Era el estilo del lugar, consideró, lo que resultaba tan distinto. Como Londres, Nueva York reflejaba una distancia muy grande entre la opulencia y la pobreza: una extraña amalgama de enorme riqueza, vigoroso mercantilismo y una abyecta pobreza, todo entre una docena de lenguas diferentes y coloreado por una gama de semblantes, como si se hubiera cogido una muestra de toda la población de Europa, se hubiera removido en un recipiente y vertido en este extremo del mundo. Sin embargo, en aquellas zonas de la ciudad donde se huele, y hasta se saborea la pobreza, Crow advirtió una corriente subyacente de esperanza que no se encontraba en zonas similares de Londres. Era como si el vigor y el pulso del lugar sostuvieran la promesa, hasta en los barrios más miserables.
Pronto descubrió que los problemas de la policía de la ciudad eran muy parecidos a los de su propio país, y escuchó con interés, por no decir con comprensión, los relatos de las numerosas bandas criminales que parecían abundar en la ciudad y las historias de la violenta rivalidad entre las distintas facciones raciales. Muchos crímenes eran sólo un espejo de lo que existía en Londres, como lo es el vicio que tan fácilmente se genera. Sin embargo, después de aproximadamente una semana, Crow entró en contacto con otro tipo de personas -financieros, barones del ferrocarril, banqueros y abogados- entre los que tendría que moverse si deseaba encontrar al ilusorio Sir James Madis. Consideraba a este tipo de gente más despiadada en cierta forma que los más conocidos criminales del hampa de Nueva York.
Con su conocimiento de los métodos de Moriarty y de sus colegas en Londres, Crow podía ir recomponiendo el puzzle desde un nuevo ángulo. No tenía a Madis en mente cuando por primera vez interrogó a los que habían capturado en lo que los periódicos ya estaban llamando la gran estafa del ferrocarril, ya que al principio le preocupaban más las descripciones e impresiones de los tres codirectores: Pike y los dos Jacobs. Poco a poco, después de pasar muchas horas preguntando con impaciencia y frustración a distintos hombres de negocios, Crow pudo construir un cuadro físico y mental de los tres hombres y, a través de él, una descripción de Sir James Madis. A finales de mayo ya estaba totalmente convencido de que el Profesor James Moriarty era en realidad el infernal Madis, y que Spear y los otros dos secuaces del profesor eran los codirectores.
Su búsqueda le llevó ahora a lugares más distantes -a Richmond, Virginia-, donde habían estado los cuarteles generales de Madis/Moriarty durante las últimas y cruciales semanas de la conjura. A principios de julio, Crow ya había completado otra parte del puzzle, al seguir desde Richmond los últimos movimientos de la facción de Madis: descubriendo que había llegado hasta Omaha antes de desaparecer. Después la pista se enfrió. Era como si los cuatro hombres hubieran hecho una reserva en el hotel Blackstone de Omaha y luego hubieran desaparecido.
Pero Crow estaba convencido de que Moriarty se encontraba todavía en América y que ahora era un asunto concerniente al Departamento de Interior. Según esto, Crow, junto con el jefe de detectives del Departamento de Policía de Nueva York, viajó a Washington, donde cundió la alarma general entre todos los policías al pedirles que informaran de inmediato si advertían la presencia de algún hombre rico recién llegado, con al menos tres socios y que tuviera predilección por los criminales.
Pasaron algunas semanas y no hubo noticias de dicho hombre o grupo. A mediados de agosto, Crow estaba preparando su viaje de retorno a Liverpool, al hogar y junto a su bella mujer. Pero una tarde llegó un cablegrama del Departamento de Interior que hizo que el detective se apresurara a Washington. Existía un nuevo sospechoso, un francés rico llamado Jacques Meunier, que en un período de tiempo relativamente corto se había introducido en los prósperos bajos fondos de San-Francisco. Ya se había enviado un agente especial.
La descripción de Meunier y de aquellos cercanos a él -entre los que se encontraba un chino- hizo sonar toda una sinfonía de cuerda en el cerebro de Crow. En esta ocasión sí que estaba realmente cerca, con la sangre palpitando por la persecución, y se realizaron las gestiones necesarias para que se reuniera en San Francisco con uno de los agentes del Departamento de Interior. Crow tomó el rápido «Union Pacific's Hotel Pullman» con rumbo a la costa occidental.
No tenía ningún motivo para imaginarse que le estaban vigilando o persiguiendo, y no sabía que durante su largo y maravillo viaje por América se encontraba escondido en otra parte del tren uno de los miembros de la Guardia Pretoriana de Moriarty, uno de los individuos cuyo paradero había que localizar, el pequeño y rastrero Ember.
En San Francisco, Jacques Meunier, o James Moriarty -ya que ambos eran la misma persona- repasó dos veces el cablegrama de Ember y un ligero siseo se escapó entre sus apretados dientes mientras levantaba el rostro para mirar duramente al chino Lee Chow, con esos relucientes ojos temidos por tantas personas debido a su poder hipnótico.
– Crow -susurró suavemente, pero con visible odio-. Ha llegado la hora, Lee Chow. Crow está sobre nuestra pista y me maldigo a mí mismo por no haber acabado con él aquella noche en Sandringham.
Su cabeza se movió de un lado a otro con ese extraño movimiento propio de los reptiles, que era la característica delatora que nunca podía disimular.
– No me quedaré aquí, ni lucharé con ese miserable escocés -a continuación hizo una pausa y sonrió ligeramente mientras echaba la cabeza hacia atrás-. Ha llegado la hora de volver al hogar, y es una verdadera suerte que los Jacobs ya estén en Londres y al acecho. Llama a Spear, Chow. Debemos retirar las inversiones que tenemos aquí: América nos ha ofrecido una inconsciente fortuna. Es el momento de utilizarla y vengarnos de todos aquellos que tienen la intención de traicionarnos. Llama a Spear y luego ve rápidamente. Debemos irnos entre las próximas cuatro y veinticuatro horas. Nuestros amigos de Europa pronto verán lo que supone el contrariarme.
– Profesor -se aventuró a decir Lee Chow-. La última vez en Londres usted…
– Eso fue entonces -cortó el profesor con brusquedad-. Pero esta vez, Lee Chow… esta vez pondremos en cintura a nuestros traidores aliados europeos y Crow y Holmes recibirán su paga. Llama a Spear.
De esta forma, cuando Crow llegó finalmente a San Francisco, no hubo ni rastro del francés Meunier, sólo el hecho de que había desaparecido de la noche a v la mañana haciendo una pequeña fortuna entre los callejones de la costa Barbary y Chinatown.
Angus McCready Crow había fracasado una vez más por los pelos. Casi desesperado, comenzó a hacer sus maletas, y la única estrella en el horizonte era el pensamiento de volver con su esposa en King's Street, Londres.
No sabía que ya estaba marcado, junto con otras cinco personas, como blanco de una ingeniosa y sutil venganza destinada a colocar a James Moriarty en la cumbre del poder criminal.
L IVERPOOL Y LONDRES
Moriarty podía sentir el olor de Inglaterra, aunque quedaba la mejor parte del día por delante antes de que entraran en Mersey. Cierto, sólo era una intuición, pero ese olor penetraba por su nariz de forma física, provocando un escalofrío que recorría todo su cuerpo. Se inclinó contra la barandilla mientras miraba hacia la superficie brillante del mar en calma, con el gabán hasta la altura del cuello y totalmente abotonado y con una mano enguantada reposando sobre el salvavidas circular con una inscripción en pintura roja que decía ss aurania. cunard.