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El portero de las patillas blancas acudió a mi encuentro y me saludó con efusividad; su presencia me devolvió la vida, como si en su bocaza, donde brillaba el oro, llevara el símbolo de la alianza. Pero pronto me desencantó: los señores de Lepprince se habían mudado. Se asombró de que yo lo ignorase y de que no hubiese visto el cartel en el balcón que anunciaba: SE ALQUILA. Sentía no poder informarme de más detalles, pues él mismo, después de tantos años de servicio fiel, desconocía el paradero del señor Lepprince, tan generoso, tan amable y tan excéntrico.

– De todas formas -añadió en un intento de consolarme-, le confesaré que casi me alegro, porque es que al señorito le apreciaba yo bien, aunque me daba disgustos, pero a su nuevo secretario, ese alemán o inglés que mató a tanta gente en el teatro, a éste, no lo podía yo ni ver. Esta casa siempre ha sido respetable.

Me había tomado del brazo y paseábamos zaguán arriba, zaguán abajo.

– Me dio un susto el señorito cuando aquella mujer se vino a vivir aquí. Ya sabe a cuál me refiero: ésa que se subía por los cables del ascensor como si fuera un mono salvaje del África o un americano. Claro que yo soy de la condición de que me gusta comprender a todo el mundo. Y así se lo dije a mi señora, le dije que aunque por el trato y la seriedad parece mayor de la edad que tiene, el señorito Lepprince es joven, mujer, le dije, y es natural que tenga la cabeza loca en ciertos aspectos del vivir cotidiano. Usted me entiende, que más ata pelo…, en fin, le dije, que ya nos entendemos, ¿no?

– Sí, claro -respondí si saber cómo desasirme.

– La prueba es que pasó pronto. Pero ese hombrón tan lechoso de tez, no sé cómo decirle…, no me apetecía. Yo sé bien lo que me digo y ya ve que no tengo reparos en hablar claro. Que no es eso, no, señor, no lo es.

Le había conducido hábilmente hasta la puerta y le tendí la mano en señal de despedida. Él la estrechó emocionado y reteniéndola entre las suyas sudorosas y fofas concluyó:

– De todas formas, señor Javier, siento que se haya ido. Le tenía en mucho aprecio, ya lo creo. Y la señora, señor, era una santa. La legitima, quiero decir, usted ya me entiende. ¡Una santa! Ésa sí; ésa sí que me apetecía.

Le conté mi fracaso a Perico Serramadriles y meneó la cabeza como si estuviera maniatado y quisiera desprenderse de sus gafas.

– Se nos murió la vaca, madre mía, se nos murió la vaca -murmuraba.

Tanto repitió lo de la vaca que acabó irritándome y le grité que se callara y me dejara en paz.

– No peleen, caramba -terció la Doloretas-. Vergüenza da oírles. Dos jóvenes como ustedes pensando en el dinero a todas horas; en vez de trabajar y labrarse un futuro, ay, Señor.

CARTA DEL COMISARIO VÁZQUEZ AL SARGENTO TOTORNO DE 31-6-1918 EN LA QUE PIDE SE LE PROPORCIONEN MEDIOS PARA INTERVENIR EN LA VIDA BARCELONESA DESDE SU AISLAMIENTO

Documento de prueba anexo n. ° 7d

(Se adjunta traducción inglesa del intérprete jurado Guzmán Hernández de Fenwick)

Tetuán, 31-6-1918

Querido amigo:

Acuso recibo de su atenta carta de 21 de los corrientes, cuya lectura me ha sido de gran utilidad. No me cabe duda de la existencia de una conspiración de ilimitado alcance, cuya víctima, en este caso, ha sido el pobre N. Haga lo posible para que la noticia de su detención llegue a mi conocimiento de un modo oficial (un Boletín o un recorte de periódico servirían) a fin de que pueda intervenir gestionando la libertad del sujeto en cuestión. Sentimientos humanitarios me mueven a proceder como lo hago, y usted bien sabe, amigo Totorno, que así es. Si mi influencia vale algo todavía (cosa que cada día se me hace más difícil de creer), la usaré para mitigar en lo posible tanto abuso y tanto desprestigio.

Aplaudo los progresos con la máquina de escribir. La vida es una lucha sin tregua. Ánimo y siempre adelante. Un saludo afectuoso.

Fdo.: A. Vázquez

Comisario de Policía

El trabajo continuaba monótono e improductivo. El verano acudió puntual y no llevaba trazas de irse nunca. Mi casa, por estar situada directamente bajo la azotea del edificio, se veía expuesta al sol a todas horas y más parecía un horno que otra cosa. Por la noche apenas si remitía el calor y, en cambio, aumentaba la humedad: los objetos adquirían una pátina viscosa y yo, acostumbrado al clima seco de Castilla, me ahogaba y derretía. Empecé a padecer de insomnio. Cuando conciliaba el sueño, me asaltaban pesadillas. Solía sentir a mi lado, compartiendo el lecho, la presencia de un oso. No me inquietaba el peligro de dormir con una fiera, pues el oso de mis sueños era pacífico y mansurrón, pero su proximidad, en aquel cuarto de aire calcinado, me resultaba insufrible. Despertaba bañado en sudor y tenía que correr al lavabo y arrojarme puñados de agua al rostro. Sentir el líquido resbalar templado por la espalda y el pecho me solazaba brevemente.

