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La búsqueda de Madis y sus colegas resultó infructuosa, y ahora le escribo para pedir su ayuda y cualquier detalle que nos pueda ofrecer sobre el carácter del anteriormente nombrado Sir James Madis.

A continuación seguía una descripción de Madis y sus codirectores evadidos, junto a uno o dos puntos de menor importancia.

En las oficinas de Scotland Yard, y en las de la Policía Metropolitana había muchos cabezotas. Nadie, por supuesto, había oído hablar de Sir James Madis y hasta los policías se divertían con este descaro tan evidente, sobre todo cuando se había realizado con gran copete, en otro país, y habiéndose burlado de otro cuerpo de policía.

Incluso a Crow se le escapó una sonrisa, aunque en su mente aparecían torvos pensamientos mientras releía la carta y los detalles concernientes a Madis y sus cómplices.

Los nombres de los tres directores británicos de la empresa Madis eran William Jacobi, Bertram Jacobi y Albert Pike, los tres con unas descripciones muy parecidas a los hombres que se alojaron en Steventon Hall. Crow rápidamente señaló la ironía entre el nombre Albert Pike y Albert Spear (el que se casó con Bridget Coyle en Steventon). Este juego de nombres al menos era significativo del tipo de impertinencia que bien podría ser la marca de Moriarty.

Pero no paraba ahí la cosa, ya que la descripción del mismo Madis requiere un examen. Según el Departamento de Policía de Nueva York, era un hombre muy vigoroso, de edad comprendida entre treinta y cinco y cuarenta y cinco años, de altura media, bien formado, con pelo rojizo y escasa vista, por lo que necesita utilizar continuamente sus lentes de montura dorada.

Nada de eso suponía gran cosa, puesto que Crow sabía perfectamente que el Moriarty que había perseguido en Londres podría aparecer con diversos disfraces. Crow ya sabía, por deducción lógica, que el hombre alto y delgado identificado como el famoso Moriarty, autor del tratado del Teorema Binomial y Dinámica de un Asteroide, no era sino un disfraz utilizado por una persona más joven, con toda probabilidad el propio hermano menor del profesor.

Pero una pista más se encontraba en la breve descripción de Sir James Madis. El único hecho que unía a Madis con el infame Napoleón del Crimen. Se investigó en el Departamento de Policía de Nueva York y bajo el encabezamiento de «Hábitos y costumbres» decía: un movimiento lento y curioso de la cabeza de lado a lado: una costumbre que parece incontrolable, a modo de tic nervioso.

– Sé que es él -dijo Crow a Sherlock Holmes.

Había pedido una cita especial con el detective consultor al día siguiente de su primera lectura de la carta, y Holmes, siempre fiel a su palabra, había ideado algún encargo especial a Watson para que ellos estuvieran totalmente en privado. Crow había ido con cierta agitación, ya que durante las dos últimas visitas a sus habitaciones en Baker Street se había alarmado con el estado en que encontró a Holmes. Parecía haber perdido peso, y se le veía cansado e irritable. Sin embargo, durante esa tarde, el maestro de detectives parecía haber recuperado su viejo vigor físico y mental. [1]

– Sé que es él -repitió Crow, golpeando su palma con el puño apretado-. Tengo este presentimiento.

– Apenas es una deducción científica, querido Crow, pero me inclino a pensar como usted -afirmó Holmes con energía-. Parece que encajan las fechas, así como las descripciones de los codirectores en el delito. Usted mismo ha comentado que Albert Pike parece un sinónimo de Albert Spear. Y en relación a los otros dos hombres, puedo sugerirle que examine sus archivos en lo referente a un par de hermanos: de físico corpulento y con el apellido Jacobs. Y en cuanto al Profesor, es el astuto truco de confianza que sólo una diabólica mente es capaz de concebir. Además hay otro punto…

– ¿Las iniciales?

– Sí, sí, sí-Holmes rechazó la pregunta al parecerle obvia-. Más que eso…

– ¿El nombre?

Hubo una corta pausa mientras Holmes observaba a Crow con mirada fija y retadora.

– ¡Así es! -dijo al final-. Es el tipo de juego que divertiría a James Moriarty. Madis es…

– Un simple anagrama para Midas -sonrió Crow.

El semblante de Holmes se congeló en una sonrisa glacial.

– Precisamente -añadió bruscamente-. Da la impresión de que el Profesor está intentando amasar grandes riquezas, por lo que no haré conjeturas como hasta ahora. ¿A no ser…?

Crow sacudió la cabeza.

