Выбрать главу

Sergio también había perdido lo que pensaba que era un hijo suyo, y su dolor fue tan grande que le condujo por encima del seto de mi jardín hacia la carretera principal. Ali le contó a mi hermana que Sergio había ido a llorarle al zar diciéndole que yo le había traicionado, que había dado a luz un hijo de otro hombre, y que ahora estaba perdido, y que el zar le había apoyado, pero no había dicho nada. Pero Niki tuvo que saber entonces que yo le había dado lo que él quería. A veces me parecía que el zar y Sergio aparecían a los pies de mi cama a lomos de un caballo, se me echaban encima rugiendo y luego, como Hades, uno de ellos me quitaba a mi hijo y huía con él con un revoloteo de su capa, mientras yo gemía y recorría la tierra desnuda que ellos dejaban atrás. Yo dejaba una marca mojada en la cama allí donde me echaba, y cuando finamente me recuperé, tiramos la cama, quemamos el colchón, y todos los muebles y paredes se limpiaron con desinfectantes.

Cuando estuve lo bastante bien para echarme en el sofá, el gran duque Vladímir empezó a venir a mi dacha cada tarde para visitarme, acariciarme el pelo y, cuando pude incorporarme y quedarme sentada, leerme cosas, y cuando pude sujetar las cartas, jugar al mushka, y cuando llegó el momento de cristianar al niño y yo todavía no tenía nombre para él, ya que no podía llamarle Sergéi y tampoco podía, aunque quisiera, llamarle Nikolái, el gran duque dijo: «Dale mi nombre». Así que aquel día, el 23 de julio, le regaló a mi hijo una cruz que colgaba de una cadena de platino, y el crucifijo mismo era de una piedra verde oscura extraída de los Urales y pulida en un taller de Petersburgo. Así supe que Vladímir me protegería, y que podría, a pesar de mi desgracia, volver a escena. Sus atenciones hacia mí, por supuesto, no pasaron inadvertidas, y empezaron a correr rumores de que mi hijo era suyo, y Miechen apretaba los labios cuando alguien pronunciaba mi nombre. ¿Apretaría más los labios si sabía que Niki era el padre de mi hijo, ya que la paternidad de mi hijo lo apartaba una casilla más del trono?

Durante aquel tiempo también mi hermana me dijo que Sergio había iniciado una relación con una mujer a la que conocía desde hacía tiempo, la condesa Barbara Vorontsov-Dashkov, que se había casado con un miembro de una antigua e importante familia de boyardos de Moscú, asociados desde hacía mucho tiempo con la corte, y al oír esas noticias mi corazón se encogió como una nuez reseca en su cáscara, y resonó en su lugar, detrás de mis costillas. El padre de Niki había comprado hacía años la antigua propiedad de Vorontsov en Crimea, con su cascada, sus bosquecillos de pinos, vistas a la bahía de Yalta y un chateau francés, construido al estilo del Tercer Imperio, y Sergio y Niki habían jugado allí y en el Palacio de Invierno y en Gatchina con el futuro marido de Barbara, Vania. Ellos, junto con los demás hijos de Vorontsov-Dashkov, los hijos de Sheremetev y los de Dariatinski, habían corrido por las praderas de palacio, montado en los trenecitos en miniatura y tomado el té en el pabellón de caza. Niki y Vania se habían casado, pero Sergio no, y ahora Vania había muerto y su esposa era viuda, y en ella Sergio encontró a otra mujer vulnerable a quien amar. Yo no sabía si era la condesa quien visitaba a Sergio en su palacio o él la visitaba a ella en su mansión del Muelle Inglés. No sabía si hacían el amor en la cama o en un banco del jardín, con el sonido de un reloj que daba las horas o el aroma a pétalos de rosa aplastados, pero en 1905 la condesa se fue a Suiza, donde discretamente dio a luz a un hijo de Sergio a quien puso Alexánder. Nada más nacer fue adoptado por la amiga de la condesa, Sophie von Dehn. ¿Por qué no se quedó la condesa con su hijo? ¿Por qué su relación con Sergio no terminó en matrimonio? Esperen, ya se lo contaré.

Ahora estamos en agosto de 1902.

Estoy sentada en la veranda, con mi diminuto bebé, mi fiel hombrecito, en brazos, y rezo una y otra vez pidiendo una sola cosa: que Alix tenga una hija.

Pero las plegarias raramente se ven respondidas a petición de uno. Porque Alix, desgraciadamente, o afortunadamente, aquel verano no tuvo ningún hijo.

A principios de agosto Alix empezó a sangrar, y aunque sangraba y sangraba, no apareció ningún niño. El doctor dijo que era, sencillamente, su «Mrs. Beasley», como ella la llamaba cada mes, después de nueve meses de lo que ella había pensado que era un embarazo. Cuando se le ensanchó la cintura y se le hincharon los pechos, se negó a que todos aquellos médicos tuviesen acceso a su cuerpo. Solo permitía el acceso a M. Philippe, que le apretó la mano encima del vientre y le dijo: «Está embarazada». Y no quería que los médicos contradijesen aquello, ni impidieran el progreso de aquella fantasía necesaria, esencial, y por tanto, solo la atendió M. Philippe, que había sido declarado aquí en Rusia mediante uno de los ucases de Niki doctor en medicina y nombrado consejero de Estado, aunque ni siquiera un decreto del zar puede convertir en médico a un charlatán, y por tanto ese charlatán fue quien observó el progreso de un embarazo fantasma. Quizás Alix sospechó dónde pasaba Niki aquellas largas tardes de verano mientras ella amamantaba a Anastasia, de modo que se apresuró demasiado para intentar tener otro hijo. Su embarazo había sido anunciado hacía mucho tiempo, y todo el país esperaba el nacimiento del quinto hijo del zar. Cuando se publicó finalmente un boletín el 20 de agosto explicando que el embarazo histérico del año anterior había acabado en aborto, corrieron los rumores más absurdos por la capitaclass="underline" que la emperatriz había dado a luz a un monstruo con cuernos, que había sido otra niña, expulsada del país, o un niño muerto y enterrado en los terrenos de Peterhof al amparo de la noche. Y les pregunto, ¿acaso la verdad de lo que ocurrió es menos fantástica?

No, no enterraron ni desterraron a ningún niño. Ese destino correspondió a monsieur Philippe, con su negro pelo y su negro bigote. Al fin Niki se cansó del znajar. Las últimas palabras que les dijo Philippe fueron: «Otro vendrá que ocupará mi lugar».