Sacó del bolsillo tres sobres cerrados con nuestros nombres escritos y tendió uno a Serramadriles, otro a la Doloretas y otro a mí. Los guardamos sin abrir, sonriendo y dando las gracias. Cuando se retiraba me abalancé hacia el gabinete.
– Señor Cortabanyes, quiero hablar con usted. Es urgente.
Me miró sorprendido y luego se encogió de hombros.
– Está bien, pasa.
Entramos en el gabinete. Se sentó y me miró de arriba a abajo. Yo estaba de pie, frente a él. Puse las manos sobre la mesa e incliné el cuerpo hacia adelante.
– Señor Cortabanyes -dije-, ¿quién mató a Pajarito de Soto?
REPRODUCCIÓN DE LAS NOTAS TAQUIGRÁ FICAS TOMADAS EN EL CURSO DE LA TERCERA DECLARACIÓN PRESTADA POR JAVIER MIRANDA LUGARTE EL 12 DE ENERO DE 1927 ANTE EL JUEZ F. W. DAVIDSON DEL TRIBUNAL DEL ESTADO DE NUEVA YORK POR MEDIACIÓN DEL INTÉRPRETE JURADO GUZMÁN HERNÁNDEZ DE FENWICK
(Folios 92 y siguientes del expediente)
JUEZ DAVIDSON. En los informes relativos a la muerte de Pajarito de Soto se menciona la existencia de una carta, ¿lo sabia?
MIRANDA. Sí.
J. D. ¿Tuvo usted en aquellas fechas conocimiento de la carta?
M. Sí.
J. D. ¿Le mencionó Pajarito de Soto la existencia de la carta antes de morir?
M. No.
J. D. ¿Cómo supo entonces que existía tal carta?
M. El comisario Vázquez me habló de ella.
J. D. Tengo entendido que el comisario Vázquez también murió.
M. Sí.
J. D. ¿Asesinado?
M. Eso creo.
J. D. ¿Sólo lo cree?
M. Su muerte se produjo después de haber abandonado yo España. Sólo puedo hablar por referencias y por conjeturas.
J. D. Según sus… conjeturas, ¿tuvo que ver la muerte del comisario Vázquez con el caso que investigaba y que es objeto del presente interrogatorio?
M. Lo ignoro.
J. D. ¿Está seguro?
M. No sé nada sobre la muerte de Vázquez. Sólo lo que han publicado los periódicos.
J. D. Yo creo que sí sabe algo…
M. No.
J. D…que oculta hechos de interés para este tribunal.
M. No.
J. D. Le recuerdo, señor Miranda, que puede negarse a responder a las preguntas, pero que, si responde, y hallándose bajo juramento, sus respuestas deben ajustarse a la verdad y nada más que la verdad.
M. No tiene tanto interés como yo en aclarar este caso.
J. D. ¿Insiste en que ignora las circunstancias de la muerte del comisario Vázquez?
M. Sí.
Que tuve conocimiento de la muerte de Domingo Pajarito de Soto a raíz de producirse aquélla, si bien no tomó parte directa en el esclarecimiento de los hechos. Que el inspector a cargo del caso dio por finalizada la investigación alegando que la muerte sobrevino por causas naturales, al golpearse la víctima el cráneo contra el bordillo de la acera. Que si bien el cuerpo presentaba otras contusiones, éstas se debían al atropello de que fue objeto por parte de un vehículo no identificado, que se dio a la fuga. Que nada permitía suponer intencionalidad en la sucesión de actos que condujeron a la muerte del ya citado Domingo Pajarito de Soto. Que respecto a la carta presuntamente desaparecida, nada se sabía. Que interrogadas las personas allegadas al difunto nada pudo deducirse de sus declaraciones, no hallándose contradicciones que coadyuvasen a modificar la opinión del agente que llevó a cabo las pesquisas. Que la mujer con la que el ya citado difunto vivía desapareció, ignorándose aún su paradero. Que más tarde tuve ocasión de revisar yo mismo el caso…
– Me parece una locura que quieras… investigar el caso por tu cuenta -dijo Cortabanyes-. La policía hizo… cuanto pudo. ¿No lo crees así? Allá tú…, hijo, allá tú. Yo sólo… te lo digo por tu bien. Perderás… el tiempo. Y eso no es… lo peor: los jóvenes no tenéis por qué ser tacaños… con el tiempo. Lo peor es que te meterás en un… lío y no sacarás… nada en limpio. A la gente no le… agrada que alguien meta las narices en sus… asuntos, y hacen santamente bien. Cada cual… es muy dueño de vivir tranquilo…, a su aire. A nadie le agrada… que le husmeen entre… las piernas. Ya sé que no te… voy a convencer. Hace muchos años que no… logro convencer a nadie… Piensa que no hablo en nombre de… la sabiduría, sino del cariño… que te profeso…, hijo.
