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Bertram Jacobs llegó al muelle justo a tiempo para ver atracar al Aurania, observando con mal disimulado interés cómo bajaron las escalerillas y cómo salían los primeros equipajes.

El hermano de Bertram, William, también lo estaba observando, pero desde una posición más ventajosa situada a unas ciento cincuenta yardas de distancia, ya que la pareja había llegado por separado de acuerdo a las instrucciones de la última carta de Moriarty.

Eran unos hombres bien dotados, que sin lugar a dudas serían capaces de cuidarse de sí mismos si la ocasión lo requería. Vestidos pulcramente y con algo de extravagancia, habrían pasado fácilmente por miembros de una familia respetable de clase media; e incluso, en alguna circunstancia, como jóvenes ricos de ciudad. Ambos poseían ojos claros e inquietos, y unos rasgos donde no había ni rastro ni herencia de sus antecedentes toscos, pues su ambiente fue la clase criminal más baja: su padre era un falsificador de incomparable talento que murió en la cárcel, y se enorgullecían de tener dos tíos estafadores caracterizados por su enorme brutalidad. En efecto, los Jacobs habían estado muy próximos a la gente de la banda desde su infancia, trabajando primero como fileteadores y, más tarde, como atracadores de cierta importancia. Eran de gran valor para Moriarty, que se encargó personalmente de su entrenamiento y se aseguró de que aprendieran no sólo lo esencial sino también lo menos habitual, desde el uso del lenguaje a la etiqueta, ya que consideró muy útiles a estos muchachos.

Ninguno de los chicos tenía la más ligera duda de la persona en quien depositar su confianza. Si no hubiera sido por el Profesor James Moriarty no habrían tenido un comienzo tan bueno, y quizá todavía estarían en Steel, la Model [4], o Slaughterhouse, donde pensaban los chicos de azul que se encontraban en estos momentos.

Bertram se quedó atrás, a un lado de la multitud, sin mostrar ningún interés cuando el barco comenzó a expulsar a sus pasajeros. Amigos y familiares se saludaban mutuamente, llenos de alegría, con lágrimas en los ojos o, sencillamente, con un sobrio apretón de manos. Un individuo se arrodilló para dar gracias públicamente al Altísimo por haber regresado sano y salvo. Sin embargo, entre toda esta confusión, Bertram Jacobs advirtió con una sonrisa disimulada que no estaban esas jóvenes mujeres que se colocan a los lados de la multitud en busca de prometedores y picaros individuos -pasajeros o tripulación- dispuestos a gastar generosamente. Los jóvenes Jacobs deseaban que el Profesor llevara algo de dinero para gastar con estas mujeres, ya que eran muy atractivas y llamativas.

William Jacobs, alejando la vista de Spear y Bridget, miró a Lee Chow mientras ayudaba a llevar el equipaje a un viajero con un abrigo negro. Sus ojos se encontraron, pero Lee Chow hizo como si no se hubiera dado cuenta.

Ahora venían más pasajeros y con mayor rapidez, y una enorme pila de fardos, maletas y maletines estaba empezando a amontonarse en el muelle. Por todas partes se encontraban marineros y mozos, algunos de los cuales no eran demasiado cuidadosos con los equipajes y no hacían ningún caso de las protestas de las refinadas damas y sus acompañantes. Carros y coches de alquiler, un furgón impulsado a vapor, numerosos carros pesados, algunos cabriolés y carruajes de cuatro ruedas estaban junto al muelle, yendo y viniendo continuamente. Todo era ruido y empujones, gritos, órdenes, bromas y actividad.

Moriarty salió poco después de la una y media y contempló el panorama como un profesional algo perplejo que pone sus pies por primera vez sobre un puerto inglés. Junto a él tenía dos mozos que llevaban el equipaje, y a los que daba continuas instrucciones, diciéndoles que tuvieran cuidado, todo ello con el habla nasal y abreviada de Centroamérica.

