Betteridge esperó junto a la puerta, incómodo con este disfraz, a la espera de acontecimientos.
Spear y Terremant bajaron corriendo hasta el estrecho St. Peter's Alley y esperaron donde no podían ser vistos y sin dejar de observar la esquina de Bishopsgate. A los cinco minutos apareció el policía y apenas había dado la vuelta a la esquina cuando Terremant se acercó corriendo hacia él con voz estridente, gritando y gesticulando.
– Un asesinato -vociferó-. Un sangriento asesinato, ayuda.
El policía, alejándose de su ruta ordinaria, comenzó a correr hacia Terremant y, en cuanto se encontraron, el enorme matón comenzó a balbucear:
– ahí… ahí… en el callejón… es una mujer… Dios mío, es terrible… un asesinato…
Con estos gritos casi condujo al desventurado policía hasta St. Peter's Alley, y a las garras de Spear, que le estaba esperando.
Terremant hizo saltar su casco por el impacto mientras Spear le golpeaba con la porra de piel de anguila en la base del cráneo. El policía se arrugó como si fuera una concertina, y emitió un breve sonido que se llevó el viento.
Terremant volvió a la tienda, guiñando un ojo a Betteridge, que se deslizó a la calle y comenzó a marcar el paso de la ronda.
De vuelta en St. Peter's Alley, arrastraron al policía hasta la barandilla de la iglesia, le pusieron el gabán hasta la altura de los codos, le quitaron las botas y le ataron el cinturón alrededor de las rodillas. A continuación, levantándolo, colocaron sus muñecas entre los huecos de la barandilla. Spear entró en el patio de la iglesia mientras Terremant le quitaba los cordones a una de sus botas. Utilizando estos cordones, Spear aseguró las muñecas. Más tarde le amordazaron con uno de sus propios calcetines.
– Es la primera vez que un policía prueba el sabor de su propio pie -Spear se echó a reír.
Luego volvieron a la entrada del callejón para seguir vigilando, advertidos del peligro de este engaño, sobre todo porque Betteridge tenía que pasar por delante del departamento de policía en Bishopsgate. Cuanto más rápido lo hiciera Ember, sería mucho mejor. Una vez que estuvieran a salvo, los hombres con uniforme tendrían que salir de la tienda y buscar otro lugar seguro. No como Bermondsey. En cualquier caso, tendrían que utilizarse con mucha elegancia, y a plena luz del día; esto era algo que tenía que ver con Spear, ya que hay mucha diferencia entre llevar a cabo un engaño y atrapar a una banda en la oscuridad o hacerlo a pleno día. Especialmente si se trataba de un ataque frontal a la casa de Edmonton.
Mientras tanto, Betteridge caminaba por las calles como policía, Ember trabajaba en la caja fuerte, y Spear, junto con Terremant, esperaban resultados.
En cuanto volvió al sótano, Ember hizo subir a los dos alemanes, Peter y Claus, por el agujero de la tienda. Evans volvió a su puesto de vigilancia y Franz se quedó junto a la puerta.
Trabajaban en filas por estricto orden, cada uno ejerciendo la máxima presión sobre la palanca y luego dando paso al siguiente. A los diez minutos la bisagra superior estaba comenzando a moverse y a salir. A continuación Franz hizo una llamada en voz baja, dando a entender que el vigilante estaba de nuevo haciendo la ronda. Un minuto después apareció por el agujero la enorme cabeza del alemán.
– Evans dice que está trabajando al otro lado de la calle -afirmó.
– Cambiar es tan bueno como descansar, es lo que se dice -sonrió Ember mientras pensaba que Betteridge estaba espabilándose.
La bisagra superior se rompió cinco minutos más tarde. Claus estaba manejando la palanca cuando cedió, de forma rápida y con bastante ruido, ya que cogió por sorpresa al sucio bribón, haciendo que se cayera y arrojara la palanca, que rodó hacia la pared y cayó al sótano provocando un sonido metálico.
Franz la recuperó y empezaron a trabajar en la bisagra inferior, colocando la palanca dentro de la hendidura situada justo debajo de la bisagra. No se movió durante media hora, y durante todo ese tiempo pararon una sola vez por orden de Franz al oír la señal de Evans.
