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– Los obreros sólo saben hacer huelgas y poner petardos, ¡y todavía pretenden que se les dé la razón!

A partir de aquel momento ya no volví a manifestar mis opiniones en su presencia. En cambio Lepprince, a pesar de ocupar una posición menos incomprometida que la de Serramadriles, era más reflexivo en sus juicios. Una vez, divagando sobre el mismo tema, me dijo:

– La huelga es un atentado contra el trabajo, función primordial del hombre sobre la tierra; y un perjuicio a la sociedad. Sin embargo, muchos la consideran un medio de lucha por el progreso.

Y añadió:

– ¿Qué extraños elementos interfieren en la relación del hombre con las cosas?

Por supuesto, no simpatizaba con los movimientos proletarios, ni con ninguna de las teorías obreristas subversivas, pero tenía, respecto a la actitud revolucionaria, una visión más amplia y comprensiva que los de su clase.

En este mundo moderno que nos ha tocado vivir, donde los actos humanos se han vuelto multitudinarios, como el trabajo, el arte, la vivienda e incluso la guerra, y donde cada individuo es una pieza de un gigantesco mecanismo cuyo sentido y funcionamiento desconocemos, ¿qué razón se puede buscar a las normas de comportamiento?

Era individualista ciento por ciento y admitía que los demás también lo fuesen y buscasen la obtención, por todos los medios a su alcance, del máximo provecho. No hacía concesiones a quien se interponía en su camino, pero no despreciaba al enemigo ni veía en él la materialización del mal, ni invocaba derechos sagrados o principios inamovibles para justificar sus acciones.

Respecto a Pajarito de Soto, reconoció haber tergiversado el memorándum. Lo afirmó con la mayor naturalidad.

– ¿Por qué le contrató, si pensaba engañarle luego? -pregunté.

– Es algo que sucede con frecuencia. Yo no tenía la intención de engañar a Pajarito de Soto a priori. Nadie paga un trabajo para falsificarlo e irritar a su autor. Pensé que tal vez nos seria útil. Luego vi que no lo era y lo cambié. Una vez pagado, el memorándum era mío y podía darle la utilidad que juzgase más conveniente, ¿no? Así ha sido siempre. Tu amigo se creía un artista y no era más que un asalariado. Con todo, te confesaré que siento cierta simpatía por estos personajes novelescos, no muy listos, pero llenos de impulsos. A veces los envidio: sacan más jugo a la vida.

Y respecto a la muerte de mi amigo:

– Yo no fui, por supuesto. Ni creo que la idea partiese de Savolta ni de Claudedeu. Savolta está viejo para estas cosas, no quiere complicaciones y casi no interviene en los asuntos… ejecutivos. Es un figurón. En cuanto a Claudedeu, a pesar de su leyenda, es un buen hombre, algo rudo en su modo de hacer y de pensar, pero no carece de sentido práctico. La muerte de Pajarito no nos reportaba ningún beneficio y nos está acarreando, en cambio, un sinfín de molestias. Eso, sin contar con el mal ambiente que nos ha granjeado entre los obreros. Por otra parte, de haber querido perjudicarle, nos habría bastado con querellarnos judicialmente por las injurias contenidas en sus artículos. Él no habría podido costearse un abogado y habría dado con sus huesos en la cárcel.

Un día que chismorreábamos, se me ocurrió preguntarle:

– ¿Cómo perdió Claudedeu la mano que le falta?

Lepprince se echó a reír.

– Estaba en el Liceo el día que Santiago Salvador arrojó las bombas. La metralla le arrancó la mano de cuajo como si hubiera sido un muñeco de barro. Comprenderás que no aprecie a los anarquistas. Pídele que te lo cuente. Lo hará encantado. Vamos, lo hará aunque no se lo pidas. Te dirá que su mujer no ha querido volver a pisar el Liceo desde aquella trágica noche y que eso le compensa la pérdida de la mano. Que habría dado el brazo entero por no soportar más óperas.

Sobre la situación política española tenía también ideas claras:

– Este país no tiene remedio, aunque me esté mal el decirlo en mi calidad de extranjero. Existen dos grandes partidos, en el sentido clásico del término, que son el conservador y el liberal, ambos monárquicos y que se turnan con amañada regularidad en el poder. Ninguno de ellos demuestra poseer un programa definido, sino más bien unas características generales vagas. Y aun esas cuatro vaguedades que forman su esqueleto ideológico varían al compás de los acontecimientos y por motivos de oportunidad. Yo diría que se limitan a aportar soluciones concretas a problemas planteados, problemas que, una vez en el gobierno, sofocan sin resolverlos. Al cabo de unos años o unos meses el viejo problema revienta los remiendos, provoca una crisis y el partido a la sazón relegado sustituye al que le sustituyó. Y por la misma causa. No sé de un solo gobierno que haya resuelto un problema serio: siempre caen, pero no les preocupa porque sus sucesores también caerán.

