Cuando llegué a la vieja casa de Son Beltrán se acababa de levantar. Estaba sentado en la cocina con un tazón de café con leche en las manos. Miraba al frente abstraído.
– ¿Dónde está mamá?
Levantó la vista para mirarme y durante unos segundos pareció que no me reconocía.
– Ha ido a misa a Deià -dijo por fin.
– Jesús, ¿cuántas veces va a ir hoy?
Javier sonrió tenuemente.
– Es que se le amontona el trabajo… con tanto disparate como ocurre a su alrededor… No da abasto para impetrar el perdón divino… ¿o es la bendición? -Se pasó la mano por el pelo y se alisó la onda que le caía sobre la frente.
– La bendición. Ella de los pecados nuestros no se entera, Javierín.
– Más le vale.
– Bah, tampoco es para ponerse así. Tenemos nuestros problemas, como en cualquier familia.
– Ya, como en cualquier familia. No me fastidies, Borja. ¿O me quieres decir que lo tuyo y lo mío con Marga es normal?
– ¿Qué quieres decir? -Por ganar tiempo.
– Sabes bien lo que quiero decir.
– No.
– Mira, Borja, Marga no se estaría casando hoy conmigo si tú te hubieras decidido hace diez años. -No había violencia o enfado en la voz de Javier, apenas la constatación de un hecho que debía estar claro para ambos.
– No sé. Ya te dije hace meses que fue ella la que te escogió finalmente a ti, no yo que la mandara a esparragar. No me jodas, Javierín.
– No me jodas tú, Borja -dijo mirándome de hito en hito-. Ella te tenía escogido a ti hace veinte años -se puso de pie y dejó el tazón sobre la mesa-, y te sigue teniendo escogido. No estáis casados porque tú nunca quisiste. Yo vengo de suplente. ¿O es que crees que soy idiota?
– No, no creo nada de eso…
– Pues entonces no te hagas el tonto y encima no pienses que lo soy yo. -Se cruzó de brazos, un gesto que yo había aprendido a reconocer en mi hermano como su manera de defenderse-. ¿O todavía no te has enterado de que a quien quiere Marga es a ti? ¡Mierda, Borja! ¡Mierda!
– Y entonces ¿por qué te casas con ella?
Muy despacio, el tono de la conversación iba creciendo en virulencia y en rencor y poco a poco nos íbamos tensando físicamente, uno frente a otro, como dos machos en celo. Creo que nos dábamos cuenta de ello y sin embargo no éramos ya capaces de impedirlo.
– ¿Que por qué me caso con ella? Mierda, Borja. Porque ella así lo quiere, porque es verdad que me ha escogido. Sus razones tendrá… pero ciertamente no porque me quiera a mí.
– ¿Así? ¿Lo dices así y te quedas tan fresco? -exclamé-. ¿Sus razones tendrá? Pues vaya una forma de vivir. ¡Sus razones tendrá! ¿Y tú no tienes voz en esto? Hale, me lo manda Marga y yo como un corderito. De verdad, Javierín, ése ha sido tu problema siempre: eres un pasivo, siempre dispuesto a tragarte todo lo que te mandan. Así se jodió tu matrimonio con Elena…
– Mi matrimonio con Elena se jodió porque ella me puso los cuernos con Domingo… ¿O crees que me chupo el dedo? Y no me digas que soy un pasivo, un blando quieres decir, porque lo único que soy es buena persona y os tengo que aguantar a todos todas las machadas que me hacéis…
– Hombre, sí, mira, eso también es verdad, eres buena persona. ¿Y adonde te lleva eso? A hacerte la víctima conmigo y a hacer el idiota casándote con Marga. Eso sí que es una machada, hombre.
– Hombre, Borja, de toda esta historia lo único que hago porque quiero es casarme con Marga. ¿Sabes desde cuándo la quiero? ¿Te lo imaginas siquiera? De pequeño no soñaba con otra cosa.
– ¡Pero si ella no te quiere a ti! ¡Me quiere a mí!
– ¡Sí, pero contigo no se quiere casar! Es conmigo, a ver si te enteras. A ti no te quiere ver ni en pintura.
– No te entiendo, Javierín.
– ¿No?
– ¡Coño! ¡Estás aceptando deliberadamente convertirte en un cornudo!
– ¡Ah no, querido! Marga y yo sabemos exactamente en dónde nos metemos y ella a mí nunca me hará cornudo. ¡Y menos contigo! ¿Me oyes?
Por un momento pensé que me iba a pegar y di un paso hacia atrás. Luego sacudí la cabeza.
– Javierín, no seas imbécil. Marga y yo terminamos hace tiempo y no será conmigo con quien te ponga los cuernos. Pero casarte con una que no te quiere…
– Ya sé que no me pondrá los cuernos contigo. Y con eso me basta además. ¿Qué más te dijo anoche?
