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Estaba a medio camino, bajando por el callejón hacia Bishopsgate, cuando escuchó los silbatos de la policía en el otro lado de la calle.

Betteridge no tenía otra opción. Estaba subiendo despacio por Threadneedle Street desde la dirección del Royal Exchange, cuando vio al sargento acercándose a él desde el extremo de Bishopsgate. Bill Betteridge tenía mucha experiencia sobre la policía y no poca de las cárceles. No estaba dispuesto a pelearse con este sargento, por lo que no tenía otra opción: se dio media vuelta y echó a correr por donde había venido.

El sargento, pensando que se habría cometido algún crimen, o que Betteridge estaba en plena persecución de algún delincuente, tiró de la cadena de su silbato, dio tres soplidos y siguió a quien pensaba que era su policía.

Los silbatos de Treadneedle Street llegaron hasta Bishopsgate, y allí los oyeron una pareja de policías que llegaban a la estación para el turno de las seis en punto. Al ser hombres de carácter, contestaron con otros silbatos de respuesta y comenzaron a correr. En ese mismo momento, Evans salió con el coche desde St. Helen's Place.

Los silbatos de la policía llenaron de pánico a Evans. Convencido de que la policía estaba encima de él, azuzó a los caballos y puso el coche a toda velocidad calle abajo. Acción que hizo que la pareja de policías acelerara el paso, mientras usaban los silbatos y echaban mano de las porras.

Evans hizo girar el coche a lo largo de la calle y dio rienda a los caballos, que avanzaban muy próximos a la acera, para dirigirse al callejón que conducía a la parte trasera de Freeland & Son. Se equivocó, ya que pasó y se detuvo unas diez yardas más adelante, de modo que los cuatro hombres que estaban agachados en el callejón tuvieron que salir corriendo, calle abajo, para aferrarse a la puerta.

Ember fue el último en entrar, arrojando el saco delante de él antes de saltar al coche, mientras gritaba a Evans que azuzara a los caballos. Evans no necesitaba ninguna orden y, a continuación, se produjo un tirón tan fuerte que Ember casi cayó hacia atrás en medio de la calle. Sus dedos estaban fuertemente asidos a la puerta, lo que hizo que soltara la bolsa y se cayera en mitad de la calle por dónde Venían los dos policías, mientras uno de ellos lanzaba su porra sobre el vehículo que escapaba.

Ember estaba soltando maldiciones dentro del abarrotado coche. Sabía que deberían haber usado un canario -una mujer que cogiera tanto las herramientas como el botín y se fuera en la dirección contraria-. Ahora ya estaban marcados en el coche. Pronto tendrían que abandonarlo y volver a Edmonton por separado con el saco de las joyas: a él no le dejarían que fuera solo, al menos no con el botín. Franz se le pegaría como si fueran hermanos.

Dejaron a los dos hermanos cerca de Finsbury Square y a continuación abandonaron el coche en una calle perpendicular a City Road. Evans se fue por su cuenta para llevar instrucciones a Edmonton utilizando las escondidas callejuelas que pudiera encontrar. Ember tenía razón. Franz estaba junto a él como si estuvieran esposados.

Bertram Jacobs despertó personalmente al Profesor algo antes de las seis. Polly Pearson había estado limpiando la parrilla -entre las cinco y las cinco y media- cuando sonó la campanilla de la puerta de servicio, que se encontraba bajo la zona de los escalones. Martha estaba en la cocina realizando las primeras tareas de la mañana, preparando el desayuno de Bridget Spear y alimentando el fuego del horno.

Se quedó desconcertada, y no sin razón, ante la presencia del andrajoso ciego Fred y el pequeño y escuálido muchacho que se encontraban de pie junto a los escalones. Pensando que eran mendigos, iba a darles un portazo cuando Fred puso su blanco palo sobre la jamba de la puerta.

– Bert Jacobs, y hazlo rápido, muchacha, o te prometo que no oirás el final en boca de tu jefe.

