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En un plazo de dos días reclutó a un grupo de detectives y, junto a numerosos policías, hizo una redada en Steventon Hall. Sin embargo, como Holmes había predicho, ya era demasiado tarde. No existía ninguna evidencia de que el Profesor hubiera estado recientemente en la casa, pero después de examinar los edificios y de un interrogatorio intensivo del populacho de la zona, se llegó a la conclusión de que algunos de los secuaces de Moriarty habían habitado el lugar hasta hace poco tiempo.

En realidad, su estancia había sido realmente evidente; su presencia no era ningún secreto, con muchas idas y venidas de hombres de aspecto tosco.

De todo ello, Crow dedujo que al menos cinco personas se habían alojado de forma permanente en Steventon Hall. Dos de ellas se presentaron como futuro matrimonio, de forma bastante abierta, y sus nombres aparecieron como Albert George Spear y Bridget Mary Coyle, y la ceremonia se llevó a cabo en la parroquia local cumpliendo todos los requisitos legales y religiosos. También había un par de hombres «grandes y fornidos». «Elegantemente vestidos pero con aspecto tosco»; y «como un par de hermanos, muy corpulentos». La quinta persona era china, y muy conocida en esa pequeña zona campestre, donde la gente ya se había fijado en sus maneras educadas y su alegre semblante.

Crow apenas tenía dificultad para identificar al chino: un hombre llamado Lee Chow a quien ya conocía. Albert Spear tampoco suponía ningún problema; era un hombre grande con la nariz rota y una cicatriz desigual que bajaba por su mejilla derecha, casi desde el ojo hasta la comisura de la boca. Ambos hombres, como ya sabía el detective, estaban muy próximos a Moriarty y formaban parte del cuarteto al que el Profesor gustaba llamar su «guardia pretoriana». De los otros miembros de la élite de sus guardaespaldas, el grande Pip Paget y Ember, de aspecto de lebrel, no había ni rastro. Crow llegó a la conclusión de que Paget se había escondido después de la derrota de la organización de Moriarty en abril, pero el paradero de Ember le preocupaba.

La corpulenta pareja era otro asunto, ya que podrían haber estado entre las docenas de secuaces del Profesor antes de la escapada desesperada de las garras de Crow.

La despensa de Steventon Hall estaba bien surtida, hecho que hizo pensar a Crow que este quinteto singularmente variado había huido con gran precipitación. No se encontró casi nada de importancia, excepto un fragmento de papel con los horarios del paquebote de Dover con destino a Francia, que estaba lleno de garabatos. Posteriores investigaciones evidenciaron que al menos el chino había estado en el paquebote durante su crucero, y sólo tres días antes de que la policía hiciera la redada en la casa de Berkshire.

En cuanto a las cuentas bancarias de Moriarty en Inglaterra, todas, excepto una, se habían cancelado y los fondos se habían transferido a las dos semanas de la desaparición del Profesor. La única cuenta que quedaba estaba a nombre de Bridgeman en el National Bank situado en el centro financiero de Londres. La cantidad total en depósito era poco más de tres libras y dos chelines.

– Da la impresión de que los huéspedes de Steventon Hall han partido para Francia -dijo Holmes después de que Crow le consultara-. Apostaría que allí se han reunido con su líder. En este momento ya estarán todos cómodos y calientes con Grisombre.

Crow levantó las cejas y Holmes sonrió entre dientes con gran placer.

– Pero todavía hay algo que se me escapa. Ya conozco el encuentro entre Moriarty y sus amigos del continente. ¿Supongo que tendrá todos los nombres?

– Bien -Crow movió los pies con inquietud.

Había supuesto que esos informes sólo eran una prerrogativa de Scotland Yard, ya que entre los hombres que citó Holmes se encontraban Jean Grisombre, el capitán del crimen francés con base en París; Wilhelm Schleifstein, el Führer del hampa berlinesa; Luigi Sanzionare, el hombre más peligroso de Italia, y Esteban Bernardo Segorbe, la sombra de España.

