»Entre Watson y Moore Agar me cerraron todas las fuentes de suministro. Ningún farmacéutico de Londres me daría ni un grano de droga, ni siquiera Curtis y Compañía, al final de la calle, ni John Taylor en la esquina de George Street. Me tenían bien apretado, puedo asegurárselo. O al menos eso pensaban ellos.
Ahora parecía serenarse con su narración.
– Ya ve, el adicto a veces es una persona astuta. Créame, lo sé por propia experiencia. Al principio, Watson y nuestro compañero de Harley Street comenzaron a disminuirme las dosis con bastante facilidad, y yo tuve que enfrentarme a ciertas incomodidades. Luego comencé a asustarme, y no me avergüenza admitirlo. Por tanto, me aseguré de tener siempre una fuente de suministro por si necesitaba aumentar las dosis que los médicos me distribuían. Encontré a un hombre en Orchard Street que me suministraba regularmente, sin hacer caso de la desautorización de los doctores.
Crow echó una mirada al gran detective, que daba a entender que comprendía totalmente su dilema.
Holmes miró fijamente a sus pies, agitó la cabeza con un movimiento negativo y continuó hablando.
– Me siento muy mal por todo esto. Ellos piensan que realmente me han curado. La dosis bajó hasta una cantidad mínima, pero, sin ellos saberlo, yo seguí consumiendo cocaína. Hasta París, quiero decir.
– ¿Su enfermedad allí?
– Sí. Me vi sin la droga y en las garras de los más terribles síntomas. El síndrome de abstinencia puede ser lo más doloroso y agonizante.
– ¿La necesitaba?
– Mucho.
– Entonces, ¿por qué no intentó adquirirla libremente en París?
– Existen algunas restricciones, pero supongo que podría haberlo hecho. La mente a veces juega muy malas pasadas. Sólo podía pensar en regresar a Londres y en mi hombre de Orchard Street.
– Pero…
– Pero no me la proporcionó. Sí, bien puede mirar de esa forma, yo también detecto la diabólica mano de James Moriarty en esto. Estaba destrozado física y mentalmente, pero en algún lugar en el fondo de mi mente, Crow, venció la voluntad. Regresé aquí y, en uno de mis momentos más lúcidos, decidí renunciar a la droga definitivamente, sin importarme nada. No puedo decirle lo difícil que fue…
– Puedo verlo yo mismo, Holmes.
– Quizá. Es como luchar con el mismo diablo y todo su infierno. Sin embargo, ahora estoy en casa, salí de la oscuridad y me he librado para siempre.
– Pero durante el tiempo que usted ha pasado en agonía, Moriarty le ha ocasionado un grave perjuicio público.
– Así ha sido, y también es algo que pagará muy caro.
– Pero, ¿cómo convencerá a los que ya están divulgando el escándalo?
– Una palabra o dos en el lugar adecuado y un guiño aquí y allá realizarán el truco. Mi hermano Mycroft está ya medio loco de ansiedad, pero le he enviado un telegrama pidiéndole calma y diciéndole que será pronto. Un día o dos con comida y descanso y estaré preparado para actuar una vez más. No es sin razón, querido amigo, por lo que me dicen que tengo una constitución de hierro.
– Podríamos atrapar al criminal esta noche, mientras está con su dama -la cara de Crow estaba roja de ira.
– ¿Y estropear mi enfrentamiento cara a cara con él? No, Crow.
– Yo también me he hecho la promesa de acabar con él, y usted me ha dicho que no desea involucrarse públicamente.
– Usted tendrá todo el mérito, no tema -en sus ojos se encontraba la antigua claridad, mientras sonreía al inspector de forma severa-. Tengo un plan que le hará saltar con su propio petardo, Crow. He perdido peso, ¿verdad?
– Así es, Holmes.
– ¿Y mi cara está demacrada? ¿Los ojos hundidos?
– Sí.