»En cuanto a los políticos, desaparecidos Cánovas del Castillo y Sagasta, nadie ha ocupado su puesto. De los conservadores, Maura es el único que posee inteligencia y carisma personal para disciplinar a su partido y arrastrar a la opinión pública tras él, al menos, sentimentalmente. Pero su orgullo le desborda y su tozudez le ciega. Con el tiempo crea disensiones internas y enfurece al pueblo. En cuanto a Dato, el hombre de recambio del partido, carece de la necesaria energía y le cuadra el apodo que le aplican los mauristas despechados: "el Hombre de la Vaselina".

»Los liberales no tienen a nadie. Canalejas se quemó en salvas que decepcionaron a todos hasta que un anarquista le voló los sesos ante el escaparate de una librería. Los liberales, en suma, se sostienen sobre la sola baza del anticlericalismo, recurso que surte un efecto popular, facilón, inútil y breve. Los conservadores, por el contrario, aparentan ser beatones y capilleros. Así ambos halagan los bajos instintos del pueblo: éstos, la blandura sensiblera católica; aquéllos, el libertinaje anarquizante.

»Dentro de los partidos, la disciplina es inexistente. Los miembros se pelean entre sí, se zancadillean y tratan de desprestigiarse los unos a los otros en una carrera disparatada por el poder que perjudica a todos y no beneficia a nadie.

»Estos dos partidos, sin base popular y sin el apoyo de la clase media moderada, están condenados al fracaso y conducirán al país a la ruina.

A Lepprince le conté mi vida solitaria, mis proyectos y mis ilusiones.

Hice señas a Pajarito de Soto y nos retiramos a un rincón de la librería.

– ¿Quién es? -pregunté por lo bajo.

– El mestre Roca, un maestro de escuela. Da clases de Geografía, Historia y Francés. Vive solo y dedica su existencia a la programación de la Idea. Cuando termina su jornada en la escuela viene a este local y habla del anarquismo y los anarquistas. A las nueve en punto se retira, prepara él mismo su cena y se acuesta.

– ¡Qué vida más triste! -dije sin poder evitar un estremecimiento.

– Es un apóstol. Hay muchos como él. Acerquémonos.

El mestre Roca fue uno de los pocos anarquistas a los que llegué a ver antes de la irrupción violenta del 19. El anarquismo era una cosa, y los anarquistas, otra muy distinta. Vivíamos inmersos en aquél, pero no teníamos contactos con éstos. Por aquel entonces, y así siguió siendo durante algunos años, tenía yo una visión bien pintoresca de los anarquistas: hombres barbados, cejijuntos y graves, ataviados con faja, blusón y gorra, hechos a la espera callada tras una barricada de muebles destartalados, tras los barrotes de una celda de Montjuic, en los rincones oscuros de las calles tortuosas, en los tugurios, en espera de que llegase su momento para bien o para mal y el ala cartilaginosa de un murciélago gigantesco y frío rozase la ciudad. Hombres que aguardaban agazapados, estallaban en furia y eran ejecutados al amanecer.

FICHA POLICIAL DE ANDRÉS NIN PÉREZ, REVOLUCIONARIO ESPAÑOL DE QUIEN SE SOSPECHA PUEDA TENER RELACIÓN DIRECTA O INDIRECTA CON EL CASO OBJETO DEL PRESENTE EXPEDIENTE

Documento de prueba anexo n. ° 31

(Se adjunta traducción al inglés del intérprete jurado Guzmán Hernández de Fenwick)

En la parte superior de la ficha, en los ángulos izquierdo y derecho respectivamente, figuran sendas fotografías del individuo fichado. Las dos fotografías son casi idénticas. En ambas el fichado aparece de frente. La foto de la izquierda lo muestra con la cabeza descubierta. La de la derecha, tocado con un sombrero de ala ancha. La corbata y la camisa son idénticas y la expresión y el sombreado tan iguales que hacen pensar que se trata de la misma fotografía, siendo el sombrero un hábil retoque de laboratorio. Un examen más detallado permite apreciar que en la segunda fotografía (la de la derecha) el fichado lleva gabán, difícil de distinguir de la chaqueta que lleva en la primera fotografía (la de la izquierda) porque tanto el color como las solapas (única parte visible de ambas prendas) son muy parecidos. Posiblemente se trate de dos fotografías hechas el mismo día en el mismo lugar (con seguridad un centro policial). En tal caso, habrían hecho ponerse al fichado sus prendas de abrigo (sombrero y gabán) para facilitar su identificación en la calle. El fichado es un hombre joven, flaco, de rostro alargado, mandíbula angulosa, mentón prominente, nariz aguileña, ojos oscuros entornados (probablemente miope), pelo negro y lacio. Lleva gafas ovaladas, sin aro, de varillas flexibles. (Datos suministrados por el Departamento de Análisis Fotográfico de la Oficina de Investigación Federal de Washington, D. C.)