La ficha adjunta dice:
Andrés NIN Pérez
propagandista peligroso
maestro de escuela
Nació en Tarragona en 1890
Perteneció a las Juventudes Socialistas de Barcelona, las que dejó (sic) para ingresar en el Sindicalismo, siendo con Antonio Amador Obón y otros, los organizadores del Sindicato Único de Profesiones Liberales.
Asistió como delegado al 2. ° Congreso Sindicalista celebrado en Madrid en diciembre de 1919.
Fue detenido el día 12 de enero de 1920 en el Centro Republicano Catalán de la calle del Peu de la Creu, en reunión clandestina de delegados del Comité Ejecutivo, para promover la huelga general revolucionaria, siendo conducido al castillo de Montjuic.
En libertad el día 29 de junio de 1920.
En marzo del 1921, al ser detenido Evelio Boal López, se hizo cargo de la secretaría general de la Confederación Nacional del Trabajo, pero, ante la persecución de que fue objeto por la policía de Barcelona, huyó a Berlín, en donde fue detenido por la policía alemana en octubre del mismo año.
– Sigamos con el experimento perceptivo -dijo Lepprince.
Me había invitado a la fiesta de Fin de Año que se celebraba, como era costumbre, en la mansión de los señores de Savolta. Era ésta una casa-torre situada en Sarriá. Pasé a recoger a Lepprince por su domicilio. Estaba terminando de vestirse y al verle comprendí lo que quería decir Cortabanyes cuando me advirtió de que los ricos eran de otro mundo y de que nosotros jamás nos pareceríamos a ellos, ni les entenderíamos ni les podríamos imitar.
Lepprince me advirtió que asistirían a la fiesta todos los miembros del consejo de administración de la empresa Savolta.
– No se te ocurra perseguirles con el cuento de la muerte de Pajarito de Soto -me reconvino en broma.
Le prometí comportarme sabiamente. Fuimos hasta la casa en su coche. Lepprince me presentó a Savolta, a quien yo ya conocía por haberle visto la noche en que acudí a la fábrica en pos de Pajarito de Soto. Era un hombre de cierta edad, pero no viejo. Sin embargo, tenía una mirada macilenta, mal color y gestos y voz temblorosos. Supuse que alguna enfermedad le roía. Claudedeu, en cambio, rebosaba vitalidad; por todas partes se oía su vozarrón y por todas partes se veía su cuerpo de gigante de cuento infantil. Poseía el don de la carcajada contagiosa. Me fijé en su mano enguantada y en el ruido metálico que producía contra los objetos al chocar y me volvió la imagen del colérico Claudedeu apostrofando a Pajarito de Soto y golpeando la mesa de juntas. También reconocí a Parells, que la noche aciaga ocupaba un asiento cercano a Savolta. Me impresionó la expresión de inteligencia que abarcaba, no sólo los ojos, sino cada rasgo de su cara de vieja. Lepprince me había explicado que desempeñaba el cargo de asesor financiero y fiscal de la empresa. Su padre había sido fusilado por los carlistas en Lérida durante la última guerra y Pere Parells había heredado del difunto una honda devoción por el liberalismo. Se vanagloriaba de ser librepensador y ateo, pero acompañaba cada domingo a su mujer a misa porque «por el hecho de haber contraído matrimonio, ella había adquirido el derecho social de ser acompañada». Diré también que las mujeres de estos señores y de otros a las que fui presentado me parecieron todas cortadas por el mismo patrón y que confundí sus nombres y sus fisonomías apenas hube besado convencionalmente sus manos.
La fiesta se desarrolló en su primera mitad bajo el signo del pacífico cotilleo. Los hombres fumaban en la biblioteca; se hablaba en frases cortas, mordaces, y se reían los ocultos significados y las maliciosas alusiones. Las mujeres, en el salón, comentaban sucesos con aire grave y pesimista, escasamente reían y su conversación se componía de monólogos alternos a los que las oyentes asentían con gestos afirmativos y nuevos monólogos que corroboraban o repetían lo antedicho. Algunos hombres jóvenes compartían los corrillos femeninos. También adoptaban un aire circunspecto y se limitaban a manifestar conformidad o acuerdo sin intervenir.
En un rincón distinguí a una linda niña, la única joven de la reunión, que conversaba con Cortabanyes. Luego me la presentaron y supe que se trataba de la hija de Savolta, que vivía interna en un colegio y que había venido a Barcelona a pasar las Navidades con sus padres. Parecía muy asustada y me confesó sus ansias por regresar junto a las monjas a las que tanto quería. Me preguntó que qué era yo y Cortabanyes dijo:
– Un joven y valioso abogado.
– ¿Trabaja usted con él? -me preguntó María Rosa Savolta señalando a mi jefe.
– A sus órdenes, para ser exacto -repliqué.
– Tiene usted suerte. No hay hombre más bueno que el señor Cortabanyes, ¿verdad?
– Verdad -respondí con cierta sorna.
– Y ese señor que hablaba con usted, ¿quién era?
– ¿Lepprince? ¿No se lo han presentado? Venga, es socio de su padre de usted.
– ¿Ya es socio, tan joven? -dijo, y se ruborizó intensamente.
