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– Poli, no deberías hacer esto; ambas tendremos problemas con la señora Spear si te llegan a atrapar. Y Harry entrará en la lista negra del Profesor. Precisamente ahora, que tenemos una buena situación.

– No tienes motivo para preocuparte. -Polly se sorbió la nariz todavía más fuerte-. No habrá problemas durante mucho tiempo. A Harry le han mandado fuera.

– ¿Qué? ¿Ha sido despedido?

– No. Oh, Martha, le echaré mucho de menos. Se va a Francia con ese extraño caballero que vino esta noche.

– ¿Qué? ¿Ese viejo en los huesos? Vaya broma, irse a Francia.

– Para varias semanas. Dice que no volverá hasta después de navidades.

– De buena nos libramos -contestó Martha, sinceramente preocupada por su hermana-. Es la mala influencia que ha ejercido Harry sobre ti, mi niña. Un poco más y te metería en serios problemas. Y entonces, ¿dónde estaríamos?

– Harry no es así…

– Dime dónde hay un hombre que no sea así.

– Dice que me traerá buenos regalos cuando regrese de París.

– Estás haciéndote planes que sobrepasan tu posición, Poli. No olvides que hace algunas semanas teníamos frío, vestíamos con andrajos y removíamos todo en busca de comida. Conseguir entrar en este lugar ha sido un milagro y no quiero que los gustos de Harry Alien acaben con todo esto.

– Es un caballero.

– Un inútil, diría yo.

Polly comenzó a llorar.

– Bien, mañana te librarás de él -gritó con enorme frustración-, y no tendrás que preocuparte por mí.

– Por Dios, cierra ya la boca, Poli. Vas a despertar a toda la puñetera manzana.

Harry Alien metió el trozo de madera de chopo en su maleta cuando salió a la mañana siguiente con Labrosse. También llevaba una pistola.

Durante el día, Polly Pearson lloró a lágrima viva cuando alguien le hablaba con brusquedad, situación que agravó Bridget Spear al amenazar a la desafortunada chica con una azotaina si no era capaz de recobrar la calma por sí sola.

– Mira lo que has hecho -siseó Martha a su hermana mientras estaban en el fregadero-. Nos azotarán a las dos, y no puedo ni imaginármelo.

Los ojos de Polly volvieron a llorar.

– Yo puedo soportarlo -lloriqueó-, si es por él.

Polly todavía tenía mucho que aprender de los hombres.

Por la tarde, Ember y Spear se reunieron en el estudio con el Profesor, y los hermanos Jacobs recibieron instrucciones para que no se les molestara. Incluso a Sal Hodges, que vino a casa algo después de la una en punto, le dijeron que tendría que esperar.

– ¿Y estás seguro del material?

Moriarty se sentó detrás de su escritorio, con los papeles apilados ordenadamente delante de él y una pluma en su mano derecha. Ember y Spear acercaron dos sillas al escritorio y se sentaron, en posición erguida, frente a su líder. Los tres tenían un aire de hombres de negocios que encaraban un importante problema para su empresa: Ember, con su pequeña cara de hurón hacia delante, como oliendo; Spear estaba muy serio, con la luz de la ventana dando en la parte izquierda de su cara y remarcando su cicatriz como en relieve.

– Más seguro que nunca -afirmó Ember.

– ¿Lo conseguiste de un trabajador?

– Mientras estaba fanfarroneando con uno de los nuestros, Bob el Nob, en una esclusa durante un día de cobro. Presumiendo del material tan valioso que manejaban. Nuestro sujeto lo dejó una semana y luego volvió por más. Le dijo: «supongo que tendrás los Diamantes de la Reina para pulirlos.» «No tengo los de la Reina -dijo el trabajador- pero sí un material muy atractivo de Lady Scobie y la Duquesa de Esher.» Nuestro individuo compró algo más y echó un vistazo a la lista. Tengo una copia.

El papel apareció entre los pliegues de su ropaje y se lo dio al Profesor.

Moriarty echó un vistazo a la lista y empezó a leer, medio en voz alta, y algunas veces hasta convertirse en un murmullo, para subir más tarde otra vez de tono al pronunciar las palabras extrañas, como para acentuar su valor.

