– Dile a tu amo -dijo al despedirse- que no le defraudaremos en ningún aspecto.
Y me lanzó un beso desde la puerta que provocó comentarios de los parroquianos. La tercera vez, encontré a los forzudos comiendo a dos carrillos, pero María Coral no estaba con ellos.
– Se ha ido, la muy ingrata -dijo uno de los forzudos-. Nos abandonó hace un par de días.
– Ella se lo pierde -le consolaba el otro forzudo-. Ya me dirás cómo hará su número sin nosotros.
– A nosotros nos da lo mismo, ¿sabes? -me dijeron-, porque podemos seguir haciendo lo mismo. El público viene por nosotros. Sólo que me da rabia que se haya ido después de lo que hicimos por ella.
– De lo que le ayudamos y todo -dijo el otro forzudo.
– La encontramos muerta de hambre por uno de esos pueblos donde actuábamos antes, ¿sabe? Y la trajimos con nosotros por pena que nos dio.
– Pero cuando vuelva sabrá quiénes somos.
– No la dejaremos actuar con nosotros.
– Ya lo creo que no.
– ¿Era la…? -pregunté-. ¿Qué tipo de relaciones mantenía con ustedes?
– Relaciones de ingratitud -dijo uno de los forzudos.
– Relaciones de abandonarnos, después de todo lo que hicimos por ella -concluyó el otro.
Renuncié a sonsacarles respecto a la gitana y les interrogué sobra su trabajo, no el del cabaret, sino el que realizaban por cuenta de Lepprince.
– Oh, va bien. Buscamos al tipo que dice la lista y le damos unos garrotazos. Cuando está tendido le decimos: «¡Para que aprendas a no meterte donde no te llaman!» Eso nos dijo ella que teníamos que decir: «Donde no te llaman». Y nos vamos a todo correr, no sea que venga la policía.
– Casi nos enganchan la última vez. Estuvimos corriendo un rato hasta no poder más y tuvimos que meternos en una taberna a tomar dos cervezas del sofocón que llevábamos. Y mire lo que son las casualidades: en aquella taberna estaba el tipo al que habíamos dado garrotazos la vez anterior. De que nos vio abrió la boca del susto: le faltaban dos dientes que le arrancó éste. Le gritamos: «¡Para que no te metas donde no te llaman!», y el tío salió corriendo. Nosotros también nos fuimos, por prudencia.
Aquella fue la última vez que llevé sobres a casa Alfonso.
– Pensándolo bien -dije-, tu teoría conduce inevitablemente al fatalismo y tu idea de libertad no es sino un conjunto de límites marcados por las consecuencias de unos hechos que son, a su vez, consecuencia de otros anteriores.
– Ya veo por dónde vas -replicó Pajarito de Soto-, aunque creo que yerras. Si la libertad no existe fuera del marco de las realidades (como la libertad de volar, que sobrepasa los límites físicos del hombre), no es menos cierto que dentro de dichos límites la libertad es completa y, según el uso que se haga de ella, se configurarán las condiciones subsiguientes. Tomemos, por ejemplo, la protesta obrera en nuestros días. ¿Me vas a decir que no es un hecho condicionado por las circunstancias? No. Nada más palmario: las condiciones salariales, el desequilibrio de precios y salarios, las condiciones de trabajo, en suma, no podían sino producir esta reacción. Ahora bien, ¿cuál será el resultado? Lo ignoramos. ¿Conseguirá la clase trabajadora el otorgamiento de sus exigencias? Nadie lo puede prever. ¿Por qué? Porque la derrota o el triunfo dependen de la elección de los medios. Por tanto, y ahí mi conclusión, la misión de todos y cada uno de nosotros no es luchar por la libertad o el progreso, en abstracto, que son palabras huecas, sino contribuir a crear unas condiciones futuras que permitan a la humanidad una vida mejor en un mundo de horizontes amplios y claros.
