– Desde luego.
La mano de la chica llevó a cabo algunos trucos verdaderamente exquisitos, cosas de las que una chica tan joven no debería tener ningún conocimiento ni experiencia.
– ¿Podré tener una criada propia? -arrulló en los oídos de Moriarty.
Al anochecer, Angus Crow solía llamar al ladrón retirado y dócil. Nunca hablaban de su acuerdo, aunque era algo habitual entre ellos, dado que era la señal que el viejo le proporcionaba. Si estaba solo, las cortinas del salón delantero se corrían al hacerse de noche (en verano, la ventana se dejaba cerrada). Si había alguien, siempre aparecía una franja de luz entre las cortinas.
Crow sospechó que esta señal también la utilizaba para otras personas, ya que Tom Bolton invariablemente cojeaba hasta el salón siempre que él llegaba. Ellos siempre se sentaban y charlaban en la diminuta cocina trasera.
Era un alivio para Crow tener una excusa para salir de King Street por la tarde. Sylvia parecía estar perdiendo el sentido. La desdichada criada, Lottie, todavía estaba en casa, constantemente a sus pies mientras él se encontraba allí. Como remate, Sylvia estaba planeando todo tipo de nuevas diversiones y las cenas eran su última obsesión. Crow reflexionó, con algo de felicidad, que lo más probable era que los amigos que cenaban una vez con ellos no volvieran a hacerlo nunca más. Al menos si Lottie seguía en la cocina.
Con un sentimiento de alivio estaba ahora sentado en la vieja cocina trasera de Bolton, con un ponche caliente ante él sobre el rojo mantel bordado, el cálido fuego en la cocina, la olla chorreando vapor sobre el quemador y la lámpara encendida. Reflexionó, como lo había hecho en otras ocasiones, que la loza, colocada ordenadamente sobre un pequeño aparador, era de buena calidad; ¿quién, se preguntó, habría sido su antiguo dueño?
Bolton, fumando tranquilamente en su pipa, le contó la historia de las visitas de Ember y de sus propósitos de forma muy concisa, y Crow le dejó hablar sin interrupción hasta que finalizó su exposición.
– Entonces, ¿le dejó que se las llevara? -le preguntó cuándo hubo finalizado, con una voz que reflejaba la disconformidad que sentía sobre la debilidad de los criminales.
– No me quedó otro remedio, ya sabe cómo es esa gente, señor Crow. Yo sé que soy un viejo inútil, pero todos nos aferramos a la vida. Ese grupo trabaja en la sombra. Se arrastran por las sentinas. Levantas una piedra y allí los encuentras.
Crow emitió un fuerte gruñido. No había forma de saber si implicaba simpatía, comprensión o reprensión.
– En mis tiempos hice algunas cosas malas, pero nunca estuve involucrado en un asesinato. No quiero ser ahora una víctima.
– ¿Dice que es alemán?
– Me dijo que era alemán. Un individuo buscado en su propio país y que ha tramado aquí este golpe. Un robo que hará que se mantenga durante cierto tiempo.
– ¿No será para toda la vida? -Crow detectó el cinismo de su voz-. Es la historia de siempre, Tom. ¿No es así? Un buen golpe para establecerse. Más tarde, es el momento de retirarse y llevar una vida sin tacha.
– Eso es lo que dicen muchos de ellos, jefe. Realmente es cierto, yo ya lo había dicho antes.
– ¿Será un golpe utilizando ganzúas y llaves, o se abrirá mediante el uso de la fuerza?
– Dios mío, Crow, no hay mucha diferencia. Usted ha escuchado demasiados cuentos. Los muchachos que roban forzando se consideran mejores que los que lo hacen mediante llaves. ¿No le he enseñado eso? Si vas a un lugar donde piensas que puedes quitar las bisagras de la puerta y ves que no puedes, entonces la fuerzas con la palanqueta. Cualquier ladrón que se gana el pan que come ha hecho de todo: forzar, romper, levantar el suelo, cortar, barrenar, doblar los barrotes. Recuerdo cuando era más joven… -y comenzó uno de sus numerosos y largos recuerdos, ya que Tom Bolton había comenzado como deshollinador a los ocho años.
Crow le escuchó antes de lanzarle la siguiente pregunta.
– Ember solía trabajar para el Profesor, ¿verdad? ¿Para Moriarty?