Durante los pocos minutos que pasaron mientras esperaban, Ember maldijo una y otra vez, ya que estaba pensando en las peores cosas que podrían sucederles. Betteridge descubrió que algo iba mal. Podía olerse a sí mismo mientras estaba en cuclillas cerca del muro, y no era su mal olor habitual, sino el hedor del miedo que surgía de los poros de su piel y de sus entrañas, odiándose a sí mismo por esta prueba evidente de su cobardía. Más tarde, el momento pasó y volvieron a la caja, trabajando con la palanca hasta que sus músculos les dolieron por la enorme tensión y su respiración se volvió entrecortada debido al esfuerzo.
En el exterior, el día comenzaba a abrirse paso a través de las nubes, y la primera luz apareció sobre los tejados. En las calles, la vida comenzaba, los coches y los furgones empezaban a moverse y se veía caminar a los primeros trabajadores. En las casas, las luces oscilaban en las ventanas.
Eran casi las seis menos veinte cuando cedió la bisagra inferior.
Junto a la iglesia de St. Peter, el policía gemía y se movía. Spear, en la parte superior del callejón, susurró a Terremant que no se arriesgarían a esperar durante más tiempo. Tenían que salir de la tienda los hombres de uniforme. Tenían que abandonar las cosas ahora o arriesgarse a ser vistos cerca del policía.
– Enviaremos de nuevo un informador una vez que veamos el campo libre -murmuró mientras se apresuraba hacia Cornhill-. Tendrás que vencer los obstáculos hasta Bermondsey mientras yo comunico al Profesor todo lo sucedido.
Mientras tanto, el Profesor dormía solo y de forma ruidosa. Había tenido los nervios de punta durante la tarde anterior y decidió prescindir de los servicios de Sal o de Carlotta. Después de todo, si algo iba mal no quería tener mujeres que le confundieran.
Después de cenar se sentó en el salón, tocó algo de Chopin y luego se llevó al dormitorio una botella de brandy, una baraja de cartas y su ejemplar del profesor Hoffman: Magia Moderna. Deseaba practicar los seis métodos de cambiar una carta por otra, de modo que se sentó durante un buen rato delante del gran espejo de su habitación y realizó los juegos de manos una y otra vez. Esto le calmó enormemente y, al final, cuando se terminó la mitad de la botella de brandy, Moriarty se desvistió, se metió en la cama y cayó en un sueño profundo, en el cual soñó que realizaba increíbles trucos con una baraja hecha de retratos: Schleifstein, Grisombre, Sanzionare, Segorbe, Crow y Holmes eran las figuras más importantes y él las movía a toda velocidad, las manipulaba y hacía que aparecieran y desaparecieran a voluntad con sus diestras manos. El sonido de la campanilla a primeras horas no llegó a penetrar en su inconsciencia.
Estaba todo allí, las diademas, pendientes, collares, reluciente fuego dentro de sus cajas cubiertas de terciopelo o bolsas de terciopelo negro. Incluso bajo la luz de gas y sintiendo en sus bocas el amargo sabor de la primera hora de la mañana, los tres hombres alrededor de la caja fuerte no podían dejar de sentir la belleza de su botín.
Ember llamó a Franz y le dijo que saliera Evans para recoger el coche en St. Helen's Place y que luego volviera.
– Como si le llevara el viento -añadió.
Franz lanzó hacia arriba el saco de lona que había traído para el botín y desapareció para ir a buscar a Evans. Ahora todo se hacía deprisa, y los alemanes estaban tan excitados como chicos que salen de la escuela. Ember, que se había educado bajo la férrea disciplina del Profesor en lo referente a los atracos, tuvo que hacerlos callar con amenazas. A pesar de la prisa, tuvo gran cuidado en la selección de los artículos de la caja y en su colocación dentro de la bolsa, asegurándose de tener todas las joyas de gran valor antes de tocar las bandejas de relojes y anillos del surtido del señor Freeland. Al final volvió a colocar la pesada puerta, apoyándola contra la caja fuerte, sólo para que pasara la revisión de cualquier policía auténtico que echara un vistazo por las rendijas de las contraventanas. A continuación, con un rápido movimiento de cabeza, dejó que los otros dos bajaran gateando hasta el sótano, luego cogió la pequeña bolsa de herramientas y el saco de las joyas y realizó su último descenso por el suelo.