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JUEZ DAVIDSON. En el período que siguió al atentado contra Lepprince, ¿se repitieron las tentativas de darle muerte?

MIRANDA. No.

J. D. ¿Es dable pensar que los terroristas renunciasen tan pronto a su venganza?

M. No lo sé.

J. D. No parece ser ésa su táctica, según mis informaciones.

M. He dicho que no lo sé.

J. D. Siguiendo con los informes que obran en mi poder, a lo largo de 1918 se produjeron en Barcelona ochenta y siete atentados de los llamados «sociales», cuyo balance de víctimas es el siguiente: patrones muertos, 4; heridos, 9; obreros y encargados muertos, 11; heridos, 43. Esto sin contar los daños materiales causados por los numerosos incendios y explosiones dinamiteras. En mayo se produce un saqueo masivo de tiendas de comestibles que se prolonga por varios días y que sólo la declaración del estado de guerra pudo contener.

M. Eran años de crisis, indudablemente.

J. D. ¿Y no le parece raro que, dadas las características de aquellos meses, no se repitieran los atentados contra Lepprince?

M. No lo sé. No creo que importe mi opinión al respecto.

J. D. Cambiemos de tema. ¿Podría decirnos a qué atribuye usted el repentino exilio del comisario Vázquez?

M. No fue un exilio.

J. D. Rectifico: ¿podría explicar el repentino cambio de destino del comisario Vázquez?

M. Bueno…, era un funcionario.

J. D. Eso ya lo sé. Me refiero a los verdaderos motivos que le apartaron del caso Savolta.

M. No lo sé.

J. D. ¿No podría tener relación el cese repentino de los atentados con la marcha del comisario Vázquez?

M. No lo sé.

J. D. Por último, ¿estaba preparado el atentado contra Lepprince como parte de una comedia que encubría otros trasiegos?

M. No lo sé.

J. D. ¿Sí o no?

M. No lo sé. No lo sé.

Me hundí en un estado depresivo que la soledad agudizaba de día en día, de hora en hora, minuto a minuto. Si daba un paseo para serenar mi atormenta do espíritu, caía en un extraño trance que me obnubilaba y me hacía caminar a grandes zancadas sin que mi voluntad interviniera en la elección del camino a seguir. A veces volvía en mí hallándome perdido en una zona suburbana, sin saber por qué derroteros había venido a parar a tan insólito lugar, y me veía obligado a preguntar a los transeúntes para rehacer la ruta. Otras veces, a poco de iniciado el paseo, me encontraba en una encrucijada de calles y, no sabiendo qué dirección tomar, permanecía inmóvil como una estatua o un pedigüeño hasta que el hambre o el cansancio me dictaban la vuelta. Si salía de los lugares conocidos y familiares me asaltaba un desasosiego fatal, temblaba como un condenado y acudían las lágrimas a mis ojos y tenía que regresar y encerrarme entre las cuatro paredes de mi aposento y allí desahogar la sensación de abandono con llanto que a veces se prolongaba durante toda la noche. Me había sucedido despertarme y notar mis mejillas húmedas y empapado el cobertor. Pensé seriamente en el suicidio, pero lo rechacé, más por cobardía que por apego a la existencia. Ya no soportaba la lectura y, si asistía a un cine u otro espectáculo, debía dejar la sala apenas empezaba la función, pues la permanencia se me hacía imposible. En los últimos tiempos había dejado de salir con Serramadriles y nuestro trato se reducía a meras fórmulas de cortesía.

INSTANCIA DEL COMISARIO VÁZQUEZ AL MINISTRO DEL INTERIOR DE FECHA 17-7-1918 INTERCEDIENDO POR LA LIBERTAD DE NEMESIO CABRA

Documento de prueba anexo n. ° 7f

(Se adjunta traducción inglesa del intérprete jurado Guzmán Hernández de Fenwick)

Don Alejandro Vázquez Ríos, comisario de Policía de Tetuán, con el debido respeto y consideración a V. E.

EXPONE

Que ha llegado a su poder carta de un individuo llamado Nemesio Cabra Gómez, de fecha 12-7-1918, actualmente detenido por orden gubernativa en los calabozos de la Jefatura de Policía de Barcelona. Que hace unos meses, y hallándose el que suscribe destinado en dicha Jefatura, tuvo ocasión de conocer y tratar al citado Nemesio Cabra Gómez, apreciando en él síntomas de trastorno mental, síntomas que más tarde se confirmaron y motivaron su internamiento en una de las casas de salud que para tales fines existen en nuestro país. Que más adelante, y a la vista de su parcial recuperación y de que no presentaba indicios de peligrosidad fue dado de alta por los facultativos y reintegrado a la vida social para en ella, merced al trabajo y contacto con las gentes, recuperar el equilibrio y cordura. Que hace, pocas semanas fue detenido por una supuesta falsificación de cigarros puros. Que el antedicho Nemesio Cabra Gómez es un débil mental, incapaz de responsabilidad penal y que su encierro sólo puede contribuir a aumentar y hacer incurable su enfermedad, por lo cual, y con el debido respeto y consideración, a V. E.

SUPLICA

Se sirva conceder a la mayor brevedad posible la libertad al susodicho Nemesio Cabra Gómez para que éste pueda integrarse de nuevo a la vida social y llevar a feliz término su curación.

Es gracia que espero obtener del recto proceder de V. E. cuya vida guarde Dios muchos años.

