Tuvo éxito rápidamente. Una chica, vestida a la moda, pero con demasiada pintura y polvos para el gusto de Crow, se fijó en él en cuanto apareció.
– ¿No estuvo preguntando por Suzanne la otra noche? -preguntó jadeando, con un ojo en Crow y con el otro mirando intencionadamente a cualquier cliente que pudiera perder-. ¿Suzanne la Gitana?
– Así fue. ¿Tiene noticias?
– Tiene suerte. Está aquí. Ha regresado hoy a París.
Crow miró a su alrededor, intentando identificar a la chica entre la multitud.
– Aquí -gritó la prostituta mientras le agarraba-. Aquí -tirando de él por la manga y llamando al mismo tiempo-, Suzanne, tengo un amigo para ti, si no te has convertido en una mujer demasiado fina entre tus amigas actrices.
De repente, Crow se encontró cara a cara con una belleza de pelo de azabache, con unos rasgos que no podían negar que por sus venas corría sangre gitana. La chica le examinó de arriba a abajo, con su boca roja, incitante y abierta con una amplia sonrisa.
– ¿Desea invitarme a tomar una copa? -le preguntó con seductor estilo.
– La he estado buscando por todo París, si es usted la conocida como Suzanne la Gitana -Crow respiró con dificultad.
Ella se rió.
– Esa soy yo, sólo que esta noche no he traído mi pandereta. Tendremos que tocar otras melodías.
– Sólo deseo hablar con usted -respondió Crow con prontitud-. Es un asunto de cierta importancia.
– El tiempo es dinero, chéri.
– Le pagaré.
– Bien, entonces lléveme a tomar champán.
Crow se la llevó, buscó una mesa limpia, pidió vino y luego le dedicó a ella toda su atención.
– He estado buscándola -comenzó.
– He estado fuera de París -se rió con una risa sofocada, agitando sus elegantes hombros-. Monsieur Meliés me ha sacado en una película. ¿Ha visto el cinematógrafo?
– Sí. No. Bueno, he oído hablar de esas cosas.
– He estado actuando para Monsieur Meliés. En una película que está haciendo en su casa de campo en Montreuil.
– Fascinante. Pero…
– Es totalmente fascinante. Quería varias chicas para actuar como gitanas. Yo soy la auténtica. El mismo lo dijo. ¿Quiere saber más sobre cómo hace las películas?
– No, no deseo oír nada más.
– ¿Qué?
– Suzanne, por favor, intente recordar lo sucedido justo después de Navidad.
– ¡Ostras! -levantó las manos-. Eso es muy difícil. A veces no puedo recordar lo que pasó ayer. La Navidad fue hace mucho tiempo.
– Estaba en el Moulin Rouge.
– Estoy con mucha frecuencia en el Moulin Rouge. Preferiría hablar sobre Monsieur Meliés, viene aquí esta noche. Esta noche va a haber una buena fiesta, podrá conocerle -de repente se calló y le miró fijamente-. Yo no sé su nombre.
– Mi nombre es Crow.
– Bien -murmuró-le llamaré Le Corbeau, ¿comprende? -Suzanne hizo un movimiento de aleteo con sus manos y emitió un graznido que salió de la parte posterior de su garganta.
Crow consideró que con toda probabilidad había bebido más que suficiente.
– Durante la noche de la que hablo -dijo con firmeza-, ¿se reunió con un americano? ¿Un americano robusto que estuvo preguntando dónde podía encontrar a un caballero llamado Jean Grisombre?
Suzanne bebía con notable rapidez.
– ¿Quiere saber algo sobre Grisombre?
– No. ¿Recuerda al americano?
– No sé. Quizá. Depende. ¿Por qué quiere saberlo?
– Es amigo mío. Estoy intentando encontrarle. Su nombre es Morningdale. Cuando salió del Moulin Rouge hubo una especie de riña ahí fuera. Algo con una chica. Una chica de la calle.
– Sí, eso lo sé. Le recuerdo. No era muy agradable. Pero su amigo, Harry, fue bueno conmigo -se encogió de hombros-. Pagó el americano.