– Parece probable que estén con Grisombre -agregó Crow tristemente-. Sólo desearía que supiéramos el propósito de la reunión en Londres de los más importantes criminales del continente.

– Una desesperada alianza de algún tipo, supongo -Holmes tenía un aspecto serio-. Este encuentro no es sino el presagio de las muchas desgracias que van a producirse. Tengo la sensación de que ya se han visto los primeros resultados con el asunto Sandringham.

Crow pensó de forma instintiva que Holmes tenía razón. Y en realidad así era. Pero si el hombre de Scotland Yard deseaba atrapar a Moriarty, tendría que viajar a París y no había forma de conseguir el permiso para hacerlo. Su boda estaba muy cerca y el Comisario, con la sensación de que durante cierto tiempo el recién casado Crow tendría poco trabajo, le estaba presionando mucho en relación con otros casos que tenía asignados. Crow tenía mucho que hacer, tanto dentro como fuera de su oficina, e incluso cuando volvía a la casa que ya compartía con la propietaria y futura esposa, Sylvia Cowles, en el 63 de King Street, se veía arrollado por los preparativos de la boda.

El Comisario, razonó adecuadamente Crow, no quería más peticiones de autorización especial para visitar París en busca del Profesor que la que él mismo se concedería para una audiencia con el Papa en Roma.

Durante algunos días Crow se preocupó por este problema como el escocés tenaz que era, pero al final, una tarde, mientras Londres estaba cubierta con una llovizna intempestiva acompañada de viento helado y racheado, llegó a una conclusión. Poniendo una excusa a su sargento, el joven Tanner, Crow tomó un coche de alquiler hasta las oficinas de los señores Cook & Son de la plaza Ludgate, donde pasó casi una hora haciendo sus gestiones.

El resultado de esta visita a la agencia turística no fue inmediato. Cuando se hizo evidente, la persona más afectada resultó ser la señora Sylvia Cowles, que por aquel entonces ya se había convertido en la señora Angus McCready Crow.

A pesar de que muchos de sus amigos sabían que Angus Crow había vivido con Sylvia Cowles durante bastante tiempo, pocos eran tan groseros como para sugerir abiertamente que la pareja nunca había tenido relaciones prematrimoniales. Ciertamente, había muchos que lo pensaban y, en realidad, sus deducciones eran correctas. Sin embargo, lo pensaran o no, amigos, compañeros y un gran número de conocidos se reunieron a las dos de la tarde del viernes 15 de junio en la iglesia de St. Paul de Coven Garden, para presenciar, tal como lo decía un policía bromista, como «Angus y Sylvia se desviaban del camino».

Por decoro, Crow se había ido de la casa de King Street dos semanas antes para pasar sus últimas noches de soltero en el hotel Terminus, London Bridge. Pero la pareja volvería a la casa de King Street para el desayuno de bodas, saliendo de nuevo a última hora de la tarde para pasar su primera noche de feliz matrimonio en el cómodo hotel Western Counties de Paddington. En la mañana del sábado, como imaginaba la nueva señora Crow, viajarían a Cornualles en tren para una idílica luna de miel.

Hasta bien entrada la tarde, Crow permitió que su novia siguiera pensando que su luna de miel sería en el oeste del país. Después de la cena, Crow se tomó lentamente un vaso de oporto mientras ella se bañaba y preparaba para la noche que tenían por delante; y por fin, cuando el detective llegó a la cámara nupcial encontró a Sylvia sentada sobre la cama, con un exquisito camisón de encaje.

A pesar de que no eran unos desconocidos en la habitación de matrimonio, el rostro de Crow adquirió un fuerte tono escarlata.

– Aquí tienes a un hombre que está temblando, querida Sylvia -su voz vibraba con el deseo.

– Bien, querido Angus, ven y tiembla sobre mí -replicó coquetamente.

Crow se echó una mano a sí mismo para que ella no siguiera hablando.

– Tengo una sorpresa para ti, cariño.

– No es una sorpresa, Angus, a no ser que hayas ido al cirujano desde la última vez que nos encontramos entre las sábanas.