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Captó la mirada de Wellborn y asintió con la cabeza, viendo cómo se inclinaba y susurraba algo a Franz. El hombre grande se puso rígido y luego miró directamente a Ember. Era un hombre duro con ojos fríos y fuertes músculos, y vestía una chaqueta de terciopelo. Ember afirmó con la cabeza fríamente, levantó su vaso y comenzó a andar a empujones.

– Hola, señor Ember. ¿Qué le trae por aquí? -Wellborn poseía una voz tosca y un tono casi sarcástico.

– Estoy intentando saber de dónde viene este hedor, y creo que ya lo he averiguado -dijo Ember volviéndose hacia el alemán-. ¿Habla inglés? -preguntó con indiferencia, usando este truco que aprendió durante su carrera.

– Naturalmente -dijo con un acento recortado lleno de desconfianza.

Ember se volvió hacia Wellborn.

– ¿Trabajas con él?

– Es una manera de decirlo. Sólo le dije que hace tiempo estabas con el Profesor. Entonces, ¿no te fuiste al extranjero con su banda?

Ember aclaró su garganta y escupió en el suelo.

– Ahora trabajo por mi cuenta, por la culpa del maldito Moriarty…

– Era un hombre inteligente -dijo Franz con idéntico tono cortante-. Pero no lo suficientemente inteligente.

– He oído que su jefe está tramando algo…

– ¿Sí? ¿Quién se lo ha dicho?

– Estoy al corriente. Tengo amigos que también conoce él. He estado por aquí algún tiempo, señor…

– Llámame Franz. ¿Qué sabes sobre lo que mi jefe está tramando?

Ember necesitaba tiempo para pensar, pero el tiempo se había esfumado. Se precipitó.

– Tengo lo que necesita. A condición de que yo lo lleve a cabo. No es algo fácil.

– ¿Un golpe? -preguntó Wellborn.

– Eso sólo le interesa al jefe.

– ¿Tienes una propuesta?

– Creo que tú lo presentarías así -bajó el volumen de su voz-. Es algo grande, Franz. Requiere una buena banda. Es el asunto adecuado para el señor Schleifstein.

– Herr Schleifsten -iba implícita una corrección- está buscando algo realmente grande.

– Esto es excepcional.

– El botín…

– Será muy grande, lo sé. Tiene que serlo. Demasiado grande para que yo pueda manejarlo. Y tiene que protegerse en el otro lado del Canal. Quiero verle, Franz. Dile la verdad, estoy esperándole.

– ¿No puedes decirme de qué se trata?

– Sólo a tu jefe.

– Ven conmigo. Ahora.

– Yo prefiero marcharme. -Wellborn comenzó a levantarse, pero Franz se inclinó y le empujó suavemente hacia el asiento.

– El señor Wellborn vendrá con nosotros.

– Creo que eres inteligente, Franzy. Wellborn tiene una reputación…

– Un momento, Ember.

– Vendrás con Franz y conmigo. Ya he dicho demasiado, y no quiero que vayas por todo Londres diciendo que Ember tiene un buen golpe.

– Yo no haría eso. Sólo…

– El señor Ember tiene razón. Volverás con nosotros. -Franz sacudió sus pies y una sonrisa apareció en su rostro lleno de pústulas-. Vendrás, o te rompo los brazos.

Ember ya había visto la casa de Edmonton cuando estaba colocando a los informadores. Cuando bajaron del ómnibus en Angel y caminaron unos cientos de yardas hasta la casa, Ember vio a dos de su banda, el ciego Fred vendiendo cerillas al otro lado de la calle, al que seguía su pequeña y delgada hija, y Ben Tuffnell, que tiritaba entre una carnicería y una sombrerería. El ciego Fred dio tres golpes con su bastón para indicar a Ember que le había visto, lo que no fue de gran ayuda. Si Franz hubiera estado atento, habría roto el cuello a Ember y aplastado a Fred, metido en su disfraz, en un abrir y cerrar de ojos. Aunque no se sentía muy seguro, al menos estaba contento porque los informadores estaban haciendo su trabajo.