Era increíble, pensó Crow, cómo sólo el nombre provocaba una reacción en los criminales más endurecidos. Las manos hinchadas del viejo se apretaron -movimiento que debe causar gran dolor- y sus ojos se movieron nerviosamente. Su rostro se volvió gris, como papel seco.
– No sabía eso -refunfuñó con voz cansada, como si su garganta se hubiera secado de repente.
– Hace tiempo que se fue, Tom. No hay nada que temer.
Hubo un momento en que no se escuchó nada, excepto el crepitar del fuego y el tic-tac del reloj.
– Mire, señor Crow -parecía que respirar le suponía un gran esfuerzo-. Le he enseñado algunas cosas, pero ésta es la primera vez que he soplado a alguien. No es algo propio de mí. Sólo lo hice por mis herramientas. No me gusta pensar que va a utilizarlas un extraño.
– Debe ser algo grande, Tom. Para que ellos quieran sus herramientas, quiero decir. Ya no se hacen herramientas como las suyas.
– La forma de utilizarlas es lo que cuenta.
– Un alemán -murmuró Crow, como volviendo al punto delicado mientras intentaba poner cada pieza en su lugar dentro de su cerebro-. ¿Nuestro Ember ha sido ladrón en alguna ocasión?
– Le he conocido desde que era un muchacho. Pequeño y nervioso. Ha hecho un poco de todo. Él sabrá cómo. Sin embargo, yo no haría que se enfadara. Mantiene una cierta posición, tal como usted dice.
– El Profesor.
– No puedo escucharle.
– ¿Le creyó? ¿En lo referente al alemán?
– Él lo creyó.
– Entonces, le dejaste las herramientas. Tan sencillo como eso.
Bolton había omitido hacer mención al pago. Era una cantidad muy grande por el alquiler de un equipo de herramientas, aunque fueran de muy buena calidad. Durante un segundo, y no más, le remordió la conciencia al viejo.
– No quería que me aporreara ni que me rajara. No me gusta meterme en todo esto.
Tiene que ser algo muy gordo. Crow no podía quitarse a Moriarty de la cabeza, ya que Ember era un hombre enteramente del Profesor. Cuando todos los extranjeros se reunieron en el año 94 en Londres, había un alemán con Moriarty. Crow se preguntaba muchas cosas en relación a esto. Tendría que haber algo escrito en los informes de Scotland Yard. De cualquier modo, había muchos alemanes en Inglaterra.
– Veré si podemos hablar un rato con Ember -dijo en voz alta.
– ¿No dirá nada?
– ¿Sobre usted, Tom? Quédese tranquilo, viejo amigo, su nombre no se mencionará. Buscamos a Ember por algo más que pedir prestadas una serie de herramientas. De cualquier modo, gracias por su ayuda. Y ahora, ¿necesita algo?
– Me voy arreglando. Siempre salgo adelante, a pesar de que algunas semanas me cuesta un poco.
Crow depositó cuatro soberanos de oro sobre el mantel rojo.
– Hagamos un pequeño trato, Tom. Y cuídese mucho.
– Dios le bendiga, señor Crow. Tenga mucho cuidado con ese tal Ember, es muy astuto… ¿Señor Crow?
Cuando ya estaba en la puerta el detective se volvió. -¿Sí?
– Sígale la pista. Ese Ember apesta.
– Lo tendré en cuenta.
Había muy poca gente en Scotland Yard y nadie en esta parte del edificio. Crow encendió el gas y se dirigió a la habitación del sargento Tanner, abrió el armario y miró las carpetas. La que quería no era demasiado gruesa. La llevó a su mesa y se sentó, en medio del silencio, pasando las páginas y tratando de encontrar la inspiración en las entradas más claras, elementos extranjeros entre los asociados a james moriarty, decía el encabezado.
Contenía unos veinte o treinta dossiers, y entre los de origen germánico había un perista llamado Muller que dirigía una casa de empeños cerca de Ludgate; otro se llamaba Israel Krebitz, un pez gordo llamado Solly Abrahams y un hombre conocido como Rutter. También podían encontrarse algunas notas de Tanner sobre los hermanos Jacobs.
Con mucha diferencia, el dossier más largo era el de Wilhelm Schleifstein. Lugar de origen: Berlín. Allí era muy conocido: robos, bancos, prostíbulos, un poco en todos los sitios. Ciertamente ya había sido identificado como uno de los que iban con Moriarty en 1894. También se encontraba un gigante que solía acompañarle, Franz Bucholtz, también muy conocido y bastante peligroso.