– Bien, esas características me facilitarán aún más el disfraz que tengo en mente.
– ¿Cómo puedo ayudarle?
– En primer lugar, quisiera saber cómo vive en Albert Square, si realmente es ahí donde se oculta. Me gustaría hacerlo yo mismo, pero…
– Conserve su fuerza, yo lo haré.
– Necesito todos los detalles. Quién está en la casa con él. Qué tal se disfraza de mí. Cuáles son sus movimientos.
– Estoy a su entera disposición.
– Sabía que podía contar con usted, Crow. Mi buen amigo.
La brillantez en su representación de Holmes, consideró Moriarty, no se encontraba en los pequeños detalles. Era el cuadro global -la altura, la ligera modificación de su cara con masilla de actor, la voz y los movimientos típicos-. Por ejemplo, enfrentado con el hermano del detective, Mycroft, no habría durado ni cinco minutos. Pero, para Irene Adler era totalmente Holmes, ya que para ella sólo había recuerdos en su memoria.
Era el que todos habían visto en lugares públicos con la señora Adler. Todos esperaban que fuera Holmes; y a él era a quien veían. Se puso los zapatos de suela elevada -los mismos que utilizaba para el disfraz de su hermano muerto- y se instaló cómodamente delante de la vestidora, comenzando a modelar la nariz aguileña.
El Profesor había decretado que, durante este período de la farsa, la casa de Albert Square estuviera vacía, excepto para él, Martha Pearson y la joven fregona. Los otros estaban en Bermondsey, ocupándose de los negocios de la familia. Bridget Spear estaba instalada en la mejor casa de Sal Hodges, ya que tendría pronto al niño. Sal también se encontraba allí. Los demás recaudaban, robaban, defraudaban y saqueaban. La familia que había vuelto a nacer se hacía más fuerte cada día.
Mientras se aplicaba goma en las cejas, para cubrirlas luego con pelo y lograr la similitud con las cejas de Holmes, oyó vagamente el timbre abajo. Sólo en caso de alguna emergencia iría a la casa alguno de la banda. Probablemente era algún vendedor.
En realidad, era Bert Spear.
– Crow -dijo el lugarteniente después de que Moriarty le permitiera pasar al dormitorio.
– ¿Qué sucede con Crow? -preguntó mientras pasaba un pincel negro rojizo, que había sumergido en una preparación de color carne, por debajo de la unión entre la masilla de la nariz y su cara.
– Su permiso se ha acabado.
El pincel permaneció en el aire durante un segundo, la única señal de que Moriarty estaba algo alarmado.
– ¿Quieres decir que no le han destituido permanentemente del cuerpo? -lo dijo con una voz a medio camino entre la suya y la de Holmes.
– Parece que no. Esta mañana ha estado de nuevo de servicio en Scotland Yard. Restituido.
Moriarty dejó escapar en voz baja un sucio juramento, que significaba el fracaso en uno de sus planes.
– ¿Le están vigilando?
– En cuanto nos enteramos, informé a Ember. Ahora ha ido a ver a los informadores. Estarán en sus posiciones dentro de una hora aproximadamente.
Moriarty blasfemó otra vez, ahora una obscenidad. Luego pareció que volvía a recobrar la confianza.
– No hay por qué preocuparse, Spear. Ya tenemos a ese poli fisgón. Bridget ya está a punto, según he oído -dijo cambiando de conversación, desviándose bruscamente hacia otro sendero hasta que pudiera pensar claramente sobre los problemas de la reaparición de Crow.
– En cualquier momento. Sal está allí, y la comadrona.
– Y las alegres chicas realizando sus negocios en los otros pisos -el Profesor soltó una risa sofocada.
– Sí, todo sigue igual. Es una buena casa.
Se produjeron unos momentos de silencio entre los dos hombres mientras Moriarty arreglaba la masilla alrededor de su mandíbula. Spear volvió a hablar.