Para evitar la compañía del oso y las duermevelas agitadas y fatigosas, leía sin cesar hasta muy avanzada hora. Cuando al fin se me cerraban los ojos, dormía mal y poco. Por la mañana me levantaba muy cansado y el estado hipnótico me duraba el día entero hasta que, por ironías de la naturaleza, recuperaba la lucidez y el brío al llegar la noche.

Por aquellos días Perico Serramadriles y yo tomamos la costumbre de ir a los baños. Acudíamos a la playa en tranvías rebosantes de gente fea y sudorosa, en las horas que mediaban entre la saudade la oficina a mediodía y el reinicio del trabajo por la tarde, y comíamos allí, bien bocadillos que comprábamos, bien ricas paellas en los barracones, aunque pronto tuvimos que prescindir de éstas pues resultaban caras y la digestión se hacía pesada y nos daba un sopor incompatible con nuestras obligaciones. Más de una tarde nos habíamos quedado dormidos en el despacho los dos a un tiempo, cosa que importaba poco, pues los escasos clientes de Cortabanyes veraneaban y la quietud del despacho tan sólo se veía turbada por las moscas pertinaces a las que la Doloretas fustigaba con un periódico enrollado.

CARTA DEL SARGENTO TOTORNO AL COMISARIO VÁZQUEZ DE 12-7-1918 EXPLICANDO CÓMO CUMPLIÓ EL ENCARGO QUE ÉSTE LE HIZO

Documento de prueba anexo n. ° 7e, apéndice 1

(Se adjunta traducción inglesa del intérprete jurado Guzmán Hernández de Fenwick)

Barcelona, 12-7-1918

Admirado y distinguido jefe:

Perdone mi tardanza en cumplir sus siempre bien recibidas órdenes. Ya sabe que por mi actual circunstancia me hallo un poco alejado del ambiente de Jefatura y esto hace más difícil el grato cumplimiento de sus acertadas órdenes. Pero después de mucho cavilar, creo que por fin encontré el sistema de hacer llegar hasta usted la noticia del encierro del desdichado Nemesio. A tal efecto hice que cayera en sus manos la noticia del traslado de Vd. A estas horas Nemesio ya sabe que se encuentra usted en Tetuán y, o mucho me equivoco, o hará lo imposible por ponerse en contacto con Vd. a fin de obtener su intercesión. A mí me ha parecido un buen sistema, ¿qué opina Vd.?

Le agradezco su interés por mis adelantos con la máquina. Usted siempre fue para nosotros un faro en el camino difícil del deber. Ya ve, de todas formas, que mi técnica aún deja mucho que desear. Sin otro particular, queda de usted siempre a sus órdenes.

Fdo.: Sgto. Totorno

CARTA DE NEMESIO CABRA GÓMEZ AL COMISARIO VÁZQUEZ DE LA MISMA FECHA DANDO CUENTA DE SU TRISTE SITUACIÓN

Documento de prueba anexo n. ° 7e, apéndice 2

(Se adjunta traducción inglesa del intérprete jurado Guzmán Hernández de Fenwick)

Barcelona, año del Señor de 1918

día de Gracia del 12 de julio

Muy señor mío y hermano en Cristo Nuestro Señor:

Jesucristo, por mediación de uno de sus Ángeles, me ha comunicado que se halla usted en Tetuán, noticia que me sumió en la tristeza y el desconsuelo, si bien recordé aquellas Sus Palabras:

Nos azota por nuestras iniquidades

y luego se compadece y nos reunirá

de las naciones en que nos ha dispersado.

(Tobías, 13-5)

Dulcificada mi alma y serenado mi espíritu me decido a escribir esta carta para que sea usted partícipe, como lo es Dios Nuestro Señor, de las grandes calamidades que por mis pecados me persiguen. Pues sepa usted, señor comisario, que advertidos aquellos doctos hombres que me había yo curado de mis dolencias por la intercesión del Espíritu Santo, me dejaron volver a los senderos del Señor, donde el trigo y la cizaña tan mezclados andan. Y es así que por mi culpa y ceguera fui a dar en un mal paso que a estas prisiones me ha traído como antes fui a parar a la nauseabunda celda que usted ya conoce y que sólo con la ayuda del Altísimo me fue posible abandonar. Con lo cual, dicho sea en honor de la verdad, he mejorado de condición, pues aquí me tratan como a un cristiano y no me pegan ni me dan duchas de agua helada ni me torturan o amenazan y no puedo formular queja de sus modales que son caritativos y dignos de la misericordia de Dios Nuestro Señor. Pero es el caso que soy poseedor de grandes verdades que me han sido reveladas en mi sueño por nube o llama o no sé yo qué (por la gracia divina) y sólo a usted, señor comisario, puedo transmitírselas, para lo cual necesito de preciso verme libre de éstas mis prisiones materiales que me tienen aherrojado. Haga algo por mí, señor comisario. No soy un criminal ni un loco, como pretenden. Sólo soy una víctima de las añagazas del Maligno. Ayúdeme y será premiado con dones espirituales en esta vida y con la Salud Eterna en la otra, perdurable.

Hablo a diario con Jesucristo y le pido que le salve a usted de los moros. Atentamente le saluda.

N. C. G.

Post Data. Recibirá esta misiva de manos de un Enviado. No le haga preguntas ni le mire fijamente a los ojos, pues podría contraer una incurable dolencia. Vale.