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– ¿Cree que deberíamos regresar aquí alguno de nosotros? ¿O estar cerca de usted mientras lleva a cabo su juego?

El Profesor no le dio demasiada importancia.

– No, estoy a salvo. Saldré esta noche y mañana con Irene Adler, y esto será suficiente para desacreditar el nombre de Sherlock para siempre. Los últimos días han sido divertidos e interesantes, Spear. He disfrutado mucho con todo esto. Como si se tratara de un juego de Navidad.

Spear se marchó poco después y una hora más tarde llegó Harkness con el coche. Moriarty, caracterizado como Sherlock Holmes, salió de la casa, bajó las escaleras con ligereza y el cabriolé le llevó desde Albert Square a Maida Vale, hacia la siempre complaciente Irene Adler.

Mientras giraban desde la plaza a la calle principal, ni Harkness ni Moriarty -todavía envuelto en sus pensamientos- se dieron cuenta de la sombra que se agazapaba junto a una puerta.

Cuando el coche se alejó, la sombra salió de su escondite. Crow avanzó hacia la luz, moviéndose resueltamente una vez que hubo desaparecido el cabriolé.

Otro cabriolé, vacío, subía lentamente por la calle. El detective levantó el brazo para llamarlo.

– Soy oficial de policía -dijo al taciturno conductor-. Siga a ese coche, pero manténgase alejado y haga exactamente lo que yo le diga.

El conductor, muy impresionado, se tocó el sombrero y avivó su caballo hacia delante.

Crow regresó a Baker Street a la mañana siguiente con la clara impresión de que alguien le seguía. Había estado totalmente seguro desde que salió de King Street hacia Scotland Yard, y pensar en ello le inquietaba.

Encontró a Holmes incorporado, todavía demacrado y ojeroso, pero con su antigua luz en los ojos y mucho más próximo a su estado normal.

– Cuénteme todo -dijo el gran detective-. Todos los detalles.

Crow se sentó delante del fuego y comenzó su historia con los sucesos de la noche anterior, consciente de que los ojos de Holmes no le quitaban la vista de encima ni un solo momento.

– Para empezar, no hay ninguna duda de que el Profesor trama algo sucio en el número cinco de Albert Square -comenzó-. Primero fui a la Comisaría de Policía de Notting Hill y utilicé mi influencia. He hablado con los policías que hacen la ronda, son siempre los que más saben sobre las casas y los ocupantes de su zona.

– ¿Y? -Holmes habló con brusquedad, irritado y ansioso por escuchar los hechos.

– Está en el número cinco desde el pasado septiembre. Viviendo como un profesor americano. Su nombre, Cari Nicol. Con él está una horrible pandilla.

– Todas las viejas caras, ¿eh?

– El chino que hemos estado buscando, el duro Ember, Spear…

– Toda su Guardia Pretoriana.

– Sí, y algunas mujeres.

– ¡Hum!

– Pero, todos estos qué le parecen tan interesantes se han marchado. Desde la semana pasada más o menos se encuentra solo, a excepción de dos criadas.

– ¿Usted le ha visto, Crow?

– Para ser más exactos, Holmes, debería decir que es a usted a quien he visto.

– Ah.

– Tenía un extraordinario parecido.

– Nunca he infravalorado a James Moriarty. En ningún momento he dejado de pensar que su actuación no fuera la de un profesional. ¿Le siguió?

– A una pequeña villa en Maida Vale, donde se encuentra la señora Adler.

– ¿La vio? -preguntó Holmes con notable interés.

– Sí. Moriarty estuvo en la casa unas dos horas, después, ambos salieron y se dirigieron al Trocadero.

– Ah, el viejo Troc -reflexionó Holmes.

Crow se sintió contento al notar que estaba volviendo a su anterior ser.

– Allí cenaron, a plena vista y convirtiéndose en un espectáculo público. Dándose la mano y tirándose besos en la mesa, con secretas bromas y sonoras risas. Fue muy violento, Holmes, ya que si no le conociera tanto, habría jurado que era usted.

– Luego regresaron a Maida Vale, creo entender.