Presenté a Lepprince a María Rosa Savolta porque intuí su deseo de conocerlo. Cuando ambos intercambiaban formalidades me retiré, un tanto molesto por las evidentes preferencias de la hija del magnate, y un tanto harto de hacer el títere.
JUEZ DAVIDSON. Describa de modo somero la situación de la casa del señor Savolta.
MIRANDA. Estaba enclavada en el barrio residencial de Sarriá. En un montículo que domina Barcelona y el mar. Las casas eran del tipo llamado «torre», a saber: viviendas de dos o una planta rodeadas de jardín.
J. D. ¿Dónde se celebraba la fiesta?
M. En la planta baja.
J. D. ¿Todas las habitaciones de la planta baja comunicaban con el exterior?
M. Las que yo vi, sí.
J. D. ¿Con el jardín o con la calle?
M. Con el jardín. La casa estaba emplazada en el centro del jardín. Había que atravesar un trecho de jardín para llegar a la puerta.
J. D. ¿De la puerta se pasaba directamente al salón?
M. Sí y no. Se accedía a un vestíbulo en el que había una escalinata que conducía al piso superior. Descorriendo unos paneles de madera, el salón y el vestíbulo formaban una sola pieza.
J. D. ¿Estaban descorridos los paneles de madera?
M. Sí. Se descorrieron poco antes de medianoche para dar cabida al número creciente de invitados.
J. D. Describa ahora la situación de la biblioteca.
M. La biblioteca era una pieza separada. Tenía entrada por el salón, pero no por el vestíbulo.
J. D. ¿Qué distancia mediaba entre la biblioteca y la escalinata del vestíbulo?
M. Unos doce metros…, aproximadamente, cuarenta pies.
J. D.¿Dónde se hallaba usted cuando sonaron los disparos?
M. Junto a la puerta de la biblioteca. J. D. ¿Dentro o fuera de ésta?
M. Fuera, es decir, en el salón.
J. D. ¿Lepprince estaba con usted?
M. No.
J. D. ¿Pero podía verle desde su posición?
M. No. Estaba justo detrás de mí.
J. D. ¿Dentro de la biblioteca?
M. Sí.
Llevaban media hora de charla Lepprince y la hija del magnate. Yo me impacientaba porque quería que le dejase de una vez y poder volver a nuestra conversación, pero Lepprince no cesaba de dirigirle frases y de sonreír, como un autómata. Y ella escuchaba embelesada y sonreía. Me ponían nervioso los dos, mirándose y sonriendo como si posaran para un fotógrafo, sosteniendo cada uno una bolsita llena de uvas y su copa de champaña.
Que no asistí personalmente a la fiesta. Que tuve conocimiento de los hechos a los pocos momentos de haberse producido y que, media hora más tarde, me personé en la residencia del señor Savolta. Que, según me dijeron, nadie había abandonado la casa después de producirse los hechos, salvo la persona o personas que efectuaron los disparos. Que éstos fueron hechos desde el jardín, con arma larga. Que los disparos penetraron por la cristalera del salón, en el ángulo que forma ésta con la puerta de entrada a la biblioteca…
JUEZ DAVIDSON. ¿Está seguro de que los disparos procedían del jardín y no de la biblioteca?
MIRANDA. Sí.
J. D. Sin embargo, se hallaba usted equidistante de ambos puntos.
M. Sí.
J. D. De espaldas al lugar de procedencia de los disparos.
M. Sí.
J. D. ¿Quiere repetir la descripción de la vivienda?
M. Ya lo hice. Puede leerla en las notas taquigráficas.
J. D. Ya sé que puedo leer las notas taquigráficas. Lo que quiero es que usted repita la descripción para ver si incurre en contradicciones.
M. La casa estaba situada en el área residencial de Sarriá, rodeada de jardín. Había que cruzar un trecho…
A la medianoche Savolta se subió a la escalera del vestíbulo y reclamó silencio. Unos criados atenuaron las luces salvo aquellas que iluminaban directamente al magnate. Sin otro punto donde mirar los invitados concentraron su atención en Savolta.
– Queridos amigos -dijo éste-, tengo de nuevo el placer de veros a todos reunidos en esta vuestra casa. Dentro de unos minutos, el año 1917 dejará de existir y un nuevo año empezará su curso. El placer de reuniros en estos segundos memorables…
Entonces, o quizá después, empezaron a sonar los disparos. Cuando decía no sé qué del cambio de año y pasar el puente todos unidos.
Al principio fue sólo una explosión
Al principio fue sólo una explosión y un ruido de cristales rotos. Luego gritos y otra explosión. Oí silbar las balas sobre mi cabeza, pero no me moví, paralizado como estaba por la sorpresa. Varios invitados se habían agazapado, tirado por los suelos o refugiado detrás del que tenían más próximo. Todo fue muy rápido, no recuerdo cuántos disparos siguieron a los dos primeros, pero fueron muchos y muy seguidos. Creo que vi a Lepprince y a María Rosa Savolta boca abajo y pensé que los habían matado. Y a Claudedeu ordenando que apagasen las luces y que todo el mundo se pusiese a cubierto. Había quien chillaba «¡La luz! ¡La luz!», y otros gritaban como si hubiesen sido heridos. Los disparos cesaron en seguida.