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– Monstro informe! -Adela se lanzó hacia él.

– ¿Qué es todo esto? -el Inspector Alien fue a separar a la pareja que luchaba-. Luigi Sanzionare -continuó diciendo mientras le aferraba-, queda detenido por el robo de este collar de rubíes y esmeraldas, tiene derecho a guardar silencio y todo lo que diga puede ser tomado en su contra.

– Scandalo! -gritó Sanzionare, sabiendo que éste era el resorte de una trampa. Adela gemía y de vez en cuando salían obscenos improperios de sus labios.

A continuación, de repente, todo quedó tranquilo. Sanzionare vio a Adela Asconta mirar fijamente hacia la puerta. El apretón de Alien se relajó ligeramente.

Luigi Sanzionare levantó la cabeza. En la puerta estaba la alta y delgada figura del Profesor James Moriarty.

– Luigi. Qué agradable es volverle a ver -la cabeza de Moriarty se movía lentamente de un lado a otro.

Carlotta estaba satisfecha, con una risa sofocada.

– Cállate, niña -dijo con brusquedad el Profesor-. Crees que esto es ahora cosa de risa.

– ¿Qué…? -Sanzionare notó cómo sus piernas se volvían de una consistencia de spaguetti bien cocidos y sintió un ruido sordo en la cabeza. La habitación giró una vez más ante sus ojos, luego se paró. Parpadeó, mirando fijamente a Moriarty, temiendo que le diera un violento ataque en cualquier momento. Débilmente, percibió su completa perdición-. Moriarty -dijo en voz baja.

– El mismo -la boca del Profesor formó una severa línea.

– Es usted quien ha hecho todo esto.

– Se creía astuto en su chochez, Sanzionare.

– Me habían dicho que estaba acabado. Después de los acontecimientos de Sandringham.

– Entonces, fue una locura creerlo, querido amigo.

El italiano miró alrededor, como si no estuviera en su sano juicio.

– Pero, ¿por qué? ¿Por qué esto?

– ¿Tiene su cabeza tanta vanidad que no puede ver por qué? -Moriarty caminó hacia el desventurado criminal italiano-. Es para darle una lección práctica, Luigi. Para mostrarle varias cosas. Para informarle de la mejor manera posible que yo soy el maestro del crimen en Europa; que en cualquier momento puedo alargar la mano y apartarle de la tierra como a un excremento -su voz era baja, como el susurro del viento en los árboles.

Sanzionare temblaba.

– ¿Entonces…?

– Sí, le he ajustado las cuentas, como dicen. Si esto hubiera sido real, y no la farsa que planeé, en este momento estarían a punto de juzgarle.

– ¿Farsa? -el italiano refunfuñó débilmente, mirándole con unos ojos llenos de terror.

Moriarty se permitió una pequeña sonrisa.

– Trabaja con piedras preciosas, ¿eh? -dijo, utilizando la voz de Smythe-. Carbones preciosos más bien. Dudo que sea capaz de distinguir un vidrio de un granate.

– Usted era Smythe -la voz de Sanzionare era débil y sin música.

– Naturalmente que yo era Smythe -el Profesor se volvió hacia Adela-. Signorina Asconta, debe perdonar a Luigi. Es muy difícil resistirse a Carlotta. Creo que podría tentar hasta al mismo San Pedro.

Adela Asconta hizo un ruido disgustado.

– ¿El Inspector? ¿Es…? -Sanzionare tragó saliva.

– Mi hombre. En realidad, como todos vosotros, mis hombres y mujeres. Sólo deseo probarle, Luigi, que en cualquier momento y en cualquier lugar, puedo controlarle, doblegarle a mi voluntad, vencerle y eliminar su insignificante poder. Ya se lo he demostrado a Grisombre y Schleifstein. Han visto sus errores y ahora están conmigo. Sólo tiene que pronunciar la palabra.

Sanzionare susurró una blasfemia.

– La vieja alianza -la voz de Moriarty se elevó-. He tomado la determinación de que vuelva a formarse la vieja alianza. Juntos, conmigo una vez más al timón, podemos dominar a los habitantes del crimen en toda Europa. Es su oportunidad. Aún tiene Italia. Pero, por su cuenta, no piense que va a durar mucho tiempo.

Más tarde, después de ofrecer a Sanzionare un brandy y tranquilizar a Adela, el italiano preguntó.