Di un respingo.
– ¿Anoche?
– Claro. Anoche. Sé que ella te fue a ver, a explicártelo todo, para que lo entendieras bien. Me lo ha dicho esta mañana… -Rió una carcajada casi alegre, como si se hubiera quitado un gran peso de encima.
– ¿Qué te ha dicho esta mañana?
– Todo me ha dicho, ¿te enteras?, me lo ha dicho todo.
– ¿Sí? ¿Ah sí? ¿Te ha dicho que nos acostamos? ¿Te ha dicho eso?
Javier cerró los ojos y bajó la cabeza.
– Sí -contestó en voz baja-. Sí que me lo ha dicho, sí… la última vez -añadió en un susurro inaudible-. Fue su última traición y vino derecha aquí a contármela.
– De veras que no te entiendo. ¿Y aceptas todo eso y vas tranquilamente a casarte, hale, como quien se come un dulce?
– Perdóname el sarcasmo, pero sí que me voy a comer un dulce. Y el que se queda sin él eres tú.
Me encogí de hombros.
– Y a mí qué más me da. Nunca lo quise. Y cuando lo quise, lo tuve.
– No seas mierda, Borja, eso es una bajeza…
– Pero es la más pura verdad, Javierín.
– Sí, bien pensado eso es lo que me parece a mí también. Todos estos años, Borja, todos estos años perdonándome la vida -asintió varias veces-, y ahora me llega el turno, ya ves. Me llega el turno de tomarme la revancha, de devolveros a todos los perdonavidas los favores, los desprecios, las burlas…
– Dios mío, Javierín, vaya trabajo que te tomas para vengarte. Te jodes la vida, chico. Y las venganzas son platos fríos, ¿eh?
– ¡No! Las venganzas se toman bien calientes, Borja… Tienen que joder a todos o no son venganzas de verdad. Además estás hablando del pasado y aquí de lo que se trata es del futuro. Porque esta vez sí que has querido a Marga y ésta es la vez en que te has quedado sin ella.
– Bah, no lo creas, en el fondo no me importa nada. -Y le tendí una trampa para hacer la mayor vileza de toda mi vida-: ¿Y cuántos hijos pensáis tener?
Se encogió de hombros.
– No sé. ¿A qué viene eso? ¿Qué quieres, que a uno le pongamos Borja?
– No. -Reí para protegerme en vano del sabor amargo que me quedaría en la boca para el resto de mis días-. No, no. No tendréis ninguno. Porque, ¿sabes?, Marga se ligó las trompas cuando nació Daniel.
Javier no lo sabía. Era evidente que Marga no se lo había dicho. Y fue como si le hubiera dado un gran golpe en la cara: se arrugó, palideció y cayó hacia atrás. De no haber estado la silla se habría desplomado en el suelo de la cocina. No me miró ya más. Sólo dijo:
– No quiero que me hables nunca más en tu vida, no quiero saludarte, sonreírte, verte, oírte. Si no fuera por toda la gente que viene a la boda, si no fuera por mamá, te prohibiría que fueras.
No pude pronunciar palabra. Me di la vuelta y salí de la casa.
XVII
Justo antes de empezar a hablar, don Pedro, vuelto hacia toda la iglesia, permaneció un largo rato en silencio. Acababa de casar a Marga y a Javier, había escuchado solemnemente los compromisos intercambiados por ambos sobre el amor, el respeto mutuo, la fidelidad y la prole, había presidido la ceremonia de los anillos y de las arras y acababa de bendecir a los contrayentes.
– Marga, Javier, doy testimonio de vosotros, os declaro marido y mujer.
Juntó las manos frente a su rostro como queriendo meditar largamente las palabras que iba a pronunciar. Por fin, levantó la mirada, suspiró y dijo:
– No os he dejado hablar a ninguno, ningún participante de esta asamblea sagrada ha podido intervenir para oponerse a la celebración de este matrimonio porque yo quería que pesara sobre todos vosotros la gravedad de este momento, la seriedad del compromiso que, plenamente conscientes de sus circunstancias, Marga y Javier han decidido adoptar. No es momento de alegrías. -Sonrió-. Dejo las alegrías para los contrayentes, para todos vosotros, los invitados. Dejo las alegrías para la fiesta que seguirá a esta ceremonia. Ahora es el momento de ponernos serios y de hablar de responsabilidades. Marga y Javier decidieron casarse ante Dios y los hombres para que todos supierais que querían hacer solemne entrega mutua de sus vidas. Lo han hecho. Y si alguien, ahora, sabe de alguna razón por la cual deba impedirse esta unión, que lo diga -me miró directamente a los ojos- y romperemos en dos esta pareja que acaba de unirse en una. Pero que sepa quien lo haga hasta dónde alcanzarán las consecuencias de su denuncia, hasta qué punto se ha de romper la vida de quienes estamos aquí.