– Así fue. Moriarty no regresó a Albert Square hasta altas horas. Alrededor de las cuatro de la madrugada. Me temo que mi Sylvia, que es inmensamente cariñosa ahora, sospechará que tengo alguna nueva diversión.

– Dígala que deje de preocuparse. Mañana todo habrá acabado. ¿Qué tal se le dan las cerraduras, Crow?

– ¿En qué sentido, Holmes?

– Para forzarlas, naturalmente. No importa. Tengo aquí mi propio equipo de herramientas. No habrá ninguna dificultad.

– Quiere decir que…

– Estamos obligados a permitirnos el lujo de un allanamiento de morada, Inspector. ¿Tiene alguna objeción?

– No si de esta forma podemos atrapar al Profesor.

– Elemental. Y ahora, ¿sabe que le han seguido esta mañana?

– No he dejado de pensar en ello.

– Sí, y también tienen a un tipo vigilando esta casa. Un pícaro que se hace pasar por un mendigo ciego. Fred, creo que le llaman. Los hombres que van detrás de usted son un par de tipos llamados Sim el Espantajo y Ben Tuffnell. Tenemos que dejarlos fuera de escena esta noche, pero déjeme a mí que me ocupe de eso. Tengo a mano a unos pillos callejeros que pueden burlar hasta al más listo de los informadores del Profesor. Ocúpese de sus asuntos, Crow, y déjeme eso a mí. Desearía que estuviera aquí a las nueve, o antes. Tendremos una larga espera en Albert Square, pero creo que bien merece la pena.

Crow asintió con la cabeza.

– Aquí estaré.

– Mi buen amigo. Y, Crow, traiga su revólver.

A las seis de la tarde del viernes 14 de mayo, Bridget Spear estaba dando a luz un hermoso niño de ocho libras de peso. Spear, un orgulloso padre lleno de alegría, rompió todas las reglas y, durante la segunda noche, se presentó en Albert Square.

Moriarty, otra vez delante de su vestidora, le saludó sin demasiado entusiasmo.

– Me alegro de tener noticias sobre Bridget -dijo fríamente-. Sin embargo, estaría más contento si te mantuvieras alejado, Spear, hasta que termine esta broma. Esta noche veré a la señora Adler por última vez. Después de esto, Lee Chow cumplirá sus órdenes. No seré tan ardoroso ni me quedaré hasta tan tarde esta noche, ya que le diré que tengo algunos asuntos urgentes.

– Pronto sabrá lo que significa ser padre, muy pronto -Spear miró hoscamente hacia la alfombra-. ¿Ha sabido algo sobre Crow?

– Vino un chico antes. Se está compadeciendo de Holmes, lo que me hace estar intranquilo. Pero el detective de Baker Street está tan desacreditado que no le hará ningún bien.

– Confío en que lleve razón.

– Te garantizo que estará largo tiempo fuera de juego y nosotros podremos ocuparnos tranquilamente de nuestros negocios. Lo primero que haré mañana será ir a Bermondsey para ver nuestros sucios asuntos. Ahora, Spear, vuelve con Bridget y dale mis mejores deseos. Seré un buen padrino para el niño, no temas.

– Dentro de poco habrá otro casamiento. El joven Alien y la Mary Ann… Polly.

– Les bendeciré y también haré el papel de tío -se rió el Profesor.

Harkness llegó a la hora fijada y Spear salió al mismo tiempo que Moriarty. Las lámparas se fueron apagando una a una y, alrededor de las diez, Martha y la pequeña fregona se fueron a la cama, dejando una sola lámpara de aceite encendida en el vestíbulo para cuando regresara su amo.

A Crow casi se le salieron los ojos de sus órbitas. Se había presentado en Baker Street a las nueve en punto, como le había sugerido Holmes, y dirigido a las habitaciones del detective, que encontró vacías.

Llamó suavemente a Holmes, pero al no recibir respuesta, se sentó junto al fuego, que se mantenía encendido en la chimenea, y sacó su viejo revólver americano para comprobar si estaba en buenas condiciones.

El ruido de un cabriolé, que subía en el exterior, hizo que el policía se asomara a la ventana. Había poca gente, aunque podría jurar que vio unas sombras cruzar la carretera y la fugaz figura de un hombre que se movía entre las puertas a lo largo de la calle.