Hablaba con frases cortas y atropelladas, como si temiese agotar el aliento y ahogarse a mitad de camino.
– Yo también fui joven y cabezota…, no me gustaba el mundo, igual que a ti…, pero no hacía nada por cambiarlo, no…, ni por amoldarme a él, como tú…, como todos. Empecé como pasante de… un abogado viejo, que me…, que me proporcionó poco trabajo, muy poco dinero y… ninguna experiencia. Luego… conocí a Lluisa, la que…, la que sería mi mujer, y nos…, y nos… casamos. La pobre Lluisa me… admiraba y me in…, infundió, por amor, una confianza…, una confianza que la previsora Providencia me había… negado con razón. Por ella me establecí por mi cuenta; fue una emocionante… aven…, aventura… La única aventura… Los muebles los compramos de segunda mano… y colgamos una placa…, una placa… en el portal… No vino nadie… no vino nadie y Lluisa decía… que no me impacientase, que llegaría de pronto un…, un cliente y luego, los demás en…, en cadena, pero llegó… el primero y perdí…, perdí el caso, y no me pagó… y no vinieron…, los demás no vinieron… Así sucedió con todos… Siempre parecían el… primero, no…, arrastraban tras de sí… un aluvión tras de sí. No tuvimos hijos y Lluisa se me murió.
– Cortabanyes es un gran hombre -dijo Lepprince en cierta ocasión-, pero tiene un grave defecto: siente ternura por si mismo y esa ternura engendra en él un heroico pudor que le hace burlarse de todo, empezando por sí mismo. Su sentido del humor es descarnado: ahuyenta en lugar de atraer. Nunca inspirará confianza y raramente cariño. En la vida se puede ser cualquier cosa, menos un llorón.
– ¿Cómo conoce usted tan bien a Cortabanyes? -le pregunté.
– No le conozco a él, sino a su careta. La naturaleza crea infinitos tipos humanos, pero el hombre, desde su origen, sólo ha inventado media docena de caretas.
De los tilos de la Rambla de Cataluña colgaban luminarias de colores formando lazos, coronas, estrellas y otros motivos navideños. La gente se recogía con discreción para celebrar la Nochebuena en la intimidad. Circulaban pocos coches, que iban de retiro. Si Cortabanyes no me hubiera dado la dirección de Lepprince, si algo se hubiera interpuesto en mis propósitos, habría desistido. No pensé que, dada la fecha, Lepprince cenaría en compañía o habría salido, invitado. En el zaguán me detuvo un portero uniformado, de anchas patillas blancas. Le dije adónde iba y me preguntó el motivo.
– Amigo de Lepprince -respondí.
Abrió las puertas del ascensor y tiró del cable de arranque. Mientras ascendía dando tumbos le vi soplar un tubo metálico y hablar con alguien. Debió de anunciar mi visita, porque un criado me aguardaba frente a la verja del ascensor cuando éste se detuvo en el piso cuarto. Me hizo pasar a un vestíbulo sobrio. En la casa se notaba un calor difuso y equilibrado y el aire estaba impregnado del perfume de Lepprince. El criado me rogó que tuviese la bondad de esperar unos instantes. Solo en el cálido y austero vestíbulo, mi voluntad flaqueaba. Se oyeron pasos y apareció Lepprince. Llevaba un elegante traje oscuro, pero no iba vestido de etiqueta. Tal vez no pensaba salir. Me saludó con afabilidad, sin sorpresa, y me preguntó el motivo de mi presencia inesperada.
– Debo disculparme por lo intempestivo de la hora y lo inadecuado de la fecha -le dije.
– Todo lo contrario -replicó-. Siempre me alegra recibir visitas de amigos. No te quedes ahí: pasa, ¿o llevas prisa? Tomarás, al menos, una copa conmigo, espero.
Me condujo a través de un pasillo a un saloncito en uno de cuyos rincones ardían unos troncos en un hogar. De la chimenea colgaba un cuadro. Lepprince me advirtió que se trataba de una genuina reproducción de un Monet. Representaba un puentecito de madera cubierto de hiedra sobre un riachuelo cuajado de nenúfares. El puente unía dos lados de un bosque frondoso, el riachuelo circulaba bajo un túnel de verdor. Lepprince señaló un carretón de metal y cristal en el que había varias botellas y vasos. Acepté una copa de coñac y un cigarrillo. Fumando y bebiendo y extasiado frente a las brasas del hogar me sentí adormecido y cansado.