– No creo que las conjeturas sean lo mejor.

Al volver a su oficina en Scotland Yard, Crow empezó a redactar un largo informe para el Comisario. Junto a éste, unió una petición de autorización para viajar a Nueva York, consultar allí con el Cuerpo de Detectives y ayudar en todo lo que estuviera en su mano para capturar al llamado Sir James Madis e identificarle como el Profesor James Moriarty.

También encargó al sargento Tanner que escudriñara en los informes de dos hermanos con el apellido Jacobs.

Una vez dadas las instrucciones al sargento, Crow le sonrió de forma austera.

– Creo que fue el poeta yanqui, Longfellow, quien escribió: «los molinos de Dios muelen despacio, pero muelen un grano pequeñísimo». Bien, joven Tanner, pienso que nosotros, los del cuerpo de detectives, debemos esforzarnos al máximo para imitar a Dios en este sentido. No trato de blasfemar, pero vosotros me entendéis.

Tanner salió para llevar a cabo su encargo y elevó los ojos al cielo mientras se iba. Tal como resultó después, encontraría en los archivos un par de hermanos que se apellidaban Jacobs. Hace unos dos años ambos habían pasado un período de prisión en la House of Correction, de Coldbath Fields. Dado que esta cárcel se había cerrado, Tanner pensó que probablemente los habrían transferido a Slaughterhouse (House of Correction de Surrey, Wandsworth). Y ahí dejó el asunto, al darse cuenta de que William y Bertram Jacobs habían desaparecido desde hacía tiempo y que ahora mismo estaban dando el primer paso de un complot de venganza que bien podría sacudir los cimientos tanto de los bajos fondos como de toda la sociedad, ya que los hermanos Jacobs habían ascendido hasta ese selecto grupo que estaba en íntimo contacto con James Moriarty.

Sin embargo, el informe de Crow fue muy persuasivo. Dos días más tarde se le pidió que fuera a ver al comisario, y en menos de una semana estaba dando a Sylvia la noticia de que se iría a América en el plazo aproximado de un mes por un asunto policial.

Sylvia Crow no se tomó bien la perspectiva de quedarse sola en Londres. Al principio mantuvo latente un cierto resentimiento sobre el trabajo de su marido, que le obligaba a estar lejos de ella. Pero el resentimiento pronto dio paso a una concienciación de que su querido Angus quizá estuviera en peligro al viajar al lejano continente. Desde aquí, su imaginación tomó la delantera, y durante la semana anterior a la salida de Crow se despertó por la noche en varias ocasiones, ansiosa e histérica, porque había soñado que su marido estaba rodeado por hordas de pieles rojas, cada uno de ellos tratando de conseguir el cuero cabelludo del policía. De una forma confusa, Sylvia Crow no tenía claro lo que en realidad era un cuero cabelludo, confusión que hizo que sus pesadillas fueran aún más terribles, aunque vagamente eróticas.

Angus Crow calmó sus peores temores, asegurándole que no se encontraría con ningún indio. Por lo que podía ver, su temporada en América la pasaría en Nueva York, ciudad que, con toda seguridad, no podría ser tan distinta a Londres.

Sin embargo, desde el momento en que vio las escombreras de madera de los muelles de Nueva York, se dio cuenta de que las dos ciudades eran tan diferentes como el día y la noche. Existían semejanzas, desde luego, pero lo esencial de cada ciudad se movía a diferentes velocidades.

Crow llegó en la primera semana de marzo, después de un tempestuoso crucero, y durante los primeros siete días o incluso más se sintió desconcertado por el bullicio y la extrañeza de esta próspera ciudad. Tal como escribió a su esposa, «a pesar de que supuestamente el inglés es la lengua común, me siento aquí más extranjero que en cualquier otra ciudad de Europa. No creo que a ti te atraiga.»

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[1] (*) Convendría anotar aquí-sobre todo para aquellos que no estén familiarizados con los comentarios del doctor Watson sobre la adicción de Holmes a las drogas- que en el párrafo concerniente a la adicción a la cocaína del Medical Jurisprudence and Toxicology de Glaister y Rentoul, se hicieron las siguientes observaciones: «el efecto estimulante de la droga [cocaína] es el responsable del hábito adquirido. Pero cuando pasan los efectos, aparece irritabilidad y desasosiego… La causa de la adicción puede atribuirse al hecho de que la cocaína hace desaparecer rápidamente la fatiga mental y física y la sustituye por una sensación de vigor, tanto físico como mental.» (p. 633, 12a edición.)