Fdo.: Alejandro Vázquez Ríos

Comisario de Policía

Tetuán, al 17 de julio de 1918

Excmo. Sr. Ministro del Interior.

Ministerio del Interior. Madrid.

RECORTE DE UN DIARIO DE BARCELONA CUYO NOMBRE NO CONSTA. LLEVA ESCRITA AMANO LA FECHA DE 25-7-1918

Documento de prueba anexo n. ° 9ª

(Se adjunta traducción inglesa del intérprete jurado Guzmán Hernández de Fenwick)

nombramientos

Don Alejandro Vázquez Ríos, que desempeñó con admirable brillantez el cargo de comisario de Policía de nuestra ciudad, pasando luego a desempeñar idénticas funciones en Tetuán, ha sido nombrado comisario de Policía de Bata (Guinea).

Los barceloneses que recordamos con gratitud y afecto su estancia entre nosotros y que tuvimos ocasión de admirar su inteligencia, su tesón y su humanidad más allá de lo que exige el cumplimiento del deber, le deseamos una grata estancia en esa hermosa ciudad y le felicitamos de todo corazón por su merecido nombramiento.

Y comencé a beber en demasía, tan pronto salía del despacho, con la ilusa esperanza de que los vahos alcohólicos embrutecieran mis sentidos y me hicieran más llevaderas mis horas. El efecto fue totalmente contraproducente, pues mi sensibilidad se agudizó, el tiempo parecía no transcurrir y me asaltaban ensoñaciones tortuosas. Despertaba crispado y flotaba en las ondas del delirio. El estómago me abrasaba, sentía una bola de algodón en rama taponándome la garganta y la boca, mis manos buscaban a tientas los objetos sin hallarlos, los músculos, entumecidos, no acataban los dictados de mi mente. Temía estar ciego y hasta que la luz de la bombilla no me devolvía las viejas imágenes de mi alcoba no respiraba tranquilo. A veces despertaba con la convicción de haberme quedado sordo y arrojaba al suelo cosas para percibir algún ruido que me demostrase mi error. Otras veces me sentía privado del don de la palabra y tenía que hablar y oír mi voz para estar seguro de seguir entero. Dejé de beber, pero no cedía mi estado enfermizo. Una noche desperté sacudido por escalofríos. Las sienes me latían, me dolían los ojos y la mente ardía al contacto de la mano. Me sentí más solo que nunca y tomé la determinación de volver a casa, con mi familia. Cortabanyes me concedió un permiso indefinido y prometió conservar mi empleo vacante hasta que volviese o renunciase definitivamente, pero lamentó no poder seguir pagándome durante mi ausencia, porque aquél había sido un mal año y los ingresos no permitían despilfarros. No me ofendí: Cortabanyes tenía su lado bueno y su lado malo y una cosa iba por la otra. Del mismo modo llegué a un acuerdo con el propietario de mi casa y éste se avino a no alquilarla en tanto yo siguiera satisfaciendo la renta mensual, encargo que dejé encomendado a Serramadriles.

Tomé el tren y a los dos días estaba en Valladolid. Mi madre me recibió con frialdad, pero mis hermanas enloquecieron de alegría. Se hubiera dicho que las visitaba el rey. Me colmaron de atenciones, me hacían comer a todas horas los más escogidos manjares. Decían que presentaba mal aspecto, que debía engordar y que tenia que dormir y alimentarme para que me volvieran los colores. El reencuentro con el hogar me confortó y me devolvió la paz. Pronto la noticia de mi llegada se desparramó por la ciudad. Cada día se llenaba la casa de antiguos conocidos y de gente a la que no había visto nunca. Todos se interesaban por mí, pero, sobre todo, por la vida en Barcelona. Les referí los atentados anarquistas, tema del día en la prensa local, exagerando los detalles y, por supuesto, mi participación en ellos, en los que siempre figuraba como protagonista.

Sin embargo, era un calor ficticio el que me rodeaba. Con los amigos de la infancia se había roto toda relación afectiva. El tiempo los había cambiado. Se me antojaron viejos a pesar de tener mi edad. Algunos estaban casados con jovencitas cursis y adoptaban un aire paternalista que me hizo gracia en un primer momento y me irritó después. Los más habían alcanzado un nivel social mediocre e inamovible del que se mostraban satisfechos hasta reventar. Con las nuevas amistades, las cosas eran aún peor. Experimentaban una visceral aversión por Cataluña y todo lo catalán. Su contacto con el comerciante desangelado, pretencioso y chauvinista les había creado una imagen del catalán de la que no se apeaban. Remedaban el acento, ironizaban y se mofaban del carácter regional y criticaban con exasperación el separatismo, abrumándome con argumentos como si yo fuera el portaestandarte de los defectos catalanes. Pretendían, creo, que defendiera tesis subversivas y antipatrióticas para poder dar rienda suelta a sus sentimientos hostiles. Si no lo hacía y me identificaba con su postura, se sentían defraudados y continuaban con sus diatribas ignorando mi silencio y mi aquiescencia. Si matizaba su punto de vista por juzgarlo desenfocado o apasionado en extremo, se ofendían y redoblaban el ímpetu de sus ataques, con ardor misional y santa cólera.

Las chicas eran feas, vestían mal y su conversación me resultaba insulsa. La desazón que me invadía estando con ellas me hacía recordar con añoranza la charla de Teresa. Menudeaban las bromas en torno a mi soltería y las madres revoloteaban a mi alrededor con mirada de tasador y melosidad de alcahueta.