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– No parece que sea su estilo.

Ember decidió que un acercamiento algo engreído, aunque peligroso, sería el mejor método. Hablarle con los mismos términos, pensó para sí mismo.

– El colapso del orden anterior ha dejado a Londres sumido en el caos y se necesita una mano fuerte que lo reorganice. Su anterior jefe llevaba bien la disciplina, tal como lo hago yo en mi elemento naturaclass="underline" Berlín.

– Ya lo he oído.

– Aquí es diferente. Esto ahora es algo así como un mercado abierto. Y yo lo puedo volver a hacer funcionar. Pero no deseo llamar la atención. Si yo hiciera mis planes en uno de los mejores hoteles, la policía estaría olfateando, como perros alrededor de una perra en celo. Si me coloco en una baja posición y me doy a conocer de forma discreta, entonces quizá la gente venga a verme. Gente que conoce mi reputación. Gente como tú.

– Es lógico. Yo estoy aquí, ¿no es así?

– Si me preparo para un gran golpe, utilizando tipos como los de abajo, probablemente atraeré a gente de primera clase. Es mejor comenzar desde abajo, Ember, y luego crecer, en vez de ponerse manos a la obra sin la debida preparación. ¿Cuál es su propuesta?

Ember miró hacia Franz, que todavía estaba junto a la puerta. Se produjo una incómoda pausa durante la cual se escuchó un canturreo, de alguien borracho, que provenía de la calle. Probablemente era Ben Tuffnell, para hacerse notar y demostrar que seguía vigilando.

Schleifstein pronunció una rápida frase en alemán. Franz asintió y, con una rápida y suspicaz mirada a Ember, salió de la habitación y sus pasos por las escaleras se oyeron como golpes de tambor.

– Ahora-Schleifstein se relajó-. Sé algo sobre usted. Sé que trabajaba para Moriarty y que ocupaba un puesto de cierta importancia. Habrá que ver si puedo confiar en usted. Su propuesta.

Ember tenía un duplicado de la lista de las joyas que estarían en la caja fuerte de Freeland & Son durante el fin de semana del 20 al 23. En la lista no aparecía el nombre de la empresa ni la dirección, ni tampoco los nombres de Lady Scobie o de la Duquesa de Esher. Las fechas también se omitieron.

Schleifstein leyó dos veces la lista. Una vez más era la visión de un gerente de banco mientras examinaba una cuenta delicada.

– Una lista de gemas. ¿Entonces?

– Estarán todas juntas en un determinado lugar y en un determinado momento. Y además hay más cosas.

– ¿Dónde?

– En Londres. Esto es todo por el momento.

– ¿Y se puede entrar?

– Bueno, no será como abrir una casa de muñecas, pero es posible hacerlo con un buen grupo.

– Uno de cuyos miembros será usted…

– Yo seré el más importante.

– ¿Es un ladrón? No había oído nada al respecto.

– He hecho un poco de todo. Puedo hacer esto con la adecuada planificación.

Schleifstein no parecía muy convencido.

– Entonces, ¿por qué no lo hace, amigo Ember? ¿Por qué viene precisamente a mí?

– Son piezas grandes, algunas muy conocidas. Necesito ocultarlas en Francia u Holanda. Quizá en Alemania -añadió.

– Con toda seguridad, tiene que haber alguien con quien haya trabajado anteriormente.

– Mucha gente. Pero cuando desaparezcan estas relucientes piedras, los polis visitarán a todos los peristas de Londres. Usted podría tenerlas muy lejos antes de que se echen en falta.

– ¿Y qué opina de la división del botín?

– Usted se quedaría con la mayor parte. Luego vengo yo. Y el resto se dividiría entre los demás.

– ¿Cuántas personas en la banda?

– Sería un trabajo para cuatro. Una tarea para realizar en dos noches, un trabajo duro.

– Déme el nombre del lugar y las fechas.

– Lo siento, Herr Schleifstein. Tiene que confiar en mí y yo en usted.

El alemán miró la lista una vez más.

– ¿Está seguro de que todo esto estará allí?

– Estará allí. Y puede llevarse a cabo.

– Dígame cómo.

Por primera vez Ember detectó el brillo de la avaricia en los ojos de este hombre. Le explicó el plan, evitando dar cualquier pista que pudiera servir para que localizara la situación exacta.

