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Su sincero colega

Sherlock Holmes

– ¿Conoce la llamada Guardia Pretoriana de Moriarty? -Holmes permanecía de pie de espaldas a la chimenea mientras observaba a Crow sentado en la silla de mimbre.

– Ciertamente.

Crow Hizo rápidamente todas sus gestiones al día siguiente. Holmes iba a estar solo a última hora de la tarde y, algo antes de las cinco, se presentó en la puerta principal.

La señora Hudson le pidió perdón en nombre de su señor, diciendo que Sherlock Holmes había salido durante un momento y le había dado instrucciones para que el inspector estuviera cómodo hasta su vuelta.

Cuando apareció Holmes, unos quince minutos más tarde, Crow estaba junto a una bandeja con té, muffíns y abundante mermelada de fresa hecha en casa por la señora Hudson.

– Le ruego que no se levante, Crow -afirmó Holmes mientras entraba en la habitación-. Le agradezco que me haya esperado. Me da la impresión de que está un poco delgado de cara. Confío en que no haya perdido su apetito por la hospitalidad americana.

Crow observó que estaba ligeramente sonrojado y que llevaba una serie de pequeños paquetes que depositó sobre la mesa. Uno de ellos, según podía apreciar el policía, estaba sellado con cera y tenía una etiqueta de un farmacéutico. Charles Bignall, APS, Orchard Street.

Holmes parecía cansado y algo nervioso mientras explicaba que le habría gustado regresar a las cinco. Sin embargo, ahora estaban juntos los dos y el detective consultor deseaba escuchar los progresos que Crow había hecho en América.

Angus Crow pasó por cada etapa de su investigación, finalizando con su intento abortado de atrapar al Profesor en San Francisco, y del gran estrés y frustración al estar tan cerca, y no obstante tan lejos, de su captura. Hasta que no hubo terminado su monólogo, Holmes no le preguntó si tenía conocimiento de la Guardia Pretoriana.

– Al principio -continuó Holmes- había cuatro hombres que formaban esta particular y diabólica banda. Un chino feroz llamado Lee Chow; un miserable tipejo, pequeño y baboso, conocido como Ember; un bandolero llamado Albert Spear y un bribón llamado Paget. Desde la primavera del 94, sólo hay tres.

– Tengo noticias de Paget -afirmó Crow secamente-. Parece que ahora hay otros dos. Dos a los que todavía no he puesto los nombres. También tengo la Pequeña duda de si Johnny Chinaman, Ember y Spear han estado todos con nuestro hombre, en uno u otro momento, en América.

– Bien -Holmes observó al detective con una expresión de gravedad-. Sé de buena fuente que Ember, al menos, ha vuelto a Londres. Anteayer por la noche le vieron en distintos lugares donde usted y yo tendríamos que luchar para defender nuestras vidas. Dispongo de métodos algo irregulares para echar un vistazo en esos sitios. Ha, ha. Su risa era poco genuina.

– Entonces…

– Según mi experiencia, el Profesor aparece pronto en cualquier sitio donde se encuentre un miembro de la llamada Guardia Pretoriana.

Crow no podía hacer otra cosa que asentir, con sus frustraciones cada vez más evidentes, ya que Holmes no había hecho ningún comentario en relación con la aventura americana y era evidente que había servido de bien poco. Sin embargo, Angus Crow salió de Baker Street con alegría. Quizá su persecución estaba más cerca ahora de lo que había soñado. Mañana se enfrentaría a todo lo sucedido, cuando informara a Scotland Yard. Y ahora, en un estado de ánimo que iba disminuyendo, debía volver a King Street y afrontar las pretensiones sociales de su esposa. Tendría que ser más agradable si deseaba que ese pequeño problema se solucionara sin demasiadas fricciones.

Los días siguientes fueron de intensa actividad en Albert Square. La reconstrucción de la banda criminal del Profesor era una tarea lenta y cuidadosa, pero no pasaba ningún día sin hacer algún progreso o descubrir a un antiguo seguidor y hacerle volver al grupo. Todo se llevaba a cabo con mucha cautela y sin mencionar jamás en voz alta el nombre del Profesor.