– Se llevará el lunes, 16 de noviembre, y se recogerá el 23, también lunes. El trabajo debe estar totalmente terminado para el viernes 20.

– Allí no hay nadie durante el sábado -dijo Spear-. Todo estará en la caja fuerte, con el resto del material habitual, desde la noche del viernes, para abrirse el lunes.

Moriarty asintió con la cabeza y continuó leyendo.

– Duquesa de Esher: una diadema de diamantes: limpiar y pulir, también comprobar los engastes. Un par de pendientes de diamantes: reparar los enganches. Medallón de diamante, cadena de oro: reparar una unión ligeramente dañada de la cadena, colocar un nuevo anillo. Ensartar el collar de perlas. Cinco anillos. Uno de oro con un grupo de cinco diamantes: limpiar y asegurar los engastes de dos piedras más pequeñas. Dos, de oro con una gran esmeralda: reengastar. Tres, de oro blanco con seis zafiros: reengastar de acuerdo al diseño proyectado. Cuatro, de oro con tres grandes diamantes: limpiar. Cinco, sello de oro: limpiar y volver a grabar.

– Quieren las joyas antes de los bailes y fiestas de navidad. Serán invitadas de las funciones más solemnes.

Moriarty parecía no haber oído.

– Lady Scobie -continuó leyendo-, diadema, oro blanco con treinta y ocho diamantes: limpiar y comprobar los engastes. Un collar de rubí y esmeralda (de la herencia Scobie): nuevas uniones entre la tercera y cuarta piedra, reparar el cierre. Pendientes con rubí: nuevos enganches. Un anillo de diamante, de oro con un gran diamante y diez piedras más pequeñas (el Diamante Scobie): limpiar y apretar los engastes de una piedra grande. Una auténtica fortuna si todo esto es cierto.

– Es totalmente cierto -Ember lamió sus labios como si estuviera saboreando un bocado de buccino.

– Y además están el resto de las existencias -dijo Spear dulcemente-. Relojes, anillos y de todo. Por un valor de unas tres mil libras. Todo el lote dentro de la caja fuerte durante todo el fin de semana.

– ¿Y la caja fuerte?

– De gran tamaño. Triple cerradura de gran grosor. Anclada al suelo y asegurada a una base de hierro. Es viejo -añadió con una sonrisa algo afectada.

– Entonces, ¿es de madera?

– Suelo ordinario.

– ¿Qué más se ve a través de los resquicios? -las preguntas eran rápidas, como las de un abogado en la sala de justicia.

– Sólo la caja fuerte. Apenas algo del suelo.

– ¿Y qué hay abajo?

– El sótano. Ahí no hay ningún problema.

– ¿No hay timbres u otros dispositivos modernos?

– Quizá existan, pero sólo hay que cortar los cables cuando encontréis las baterías. Habrá mucho tiempo.

– ¿Cuenta Schleifstein con un buen especialista en cerraduras? -le dijo a Ember.

– No lo suficientemente bueno para esto. Todos sus chicos son fuerza bruta e ignorancia.

– Tú posees mucha experiencia, Ember. ¿Podrías hacerlo?

– Podría -respondió Spear.

La cabeza de Moriarty se movió peligrosamente, como la de un reptil agresivo listo para saltar.

– Estaba preguntando a Ember. Schleifstein no conoce a Ember.

Spear asintió con la cabeza, sin ningún tipo de vergüenza por el tono brusco de Moriarty. Dentro de la mente del Profesor apareció la imagen de un perro inquietando a una rata; después vino el proceso lógico y las preguntas. ¿Podrían tentar al alemán? ¿Podría ese hombre despreciable llevarlo a cabo sin que le atraparan? -Eso sería hasta que él, Moriarty, estuviera preparado para atraparle.

– Por otro lado -continuó dirigiéndose a Spear-, te necesitaré para los policías. Y tú, Ember, ¿podrás hacerlo?

– Llevará bastante tiempo. No se puede trabajar durante el día. Entraré el viernes por la noche y cortaré el suelo, luego saldré de nuevo y reza para que nadie entre durante el sábado. Volveré a entrar el sábado por la noche y levantaré la caja por el lado de las bisagras. Habrá que trabajar diez minutos de cada quince, eso hará que sea más difícil una vez que hayamos quitado la puerta.