– Será más seguro si lo hacen entre cinco hombres -dijo Schleisfstein cuando finalizó-. Un individuo más para vigilar. ¿Lo haría con Franz y otros tres?

– Depende de los otros tres.

– Ya ha visto abajo a dos de mis alemanes.

– Sí.

– Ellos y un hombre llamado Evans que también está en la casa.

– También cuenta con un ladrón de hoteles, Wellborn, que está abajo. Es demasiado locuaz. Si lo voy a hacer con él, quiero que tenga la boca cerrada.

– Eso no es problema.

– Y después de que hayamos cortado el piso en la noche del viernes habrá un día de espera hasta que volvamos el sábado. Quiero que estemos todos juntos durante ese tiempo. Nadie por su cuenta.

– Podréis meteros todos aquí arriba. Es lo suficientemente seguro.

– ¿Cuánto tiempo necesitará por adelantado? Para arreglar lo referente al transporte.

– Cuatro días. Mis hombres están entrando y saliendo de Londres continuamente.

– Entonces lo haré.

– Bien -Schleifstein pronunció la palabra como si estuviera mordiendo un pastel de mermelada-. ¿Cuándo se llevará a cabo?

– Todavía falta un poco. Volveré dentro de tres días y hablaré con Franz y sus hombres. Deles las órdenes.

– Entonces, cerremos el trato.

Ember estaba a punto de darle la mano.

– En realidad todavía no hemos hablado de las condiciones. Dijo que la mejor parte sería para mí. La mitad para mí y el resto lo dividiéramos en otras dos partes: la mitad para usted y lo demás para mis hombres. ¿Le parece bien?

– Será un considerable botín.

– Entonces, choquemos las manos.

La palma de Schleifstein parecía como un pedazo de tripa. Ember se dio cuenta que Schleifstein se frotó con un pañuelo después de haberle dado la mano.

El ciego Fred había desaparecido en el exterior y Ember no podía ver a Tuffnell, pero presumía que estaba vagando entre las sombras por cualquier lugar. Ya no se veía a mucha gente, pero cuando llegó a Angel observó a Hoppy Jack sobre sus muletas, apoyado contra la pared y con un vaso en la mano. Había dos o tres granujas andrajosos por los alrededores, algunos dando sorbos a una botella de ginebra.

Ember empezó a cantar, con las manos metidas hasta lo más profundo de sus bolsillos, cantaba en voz baja pero muy contento:

«Un caballeroso soldado, que estaba en una garita,

Se enamoró de una doncella rubia,

e intrépidamente cogió su mano,

Amablemente la saludó, la besó de broma,

La penetró en la garita, prendada de su capote militar.»

Hoppy Jack no prestó atención mientras pasaba, pero la canción indicaba que alguien le iba a seguir, alguien que tenía algo más que un interés pasajero en Ember.

Ya no había omnibuses por ningún sitio, por lo que decidió caminar un rato. A los cinco minutos sabía que alguien le seguía. Dos veces se paró rápidamente, en calles desiertas, y el eco de otras pisadas continuó durante un segundo. Más tarde se paró en una esquina y vislumbró una figura que daba la vuelta por un callejón.

El momento para escapar, pensó Ember, y comenzó a cruzar y volver a cruzar su propio camino, escabullándose por los callejones y volviendo por el lado contrario de las calles. Pero no consiguió dar el esquinazo al perseguidor. Todo siguió así durante una media hora, hasta que ya casi estaba en Hackney. Holly Jack ya había perdido sus muletas y era lo suficientemente ágil. Sin embargo, eso no era suficiente. Ember estaba intrigado y un poco receloso.

Llegó a la esquina de un callejón estrecho y desierto que se extendía a unas trescientas yardas de Dalston Lañe. A medio camino, un soporte de un farol arrojó una pequeña y difusa luz. Ember se paró un momento y luego huyó atropelladamente por Alston Lane. Sus pies golpeaban fuertemente los guijarros de la calle, mientras el sonido rebotaba en las sucias paredes de ambos lados. Pasó la luz y ahora se encontraba en la oscuridad y lejos de cualquier calle principal. Más tarde se metió en una zona de oscuridad más profunda y pisó suavemente, escuchando el rápido ruido de las pisadas que se acercaban.