La casa era pequeña y ordenada: de piedra gris con dos largos arcos empotrados a ambos lados de la puerta, y altas ventanas entre los arcos del primer y segundo piso. Una pequeña puerta de hierro dio paso a un sendero, y cinco escalones de piedra se encontraban ante la puerta principal. A la derecha, había una ridícula campanilla metálica que, a media luz, tenía un aspecto sucio y de color verde. Franz tenía su propia llave, pero en cuanto pasaron al interior, Ember comprobó que todo el lugar estaba desvencijado. El mobiliario era de poca calidad y el recibidor necesitaba un nuevo papel pintado. También podían encontrase manchas de grasa sobre la alfombra. Aquí no hay mujeres, pensó. Schleifstein estaba haciendo todo esto del modo más barato.

Franz los condujo a un comedor situado a la derecha, donde encontraron a dos alemanes que comían sopa grasienta en un cuenco. Uno era rechoncho y estaba sin afeitar, de aspecto sucio; el otro era un individuo más joven de aspecto bastante diferente, muy limpio y presentable. Ambos movieron la cabeza e intercambiaron algunas palabras con Franz en su propia lengua.

– Espere. -Franz tomó precauciones y dejó la habitación.

Ember escuchó sus pisadas al subir por las escaleras y el sonido de una puerta que se abría.

A continuación, voces que venían de arriba. Luego otra voz que provenía de la puerta.

– Hola, Ember. ¿Estás buscando trabajo?

El recién llegado era un hombre grande, un sobornador de Houndsditch que había mejorado su situación, y uno de los hombres del Profesor en los viejos tiempos. Se llamaba Evans, y era una persona a la que Ember ni siquiera habría confiado el gato de su hermana.

Ember levantó la cabeza hacia el techo.

– Entonces, ¿trabajas para el tío Prooshan?

– Cuando está por aquí. No es lo mismo que estar con Moriarty, pero hay muy poco en estos tiempos. ¿No es así? ¿Tú trabajas por tu cuenta?

Franz bajaba de nuevo por las escaleras. Miró pausadamente mientras estaba en la puerta. Ember se dio cuenta de que Evans, el sobornador, le trataba con deferencia.

– Te recibirá. Arriba. Ven conmigo.

Los ojos de Franz se encontraron con los del resto de la banda, y Ember tuvo la sensación de no estar entre amigos.

Schleifstein habría pasado fácilmente por gerente de un banco provincial, lo que podría haber llegado a ser de haber seguido por el camino estrecho y recto. Aquí, en su viejo dormitorio, con su pequeña cama de hierro, la mesa de madera barata y el papel de las paredes que se caía a tiras, tenía un aspecto absurdo. Ember se preguntó si todo esto realmente era una apariencia o si, por alguna razón, Schleifstein había sido expulsado de una mejor posición en Berlín.

Gozaba de una figura imponente, vestido con ropa oscura y profesional; era un hombre con el aura del que ha nacido para guiar; un hombre muy distinto a los que le seguían.

En realidad, Wilhelm Schleifstein comenzó su carrera en la banca, lo que le llevó al desfalco y al fraude, y más tarde al robo y al comercio de mujeres. Ember conocía su reputación como hombre sin escrúpulos, pero su actual situación no podía compararse -con la rendida banda que tenía abajo- con el criminal legendario que fue en Berlín. En segundo lugar se preguntaba la razón por la que el Profesor había concebido un plan tan elaborado sólo para tenderle una trampa.

– Buenas tardes, señor Ember. He oído hablar mucho de usted. Franz me dijo que tenía una proposición. -Hablaba un inglés muy bueno, sólo con un ligero acento ts en vez de ds. Sus grandes manos estaban inmóviles sobre la mesa y sus pequeños ojos miraban fijamente-. Sólo puedo ofrecerle la cama para que se siente, y ya veo que se está preguntando por qué vivo en una pocilga.