Durante este período crucial, Moriarty dejó los asuntos diarios en las competentes manos de sus lugartenientes -ahora asistidos por la fuerza muscular de Terremant y sus matones- mientras él pasaba el tiempo dando órdenes y vigilando sus finanzas: visitando a los peristas y abriendo nuevas cuentas bancarias con nombres hasta ahora desconocidos. Todas las tardes tocaba un rato el piano, leía los periódicos, maldecía a los políticos tratándolos como imbéciles y, de vez en cuando, se dedicaba a su otro hobby, el arte de la conjura.

Todas las noches se sentaba durante casi una hora frente al espejo con un ejemplar del famoso libro del Profesor Hoffman, Magia Moderna, abierto sobre sus rodillas y con una baraja de cartas en la mano. Consideraba que su aprendizaje era bueno, ya que dominaba la mayoría de los trucos de prestidigitación que venían en el libro. Era capaz de hacer desaparecer las cartas de cinco maneras diferentes, cambiarlas, hacerlas aparecer y escamotearlas con gran destreza. Cuando Sally Hodges pasaba la noche en Albert Square tuvo que acostumbrarse a actuar como conejillo de indias con los nuevos trucos de cartas antes de pasar a los viejos trucos entre las sábanas [11].

Dado que el aspecto financiero de los planes de Moriarty había progresado, se encargó de tratar varios asuntos urgentes, en los que Sal Hodges tenía un especial papel. Compraron dos casas más en el extremo occidental y, durante la segunda semana de octubre, Sally supervisó la lujosa decoración y reclutó el personal, compuesto por mujeres jóvenes, elegantes y llenas de entusiasmo. El Profesor tenía total seguridad en que a finales de año estas inversiones darían sus beneficios.

Moriarty también pasó largas horas con las anotaciones que había tomado sobre los cuatro individuos del continente, y sobre Crow y Holmes. Los informadores localizaron rápidamente a Irene Adler y descubrieron a través de sus homólogos extranjeros que estaba viviendo sola, y con muy poco dinero, en una pequeña pensión en la orilla del lago Annecy. Al Profesor le agradó mucho que tuviera muy poco dinero, y al día siguiente del descubrimiento ordenó que se buscara a un hombre en quien pudiera confiar y que pasara tanto por francés como inglés. Aunque primero iba a ser utilizado en otros asuntos no relacionados con esta mujer llamada Adler.

Durante las siguientes veinticuatro horas, Spear trajo a dicha persona: un maestro de enseñanza primaria que había tenido una mala racha y que incluso llegó a pasar un período en la Modelo por ladrón. Su nombre era Harry Alien, y el resto de los miembros de Albert Square se sorprendieron al ver que el Profesor insistía en que se trasladara de inmediato a la casa. Era un individuo joven y bien parecido que pronto fue útil para la casa y parecía tener una gran simpatía por Polly Pearson.

En una o dos ocasiones, Spear intentó descubrir la finalidad de Harry Alien, dentro del plan general del líder, ya que el hombre tenía poco que hacer, excepto hablar durante mucho tiempo con el Profesor a puerta cerrada. Sin embargo, cuando su lugarteniente tocaba el tema, Moriarty se limitaba a sonreír y decía que cuando llegara el momento todo sería revelado.

Pronto fue evidente que, entre los líderes europeos, Grisombre, Sanzionare y Segorbe estaban al abrigo de sus respectivas ciudades. Existía información de que Sanzionare había visitado París en verano durante aproximadamente una semana, y se le había visto con Grisombre, pero el gran plan de Moriarty de crear una sociedad criminal europea parecía haber quedado en nada.

Pero Schleifstein, el alemán, no se encontraba en su nativo Berlín. Los informadores lo localizaron, viviendo con un puñado de dudosos criminales de distintas nacionalidades en una tranquila villa de Edmonton, no lejos de Angel. Se colocó a un observador en este lugar y pronto fue evidente que el alemán estaba preparando un enorme e impresionante golpe.

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[11] (*) Los que hayan leído la crónica anterior, El Retorno de Morirty, recordarán que a Moriarty le gustó mucho un mago durante una función en el Teatro Alhambra, y parece ser que desde entonces el Profesor adquirió un gran interés en el arte de la prestidigitación.

(Nota de la Editorial).- Los lectores de Los Archivos de Baker Street no se quedarán sin conocer los pormenores de esta primera aventura del Profesor, acaecida después del asunto Reichenbach.