida, Tanis ya nunca se reía de nada. En verdad parecía que el semielfo cargara sobre sus hombros con todo el peso del mundo. Tasslehoff creía saber qué era lo que le sucedía a Tanis. Sacando un anillo de uno de sus bolsillos, lo examinó con atención. Era de oro, hecho por un elfo, tallado en forma de hojas de enredadera. Lo había recogido en Qualinesti. Esta vez el anillo no era algo que el kender hubiese «adquirido» sino que había sido arrojado a sus pies por Laurana en una ocasión en la que se hallaba furiosa y humillada porque Tanis le había devuelto la joya.
El kender sopesó todo esto y decidió que a todos les iría bien separarse y partir en busca de nuevas aventuras. Él, desde luego, iría con Tanis y Flint —porque creía firmemente que ninguno de los dos podía salir adelante sin él—, pero antes echaría un vistazo a esa interesante ciudad.
Tasslehoff llegó al final de la calle. Si miraba atrás, aún podía ver la posada. Todavía no había salido nadie a buscarlo. Se hallaba a punto de preguntarle a un buhonero, que pasaba por la calle, cómo llegar al mercado, cuando vio algo que prometía convertir aquella apasionante ciudad en un lugar todavía más interesante...
Tanis consiguió aplacar la discusión iniciada por Sturm y Raistlin, al menos por el momento. El mago había decidido quedarse en Tarsis para explorar los restos de la antigua biblioteca. Caramon y Tika se ofrecieron a quedarse con él mientras Tanis, Sturm, Flint y Tasslehoff, marchaban hacia el sur con el propósito de recoger a los hermanos y a Tika a la vuelta. El resto del grupo viajaría a la Puerta Sur para comunicar las decepcionantes nuevas.
Decidido esto, Tanis se dirigió al posadero para pagarle las habitaciones. Se hallaba ante el mostrador contando las monedas de plata, cuando notó una leve presión en el brazo.
—Quiero que pidas que me cambien a una habitación que esté más cerca de la de Elistan —le dijo Laurana.
—¿Cómo? —le preguntó Tanis intentando disimular la aspereza de su voz.
Laurana suspiró.
—¿No vamos a volver a discutir este asunto de nuevo, no?
—No sé lo que quieres decir —dijo Tanis fríamente, alejándose del sonriente posadero.
—Por primera vez en mi vida, estoy haciendo algo útil y pleno de sentido —dijo Laurana asiéndolo firmemente del brazo y tú quieres que lo abandone debido a los extraños celos que sientes...
—No estoy celoso —interrumpió Tanis enrojeciendo—. Ya te dije en Qualinesti que lo que pasó entre nosotros cuando éramos jóvenes, acabó ya. Yo... —hizo una pausa, preguntándose si aquello sería cierto.
Mientras le hablaba, su alma se estremecía ante la belleza de la elfa. Sí, ese enamoramiento adolescente había terminado, pero, ¿acaso estaría siendo reemplazado por algo más fuerte y duradero? ¿Y estaría él echándolo a perder? ¿Lo habría perdido ya a causa de su indecisión y testarudez?
«Estaba actuando de una forma típicamente humana, rechazando lo que estaba a su alcance, sólo para lamentarse de ello una vez perdido», pensó el semielfo. Confundido, sacudió la cabeza.
—Si no estás celoso, ¿por qué no me dejas en paz y me permites proseguir mi trabajo con Elistan? —le preguntó Laurana con frialdad—. Eres...
—¡Silencio! —Tanis alzó una mano. Laurana, enojada, se disponía a continuar hablando, pero al ver la severa mirada de semielfo, decidió callarse.
Tanis aguzó el oído. Sí, tenía razón. Podía oír claramente el quejido agudo y penetrante de la honda de cuero que encabezaba la vara jupak de Tasslehoff. Era un sonido muy peculiar, y se producía cada vez que el kender blandía la vara en círculo sobre su cabeza; ponía los pelos de punta. Significaba una señal de peligro para los kenders.
—Problemas —dijo Tanis en voz baja—. Avisa a los demás.
Laurana obedeció sin hacer preguntas. Tanis se volvió rápidamente para enfrentarse con el posadero quien, en ese preciso momento, intentaba escapar furtivamente de detrás del mostrador.
—¿Adónde vas? —le preguntó el semielfo secamente.
—Me disponía a disponer vuestras habitaciones, señor —dijo suavemente el posadero, tras lo cual desapareció en la cocina. En ese instante Tasslehoff irrumpió en la puerta de la posada.
—¡Soldados, Tanis! ¡Y vienen hacia aquí!