Bertram Jacobs se encaminó hacia el pie de la escalera, ofreció su mano y saludó al Profesor con tranquilidad, conduciéndole hasta el carruaje que había estado esperando durante una media hora. Le agradó ver cómo Moriarty lanzaba una rápida sonrisa al conductor, Harkness, el cochero del Profesor de los viejos tiempos.

Los mozos colocaron el equipaje y Moriarty ofreció una elaborada comedia, pretendiendo no conocer el pago correspondiente a sus servicios. Al final, Bertram se unió a la representación y pagó a los mozos de su propio bolsillo.

Hasta que ambos no estuvieron sentados en el interior del carruaje y Harkness empezó a picar a los caballos, el Profesor no se reclinó y habló con su habitual voz.

– Ya estoy de vuelta. -Hizo una pausa, como si estuviera examinando mentalmente la frase-. ¿Dónde tenemos el cuartel general?

– En el Saint George. Ember dijo que usted deseaba algo de lujo y no lugares ruidosos. ¿Ha sido un viaje tranquilo?

Moriarty asintió con la cabeza y sonrió como para sí mismo.

– Mal tiempo en algunos momentos. Bridget Spear pensaba que se moriría antes de que llegáramos aquí. El Saint George es bueno y algo de comodidad nunca viene mal. Tenía ganas de pisar la tierra y tener un buen brandy.

– ¿Y una cama sin movimiento?

– No tan inmóvil, como te habrás dado cuenta -el Profesor sonrió entre dientes-. Siempre me resulta difícil dormirme después de un viaje por mar. ¿Ember está seguro?

– Él llevará a Lee Chow hasta Londres. Todo está preparado.

– ¿Y tu hermano?

– Llevando a Spear y a su mujer al hotel. Tienen una habitación en el mismo piso que usted. Bill y yo estamos cruzando el pasillo, por lo que todos estaremos muy juntos esta noche. No he oído ni siquiera un susurro sobre usted en todos los sitios que están a mi alcance. Y no había marineros cuando salió del barco. Todo está bastante tranquilo.

– ¿Harkness?

– Alojado cerca de los establos del hotel. Él se irá a Londres esta misma noche. Nosotros saldremos mañana en tren.

Moriarty, con su cuerpo balanceándose por el movimiento del coche, observaba todo por la ventana como una persona que coge muestras de lo que ve en un nuevo país.

– Este lugar cambia poco. -Lo dijo de forma tan queda que los Jacobs apenas pudieron oírle-. Juraría que ya he visto a una docena de muchachas que hacían la calle cuando estuve aquí de joven.

Estaban saliendo rápidamente de la zona del puerto con sus numerosas tabernas y grupos de putas, que eran la delicia de los marineros de todo el mundo.

– Una buena inversión, la propiedad de esta zona -dijo Jacobs.

– Solía decirse que un acre de terreno alrededor del puerto de Liverpool valía diez veces más que cien acres del mejor suelo de cultivo en Wiltshire.

– Es posible. Y aquí ya hay muchos surcos arados.

– Y otras cosas -reflexionó Moriarty.

Algunos minutos más tarde pasaron por la ancha e imponente Lime Street y se pararon en el exterior del Hotel Saint George, donde los mozos y botones formaron un gran alboroto en el momento de su llegada. Moriarty firmó utilizando su nombre falso y dando como domicilio una dirección de alguna institución académica poco conocida de América central.

Los Jacobs habían reservado para su líder una gran suite con varias habitaciones, que incluía un salón, un gran dormitorio y un cuarto de baño privado, el mejor del hotel, decorado con gusto y con ventanas que daban a la bulliciosa calle.

Los mozos dejaron el equipaje en el dormitorio y se fueron empujando sus carros, mientras Moriarty pasaba la palma de la mano sobre el maletín de piel como si fuera un objeto de gran belleza.

– Tengo una pequeña sorpresa para usted, Profesor-afirmó Bertram una vez que los mozos se habían ido-. Si me perdona un momento.

Moriarty asintió con la cabeza y fue a abrir una botella del buen brandy Hennessy que había traído con el equipaje. Se sintió cansado e indispuesto a consecuencia, según pensaba, de la tensión del viaje.

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[4] Prisión de Pentonville.