CONTINUACIÓN DEL AFIDÁVIT PRESTADO ANTE EL CÓNSUL DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA POR EL EX COMISARIO DE POLICÍA DON ALEJANDRO VÁZQUEZ RÍOS EL 21 DE NOVIEMBRE DE 1926
Documento de prueba anexo n. ° 2
(Se adjunta traducción inglesa del intérprete jurado Guzmán Hernández de Fenwick)
…Que aun antes de participar directa y personalmente en el hoy llamado «caso Savolta» tuve conocimiento de unos supuestos atentados perpetrados contra diez obreros de la misma empresa. Que se dijo que dichos atentados (ninguno de los cuales sobrepasó una simple paliza sin consecuencias) eran perpetrados por orden expresa de los directivos de la empresa y por mediación de matones, a fin de abortar una supuesta huelga en germen. Que de las investigaciones que se llevaron a cabo (y en las que no tuve intervención alguna) se dedujo que no existían pruebas, ni siquiera remotas, de la participación del capital. Que se sospechaba que los atentados procedían del propio sector obrero y se debían a disensiones internas o a una supuesta pugna por el liderazgo o primacía dentro de dicho sector entablada entre dos destacados alborotadores, un tal Vicente Puentegarcía García y un tal J. Monfort, siendo el primero un conocido anarquista andaluz y el segundo un peligroso comunista catalán y amigo de Joaquín Maurín (véase fichero adjunto). Que a consecuencia de las denuncias interpuestas por uno de los presuntos atacados (creo recordar que se trataba de un tal Simó) y de las ya mencionadas pesquisas, se practicaron con posterioridad algunas detenciones, entre las que se cuentan las de los ya citados Vicente Puentegarcía y J. Monfort, la de un tal Saturnino Monje Hogaza (comunista), un tal José Oliveros Castro (anarco-sindicalista), un tal Gallifa (anarco-sindicalista) y un tal José Simó Rovira (socialista). Que todos o casi todos los antedichos fueron puestos inmediatamente en libertad y que ninguno estaba preso cuando yo me hice cargo del ya citado caso.
II
REPRODUCCIÓN DE LAS NOTAS TAQUIGRÁFICAS TOMADAS EN EL CURSO DE LA SEGUNDA DECLARACIÓN PRESTADA POR JAVIER MIRANDA LUGARTE EL 11 DE ENERO DE 1927 ANTE EL JUEZ F. W. DAVIDSON DEL TRIBUNAL DEL ESTADO DE NUEVA YORK POR MEDIA CIÓN DEL INTÉRPRETE JURADO GUZMÁN HERNÁNDEZ DE FENWICK
(Folios 70 y siguientes del expediente)
JUEZ DAVIDSON. Explique usted de modo conciso y ordenado cómo conoció a Domingo Pajarito de Soto.
MIRANDA. Estaba yo un día en el despacho de Cortabanyes cuando llegó Lepprince…
J. D. ¿Cuándo fue eso?
M. No recuerdo la fecha exacta. Debió ser a mediados de octubre del 17.
J. D. ¿Era la primera vez que Lepprince iba al despacho?
M. No. La segunda, que yo sepa.
J. D. ¿Cuándo fue la primera?
M. Un mes antes, poco más o menos.
J. D. Infórmenos sobre esa primera visita.
M. Ya lo hice durante la sesión de ayer. En su primera visita Lepprince requirió mis servicios y le acompañé a un cabaret.
J. D. Está bien. Prosiga con la segunda visita.
M. Lepprince traía una cartera de mano. Se metió en el gabinete de Cortabanyes y conferenciaron. Luego fui convocado al gabinete.
J. D. ¿Quién estaba presente aparte de usted?
M. Lepprince y Cortabanyes.
J. D. Continúe.
M Lepprince había desplegado sobre la mesa el contenido de la cartera.
J. D. Descríbalo.
M. Eran tres ejemplares de La Voz de la Justicia, periódico para mí desconocido, pues se trataba de un panfleto de corto tiraje y aparición irregular. Uno de los ejemplares estaba abierto por una de sus páginas centrales. Un artículo aparecía enmarcado en lápiz rojo y la firma rodeada de un círculo también rojo.
J. D. ¿De quién era esa firma?
M. De Domingo Pajarito de Soto.
J. D. ¿Se trataba de los artículos que figuran como documentos de prueba la, lb y lc de este expediente?
M. Sí.
J. D. Prosiga.
M. Cortabanyes me ordenó localizar al autor de los artículos.
J. D. ¿Para qué?
M. Lo ignoraba en ese momento.
J. D. ¿Aceptó usted la orden?
M. Al principio, no.
J. D. ¿Por qué no?
M. Había oído rumores sobre los atentados contra los obreros y temía complicarme…