Un olor desagradable emanaba del cuerpo del mendigo ciego. El hedor de la carne que no se ha lavado; de la grasa rancia en el pelo y de licores fuertes en el aliento. Un olor que trajo malos recuerdos a Martha Pearson, al recordar las noches anteriores al momento de su salvación por Sal Hodges, cuando, junto a su hermana, pasaba horas de pesadilla en las peores pensiones.

Sin embargo, el ciego Fred utilizó el tono adecuado y Bertram Jacobs, despeinado y con sueño, apareció en la cocina. Cuando hubo escuchado todo el relato, en el lugar que un día fue la despensa del carnicero, Jacobs ordenó al informador y a Saxby que esperaran mientras hablaba con el Profesor.

A las siete menos cuarto, Moriarty se reunió en su estudio con los hermanos Jacobs, Lee Chow, el ciego Fred y Saxby. Esta última pareja se sentía intranquila ante el austero lujo de aquella habitación.

Moriarty habló poco, como si una especie de ira ardiente consumiera sus más íntimos pensamientos. Hizo algunas preguntas detalladas, tanto a Saxby como al ciego Fred, antes de mandar al muchacho de nuevo a Cornhill para reconocer el estado de las cosas y recoger rumores y sucesos sobre el terreno.

A las siete y veinte llegó Spear, sofocado y molesto. El robo se había realizado completamente, con su cooperación en lo referente al policía de ronda. Todo el grupo había escapado limpiamente, aunque había habido algunos momentos desagradables y una especie de persecución. Betteridge estaba perdido. Aparte de eso, lo único que podían hacer era esperar acontecimientos.

– No se hable más -ahora Moriarty estaba serio y en su comportamiento podían observarse indicios de determinación-. Si esperamos acontecimientos, entonces perderemos la oportunidad de atrapar a Schleifstein y se irá a su muladar de Berlín con el botín.

Su cabeza osciló lentamente, con ese movimiento reptiliano que hizo recordar a Spear algunas palabras de la Sagrada escritura: Y se aferró al dragón, esa vieja serpiente, que es el Diablo, y Satán, y le confinó durante mil años: un vivido retrato que recordaba de alguna antigua escuela dominical.

– ¿Cuánto tiempo necesitan tus matones para ir a Bermondsey? -Moriarty miró ceñudamente a Spear.

– Terremant estuvo buscándoles después de esconder los uniformes.

– Hazlo lo más rápido que puedas. Reúnelos. Vístelos tal como lo hubieras hecho para nuestro plan original, luego llévalos a toda velocidad hasta Edmonton y desafía a ese prusiano cazador furtivo en su propio escondite.

– Es peligroso…

– Desde luego que es peligroso, Spear. ¿Crees que te pago por sentarte en casa y hacer calceta? Te pago para que cumplas mis órdenes. Si a alguien no le gusta, puede amargarse en el Asilo de Pobres con mis mejores deseos.

– Los cascos son de la Policía…

– Precisamente por eso tratará de recuperarlos. Ahí está tu respuesta. Tendrás que enfrentarte tanto a la policía como a los alemanes. Por Dios, Spear, nunca te había visto tan precavido. -Moriarty se rió profundamente, con un sonido gutural que no denotaba ningún compromiso y se dirigió a los hermanos Jacobs-; Spear os dirigirá. Coged a esos locos rápidamente, con el falso coche de policía en la puerta y llevarlos a Bermondsey, sin ningún tipo de preguntas -añadió con una risa sin el más mínimo sentido del humor.

Los hermanos Jacobs asintieron con la cabeza.

– Entonces, manos a la obra -Moriarty levantó la mano para indicar que la entrevista había terminado-. Decid a Harkness que quiero que traiga aquí mi cabriolé dentro de una hora. Yo también iré a ver a nuestros amigos cuando les atrapéis. Es un placer que he estado esperando.

Spear sabía que no se podía razonar con él, ya que Moriarty había arriesgado demasiado en la trampa para que ahora todo se fuera a pique. De forma solemne se despidieron, quedándose solos el Profesor y Lee Chow.

– ¿Desea que vaya a Berdmonsey? -preguntó el chino.