– ¿Y estaban buscando a Grisombre?
– Sí.
– ¿Les ayudó usted?
– Les envié a La Maison Vide. Jean Grisombre está allí casi todas las noches. Iba la mayoría de las noches. Yo he ido esta noche, está de viaje en alguna parte, así que no tendrá suerte si quiere verle.
– Pero el americano, ¿le vio esa noche?
– Si estaba allí, sí. No tengo ninguna duda.
– Ese americano y su amigo, ¿de dónde venían?
– De Londres. Creo que era Londres -su frente se arrugó como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por recordar-. Sí, le dijo algo a Harry sobre donde vivían. Parecía extraño.
– Intente recordar.
– Otra copa de champán.
Crow la sirvió sin quitarle los ojos de encima. A su alrededor, el local estaba lleno de música, risas, baile y un gran tumulto de gente, decidida a disfrutar a toda costa.
– ¿Cuánto me va a pagar?
– Suficiente.
– ¿También quiere dormir conmigo?
– No.
– ¿No me encuentra atractiva?
Crow suspiró.
– Mi querida jovencita, la encuentro muy atractiva, pero me he hecho una pequeña promesa.
– Las promesas se hacen para romperlas.
– ¿Qué dijo?
– Dinero.
Crow tiró una pequeña pila de monedas de oro sobre la mesa, que desaparecieron como si se tratara de un pedazo de grasa en una sartén caliente.
Ella le echó una rápida sonrisa y se levantó.
– ¿No puedes recordarlo? ¿O es esto algún fraude? -preguntó alarmado.
– Lo recuerdo -volvió a sonreír-. Dijo… Cuando me dio el dinero para que estuviera con Harry, dijo: «no le diré nada a tu pequeña fregona de Albert Square. Me han dicho que con Suzanne la Gitana bien vale la pena todo lo que se gasta». Y yo, Monsieur le Corbeau, bien merezco la pena.
– ¿Albert Square? ¿Estás segura de eso?
– Bien valgo todo lo que se gastan -soltó una pequeña risa burlona y desapareció entre la muchedumbre.
En ese momento la banda comenzó a tocar y los salvajes alaridos de las chicas del cancán inundaron el salón, ahogando todo lo demás. El detective consideró que debería marcharse y buscar a la otra joven para darle una propina por llevarle hasta Suzanne. Luego, a casa tan rápido como pudiera llevarle el vapor.
Crow regresó a Londres a últimas horas del día siguiente, cansado, pero con la sensación de que al menos había conseguido una pequeña información para Holmes. Era, sin embargo, demasiado tarde para visitar al gran detective esa noche. En cualquier caso, Sylvia le recibió como lo hacía cuando eran novios. De tal forma, en realidad, que Crow se preguntó si estaría planeando algún nuevo acto de locura. Fue un miedo que pasó pronto, ya que Sylvia había aprendido la lección y estaba decidida a ser una hacendosa esposa.
El detective, disfrutando de las comodidades de su propia casa, y cama, decidió que visitaría Baker Street en cuanto le fuera posible después de informar en Scotland Yard al día siguiente.
Se levantó temprano y ya estaba en su oficina antes de las ocho y media. Pero no lo suficientemente pronto para escapar a la autoridad. Una nota sobre su escritorio le decía que debía ver al Comisario a las nueve en punto.
Tanner entró cuando él estaba a punto de salir.
– Tiene buen aspecto, señor. ¿Se ha recuperado? -preguntó satisfecho.
– Nunca me sentí mejor.
Crow se reafirmó a sí mismo diciéndose que esto era completamente cierto. La emoción de la persecución le había infundido ánimo y le había hecho desechar todos los pensamientos sobre la perfidia de Harriet.
– Mejor que el señor Holmes, entonces -Tanner resultó casi malicioso.
– ¿Por qué menciona a el señor Holmes? -preguntó bruscamente.
– Usted le ha visto, ¿verdad, señor?
– Dos o tres veces, sí. Pero, ¿qué pasa?