– Pero, ¿qué pasaría si yo hubiera luchado? ¿Si hubiera intentado escapar?

– Poco probable -sonrió el Profesor-. Soy capaz de confundir tanto a mis víctimas que hasta pierden el sentido de la realidad. Sin embargo, en el caso de ese infeliz acontecimiento, habría utilizado algunos métodos más fuertes. Asómese a la ventana.

Permanecieron de pie juntos, mirando la Plaza Langham, mientras Moriarty señalaba a Terremant y su cabriolé.

– Él le habría visto y no llegaría muy lejos. Si yo lo hubiera considerado necesario, le habría matado.

Algunas horas más tarde, después de haber llevado a Sanzionare a Bermondsey para que se reuniera con sus viejos compañeros del crimen, Moriarty se sentó y se dispuso a realizar su ritual de cancelar la cuenta en la parte posterior de su diario. Sólo dos más. Segorbe y Holmes. Los otros tres servirían de lección para Segorbe. Se acercaría a él directamente, y si esto fallara, entonces Segorbe serviría de lección para los otros tres.

Llamó a Spear y le dictó un sencillo telegrama dirigido al tranquilo español en Madrid. Decía: debemos hablar con usted urgentemente en Londres, por favor, infórmenos de la hora y lugar de llegada.

Estaba firmado por Grisombre, Schleifstein y Sanzionare. La dirección del remite era Poste Restante, oficina de correos de Charing Cross, Londres.

LONDRES, ANNECY Y PARÍS

Martes 20 de abril – Lunes 3 de mayo de 1897
(La lección española)

– Hay que admitir que París es una ciudad especialmente atractiva -señaló Sherlock Holmes mientras viajaban, bajo un brillante sol, desde la Gare du Nord.

– Yo también pienso así -dijo Crow.

– El problema es -continuó Holmes- que tanta belleza, unida al hecho de que es conocida como la ciudad del placer, la convierte en un lugar prolífico para la ociosidad. Y la ociosidad, Crow, como he observado en mi propia persona, es la madre de todos los vicios. Mire allí -señaló hacia abajo, a una de las numerosas bocacalles-, el venenoso Lachette tiene su casa a unos cuatro minutos desde esa esquina. No es del dominio público que yo colaboré en su captura final. El pescado japonés más tóxico que fue introducido en la bouillabaisse.

Crow intentó volver a llevar la conversación a los asuntos que tenían entre manos.

– ¿Cree realmente que encontraremos aquí alguna pista importante sobre el paradero de Moriarty?

– Sin ninguna duda -Holmes parecía indiferente y falto de confianza en sí mismo, como si Moriarty fuera la última persona que le interesara-. Esa pensión que acabamos de pasar -se volvió hacia atrás para señalar una pequeña esquina del edificio-. La recuerdo bastante bien. Fue allí donde Ricoletti, el que utilizó su pie zopo para un diabólico propósito, permaneció durante un corto tiempo mientras se dirigía a Inglaterra después de escapar de Italia. Creo que su abominable mujer le tomó la delantera. Pero eso sucedió durante mi juventud, Crow.

Holmes había insistido en probar los lujos del Crillon durante esta visita.

– Si tenemos que interrogar al personal sin llamar demasiado la atención, nuestro mejor disfraz será como huéspedes -había dicho a Crow, que lo consideraba una extravagancia algo por encima de sus recursos.

Sin embargo, una vez que se hubieron instalado en los apartamentos, en cierto modo palaciegos, que Holmes había reservado, Crow se dio cuenta de que estaba disfrutando bastante en este viaje. La única nube que vislumbraba en el horizonte era el pensamiento de que Sylvia estuviera sola en King Street. La última vez que la dejó sola, le entró la manía de la mejora social. Ahora él rogaba fervientemente que las lecciones que había intentado enseñarla desde que tomó su resolución no fueran desatendidas. Crow temía pelearse de nuevo con su mujer.

El detective escocés se dio un baño, se vistió tranquilamente y cuando salió descubrió que Holmes ya estaba ocupándose de sus asuntos. Una lacónica nota estaba pegada al espejo de la cómoda. He refrescado la memoria a los sirvientes, decía. Por favor, reúnase conmigo para cenar en cuanto se sienta totalmente purificado para exponerse a la perversidad de la ciudad.